“LOS SUEÑOS HAY QUE BAJARLOS A TIERRA”



(Por Alejandro Duchini; en Twitter, @aleduchini)

Aldo Sessa es el fotógrafo de mayor reconocimiento de nuestro país. Recorrió el mundo con su cámara a cuestas y sus exposiciones. Aún conserva su costumbre de fotografiar Buenos Aires. En esta entrevista cuenta vivencias y teorías tan imperdibles como recomendables.


“Cuando uno analiza la vida de los grandes artistas se da cuenta de que no pararon nunca. ¿Dónde está el músico que no toca o el director que no dirige? ¿Y el escritor que no escribe? Hay una enorme diferencia en el arte entre soñar y concretar, algo que pasa en todos los terrenos de la vida. El arte se presta mucho para hablar de la gran obra que hay en la cabeza, pero yo creía y creo que hay que hacer. Siempre fui un tipo de no teorizar si no es para concretar. El gran sueño hay que bajarlo a tierra. No vale de nada si no se lo ejecuta. Y hay que tener un espíritu muy creativo”. El reconocido fotógrafo Aldo Sessa habla tranquilo y bajo, pero seguro. Mira a los ojos en todo momento. También cuando reflexiona. Como recién, cuando dijo que en su vida nunca se quedó quieto: nació en Buenos Aires en 1939 y a sus diez años empezaba a pintar y fotografiar. Participó de exposiciones y antes de los veinte colaboraba en la sección fotográfica del diario La Nación. Poco después estudió cine en Hollywood y empezó a acumular viajes por el mundo y compañeros de ruta de una calidad enorme. Entre ellos, Jorge Luís Borges, Ray Bradbury, Silvina Ocampo y Manuel Mujica Lainez. “Son personas que me marcaron”, los refiere. “Hicimos libros juntos y compartimos largas charlas. Tuve una vida larga, creo que muy interesante”, se define.
Ahora sigue en movimiento constante. Mientras hacemos esta entrevista transcurren días en los que supervisa una muestra en el país y prepara otro viaje a los Estados Unidos, para seguir trabajando. Dice que siempre está ocupado porque la pasión continúa intacta. La charla transcurre en un enorme salón de su viejo caserón del pasaje Bollini, en Palermo. Ahí, en esa especie de paraíso en medio de la ciudad, la tranquilidad es total. No hay más ruido que el de nuestras voces: una que pregunta y otra que contesta. Nos rodean pinturas, fotografías impactantes y un gratificante sosiego en medio de la luz justa de la mañana.
-Mi pasión por la fotografía está intacta. Trabajo igual que a los 18 años. Sigo dispuesto a salir a caminar de noche a la calle para encontrar “la” foto. Mientras el cuerpo aguante, seguiré así. A veces conocés un personaje en la calle y hacés un acercamiento amable, con buena onda, y conversando con él te das cuenta de que tiene una historia increíble.
-¿Qué busca en una foto?
-Me gustan los desafíos de encontrar una imagen. Es interesante porque hay que ganar la batalla. Y ahí se desarrolla toda la artillería de uno, el juego, para disparar.
-¿Una imagen vale más que mil palabras?
-Eso es una frase feliz, pero no es real. Creo mucho en la simbiosis de imagen y texto. Una vez mostré una foto llamada “Reflejo del Bicentenario”. Yo salía de un salón de Casa de Gobierno y ví una araña de techo reflejada en un mármol. Le puse ese nombre, pero no se entendía. A esa foto le faltaba un texto para terminar de entender de qué se trataba. Cuatro líneas pueden ser develadoras. Toda foto tiene un backstage importante, normalmente.
-¿Cuándo se dio cuenta de que le apasionaba la fotografía?
-Cuando abandoné la pintura, que estaba cotizada y con difusión mundial. Pero yo dije que le iba a poner más el hombro a la fotografía, que también me resultaba más fácil. La pintura es como un telegrama, una cosa lenta, difícil. Se pueden hacer pocas al año. En cambio la fotografía es tan fluida como la palabra. Si hacés algo mal, la tirás a la basura y la hacés de vuelta. Yo a los chicos les digo siempre que se tienen que equivocar. “Equivóquense”, les digo.

