GUILLERMO SACCOMANNO: “LA ESCRITURA ES EL OFICIO SUBVERSIVO POR EXCELENCIA”

Guillermo Saccomanno acaba de publicar Terrible accidente del alma, un libro que respira sexo, soledad y violencia en una sociedad casi apocalíptica. “Es lo mismo que se ve en la televisión”, le cuenta el escritor a Ciudad X durante la entrevista en su departamento del barrio porteño de Retiro. Acá, la entrevista como se publicó en La Voz del Interior.


“Esa tapa la elegí yo”, es lo primero que dice Guillermo Saccomanno al hablar de su último libro, Terrible accidente del alma (Planeta, leé acá la reseña). Se refiere a esa portada con un iceberg que apenas asoma en el mar: debajo del agua, su alma de hielo parece enorme. El celeste predominante refleja frío y soledad. “Es como la teoría de Hemingway, según la cual si no conocés la gran parte del iceberg que está debajo del agua no podés contar bien una historia. Pero básicamente tiene que ver con el Titanic y su protagonismo ideológico en la novela”, agrega.

El relato se divide en varios, todos entrelazados. A lo largo del texto se refleja un mundo caótico y violento. Abundan el sexo, el miedo, la soledad, la desesperación. “Nada diferente a lo que se ve en la televisión”, aclara Saccomanno mientras invita té frío, una costumbre de la que hace uso constante. Y suelta:

–Lo que cuento en el libro no es menos denso que lo que estamos viviendo. Tiene que ver con la operatoria del sistema capitalista, que es autodestructivo. Un sistema que se precia de patrocinar la familia y lo primero que hace es destruirla.

–En el relato se vive un clima denso. Ni códigos hay.

–Yo veo una sociedad en descomposición. Pero convengamos que convivimos a diario con la violación, el feticidio… Lo que pasa es que nadie se escandaliza porque está incorporado. A la mañana te desayunás con crímenes, guerras, con la destrucción del planeta, el ébola, el Premio Nobel de la Paz a Obama, que declara que va a destruir Medio Oriente. La violencia no es patrimonio de la televisión. Está en nosotros, en el trabajo, en el hogar. Todo está íntimamente relacionado. No soy pesimista. Soy padre, soy abuelo y confío en el poder de la escritura, a la que le otorgo un valor casi sacro: la escritura es mi religión.

–Hay en esta novela una crítica puntual al sistema de internaciones hospitalarias, que deja de lado al paciente, librado a su suerte…

–Es que funciona así. En el momento en que el pariente del enfermo deja de tener duraznos, naranjas y demás frutas y pasa a tener una cajita de remedios, y luego otra y otra y la frutera se convierte en el recipiente de los medicamentos, ese enfermo, por más que lo quieras, se transforma en una carga. Ahí es donde aparece la fe, que es el último recurso de los perdedores y de los que están perdidos. Alguien dijo que todos estamos hospitalizados, desde que nacemos.

–Hablando de enfermedades, hay un regreso a tu papá, algo que también contaste en “El buen dolor”.

–Yo también estuve internado, por una meningitis, antes de escribir éste nuevo libro. Al internarme, lo que más temía no era a la muerte sino al deterioro. En ese tiempo tenía un nene chiquito (en referencia a su hijo menor, hoy de 5 años) y escuché que yo no pasaba la noche. “¿Cómo sigue ésto?”, me preguntaba. “Traje un chico al mundo y qué hago con este pibe? ¿Cómo le evito este espectáculo?”. Ahí apareció la figura del padre, lo que conté en El buen dolor. Y eso tiene que ver con la muerte de Dios. ¿Qué es el padre si no la ley? En Los hermanos Karamazov, Iván se pregunta: “si Dios no existe, ¿está todo permitido?”. La muerte del padre es la abolición de la ley. Pero el problema no está en el pecado o no pecado, sino en el amor, en la fe. Porque fe y el amor van juntos.

Necesidad y urgencia

–¿Qué significa este libro para vos?

–Es un misterio para mí. Lo hice por necesidad y urgencia y en un estado de total espontaneidad, más allá de que hay una estructura pensada. Tiene que ver con crisis personales, búsquedas personales, preocupaciones ideológicas, existenciales. Cuando uno escribe se siente el más grande y canchero de todos. Pero cuando te parás ante el mar, ese infinito te devuelve a tu ínfima condición humana. Te bajan las aspiraciones. Villa Gesell, donde vivo, me permitió dedicarme años a leer a Nietzsche, a Kierkegaard, La divina comedia en cinco o seis traducciones, leer cada vez más poesía y filosofía.

