Vélez

En julio de 2009 escribí esta columna en mi blog personal www.apocalipsisnowtotal.blogspot.com para acordarme de mis amigos hinchas de Vélez y de mi abuelo. Dos años después, la vuelvo a publicar. Ellos, los de Liniers, tienen otra vez motivos para celebrar.


Por distintos motivos, Vélez está metido en mi vida, aunque indirectamente. Soy de nacimiento del porteñísimo barrio de Mataderos, recuerdo ahora, mientras empiezo a escribir sobre el equipo que hace unas horas daba la vuelta olímpica cómo podía en medio de una multitud que saltaba el alambrado para unirse al festejo y de policías que parecían más perdidos que turcos en la neblina.
El tema es que soy de Independiente en primer lugar y tengo muchísimo aprecio (y nostalgia) por Chicago: el lugar de crianza tira siempre y el mío era, al fin de cuentas, tan verde como negro. Recuerdo, entonces, a mi padre gritando los goles de aquel Chicago de los 80 que con Roque Erba llegó a Primera y después dio el batacazo al ganarle a River y conseguir un empate con Independiente, justamente en Liniers. Aquella noche del 1 a 1 yo estaba en la cancha de Vélez, donde Chicago era local. No sabía si gritar el primer gol de ellos, porque por dentro sentía que si no lo hacía traicionaba a los humildísimos frente a los poderosísimos. Pero también traicionaba a mis colores de siempre. El tema es que al final grité sólo el gol del Rojo pero me vine conforme con el empate.
Me fui por las ramas porque hoy el tema es Vélez, que acaba de ser campeón y sus jugadores y el técnico desfilan por los programas de tele y hablan por las radios y cada uno de ellos es tan lindo como Cubero, que conquistó a la más linda y –para envidia de muchos- conquistó también un campeonato. Hoy hablaba con mi colega Pedro Fermanelli sobre este Vélez y le decía que no soporto las cabronadas de Cubero, que tiene una voz de pito que hace reír, pero cómo me gustaría tenerlo en mi equipo. Pone más huevos que una gallina y grita cuando tiene que hacerlo; sabe mirar un partido desde adentro de la cancha y desde ya les digo que dentro de unos años, cuando se retire, tendrá todas las chances de convertirse en un director técnico fabuloso. Si no se la cree, claro.
Pero de lo que quiero hablar es de mis primeros vínculos con Vélez, aquellos que aparecen en la infancia y que en vez de irse se acrecientan. Lo primero que supe de Vélez fue por mi abuelo materno. Vivía con mi abuela en una vieja casa de Belgrano, a una cuadra de los Bosques. Cada domingo que los íbamos a visitar, él estaba –gordo y respirando como todo gordo- con su camiseta blanca escuchando Radio Rivadavia para saber qué pasaba con su querido cuadro. Nunca supe cómo ni por qué se hizo hincha de Vélez, pero sí recuerdo que en aquellos tiempos en que los partidos se jugaban todos el domingo a la misma hora, él tenía su Crónica a mano para anotar cada uno de los goles y seguir al detalle cada encuentro. Entonces Muñóz relataba sólo a River y Boca y las noticias de los otros llegaban desde los enviados especiales a través del típico “gol de Vélez…” que lanzaba el tipo. Y después agregaba, por citar un ejemplo: “Carlos Bianchi, a los 36 minutos del primer tiempo… Vélez 1 – Unión 0…”. Y mi abuelo anotaba. Nunca lo escuché gritar un gol de Vélez, que entonces era un equipo de medio pelo al que le refaccionó la cancha el gobierno asesino y militar. Mi abuelo se murió a fines de los 80 y se perdió al formidable equipo que se armó en los 90, con Bianchi como técnico y Chilavert como símbolo. Hubiera sido un alegrón para él ver a esos monstruos. No sé, de todos modos, si hubiera gritado los goles con aquel vozarrón tan característico que tenía.
