LETRAS DE MODA

La periodista Victoria Lescano se introduce en la literatura argentina para analizar cómo se vistieron algunos de los personajes más emblemáticos de las letras. Una repaso por la moda de otra época a través de los escritores. Esta nota salió publicada en julio de 2014 en la revista Nueva.

Periodista dedicada a la cobertura de temas vinculados a la moda, a Victoria Lescano se le dio por curiosear qué escribían sobre el tema Adolfo Bioy Casares, César Aira o Silvina Ocampo, entre otros. Tomó notas, subrayó textos, visitó la historia, recuperó apuntes y así surgió Letras hilvanadas. “Creo que todo libro resulta de un proceso, una serie de bocetos y de hilvanados y  puntadas, ya que hablamos de técnicas alrededor de la moda, que de repente se corporizan y entonces surge la trama. Así tomó forma una pequeña colección con doce capítulos”, resume la autora con cierto sentido del humor. En la misma tesitura continuará durante el resto de la conversación. Como cuando vuelve a jugar con las palabras y responde, ante otra pregunta: “El de Manuel Puig fue el primer capítulo que escribí y en ese caso el recurso fue la escritura inmediata, casi como el método de costura apresurado e instantáneo que  practicó una modista descripta por Aira. Otros llevaron más tiempo y varias etapas... ”.

Después agregará: “Por curiosidad, hace algún tiempo había investigado la publicación La Moda, que dirigió Juan Bautista Alberdi, en el archivo de la Biblioteca Nacional. Su manifiesto me quedó muy presente como disparador de algún texto futuro, pues fue una publicación pionera en referirse a la moda como otra de las artes, desde editoriales y crónicas fechados entre 1837 y 1838”.

–¿Empezaste a escribir Letras hilvanadas a partir de Manuel Puig?
–Es que en mi archivo en papel conservaba historias sobre él y la moda, su vinculación con Rosa Bailón y la veneración que sentía por esta diseñadora, cuya tienda, Madame Frou Frou, fue de culto para Puig, así como para otros personajes del swinging Buenos Aires. Allí Manuel compraba trajes para Male, su mamá. Mientras que Rosa había homenajeado la edición de Boquitas pintadas desde la vidriera de su tienda, Manuel declaró en un reportaje a Clarín, fechado en 1971: “Rosita Bailón, bajo ese maquillaje ultrasofisticado y londinense que usa todo el tiempo, es perfecta para encarnar a Mabel”.

–A medida que leías diferentes libros, ¿ibas marcando párrafos, ideas, frases y datos?
–Tomé notas en cuadernos, leí y subrayé; de algún modo, hice mi propio tapiz o bordado antes de la escritura en punto Word.

–¿Cuántos y qué libros leíste para escribir Letras hilvanadas? ¿Y cuáles dejaste afuera?
-Fueron treinta, aproximadamente. Tal vez más. En algunos casos, relecturas. Pero varios fueron leídos con la voracidad y la sorpresa de una debutante. De Roberto Arlt destaco En el país del viento, Los siete locos, El juguete rabioso y sus Aguafuertes Porteñas. También Ema, la cautiva, de Aira;Visto y oído. Nuevas crónicas de viaje, de Hebe Uhart, o las columnas de moda de Sara Gallardo. De Bioy  leí Unos días en el Brasil (Diario de viaje) y La trama celeste. Mi método es arbitrario, pero elegí poner foco en una entrevista referida a la moda que le hice en los comienzos de mi carrera.

Lo que es la moda...

–¿Cuál es el concepto de la palabra “moda” con el que encaraste el libro?
–Modos, usos y costumbres, el reflejo de una época, la importancia de la vestimenta y del abrigo. Concibo cierto fetichismo por las prendas como modo de expresión y de diferenciación de los personajes. También tuve en cuenta las máximas sobre el supuesto “mal y buen gusto”, de las que me río.

–¿Qué cosas encontraste que te llamaron la atención?
–Muchas, pero destaco el vestidor de la madre de las hermanas Ocampo; la túnica cosida para Tagore por la casa Paquin en Buenos Aires; La Moda, de Alberdi, y sus enunciados sobre el tema.

–¿Existe “el gran relato” de la moda en la literatura argentina?
–A mi criterio es La cabeza contra el suelo, que son las memorias o la novela de la vida de Paco Jamandreu, el modisto de Eva Perón y una figura de culto en la moda argentina. A él lo entrevisté en los comienzos de mi profesión y establecí buenos lazos.

–Decime, Victoria, ¿qué fue lo más extravagante que encontraste en tus lecturas de investigación?
–En La Moda, de Alberdi, sus descripciones de colores insólitos. Cosas como “el azul violeta y el pan quemado son siempre los colores favoritos de la paquetería”. Y también: “Se distingue el uso del gris perla, el lomo de liebre, el manzana”. Eso fue escrito con absoluto desparpajo en 1830. De Arlt destaco a esa mujer, Berta, que jamás se había vestido como tal y que recurrió a superponer todas sus faldas “para que no le robasen las pilchas de su rancho”. De Mansilla, la compulsión por los pantalones ajustados, traídos de París, y que acá comenzaron a ser comparados con las bombillas para tomar mate. En Silvina Ocampo me sorprendió mucho leer el método de diseño y de costura de “Las vestiduras peligrosas”. Tiene otro tono y mucha información sobre moda.

