LA PALABRA HECHA PELOTA


Hace casi dos semanas, el sábado 10 de enero, y después de casi un año de mucho laburo, entregué a Gonzalo Garcés, escritor y mi editor en Galerna, un libro con catorce entrevistas. Catorce personas de diferentes ámbitos de la cultura que hablan, casi exclusivamente, de fútbol. Aclaro “casi exclusivamente” porque en estas conversaciones, que fueron larguísimas y que en varios casos necesitaron de más encuentros, la temática se fue hacia otros lados. Pero el disparador siempre fue el fútbol.

La lista de entrevistados la componen Tomás Abraham, Pablo Alabarces, Ariel Scher, John Carlin, Hernán Casciari, Julio Frydemberg, Eduardo Sacheri, Mónica Santino, Miguel Rep, Teté Coustarot, Horacio Elizondo, Osvaldo Bayer, Juan Sasturain y la Mona Jiménez.

Elegí al fútbol como tema porque es una actividad que va más allá de lo deportivo. Es algo que a los argentinos nos referencia. Se lo puede amar u odiar, pero el fútbol está presente en cada cosa que se hace en este país. En lo personal, me toca desde que tengo uso de razón. Por lo que pude ver, a muchísima gente más le pasa lo mismo. De eso quería hablar con los entrevistados.

Empecé, si mal no recuerdo, en marzo, hablando con Casciari y Abraham. Quería entrevistar a personas que yo admiraba por distintos motivos. Coordinar cada encuentro no fue sencillo. A Casciari, por ejemplo, no lo pude encontrar en Buenos Aires. Cuando estuvo fue por poco tiempo y con compromisos pautados de antemano. Hicimos una primera charla, larguísima, por Skype. Y después, otra. Recuerdo que en la primera yo andaba con Malena en brazos, dormida. Tenía tres o cuatro meses. Quedamos en que si se despertaba la seguíamos en otro momento. Male no se despertó. Después hicimos una segunda charla, en las mismas condiciones. Un fenómeno, Casciari. Me dio todo el tiempo del mundo. Y más. Después fui a verlo a Abraham y la charla resultó jugosísima. Escucharlo fue un lujo.

En un momento dudé en seguir con el proyecto: no sabía dónde publicarlo y algunas entrevistas costaba concretarlas o se demoraban más de la cuenta. Ahí aparecieron amigos que me alentaron a seguir. Hasta que un lunes de septiembre pasado me crucé con Gonzalo y salió tema de ese libro futbolero. Me dijo que le gustaba la idea, que lo quería publicar en Galerna. Entonces ya tenía siete u ocho notas. Me pidió que le mande algunas. Se las mandé y su respuesta fue esta: “Tengo novedades: me parecieron excelentes las dos entrevistas que me mandaste. Me gustaría ver más. Me parece un libro posible para sacar en el primer semestre del año que viene”.

Mi idea era llegar a once. Hacer un equipo de fútbol. Pero me embalé y se empezaron a concretar cada vez más. Llegué a las catorce. Ese número final es arbitrario. No tiene una explicación.

De cada entrevistado aprendí algo. A algunos los conocía por mis notas periodísticas, pero otros eran un misterio. Miguel Rep, por ejemplo. Resultó un fenómeno. El mejor dibujante de Argentina no tuvo nada de vueltas para hablar. Fue por de más generoso. Cuando terminamos la larga entrevista, durante la que nos reímos muchísimo, me dijo: “Después de que desgrabes, si querés preguntarme más cosas, llamáme y nos vemos de nuevo. Yo creo más en la repregunta que en la pregunta”. Acepté su propuesta. Juntarme dos veces con Teté Coustarot fue un gran placer. Su tranquilidad para conversar hizo que nuestro encuentro saliera de la forma más displicente posible. Lo mismo me pasó con Mónica Santino, cuya historia me resultó muy enriquecedora: conocí en ella a alguien que lucha por lo que sueña más allá del que dirán y de las barreras que le pongan. Eduardo Sacheri fue otro placer. Carlin fue más que generoso: cuatro charlas a primera hora de cada día para combinar los horarios de Londres y Buenos Aires. De Alabarces no puedo dejar de destacar que escucharlo sirve para que uno repase puntos de vista para cambiarlos o confirmarlos. Ni hablar de Osvaldo Bayer, uno de los últimos entrevistados. Nos juntamos en su casa, en Belgrano, poco antes de que se suba a un avión que lo llevaría a Alemania. Frydemberg fue otro gusto que me di: me habló con una paciencia tremenda de los años 20 del siglo pasado, cuando el fútbol se empezó a poner de pie y ya no paró de crecer. La paciencia, la amistad y el conocimiento de Ariel Scher enriquecieron no sólo el libro –estoy seguro- si no a mi persona. Con Horacio Elizondo nos encontramos una mañana en Luján. Casi tres horas de charla. Cuando terminamos me dijo que habló de sentimientos propios como nunca antes. Nos agradecimos mutuamente. Juan Sasturain fue otro fenómeno: en el bar del centro en el que nos juntamos nos reímos bastante y nos pusimos serios al recordar a otros dos futboleros: Fontanarrosa y Soriano. Y por último, la Mona Jiménez. Horas y horas: su generosidad no tuvo límites. Empezamos como artista y periodista; terminamos como si fuésemos amigos.

Cuando se termina de escribir un libro –al menos en mi caso- uno siente que no se terminó. Que se podrían hacer otras cosas. Pero en algún momento hay que respetar no sólo el punto final, sino los tiempos del editor. Así que el sábado pasado pulsé stop y lo mandé. En unos meses, La palabra hecha pelota estará en la calle. Ojalá les guste.

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