–¿Villa Gesell te salva?

–Bueno, yo me fui a Gesell huyendo de mí mismo. Dejando atrás la publicidad y actividades similares, los problemas que tenía con el alcohol, con las pastas. Y con el propósito de dedicarme a la literatura, de encontrarme a mí mismo. No sé si me encontré. Cuando uno se exilia, lo que busca es ir para adelante.

–¿Por qué leés clásicos?

–Un clásico es un texto que no te dice siempre lo mismo. Por eso está bueno leer a los grandes escritores. Hay algo ahí que también te genera un desafío, porque uno no sabe cómo superarlos. Es mejor rivalizar con Kafka o Dostoievsky que perderse en el marasmo de novedades. Porque la narrativa contemporánea está afectada por los requerimientos del marketing. Las editoriales parecen esperar el formateo de 250 páginas con principio, medio y fin y descubrir un best seller, más allá de la literatura chatarra que se publica. Los suplementos literarios están obligados todos los fines de semana a descubrir un autor secreto. ¿Qué tiene Jonathan Franzen que no tenga Balzac? Entonces, volvamos a Balzac. Ante este panorama prefiero leer un policial o refugiarme en la poesía o la filosofía, que tienen el mismo grado de compromiso. Y si necesito narrativa vuelvo a Dostoievsky, de quien releo dos libros todos los años. Lo mismo con Tolstoi, Kafka. Vuelvo a las lecturas que me formaron.

–A propósito de los policiales, ¿hubo una revalorización del género?

–No es casual que se haya revalorizado. Aunque para mí no hay géneros mayores o menores. Esa revalorización se dio a fines de los años ‘60 ó ‘70, cuando permitía explicitar el funcionamiento de la sociedad capitalista a través de la ecuación sexo, dinero y poder. Hoy ese fenómeno se repite.

–Con la experiencia de tantos libros publicados, ¿qué encontrás en la literatura?

–La literatura debe ser un buen entretenimiento. Un entretenimiento que te deje algo más sobre los otros, sobre la realidad, sobre aquello que se desconoce. Tampoco sé si se puede hablar de la literatura en términos de función. En lo personal, trato de escribir todos los días. Aunque sea una reseña. Eso es fundamental. Además, éste es el oficio subversivo por excelencia: nadie te pide que escribas. Escribís por tu necesidad. Y una vez que escribiste, no sabés si el libro que terminaste podrás colocarlo ni si funcionará o si será leído.

–¿Cómo llevás esa incertidumbre?

–Creo que por prepotencia de trabajo. No hay otra. Hay que saber que este es un oficio de riesgo, en lo laboral y en lo económico. Hay que luchar todos los días con lo que vas a encontrar; si es que lo encontrás. Uno cree que escribe sobre lo que sabe y la escritura te enfrenta a tu propia ignorancia. Arlt decía que publicar es arrojarse a los perros. Tenés que tener resto para recibir las piñas. Ojo que yo también colecciono rechazos de editoriales. Y por ahí ese mismo trabajo gana un premio. Hay que estar acostumbrado a recibir la piña.

–¿Es complicado ser fiel a uno mismo, a la historia que se quiere contar?

–Lo básico es no mentirse, en un oficio cifrado en la mentira. Pero paradójicamente sabemos que nuestra mentira se parece más a la verdad que lo que dice un medio o lo que se dice por ahí. Porque vamos más a lo hondo.

–¿Qué te pasa al terminar un libro?

–Quedo en un raro momento de inestabilidad. Sería engañoso decir que a uno no le importa cuál será la recepción. Estás con tal grado de sensibilidad que escuchás con atención lo que dicen de tu libro. Al comentario de la crítica por lo general uno lo ve venir: ya se sospecha dónde puede enganchar la crítica y dónde no va a enganchar.

–¿Hacia dónde vas ahora que tu novela nueva está publicada?

–Estoy con otra desde hace un año y medio, de la cual no sé en qué derivará. Soy de los que necesitan tener 400 páginas para quedarse con 150. Al mismo tiempo volví a escribir cuentos, un género que me entusiasma, que me permite entrar, salir, volver. No tengo privilegios con respecto a los géneros. El que escribe cuentos defiende al cuento; el que escribe novelas, a la novela. El tema es escribir.

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