HISTORIA DE UN CHICO ATRAPADO EN EL LIBERTINAJE

La infancia de Jesús, la nueva novela del Premio Nobel de literatura John Coetzee, que publicó Mondadori, es un relato que tiene por eje a un pequeño que se queda sin pasado y que hace lo que puede en un mundo de adultos que tironean de él.
 “-(…) Todos queremos más de lo que nos corresponde. Es la naturaleza humana. Queremos más de lo que nos merecemos.
-¿Qué es la naturaleza humana?
-Es la forma en que estamos hechas las personas, tu, yo (…) y todo el mundo. Es cómo somos cuando nacemos. Es lo que todos tenemos en común. A todos nos gusta creer que somos especiales. Pero, hablando estrictamente, eso es imposible. Si todos fuésemos especiales, no habría nadie especial. Y aún así continuamos creyendo en nosotros mismos”.
Este diálogo se da entre Simón y David, un hombre mayor y un chico de seis años. Son los protagonistas de la última novela del Premio Nobel de Literatura John Coetzee, La infancia de Jesús (Mondadori).
La historia comienza en un pueblo en el que todos parecen vivir resignados, conformes. Hasta allí llegan Simón y David, quienes se conocieron en el viaje hacia ese lugar. El pequeño llevaba una carta de presentación con los nombres de sus padres. Pero la pierde y entonces queda a la deriva. El hombre se compromete a ayudarlo para dar con ellos. Pasan las primeras noches como pueden. Mientras, les sugieren que olviden el pasado y les dan una nueva identidad. Simón encuentra trabajo como estibador en el puerto. La paga es una miseria, al igual que la de sus compañeros. Pero nadie se queja. Al contrario: todos lo incitan a que acepte que eso es mejor a no tener nada. En medio, Simón descubre de casualidad a Inés y siente que ella es la madre del niño. A esta altura, poco le importa si es la mamá biológica que buscaban desde el inicio de la novela. Ahora lo que quiere es darle una madre, cualquiera, al pequeño.
Desde entonces, la historia se vuelve rarísima. Ella acepta al niño y él les deja su casa para que vivan juntos. Sin embargo, encariñados, Simón y David no dejan de verse. Pero en medio se percibe un clima tenso entre los tres. Ya no se sabe qué puede deparar el relato.
David se vuelve cada vez más caprichoso y, por ende, dictador. Hay una escena que lo pinta de cuerpo entero. “Tienes que beber, tienes que beber”, le ordena a Inés en una reunión. “Esta noche soy el rey y ordeno que tienes que beber”, le aclara. Sin más, le hace caso. Y así, mientras su nueva madre sólo lo malcría, él se aleja de sus pocos amigos. El lector es testigo de la transformación del niño, que se acentúa cuando aparece en escena el señor Daga, un inescrupuloso que coquetea con Inés y que, al mismo tiempo, lleva a David por el mal camino. Le habla de temas que no son acordes a su edad y le mete en la cabeza cuestiones que no están a su altura. De todos modos, David no dejará de tener la inocencia acorde a su pequeñez: las páginas dedicadas a la muerte de El Rey, un caballo que quería muchísimo, derrochan ternura y angustia a la vez.
La novela toma un ritmo más vertiginoso cuando las autoridades de la escuela a la que asiste David deciden mandarlo a otro colegio, con un tinte autoritario, porque distrae a sus compañeros y se rebela ante los maestros. Lo entienden como un pequeño geniecillo que no se adapta a su grupo de pertenencia. Enojada por la decisión, Inés pretende que David estudie solo en su casa. La consecuencia es un tira y afloja de uno y otro lado. Simón intenta poner paños fríos a la situación, que se le va de las manos. Inés no encuentra otra solución que escapar con el pequeño. Se viene entonces el final de la historia pero con episodios y nuevos personajes que contribuirán a que el ambiente se vuelva cada vez más raro y, en cierto punto, con un dejo de tristeza.
Al terminar, difícil es abstraerse de esa relación entre tres que aparentan ser una familia que no son. Relación que, por otro lado, se compone de hechos fuera de los normales. Nadie puede justificar ni entender que un hombre deje a un niño en manos de una mujer que no conoce. Pero más dilemas causa ver cómo los adultos pueden transformar negativamente la cabeza de un chico. Porque La infancia de Jesús es eso: la descripción de una niñez despojada de límites y encerrada en el libertinaje.

Alejandro Duchini
Colaborador en la Revista Nueva y El Gráfico

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