El Rojo y su lucha por no descender


Hoy es lunes pero todavía me duele el domingo. Ayer, después de que Independiente perdiera 2 a 1 con Boca, tuve por primera vez un miedo posta de irnos a la B. Hasta entonces creía que era una posibilidad lejana, que íbamos a salir, que los jugadores reaccionarían. Pero después de perder, tomé conciencia de que los jugadores no son hinchas y el técnico tampoco. Juegan por su pellejo, que no es otra cosa que el sueldo elevadísimo que cobran y algo de prestigio en un club que hoy no tiene ni brillo. No se puede vivir siempre de la historia, por más gloriosa que sea.

A siete fechas de iniciado el torneo, Independiente perdió 4 partidos y empató 3. No ganó ninguno y no hay nada más allá de mi fe que me haga creer que se puede ganar en lo inmediato. El equipo juega mal y ya no tiene ni una pizca de aquella mística con la que crecí cuando mi viejo me llevaba a la cancha en aquellas gloriosas décadas de los años 70 y 80.

Recuerdo que el año pasado consolaba a varios amigos y compañeros hinchas de River. Primero les decía que no se hicieran problemas porque River nunca iba a descender; cuando descendieron, enfrentaba sus caras tristes con palabras sin sustento: “No pasa nada. Es sólo fútbol” o “ya van a volver”. Cosas así, les decía. Tonterías. Ahora que estoy del mismo lado me doy cuenta de lo que se sufre, de la impotencia que se siente cuando ves que todo se va al demonio, que el club de tus amores desciende de categoría. Hay que estar para sentir de qué se trata eso que no se puede explicar. Es como un miedo que viene creciendo, de a poco. Algo feo que viene desde el futuro, derecho hacia vos. ¿O somos nosotros -los hinchas, el club, los jugadores, los dirigentes- que vamos hacia ese futuro negro?

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