UNA NUEVA GENIALIDAD DE TOM WOLFE



Historia imperdible, con personajes muy humanos y con varios toques de humor e ironía. La nota original fue publicada en La Gaceta, de Tucumán, y puede verse en este link: http://www.lagaceta.com.ar/nota/584564/la-gaceta-literaria/nueva-genialidad-tom-wolfe.html

Bloody Miami, el nuevo libro de Tom Wolfe, es genial. En más de 600 páginas, el novelista norteamericano entrega una historia sin altibajos, en la que cada uno de sus personajes encaja a la perfección y aparece en escena en el momento justo. Si algo le faltaba al autor era hacer una descripción así de Miami, sobre la base de sus habitantes. Y lo hace muy bien. En la forma de pensar y moverse de cada uno de los personajes está la idiosincrasia de esa ciudad latina con latinos que reniegan de sus orígenes y anhelan ser considerados norteamericanos de pura cepa. Las armas de las que se vale Wolfe para tan brillante descripción son el humor y la ironía. ¡Y qué bien las sabe utilizar! Tanto que por momentos algunos de los protagonistas se asemejan al Ignatius Reilly de La conjura de los necios, de John Kennedy Toole.

De entrada está la escena del director del Herald, Edgard Topping, y su esposa, Mack, en una playa de estacionamiento. Una mujer que maneja una Ferrari les burla uno de los pocos lugares disponibles y eso deriva en una discusión que deja a los dos primeros al borde de la humillación. La siguiente acción tendrá por protagonista a Néstor Camacho, un agente de policía de origen cubano que no para de meterse en líos, aunque al final saldrá airoso. Su primera intervención le generará problemas con su comunidad y hasta con su padre. Pero lo hilarante sucede casi al pasar, cuando Wolfe lo describe en medio de un rescate más pendiente del llamado que recibe en su Iphone que de salvar una vida. Luego, mientras otros destacan lo que hizo, Camacho sigue pensando más en los mensajes de texto recibidos que en lo otro. Una radiografía de los tiempos que vivimos.

Miserias y virtudes

Wolfe no deja de proponer ideas ni escenas buenísimas a lo largo de la novela. No es sencillo hacer un libro largo con un nivel tan parejo y bueno siempre. Wolfe lo consigue. También brilla cuando cuenta sobre Norman Lewis, un psiquiatra especializado en adictos sexuales que sólo quiere pertenecer a la alta sociedad. Para eso se vale de un multimillonario paciente, gracias al cual se conecta con personas de peso. Su amante es la bellísima Magdalena, también cubana, quien en un abrir y cerrar de ojos le cuenta a su novio (desde ahora, ex), Camacho, que tiene otra relación y lo abandona. Leer luego la escena que Norman y Magdalena viven en medio de una orgía en barcos con chicos millonarios es un privilegio. Igual, tal vez, que la de Néstor mientras vigila a unos delincuentes con unos prismáticos desde un coche policial.

Hay también un guiño a Star Wars. Es cuando Ghislaine derrite a Camacho con un “por favor, Néstor, ayúdame (…) eres mi última esperanza”. La misma frase que la Princesa Leia dirige a Ben Kenobi en La guerra de las galaxias. No hay que dejar de lado tampoco al profesor Lantier, quien reniega de sus orígenes haitianos y de la boca para afuera hace hincapié en sus antecedentes franceses. Desesperado por parecer lo que quiere ser, se juega hasta el último billete para pagar la hipoteca de su lujosa casa. No tiene dinero para más, pero las apariencias son lo más importante. Otro de los momentos brillantes es la descripción del periodista John Smith cuando acompaña a Camacho por una investigación en una casa de citas. Quiere conseguir la crónica de su vida, la que lo consagre en su incipiente carrera, pero los detalles de su comportamiento ante las provocaciones de las chicas son imperdibles, desopilantes.

Wolfe cuenta Miami a través de sus personajes y describe a la vez los tiempos en que vivimos con una simpleza que asombra. Cada historia parece una micro-historia que finalmente encajará en un todo. Bloody Miami es humana sin caer en dramatismos. Habla de miserias y virtudes de gente común. En algún punto, nos espeja. Y conduce a un final que al lector, ya relajado, seguramente le permitirá una sonrisa de satisfacción, algo que sólo provocan los muy buenos libros.

© LA GACETA

Alejandro Duchini

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