"EL AMOR ES MUCHO MÁS COMPLEJO QUE EL PROBLEMA DE LOS HOLDOUTS"

Acaba de publicar Te amaré locamente, donde reúne cuentos de amor, crónicas periodísticas y artículos de tinte personal. El libro encabeza la lista de más vendidos en la Argentina, siguiendo la tendencia de los títulos anteriores del autor. Con el objetivo de saber cómo piensa, cómo vive y sobre qué basa sus textos uno de los escritores más leídos y respetados del país, LA GACETA pasó con él una larga mañana en un bar de Palermo, el barrio de toda su vida. Acá, la nota original.
Jorge Fernández Díaz es escritor, columnista de La Nación y conductor en Radio Mitre. Entre periodismo y literatura ha publicado, por ejemplo, los libros El Dilema de los próceres, Mamá, Fernández, La logia de Cádiz, La segunda vida de las flores, Corazones desatados y El Puñal. El último es Te amaré locamente. Sus novelas, crónicas y cuentos fueron traducidos a varios idiomas.

“Es uno de los libros más personales que hice. Y mirá que escribí cosas personales: Mamá; Fernández, que es la historia de mi vida transfigurada; La segunda vida de las flores, que trata sobre mi separación y el amor. A este, Te amaré locamente, le agregué mucho. Aquí hay personajes habituales, que nos representan. Porque me interesaba el amor, pero también esos pobres diablos en que nos hemos convertido aquellos que no tenemos tiempo y estamos cascoteados por la realidad. Porque estamos cada vez más demandados. Queremos ser buenos lectores, buenos padres, buenos hijos, hacer el amor seguido para no perder la pareja, ir al teatro, ver cine, hacer ejercicio. Son demandas positivas, pero si las metemos en un bote, son tantas que ese bote se hunde. Es una gran paradoja del momento: cada vez hay que hacer más cosas para responder a las demandas. Hay una segunda parte del libro en la que salgo a la calle, en la que recuerdo historias que me contaron o que vi. Y están mis obsesiones, como Manuel Vicent y otros tipos cuya pasión me llamó la atención: Roberto Fontanarrosa, Mate Cosido, el Che Guevara, Eduardo Galeano, Serrat. Todos vistos por mí desde cierta emoción”.

Al escritor y periodista Jorge Fernández Díaz se lo nota feliz con la salida de su nuevo libro, Te amaré locamente. Lo expresa sentado a la mesa de un bar del barrio en que juega de local: Palermo. A dos cuadras de su casa. Es la zona en que se movió siempre y que describió emotivamente en sus libros anteriores al hablar de su infancia, de sus padres, de sus amores y de sus primeros pasos en el periodismo y de los posteriores en la literatura.

Hoy Fernández Díaz es uno de los escritores que más vende en el país. Su última novela, El Puñal, publicada en noviembre de 2014, vendió 80.000 ejemplares a la fecha. Ha sido publicada en España e Italia y será traducida al portugués. Te amaré locamente, que salió en marzo pasado, tuvo una tirada inicial de 40.000 y al momento de esta entrevista ya se preparaban otros 10.000. “Una locura”, se alegra Fernández Díaz. “Recién ahora tengo agente literario”, agrega al referir a los cambios que le depara esta popularidad. Sin embargo, dice: “No pienso en la guita. Lo que quiero es ser elegante, cortés y cautivador como para contarle algo a mi amigo en un bar, que no es otro que el lector. Todo lo que escribo, lo escribo para ese amigo”.

¿Quién es Fernández?

La idea de este encuentro no era sólo hablar de Te amaré locamente. Se buscaba además conocer el otro lado de este contador de historias literarias y periodísticas. Que está ahí, bebiendo café, vestido con remera, buzo y pantalón corto. Su imagen difiere de la tan popular fotografía que lo suele mostrar como un dandy de chaleco oscuro, corbata roja, camisa blanca y una mueca de labios apretados que asemejan una sonrisa leve. El hombre que cuenta el amor desde historias ajenas y propias, que emocionó como un Tyson literario al escribir su ya clásico Mamá y que desmenuza la política en novelas como El puñal o en sus columnas periodísticas es animal de las palabras: lamenta no tener más tiempo para leer libros de autores de los de antes (“me interesan más que los de hoy”, explica) y cuenta que no le alcanzan las horas para escribir todo lo que quiere. Ya no pasa su tiempo en redacciones. De hecho, su columna política que se publica los domingos en La Nación la escribe desde su casa, que es su centro de operaciones. La cranea desde los lunes, consulta a sus fuentes entre martes y viernes, cuando se pone a escribirla, y la entrega el sábado. Fernández Díaz es, al mismo tiempo, el conductor del programa Pensándolo bien, que va de lunes a viernes de 20 a 23 por Radio Mitre.

“Mi vida es como la de un espartano”, ejemplifica. A sus 56 años, cada día lo empieza entre las siete y las ocho de la mañana. Se levanta, escucha la radio, lee los diarios y anota, a mano, ideas, ya sea para sus columnas como para una nueva historia. Después escribe el monólogo diario para leer en su programa radial. Continúa con una caminata de una hora, el almuerzo, una siesta de quince minutos, más escritura y a las 18.30 su hijo lo pasa a buscar para llevarlo a la radio. Al filo de la medianoche tiene lugar la cena con su esposa, para luego ver alguna película y acostarse alrededor de las dos de la mañana.