Unos años antes, mis viejos habían vendido la casa de Mataderos y nos mudamos a una más grande… en Liniers. Eso fue en el invierno del 82, por lo que al verano siguiente me anotaron en la colonia de vacaciones de… ¡Vélez! Ahí aprendí a nadar y supe lo que era el aburrimiento. Pocos veranos fueron más aburridos que ese, pero bueno… en algún lugar tenía que estar. El tiempo pasó rápido y yo tenía otro vínculo con ese equipo. Si algo me quedó de aquella temporada es que cuando fui con mi papá a inscribirme nos cruzamos en los pasillos de la sede con Carlos Bianchi, que en esos tiempos era el nueve de Vélez y el gran símbolo de su hinchada. “La peladita de oro, tiene”, decía Yiyo, un amigo del barrio al que nunca más volví a ver pero era el único de mi barra hincha velezano. La cuestión es que mi papá le pidió que me firmara un autógrafo y él accedió de muy buena gana. Era la primera firma que tenía de un jugador de fútbol. Yo contaba con 12 años y cuando mi viejo le dijo que éramos de Independiente, Bianchi sonrió, me firmó y entonó “Bochiiiini, Bochiiiini…”. No me olvido más.
Con la cancha tan cerca de casa, aquellos días en que no teníamos nada que hacer y Vélez jugaba de local, con mis amigos nos las ingeniábamos para colarnos. Íbamos como cinco horas antes de cada partido, nos metíamos en el lindero barrio Kennedy y de ahí saltábamos al estacionamiento. Nos quedábamos pegaditos a los vendedores ambulantes que empezaban a preparar su negocio, como agazapados para que nadie nos descubra, y cuando podíamos nos mandábamos a la popular. La gran aventura por aquellos años era colarse. Colarse a un partido de Primera.
En los 90 fui a ver varios recitales al Amalfitani, como la presentación que hizo Soda Stéreo de Canción animal, pero antes ya me había hecho muy amigo de Rubén Mozzone, Ito, el primer hincha fanático de Vélez que conocí. Por aquellos tiempos lo cargábamos porque Vélez no le ganaba nadie, salvo a Boca. Claro, ninguno sospechaba que desde los 90 en adelante esa institución que era ejemplo en lo dirigencial iba a serlo también en lo deportivo. Hoy los papeles se invirtieron y ya no le puedo decir nada con mi Independiente tan de capa caída que mira a Vélez casi casi desde el suelo. Ito fue muy importante en determinados momentos de mi vida, y no está de más aprovechar la ocasión para repetir que lo quiero muchísimo, aunque no nos veamos con la continuidad que me gustaría.
El tiempo pasó y fui conociendo a otros tipos fanas del mismo equipo. Pero pocos se me hicieron tan amigos como Alejandro Perandones (en http://www.hombredeapie.blogspot.com/ se pueden acercar un poco más a él). Periodista pensante y guerrero de la vida como a mi gustaría ser, Alejandro es uno de los tipos que más sabe de fútbol. Al igual que Ito, heredó la pasión velezana de su padre, con el que suele ir al Amalfitani. Alejandro sabe el nombre hasta del arquero suplente del suplente de Sacachispas y alguna vez se entristeció por no tener el codificado para ver a su querido Vélez junto a su papá un domingo a la tarde en su departamento de Caballito. Con Alejandro hemos pasado tardes enteras en bares de mala muerte tomando cervezas y hablando de fútbol. Fue él quien me transmitió la buena lectura que es un libro de Sacheri. Todavía le debo leer –para comentar- su tan recomendado La pregunta de sus ojos. En tanto, me insiste con que Vélez no es el sexto grande sino el cuarto. Y si no dice el tercero debe ser para no herir susceptibilidades de un amigo amante del rojo. Aunque contento, por estas horas anda también medio enojado por lo que se escribe en los medios acerca de que Vélez le robó la final a Huracán con la ayuda del árbitro Brazenas. En lo personal, creo que Vélez es un digno y merecido campeón. No pierdas el tiempo, Alejandro, en enojarte: ¡son campeones, viejo! ¡Campeones!
Tenía ganas de escribir sobre este Vélez. Tal vez para recordar que mi infancia también tuvo que ver con un equipo del que no soy hincha ni lo seré jamás, aunque le guardo aprecio. Posiblemente porque mientras veía a Gareca llorar de alegría y a la gente festejar se me cruzaba la imagen de esas personas que me marcaron por distintos motivos y que son velezanos de la más pura cepa. Recordé a mi abuelo con su Radio clavada en Rivadavia, a Bianchi hablando con mi viejo mientras me firmaba mi primer autógrafo. Y me pregunto, también, dónde y cómo estarían Ito y Alejandro, dos tipos que llevan la v azulada no en el pecho sino en el corazón.


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