“SE NECESITA EL FUEGO SAGRADO, LA PASIÓN”
-Qué diferencia hay entre la pasión y la vocación?
-La pasión es una palabra que lo dice todo. En 1976 hice mi primer libro con Borges. En un momento nos quedamos solos y él me dice: “Sessa, estamos juntos porque somos argentinos”. “Si, claro”, le contesto. Y él: “Hoy usted adelantó diez años en su carrera”. “Si, claro”, de nuevo. “Y estamos unidos por una misma pasión: el arte”. Después de esa noche me di cuenta de que tenía que ganarle tiempo al tiempo porque la vida no me iba a alcanzar para hacer todo lo que quería. En cuanto a la vocación, pienso que no alcanza. Se necesita el fuego sagrado que se llama pasión, porque es más irracional. Y lo irracional te permite muchas cosas. Subir a un helicóptero a hacer una foto a pesar de los riesgos que se corren, por ejemplo. Y trabajar desde que sale el sol a que sale la luna. Nunca hay que pensar que uno está cansado, sino en seguir adelante.
-¿A qué cosas le teme?
-La verdad es que no tuve miedos especiales ni especulaciones. No te podría decir que hace quince años pensé que la fotografía iba a ser lo que es hoy. Estoy en colecciones importantes del mundo, me proponen encuentros en Europa. Vienen muchísimas cosas que no las busqué nunca en particular. Quise, sí, hacer una buena obra. Pero nunca sabés a dónde vas, ni sabés qué va a pasar. Hay cosas que salen mal. Hay que bancarse todo, porque es la ley de la vida. Nada es fácil en la vida. El arte es una cápsula en la que uno se mete adentro para protegerse en su micromundo. Estoy seguro de que todos los artistas encuentran en el arte un gran refugio, porque no sabrían vivir de otra forma.
-¿De qué lo salvó su arte?
-De aburrirme como una ostra en miles de cosas banales que nunca hubiese sido capaz de hacer. Pero no creo que mayormente me hubiese cambiado. Me siento la misma persona que cuando empecé. No me creo ninguna historia ni me siento fantástico ni irreemplazable ni nada. Soy sencillamente lo que hice. Nada más que eso.
-¿Cómo llega la fotografía a su vida?
-Estuvo muy cerca de mi familia materna. Mi abuela, que vivió hasta los 100 años y yo la adoraba, sabía revelar, porque mi abuelo tenía un laboratorio. Mi madre también revelaba. Cuando yo era chico me interesaba mucho la imagen, el dibujo. Entonces mi madre me mandó a estudiar pintura. Luego también expuse, junto a mis compañeros. Esa formación como pintor marcó totalmente mi mirada.
-¿Cómo se enfrenta ante la persona a la que va a retratar?
-Al entrevistado uno le va bajando la guardia. Hay cosas fisonómicas: él no se puede cambiar la cara. Pero uno lo puede llevar a sus gestos, a lo que uno percibe en sus gestos o en el fondo de su corazón. Hay otros encuentros fotográficos en los que sólo hacés la foto. Una vez hice una exposición de 400 retratos de personalidades argentinas. Me generó una gran experiencia, no sólo fotográfica sino sociológica. Porque según la extracción social a la que pertenecía (político, deportista, artista, empresario), había detrás de él una idiosincrasia que lo colocaba más o menos cómodo frente a la cámara.
-¿Alguna vez sintió timidez?
-No hay que tener vergüenza. A una amiga fotógrafa, Lisl Steiner, del Times, que vive en Nueva York, le conté hace como 10 o 15 años, cuando hacía un libro sobre Manhattan, que llamaba a un editor y no me atendía nunca. Entonces ella lo llamó y desde entonces, el hombre comenzó a atenderme. “Tenés que terminar con esa educación argentina y aprender a poner un pie para que la puerta no se cierre”, fue la frase textual que me hizo abrir los ojos, cambiar. Desde entonces, trato de entrar siempre por la puerta, pero si no me dejan, entro igual.

