Un viaje al fondo de la amistad

Esta crónica es de 2008. Un grupo de amigos se dispuso recorrer el país en treinta días sin llevar ni un peso en el bolsillo para comprobar si el argentino es tan solidario como se dice. Pero en un mes aprendieron otra cosa: que la amistad es un sentimiento que bien merece ser caminado.



¿En qué momento de un viaje las preguntas se transforman en respuestas o las certezas en interrogantes? ¿En cuál de los millones de pasos que deben darse para recorrer el país desde Ushuaia a La Quiaca comprende el viajero que aquel que camina a su lado se ha convertido en más amigo de lo que era al partir? ¿Cuándo, en medio del frío o de la noche, se hace imprescindible la sonrisa fraternal, aquella que dice sin decir “no estás solo; estoy con vos”? ¿Qué abrazo puede ser más urgente que el que nace de la amistad?
En 30 días, tres amigos experimentaron ese sentimiento de manera continua, sin separarse, conscientes de que no tenían en el mundo a nadie más que a ellos mismos. Sabían que cuando encontraran un lugar donde dormir, dormirían juntos. Conocían, además, que un plato de comida –de aparecer- se repartiría entre tres. Y al padecer su propia Argentina, la padecerían también en grupo. Caminaron el país de sur a norte sin dinero y con el objetivo de saber si el argentino es solidario. Pero entre tanto buscar, aprendieron otras cosas: que hay varios países en uno, que en determinados momentos una sonrisa es más eficiente y necesaria de lo que se cree, que abrir los ojos a veces es doloroso pero siempre imprescindible; que un familiar es un familiar pero un amigo es algo tan especial que sólo puede disfrutarse sin cuestionamientos, sin esperar algo a cambio.
“Éramos amigos de antes, pero después de lo que anduvimos fortalecimos la amistad de una manera increíble”, dice Nicolás Roma, de 25 años y el menor del trío. Su hermano mayor, Federico, de 28, fue quien tuvo la idea de realizar el recorrido, hace unos pocos años. Y Juan Pablo Cháves, también de 28, fue quien dio –cuando caía el telón a 2007- el puntapié final para concretar el deseo. “¿Seguís con la idea de hacer aquel viaje del que me hablaste una vez?”, le preguntó a Federico. La respuesta se convirtió en un cambio de planes inmediato en sus vidas.
Juan Pablo (productor periodístico) y Federico (diseñador gráfico) pidieron licencia en sus empleos; Nicolás renunció al suyo. Armaron mochilas con lo mínimo imprescindible y compraron sus pasajes para llegar al sur y desde allí empezar el anhelado recorrido hacia el norte. Cuando se quisieron dar cuenta estaban en el camino. Ahí andaba Juan Pablo, con su filmadora en mano para no perder detalle de aquello que después, de regreso a su casa de Luis Guillón –en el sur bonaerense-, se convertiría en su propia película de viaje. Nicolás, en tanto, iba chequeando cada detalle para volcarlo en su anhelado e incipiente libro de crónica de viajero. Y Federico guiaba desde su posición de impulsor de la idea; en tanto, no lo abandonaba el recuerdo de aquel periplo del año pasado a Perú junto a Juan Pablo. Ahora había otro viaje. Uno más en su lista de rutas sin punto final.
“A mi me gusta callejear, viajar, ir de un lado a otro conociendo gente y lugares”, se define Federico, más tranquilo luego de tanto andar entre marzo y abril últimos. Atrás quedaron los días sin un baño tan reparador como higiénico y necesario; las horas de levantar escombros para alguien que a cambio les daba algo de comer o los otros trabajos duros e inverosímiles que les garantizaron un lugar más o menos normal para pasar la noche. Ni hablar de dormir.

Comienzo del viaje
Este viaje de 5.121 kilómetros es posible que haya empezado cuando Federico y Juan Pablo tenían 11 o 12 años, a principio de los ‘90. Entonces compartían cancha y equipo de rugbiers en el Monte Grande Rugby Club. Sus familias también se conocieron por esos años y la amistad fluyó por carácter transitivo. Nicolás no necesitó mucho para sumarse al grupo de su hermano mayor.
Con el tiempo y con los bailes, las novias y aquello que trae aparejada la adolescencia y luego la juventud, se hicieron inseparables. Tampoco se cansaron de compartir lo que hiciera falta. Viajes, por más ejemplo, por Perú, Bolivia y Brasil.
“Habíamos viajado pero este recorrido por la Argentina, no se por qué, me parecía que podía ser distinto, que nos significaría algo distinto –dice Federico-. Entonces planteé hacerlo y Juan Pablo no quería, hasta que un día me llamó y me dijo que si yo seguía con las ganas le podíamos dar para adelante. A todo esto mi hermano se enganchó y me dije ‘si, este es el viaje que tenemos que hacer’, porque siendo tres las cosas se facilitaban”.
“Con Juan Pablo hicimos un vínculo más fuerte; y mi hermano es mi hermano. No es que nos hayamos afianzado sentimentalmente, porque siempre fuimos amigos: a mis 14 o 15 años salía con él y su barra”, dice Nicolás, quien destaca desde lo personal: “Sí, maduré. Los viajes siempre te hacen madurar, porque te abren los ojos. Te das cuenta de cosas que de otra forma no verías. Uno con los viajes crece un poquito, como mínimo”.
“¿Qué es viajar?”, le preguntó este cronista a Nicolás una lluviosa tarde de domingo de ésas que no dan más que para mirar tele recostado sobre un sillón, tal vez sin pensar. “Es atravesar situaciones”, contesta después de tomarse unos interminables segundos; y continúa: “Como en la vida: problemas, obstáculos. Si uno se queda parado, pensando, no avanza. Si uno hace, en cambio, aprende, adelanta. La experiencia del viaje siempre es enriquecedora”.
"Viajar es renovarse. Conocer gente y lugares; salir de lo cotidiano", resume –a su turno- Juan Pablo.
Viajar implica renuncias. Renuncia a la comodidad, a lo establecido, a la certeza. Y a los miedos. “Para viajar con Fede y Juan Pablo tuve que dejar cosas, como mi empleo. Tuve cierto temor de hacerlo, pero me gustaba la idea y me dije ‘de esto puede salir algo muy bueno y abrirse otras puertas’. Arriesgué para aprender, para ganar algo. Le di para adelante aún con la incertidumbre de no saber qué hacer al regreso. Pero conseguí otro empleo. Si siempre me las arreglé ¿cómo no me las iba a arreglar ahora? Hoy trabajo como carpintero. Después veré”, analiza Nicolás.

