Historias escritas desde la pobreza



Los incidentes del Parque Indoamericano sacaron a relucir las expresiones más viscerales contra pobres, villeros y extranjeros. En el deporte, al que se toma como expresión cultural de una sociedad, sobran los ejemplos que demuestran cómo las grandes alegrías las escribieron también exponentes de los sectores más acusados y relegados.

 Extranjeros fueron quienes entre 1870 y 1930 trajeron al país las primeras actividades deportivas. Se calcula que cerca de 4 millones fueron los inmigrantes de aquellos años. Algunos de ellos fundaron colegios y clubes en ese lapso. Sin embargo, el primer partido de cricket internacional se jugó antes: el 8 de diciembre de 1864. Fue entre un equipo local y otro de oficiales del barco inglés Bombay, en la zona del Planetario. Tres años después, pero el 20 de junio, se disputó de manera oficial el primer encuentro de fútbol en nuestro país. Lo organizó el Buenos Aires Foot-Ball Club. En el 84 se dio origen al Buenos Aires English High School, por parte de Alejandro Watson Hutton. De ahí partió el mítico Alumni. La historia, completísima, la cuenta Víctor Lupo en “Historia política del deporte argentino” (Corregidor).
Indígenas eran los que practicaban antes que nadie en estas tierras una actividad similar al fútbol. Los guaraníes sorprendían porque lanzaban una especie de pelota no con la mano sino con la parte superior del pie descalzo. Lo comentaba un sacerdote español de las misiones jesuíticas del Alto Paraná en el Siglo XVIII. Lo recuerdan Eduardo Galeano en “El fútbol a sol y sombra” (Editorial Siglo XXI) y Ezequiel Fernández Moores en “Breve historia del deporte argentino” (El Ateneo).
Pobres son muchos de los grandes ídolos que tuvo el deporte argentino. Pobre murió Omar Orestes Corbatta, ídolo de Racing, y pobre vive René Houseman, uno de los personajes más emblemáticos de nuestro fútbol. Ni para comer tenían en sus comienzos Carlos Monzón y José María Gatica, protagonistas de las páginas deportivas más importantes. Ni hablar de Diego Maradona o, más acá en el tiempo, de Carlos Tevez, que de Fuerte Apache nunca se fue pero que anda dando vueltas en el fútbol inglés, donde lo aplauden a rabiar y lo respetan mucho más.
Vale la pena tener en cuenta estos datos ahora que afloró el espíritu racista de unos cuantos en medio de una pelea de pobres contra pobres en Villa Soldati y mientras hay voces que culpan a los extranjeros de nuestros males.

Los de afuera
Si tomamos al fútbol como ejemplo de la manifestación cultural que significa el deporte en general, no habría que olvidar que muchas de las máximas alegrías vinieron de otras tierras o desde nuestra propia pobreza. Paraguayo era Arsenio Érico, el máximo goleador argentino con 293 tantos en 332 partidos en Primera. Fue uno de los grandes ídolos de Independiente, cuya hinchada es una de las más racistas. “Paraguayos y bolivianos”, cantan despectivamente esos buenos muchachos a sus pares de Boca cada vez que sus equipos se enfrentan por el torneo de la AFA. A la Asociación del Fútbol Argentino no parece demasiado importarle este tema.
River también se cultivó de extranjeros. En 1961 llegó a tener una delantera completamente formada por hombres de otros países: Domingo Pérez (uruguayo), Delem (brasileño), Moacir (brasileño), Pepillo (español) y Roberto Frojuelo (brasileño).  Años después también tuvo a un boliviano como Milton Melgar o un paraguayo como Celso Ayala. Sin embargo, uruguayos fueron dos de sus ídolos históricos. Walter Gómez  (77 goles en 140 partidos) y Enzo Francescoli (115 en 197).
Muchos de los mejores gritos de gol de Boca ante River vienen de Brasil: Paulo Valentim le hizo 10 en ocho partidos. 8 se los hizo a Amadeo Carrizo, con quien mantenía un clásico aparte. Paraguay también hizo aportes: Roberto Cabañas se metió a los hinchas en el bolsillo: hizo 16 goles en 60 partidos en los años 90 pero supo, como pocos, jugar para la tribuna. Sus declaraciones en contra de los “Millonarios” lo convirtieron en referente. El Boca de Bianchi, ganador como pocos, se apoyó en extranjeros. Colombianos eran el arquero Óscar Córdoba y “El Patrón” Jorge Bermúdez.
No hay club que no haya tenido algún extranjero en sus filas. Vélez conquistó el país, Sudamérica después y el mundo más tarde con el paraguayo José Luis Chilavert como emblema de arquero-goleador: 36 anotaciones en 270 partidos por torneos locales. Hizo otros 12 en encuentros internacionales jugando para el mismo equipo. El recordadísimo Ferro de los 80 tuvo a uno de sus baluartes en otro hombre de Paraguay: Adolfino Cañete marcó 23 goles en 185 encuentros disputados desde 1980 a 1983. La historia de Estudiantes, el último campeón de nuestro fútbol, también se construyó con extranjeros. Importantes fueron los aportes en los años 80 del uruguayo Luis Málvarez o del arquero paraguayo Jorge Battaglia, entre otros.