“MI VIDA ES MI PRODUCCIÓN”
-¿Qué siente por su obra?
-Que uno tiene que protegerla. Es como cuando uno tiene un hijo y nunca lo ve. ¡Hay que ocuparse! Yo me ocupo de mi obra. No concibo una copia para un cliente ni para nadie que no la mire bien yo. No concibo eso. La fotografía te conecta con los sonidos de la calle, con los pájaros, con el sol, con el horizonte, con la naturaleza, con la gente, con el movimiento. La constante aparición de imágenes que se desarrolla en el día te pone en una realidad. Mi vida es de producción.
-Con el reconocimiento mundial que tiene, ¿a dónde cree que llegó?
-Creo que ya llegué a dónde quería llegar. Estoy en el corazón y pensamiento de mucha gente. Fui fiel a sentimientos patrióticos por un lado. Soy un porteño que capta la esencia de su ciudad. Ahora viene una época diferente. Con cosas muy especiales. Estoy haciendo un nuevo libro sobre Manhattan; y siento que estoy jugando.
-¿En qué cosas siente que se equivocó?
-Creo que no me equivoqué en el sentido de que no hay ningún manual que te diga cómo tenés que hacer las cosas. El arte es difícil porque estás solo. Pero hay que darse cuenta de que lo importante es seguir el propio camino y no estar copiándose ni preocupándose por lo demás, sino que hay trabajar y pensar que tu intuición no te va a fallar. Si te falló, te equivocaste, mala suerte. Hay un solo camino, que es para adelante. Y al arte hay que hacerlo. No es un don divino que se cultiva.
-¿Qué piensa que deja en la vida?
-En la vida hay que dejar una huella sin pretensiones. No se cómo explicarlo. No creo en la trascendencia de nada de lo que hice. No lo puedo medir. Si alguien me dice “sos un genio”, me pregunto qué es eso: “Nada, una amabilidad”, y lo tomo como tal. Pero no sirve para nada. Lo que sirve es lo que a uno le hace feliz, lo que uno puede crear.

Alejandro Duchini

APRENDIZAJES
A lo largo de su trayectoria como fotógrafo, Aldo Sessa ha tenido cruces profesionales con grandes artistas. De todos, dice en la entrevista, aprendió algo. “Con Ray Bradbury tuve una gran relación. Un día de 1979 en Nueva York me iluminó con una frase dicha durante una entrevista. Le preguntaron qué opinaba de la competencia. Dijo: ‘No se si usted encontró su identidad. Yo, el día que la encontré, me saqué ese problema de encima, porque me di cuenta de que la competencia termina donde empieza la excelencia’. Ahí aprendí que lo importante es hacer las cosas. Y si no llegás, es porque no tenés talento o quién sabe, pero es tema de uno. Todo es trabajo más trabajo más trabajo”, dice.
Y recuerda también: “Silvina Ocampo y Manuel Mujica Lainez son personas que me marcaron. Haber recorrido el país para hacer libros fue descubrir mi propio lugar. Tengo un sentimiento muy profundo por mi país. También hubo personas comunes, de la calle, que me marcaron, que me hicieron dar cuenta de muchas cosas. Siempre tuve una gran confianza en que… durante muchos años planificaba lo que iba a ser. Un día retraté a Ludovica Squirru. Me comentó: ‘Te veo trabajando muy bien’. ‘Si, porque estoy pensando esto y esto…’, y ella me dijo ‘Aldo, dejáte fluir’. Desde entonces, si tuviese que hacer una foto frente al Papa no me preocupo, es igual que si fuera al señor de enfrente; se que sacaré de la galera lo necesario en el momento justo”.

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