La amistad, esa planta que hay que regar
El mes de andar y andar se reflejará en un documental que Juan Pablo edita por estas horas y que espera tener listo para el Día del Amigo. "Es posible que no llegue. Pero si no es para éste este, será para el del año que viene. La idea es verlo por primera vez con Fede y Nico, los tres solos, comiendo pizza y tomando cerveza. Comer y beber por todo lo que nos privamos mientras hicimos el viaje", anhela.
En este video se reflejará no sólo el pequeño canto a la amistad que ellos mismos entonaron, sino además los pormenores que vivieron, como cuando la adversidad les golpeaba en pleno rostro. A veces, en forma de soledad: "Como en la Ruta 40, en Santa Cruz, una zona desértica, con pueblos chiquitos y distanciados entre sí, rutas con ripio, poco transitadas. Ahí nos sentimos solos. Nadie nos llevaba", recuerda Federico. Y luego, la contra cara por aquel camionero que en un gesto mínimo les regaló compañía y esperanza: "En Comodoro Rivadavia estuvimos un día y medio varados en una estación de servicio y el hombre le dio un paquete de cigarrillos a mi hermano. Se los entregó porque sabía que no teníamos ni un peso. Eso fue muy rico y nos puso contentos. En ese momento significó muchísimo".
"Hay códigos que ocurren sólo en este tipo de situaciones. Gente con la que te entendés con sólo mirarte: si estás de mal humor puede ser porque tenés hambre o sueño y tu compañero lo entiende. Eso te pasa sólo con un amigo", piensa Juan Pablo.
La ansiada llegada a La Quiaca fue una bocanada de aire fresco, la tranquilidad necesaria de saberse con el objetivo cumplido tras pasar situaciones bravas. Entonces se abría el juego al recuerdo y al lazo de hermandad entre tres amigos que estaban solos en medio de los demás pero más unidos que nunca.
"A medida que madura uno, madura también la amistad. Los amigos son una parte muy importante de mi vida", suelta Juan Pablo desde el pensamiento post camino.
Nicolás no se queda atrás: “Los amigos son muy importantes. Creo que son como las plantas: si no las regás, se mueren; es un ida y vuelta. Tenés que ceder en algunos momentos: 50 y 50 cada uno. Se trata de compartir y pasarla bien sobre todo. En otras relaciones hay compromisos, pero con los amigos eso no existe”.
Federico también se sube al tren de las definiciones: “La amistad es algo que hay que cuidar. Una amistad es un conjunto de recuerdos en común con alguien. Y hay situaciones, como en este viaje, en que uno no puede mostrarse tal como es. Entonces se conoce al otro bien auténtico, gritando porque tiene hambre, insultando porque siente frío: ‘Tengo hambre, te grito porque tengo hambre’. Se obvian cosas de la vida cotidiana que permiten conocer la crudeza del otro”, resume.
Ahora Buenos Aires abrió las puertas del invierno 2008 y los calendarios convierten aquellos caminos de Argentina en pasado y muestran otras rutas que conducen al futuro, a otros viajes por venir. Y Nicolás larga al viento su última y escueta reflexión: “De eso se tata: de ponerle garra a la vida”.

Cuadernos en el camino
Antes, durante y después del viaje, Federico y Nicolás Roma y Juan Pablo Cháves decidieron contar la experiencia en una página web propia: www.quepaisgeneroso.com. Se observan allí fotos que reflejan la emoción previa a la partida. Su idea primaria era llevar lo mínimo indispensable y así partieron el 13 de marzo desde Buenos Aires hacia Ushuaia para, desde ahí, empezar a andar hasta La Quiaca. Casi un mes más tarde, cuando llegaron a San Salvador Jujuy y restaban cerca de 300 kilómetros, sintieron que el objetivo era un hecho.
No pueden confirmar si el argentino es solidario: “Algunos sí, otros no. Y muchos tienen miedo ante tres desconocidos. Pero es lógico”, justifican.
Ahora preparan una película y un libro en los que contarán sobre los muchísimos perros que los acompañaron durante los solitarios kilómetros, las personas que les tendieron una mano, un plato de comida o un lugar donde dormir, y los miedos y alegrías que les invadieron. Recordarán, también, aquellos empleos que nunca pensaron hacer pero que les enseñaron que nunca es fácil ganarse el pan.
De todos modos, destacarán siempre que la amistad es un valor que no cotiza en bolsa ni se mide en dinero. La amistad, saben, se recibe y se da gratis pero se mantiene con convicciones. Algo que ellos aprendieron de tanto andar y andar.

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