“Negro Villero”
“Negro villero”, le gritaban en los estadios a José Luis Rodríguez, “el Puma”, uno de los goleadores más destacados del fútbol argentino en los 80. Era morocho y de contextura grande. Jugaba en Deportivo Español, donde hizo 53 goles entre 1985 y 1992, cuando el equipo del Bajo Flores estaba en Primera. La leyenda cuenta que, para que entrene, los dirigentes debían ir a buscarlo a la villa de la zona, donde hoy se desarrolla el conflicto por el Parque Indoamericano. También hizo goles para Rosario Central y Racing: 18 y 2, respectivamente. Y jugó en el Betis, de España, y en el Deportivo Cuenca, en Ecuador, entre otros.
Muchos de los grandes ídolos deportivos argentinos provienen de hogares pobres. Algunos levantaron cabeza y otros murieron como empezaron. Pero los pobres de la popular o los ricos de la platea siempre se empeñaron en denostar a los rivales de origen humilde con un típico “negro de mierda”, tan nuestro.
Omar Orestes Corbatta fue un ídolo de Racing que tocó la gloria pero nunca pudo salir de la pobreza. Murió triste y solo, después de sobrevivir en una habitación de mala muerte en el estadio. En Racing hizo 72 goles y en Boca, 7. “Ustedes los periodistas hacen así: te suben cuando estás subiendo, te bajan cuando estás bajando. ¿Para qué mierda querés que te suban cuando te vas para arriba?, ¿qué necesidad hay de que te aplasten cuando te estás cayendo”, le dijo en una monumental entrevista al periodista Rodolfo Braceli. Falleció vencido por el alcohol el 6 de noviembre del ’91.
José María Gatica era un “negrito del interior” que venía de la pobreza extrema de Villa Mercedes, en la provincia de San Luis, donde nació el 25 de mayo de 1925. Fue uno de los máximos referentes de nuestro boxeo. Su vida es el ejemplo más cabal del deportista que lo tuvo todo –fama, dinero, mujeres- y se queda sin nada. Su apoyo al gobierno peronista tuvo un costo muy fuerte para él. Tenía sólo 38 años cuando, en la indigencia, lo atropelló un colectivo a la salida de la cancha de Independiente, donde vendía muñequitos. Con Carlos Monzón, lo mismo: infancia pobre, juventud rica, adultez violenta y cárcel, tras el asesinato de su mujer, Alicia Muñíz. En una salida transitoria, y manejando un auto, perdió la vida el 8 de enero del ’95.
Braian Toledo es atleta. Su futuro como lanzador de jabalina es tremendo. Tiene récords nacionales e internacionales y lo reconocen en todo el mundo. Pasó hambre y no lo olvida. Oriundo de Marcos Paz, provincia de Buenos Aires, es la gran apuesta del deporte argentino. Lo que logró, fue superando los mayores obstáculos económicos.
El deporte argentino se escribió y se escribe también desde la pobreza. Muchos de aquellos ídolos por los que hinchamos a través de las pantallas del televisor nuevo se forjaron en lugares muy similares a los que hoy son foco de conflicto. No es un dato menor. Habría que tenerlo en cuenta antes de emitir juicios poco solidarios.

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