Al sábado lo sintetiza como su día de escribir. Los domingos empiezan con cuatro horas de lectura de diarios de todo el mundo, la clásica caminata, el almuerzo y la siesta. “De cinco de la tarde a 12 escribo literatura”, cuenta. “Esto lo hago desde hace tres años. Siempre así. Imagináte la disciplina que tengo. Cuando me piden algo fuera de programa me desacomodan”, agrega. Ese “algo fuera de programa” significa presentaciones de libros propios o ajenos, charlas o, como en este caso, entrevistas. Todo eso es posible, argumenta, porque su pareja, Verónica Chiaravalli, periodista cultural, le hace las veces de socia. “Algunas vez fuimos amigos”, dice mientras sonríe.

- Vos, que escribís tanto sobre el amor, ¿creés en la amistad entre el hombre y la mujer?

- Tengo amigas mujeres. Me he enamorado de mis amigas muchas veces. Así que creo y no creo. Con algunas nunca pasó nada. Con otras, si.

Amor y locura

En Te amaré locamente, el autor apela al periodismo y a la literatura, a las que define como esposa una y amante la otra: “En lo personal, y a lo largo de 35 años, he amado locamente esta doble vocación (periodista y escritor), y tiendo a pensar que aquí confluyen en armonía después de tantos años de separación y disputa”, cierra su nuevo libro. Sobre el que agrega: “Muchas veces, en mí, el periodismo y la literatura fueron rivales. Acá son lo mismo. Honestamente creo que este libro puede leerse tanto como de periodismo como de literatura”.

En sus primeros cuentos, donde las historias son de amor, una mujer se lamenta por su soledad mientras su hija reafirma su tranquilidad ante esa misma condición. Un hombre controla a su pareja en extremos enfermizos. Otro siente que el fantasma de su ex lo persigue en la noche y en el día, en el cine y en su propia habitación: a cualquier hora, la locura le toca a la puerta. “Las cosas se cuentan mejor con ejemplos”, opina Fernández Díaz. “Me parece que el tema del amor es mucho, pero mucho, más complejo que el del arreglo con los holdouts”, sentencia.

A los relatos de amor les continúan el periodismo y los relatos personales. Entre sus recuerdos está el de aquella vez en que a sus veintipocos se encontró en la habitación de Alejandro Puccio, a solas con él. Describe el miedo que le provocó sostenerle la mirada. Tantas décadas más tarde, aquel cruce puede explicarlo mejor: “Sentí la maldad. Fue muy impactante. En su momento eso me significó una vergüenza: porque me consideraba un cronista policial duro, acostumbrado a tratar con delincuentes, pero ahí tuve un miedo profundo. Esa mirada me persiguió durante muchísimos años”.

Hay una crónica hermosa titulada Un día en la vida de Galeano, en la que cuenta su experiencia como seguidor de las rutinas montevideanas de Eduardo Galeano. Ese perfil está tan bien hecho que parece escrito por el mismo uruguayo. “Anotaba lo que me contaba y también el modo en que me lo contaba. Yo, de una nota así, salgo exhausto”, suelta. Aún hoy, dice, no graba esas conversaciones. “No puedo. Le cuento a mi mujer lo que pasó. Luego recuerdo no lo que pasó sino lo que le conté a ella”.

Si Te amaré locamente es un libro cuyo eje es el amor, su mejor definición no está explicada en sus cuentos sino en un perfil de Joan Manuel Serrat, titulado El poeta plebeyo. Y no lo hace a través de una respuesta sino de una pregunta. “¿Dónde colocar los grandes amores del pasado sino en un limbo, en un vaivén secreto y tal vez onírico que nos persigue hasta el fin de los días?”, se interroga Fernández Díaz. Bebe un poco de café y se responde a sí mismo: “Para mí es un gran misterio a dónde va la energía del amor. Es tan fuerte lo que pasa. No sabemos mucho de la memoria del amor. Hay una teoría que dice que la única manera de olvidar es recordar: pasar, pasar y pasar hasta que se borra. Es como si se necesitara gastar el disco para que no se vuelva a escuchar. Mientras no se vuelva una obsesión, claro”.

Sobre su futuro profesional, duda: “No sé cómo seguirá mi relación con el periodismo y la literatura. De momento, estoy escribiendo otra novela sobre Remil (el protagonista de El Puñal). Me gusta escribir sólo sobre lo que me interesa. En literatura no puedo hacer lo que me piden otros sino lo que me pide el cuerpo. Me tiene que picar la mano, como decía Galeano, para ponerme a escribir”.

La mañana de jueves en que empezamos esta charla se convirtió en asomo de la tarde. Ya no es hora de otro café sino de almuerzo y a Fernández Díaz lo espera su agenda, más apretada después de haber corrido las horas para darle lugar a esta entrevista. Parados, a metros de la puerta que da a la calle, me dice: “Lo único que quiero es emocionar a los lectores como alguna vez me emocionaron a mí los escritores que admiro. Que sientan que cuando leen uno de mis libros están tomando un café con alguien que les cuenta una historia. A mí me pasa lo mismo: siento que soy amigo de Fitzgerald, Hemingway, Conan Doyle. Quiero ser leal, entendible, cautivar, no aburrir. Que ese amigo lector quiera volver a tomar otro café conmigo”.

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