“SIN DISCIPLINA, NO SE PODRÍA ESCRIBIR”

Lo dijo el escritor irlandés John Connolly en una charla con La Voz durante su paso por el país, invitado a participar del BAN. Acá, la nota original en La Voz.

Policiales pero con algo sobrenatural y una cuota de humor. Ese es el cóctel al que apela el irlandés John Connolly en sus historias de misterio, protagonizadas por el célebre detective privado Charlie Parker. En la actualidad, es uno de los más importantes referentes del género. De visita en Buenos Aires como principal invitado para el BAN (Buenos Aires Negra), recibió a Ciudad Equis para hablar de escritura, pasiones y miedos. Durante una hora de entrevista, nunca dejó de sonreír. Cada pregunta fue respondida con una paciencia tremenda, que se agradece. Lo que sigue es apenas una parte de un viaje al fondo del alma de alguien que piensa y ejecuta crímenes como si fuera lo más normal del mundo.
-En sus novelas hay asesinatos y misterio, cosas que se rozan con el miedo. ¿A qué le teme usted?
-Mi único miedo es que me saquen este empleo. El de ser escritor. Por eso trabajo con tanta disciplina. Sí, mi temor es que por alguna razón esto se detenga. No quiero volver a tener un trabajo común y silvestre. Soy de los que trabajan todo el tiempo. Lo disfruto. No podría hacer esto si no fuera así. Un colega contaba que si no es porque aún lo publican, dejaría de escribir. No es mi caso. Yo seguiría escribiendo aunque no publiquen mis libros. Al fin de cuentas, es mi manera de tratar de comprender el mundo. Hay gente que necesita hacer otras cosas. Algunos, abren una ventana y se ponen a pintar lo que ven, otros precisan agarrar una guitarra y componer. Es una respuesta natural hacia el mundo.
-¿Por qué apelar al humor en sus personajes y relatos?
-Utilizo el humor o la ironía porque creo que es algo muy cercano a mi propia voz. Serían muy oscuras mis novelas sin el humor, que también sirve para marcar la diferencia entre tomarse muy en serio o ser serio sobre lo que uno hace. A nadie le gusta la gente que se toma a sí misma muy en serio, pero sí nos gusta aquel que es profesional y se toma en serio lo que hace. Mis personajes, Parker y su familia secundaria, como Ángel y Louis, tienen conciencia de sí mismos. Entienden lo absurdo de muchas cosas que deben hacer y ven el absurdo en quienes los rodean. Son conscientes de su propia humanidad y la humanidad implica el humor y también la tristeza, la bronca. No quiero que mis personajes sean unidimensionales. Tiene que haber un contraste.
-¿Cómo se lleva con Charlie Parker?
-Me gusta mirar el mundo a través de sus ojos. Pero no me olvido de que él está para servir a la narrativa. Si uno se vuelve muy sentimental con los personajes propios se estaría cerca de la locura. Tengo claro que yo no soy él y él no es yo, aunque hay mucho de mí en él. Gracias a Dios no estoy tan atormentado como él.
-Ah, eso: ¡cómo sufre Parker!
-Parker toma sobre sus espaldas los pecados de otros y no puede darle vuelta la cara a quien sufre. Si lo hiciera, se sentiría cómplice. Eso va a quedar demostrado en mi próximo libro, donde alguien dice de él que “tiene heridas sangrantes en las palmas de sus manos”, en una analogía con Cristo. Parker es muy duro consigo mismo. Se autoflagela constantemente.
-Decía que trabaja muchísimo y con disciplina. ¿Cuánto hay de pasión?
-Tanto como de oficio, palabra que a algunos no les gusta aplicar a la escritura. John Banville, por ejemplo, dice que debe ser arte. Yo creo que el arte sale del oficio. Uno no puede decidir qué es arte. Seguro en la oficina de Da Vinci había miles de papeles arrugados con avioncitos que no volaban o círculos imperfectos. Seguro también que es de la perseverancia diaria en el oficio que sale algo bueno. Pero hablabas de pasión, que se quema rápido. Hace más de 20 años que escribo y aprendí que la pasión no es sustentable si sólo me baso en ella para escribir. Si sólo me basara en la pasión, hubiera durado nada más que seis meses escribiendo. Tiene que estar la pasión, pero no es suficiente para mantener un trabajo.
-¿Disfruta del momento de escribir?
-Estoy más contento después de haber escrito que cuando ando en medio de un capítulo que no avanza. El 90 por ciento del tiempo es trabajo duro y puro. Te doy un ejemplo: mi libro más largo es de 170 mil palabras, El ángel negro. Escribía y quería abandonarlo. Cuando llevas escritas 40 mil palabras y no tienes aún ni un cuarto del total, es más fácil ver televisión o sacar a los perros a pasear. Me gusta que me hayas preguntado por la pasión. Yo también hago entrevistas: ¡te estoy juzgando! No es para presionarte. Me gusta esa pregunta. Alguien dijo que ninguno escribe para la posteridad pero debemos escribir como si lo fuera. Si uno tiene seriedad respecto de lo que hace como creativo, todo debería apuntar hacia el arte. El poeta Robert Browning dijo sobre el artista renacentista Andrea del Sarto que sólo tenía técnica perfecta, ya que le faltaba vitalidad. En una poesía Browning lo refiere al decir “ah pero un hombre debe abarcar más de lo que tiene al alcance de la mano, ¿o para qué está el cielo, si no? Uno siempre aspira a más, sabiendo que va a fracasar. Lo que se busca con cada libro es tratar de alcanzar aquello a lo que se aspira. O al menos fracasar de otra manera.