–Tal vez, peyorativamente, hay una creencia de que la moda es algo frívolo. ¿Cómo lo ves?
–Como dijo la famosa y genial diseñadora Coco Chanel, y luego replicó Yves Saint Laurent, considero que “la moda es algo muy serio, puede provocar el suicidio”. En simultáneo, las modas están popularizadas: cualquiera puede erigirse en supuesto crítico de moda desde un blog o una silla en la TV y decir si alguien está mal o bien vestido. A mi criterio, la moda es algo más profundo que el look. Es una industria, un modo de reflejar y de interpretar tanto la época como el contexto social y económico, además de rescatar los oficios. Creo que de alguno de los textos se puede destacar un homenaje al oficio de las costureras, que son personajes que me resultan muy atractivos desde la infancia. Ahora que conozco los engranajes de la industria y de la alta costura, me merecen aún más respeto. 

–¿En qué pensás que se basaron los autores que mencionás en Letras hilvanadas para vestir a sus personajes?
–En sus conocimientos sobre la moda. No puedo dejar de pensar que, a su modo, hablaron de sus gustos o disgustos o de cierto fetichismo.

Una temática descosida

–¿Quién fue el escritor que mejor vistió a un personaje?
–Mi mirada fue cambiando durante el proceso de lectura y de escritura. Hoy digo Arlt. Fue el último capítulo que escribí. Pienso en sus enunciados sobre el estilo porteño, las pensiones, lo lúgubre, despojado de artificios, y el desaliño como una gran puesta en escena. Pienso en Erdosain,  protagonista de Los siete locos, y ese diálogo: “¿Por qué anda usted tan mal vestido?”. Y en Silvio Astier, de El juguete rabioso, y su conmoción ante las vidrieras de ropa femenina. Y sí, las medias, el gran fetiche de Arlt: en el capítulo hice hincapié en su método propio y fallido en busca de medias galvanizadas.

–Hiciste una visita a la casa de Bioy Casares. ¿Qué te quedó de eso?
–Bioy me dijo que a Silvina Ocampo la moda no le importaba demasiado y que a él eso le resultaba atractivo. Él, además de predicar el dandismo desde sus ropajes y el uso del  perfume de Guerlain, fue fan de las flappers y, más precisamente, de Louise Brooks, un referente para la moda. En ese capítulo me remití a una entrevista de mi archivo y volví a reformularla. Creo que cobró otro sentido. Sin embargo, no puedo omitir la conmoción que significó abrir su placard y extraer su colección de trajes, camisas y corbatas.

–¿A qué otros escritores te habría gustado frecuentar personalmente para mejorar Letras hilvanadas o dedicarle un capítulo en tu libro?
–A Lucio Mansilla y a Arlt. Mansilla es un autor que leo desde hace varios años. Una excursión a los indios ranqueles y sus Causeries me venían llamando la atención. Él propuso un contraste entre la elegancia extrema en las tolderías, las reacciones y las negociaciones valiéndose de la vestimenta. Además exaltó su barroquismo importado de París. En cuanto a Arlt, narró con extremada gracia el tono gris de los ropajes en las pensiones pero, sin embargo, exaltó el fetichismo de las medias de mujer.

–Supongo que el material para seguir escribiendo sobre el tema es interminable, ¿no?
–Hay mucho material que me quedó o que decidí no usar. Considero que es un libro pocket, me jacto de no remitirme a “la academia” ni de contar toda la historia. Para eso están los expertos. Mi método está relacionado con la crónica y la crítica, y sobre la base de semejante patchwork surgió “el ensayo”.

–Ya escribiste sobre moda y literatura y moda y rock. ¿Se te ocurre hacer lo mismo con la moda y otro ámbito?
–Tal vez el cine, para cerrar una pequeña “trilogía” sobre temas y disciplinas que me apasionan. Tengo  un boceto desde hace varios años, aunque mis ideas cambian de forma y  tendría que reformularlo. También podría ser un libro de crónicas de moda.

–¿Qué te quedó tras escribir Letras hilvanadas?
–(Victoria empieza a reírse antes de soltar la respuesta). Muchos libros que se destruyeron y descosieron.

Principales prendas literarias

“Pienso que en un listado de prendas fetichistas, según la literatura argentina, en los paneles exhibidores de un placard, se podría situar el traje de explorador que Arlt vistió en En el país del viento, las corbatas Hermès de Bioy y ‘el vestido de terciopelo’ de Silvina Ocampo. También, la profusión de abrigos de pieles de chinchilla, de visón y de armiño en una supuesta colección bocetada por Silvina Bullrich. En el apartado de ropa masculina, le haría lugar a la campera de cuero marrón oscuro y el pantalón de franela gris de Juan Carlos Etchecopar, el personaje masculino de Boquitas pintadas, que simboliza a un aspirante a estanciero. Me gusta que su personaje sea un farsante y eso se refleje desde las ropas. En cuanto a recursos extravagantes, estaría presente el estilismo que Aira pensó para Ema, la cautiva, regido por pinturas con tintes vegetales de pies a cabeza. También le haría lugar a una de las prendas más democráticas: el jean, representado por  el modelo que irrumpe en Los  pantalones azules, la novela de Sara Gallardo”, resume Victoria Lescano. Y casi de apuro agrega: “No puedo omitir el vestido de novia con una cola de catorce metros cosido por Delia Siffoni por un encargo de una maestra del pueblo, que voló por los aires en esa novela disparatada y genial  llamada La costurera y el viento, de Aira”.

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