-¿Considera que fracasó si una crítica es negativa?
-En un tiempo, esas cosas me dolían. Al publicar Todo lo que muere, mi primera novela, en Inglaterra, las críticas fueron o excelentes o pésimas. Las malas fueron de las peores. Me llevó tiempo darme cuenta de que eso no importaba, porque cuando terminaron esas malas críticas, había escrito ya mi segundo libro, El poder de las tinieblas. Ahora lo que hago es leer la primera y la última línea de los comentarios. Si la última es negativa, no la leo más. Si es buena, sí. La leo pero no la creo. Porque la tendencia humana es siempre creerse lo malo. Los actores, músicos, como ponen algo ante el público, siempre buscarán entre la gente al que no los aplaude, porque ese es el que sabe que uno no es bueno. Esa persona es la manifestación externa de la propia voz. De todos modos, no siento miedo, porque sé que lo que produje es lo mejor que podía producir. Si fracaso, no será porque no hice lo mejor que pude. Eso es suficiente para mi.
-¿Cómo se lleva con sus propios libros? ¿Es muy crítico con ellos?
-Seis meses después de publicado, lo único que veo son los errores. Que uno se promete no volver a cometerlos. Pero se cometen otros. Entonces, después de veinte libros aprendí que hay una cantidad infinita de errores, cada uno de ellos más interesantes que los anteriores.
-¿Planifica sus libros?
-No hago planes. Cuando empiezo, tengo como nubes de ideas. Sé que en el proceso de mover de la cabeza a la página, la historia que uno tenía en mente no se puede bajar del todo. Porque lo que está en la cabeza no puede tener la forma de la página. Algo siempre se pierde en ese proceso. Nunca sale como uno quería que fuera. Lo mejor es aspirar, a través del trabajo arduo, la disciplina y algo de pasión, a escribir el mejor libro que se pueda en ese momento.
-¿Tiene dudas al escribir?
-La duda es parte del proceso. Te garantizo que después de las 40 mil palabra es cuando la mayoría de quienes quieren escribir, abandona. Las primeras 10 mil son fáciles. Pero el entusiasmo se quema a la larga y no te sostiene. Es disciplina y determinación sin piedad lo que hacen que termines un libro. La duda nunca desaparece. Escribí 22 libros. Cualquiera creería que a esta altura no tengo dudas. Pero las tengo. Sin embargo, a pesar de eso sigo trabajando. Hay pocos escritores tan convencidos de su propia genialidad, que no tienen dudas. Eso tiene un nombre: boludos. El resto de nosotros nos debatimos entre dudar de lo que escribimos y la convicción de que la novela es buena como queremos. Después pedimos a la gente que pague 200 pesos por el libro, pues no lo vamos a regalar. En definitiva, se trata de una tensión entre una duda suprema y un ego enorme. Con eso lucha el escritor.
-¿De quién es la responsabilidad de que escriba sobre policiales?
-De Ross Macdonald, el escritor estadounidense. Sus novelas son fascinantes. Es mi gran influencia. Sí, el culpable es Macdonald.
-¿Qué tipo de policiales lee?
-Siempre me gustó la ficción criminal, la que trata sobre el misterio del mal. No leo thrillers policiales legales. No me interesan las novelas que tienen que ver con un orden social preconcebido o el orden del Estado. Me importan los libros más caóticos, de tensión. De hecho, mis novelas están tocadas por un tinte sobrenatural.
-¿Se siente afortunado por vivir de la escritura?
-Es el mejor trabajo que he tenido. Es más que un trabajo. Les digo a mis hijos que el secreto de la felicidad es encontrar lo que uno ama hacer y convencer a alguien que pague dinero por eso. Si lo lográs, serás más feliz que mucha otra gente. Aunque habrá días en que no te gustará tu trabajo. Pero serán los menos. Tu empleo puede ser romper ventanas con pelotas de béisbol, y en algún momento dirás que te duele el brazo. Estoy contento con lo que hago.
-¿Quién es Charlie Parker?
-Alguien que me permite ver el mundo de otra manera. Alguien que tiene muchos de mis gustos y opiniones sobre el mundo, aunque siempre exacerbadas. Es quien me permite llevar algunos de mis rasgos a un extremo y ver cómo se transforman.

PERFIL
Nacido el 31 de mayo de 1968 en Dublín, Irlanda, es una de las voces más notables del género policial de los últimos años. El protagonista de sus historias es el detective Charlie Parker. Algunas de sus novelas son Todo lo que muere, Los hombres de la guadaña, Los amantes y Cuervos. Hasta el momento, la última es El invierno del lobo, un gran relato en el que Parker la pasa realmente mal.

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