EL LUNES PUEDE SER UN GRAN DIA

Reconocido consultor y coach, Diego Kerner apeló a las artes marciales para contar sus experiencias en un libro que tituló “Lunes felices - los siete pasos hacia una vida más auténtica”. El resultado es un gran trabajo del que su autor habla en esta entrevista. La entrevista fue publicada en Revista Nueva y puede leerse acá.


Diego Kerner estaba hecho profesional y económicamente a poco de haber pasado los 30 años de edad. Importante referente argentino del mundo corporativo, vivió y se destacó en Inglaterra, donde llegó a ser integrante del directorio regional de Cadbury Adams. Se había parado en un lugar que muchos desean y por el que varios pelean. Pero lo suyo estaba en otro lado. En las artes marciales, que practica desde chico. También en su formación como coach ontológico y en sus estudios de Creatividad, Facilitación de Equipos de Trabajo y Psicología. Pateó el tablero. Empezó de nuevo. Hoy es socio de la consultora Thebrandgym, una de las más importantes del mundo. Se animó a desprenderse de bienes y mandatos sociales y se puso a trabajar en lo que le gusta. Ese proceso interno lo contó en un libro que se titula Lunes felices - los siete pasos hacia una vida más auténtica (Grijalbo). Con la descripción de vivencias personales y consejos, invita al lector a intentar cambiar aquello que no le gusta de su vida. Le muestra que se puede y que bien vale animarse. Para eso se vale de sus experiencias, que incluyen películas, filosofía oriental y hasta una drástica reducción de objetos materiales. “Andaba con muchas búsquedas personales. A veces sin saber por qué y en otras con una conciencia más clara. Me iba bien económicamente, pero siempre tuve una vida frugal que provocaba risas: dirigía una corporación pero vivía en un departamento sin cochera y mi auto era un Corsa. Eso me hacía sentir libre. Porque vivir sin tantas cosas materiales te hace sentir libre. Hay un punto en que lo material te empieza a poseer”, le cuenta a esta revista en su estudio del barrio porteño de Almagro.
Al momento de esta entrevista, Kerner, de 45 años (parece de menos), se sienta al lado de un enorme cuadro con la imagen de un samurai. A centímetros se agrupan libros filosóficos. Hay mucha luz. También una computadora pequeña. Es todo lo que necesita para trabajar.
-¿Cómo es eso de las búsquedas personales?
-De chiquito sentía que tener muchas cosas me pesaba. Mi visual era llevar una mochila llena de cosas. A los 14 0 15 años leí la vida de San Francisco de Asís y me partió la cabeza eso de despojarse y ser más libre. Me iba bien económicamente en el mundo corporativo. Pero no quería tener tantas cosas materiales. No hago una apología de lo no material, porque me encanta vivir bien y darme ciertos lujos, pero hay un punto en que lo material te empieza a poseer a vos. En el sentido literal. Porque estás preocupado por seguir manteniendo lo que tenés, que te demanda tiempo y plata. Mitad intuición, mitad lógica: ese es un pilar del libro. Es el punto central si uno quiere tener una vida más austera.
-En Lunes felices vas más allá de lo material.
-También pregunto por qué hay que tener tantos amigos, tantas relaciones, por qué tantos hobbies, por qué hacerse de tantas dependencias. Me parece que asusta. A veces la identidad se arma mostrando el auto que tenés, la casa, la pilcha o una red de amigos o relaciones. Quizás para no ver tu propio vacío existencial. A mi me gusta estar solo. Me llevo bien conmigo. Hoy tengo un coche austero, porque no me resulta un esfuerzo. Una oficina, una casa. No necesito mucho más. Sí preciso tiempo libre para hacer lo que me gusta.
-El del tiempo es todo un tema.
-No hay soluciones mágicas, pero si sabés lo que te gusta, que muchas veces no se sabe, ya tenés un paso dado. En cuanto al tiempo, hay que tomar en cuenta algunas cosas básicas: pasamos un montón de horas en Facebook u otras redes sociales o frente a la televisión. Si uno tomase conciencia tal vez entendería que ese tiempo se podría dedicar a lo que le gusta: tocar la guitarra, tomar café o leer. En vez de tener 430 millones de amigos, que demanda tiempo, podría privilegiar conectarme conmigo, que es lo que me gusta. Pero no hay que olvidarse de que además se necesita energía. No hablo de un taxista que labura 14 horas por día. Pero mucha otra gente tiene tiempo pero le falta energía. Y la energía se optimiza comiendo bien, meditando, manejando el estrés, escuchándose. Tengo los mismos problemas y rollos que los demás. Unos ping pong mentales como todo el mundo. No es fácil abstraerse, pero hay caminos. La meditación, por ejemplo, que te baja. También es bueno mirarse en ese espejo interno y conocerse y tener proyectos propios. A la mente hay que seducirla con cosas que atraigan. Si tengo cosas que me atraen, la mente andará mejor.
-Escribís que “ser más felices tiene que ver con tiempo y espacio para hacer lo que nos gusta”.
-Como decía antes, si no te escuchás, no sabrás qué te gusta. No es un tema menor. A veces trabajo con gente que me dice que no tiene tiempo. Pero si les digo que cuentan con seis horas libres, no saben qué les gustaría hacer. Eso lo sabemos de chicos, pero ya de adultos empezamos a cambiar. Tal vez llevados por obligaciones o por voces sociales como maestros, abuelos, padres. Lo que propongo es volver a ser chicos para conectarse con uno. ¿Qué cosas te gustaban de chico? Ahí vas a encontrar alguna pista. La felicidad no es un estado zen de nirvana. Es algo más concreto. Hay estudios que dicen que la gente que dedica tiempo a lo que le da placer es más feliz.
-Sin embargo, vivimos obsesionados por los mandatos sociales, miedos y lo que llamás “las tres P”: plata, prestigio y poder.
-Nos habitan voces de otros, sin mala intención. Cuando terminé el secundario quería ser psicólogo y mi mamá, con buena leche, me dijo “fijate de qué vas a vivir”. La materna es una voz poderosa. Terminé siendo contador. Si uno registra su propia voz, puede dar al menos una pelea interna. Lo de “las tres P” tiene que ver con poner el carruaje antes que el caballo. Se persigue plata, prestigio y poder. Cuando los tenés te das cuenta de que eso no te hace feliz. Hay estudios. La mente es adaptativa. A los tres o cuatro meses de haber ganado la lotería, la gente vuelve a estar igual que antes. El único cambio significativo de plata que hace más feliz es cuando se sale de la línea de pobreza. Está comprobado.
-Hablás de que hay quienes deben remar para llegar a la felicidad y de otros que la alcanzan de manera sencilla.
-En eso soy un remador. Es lo que se conoce como lotería genética. Una gente nace optimista y otra no. Yo viví muchos domingos infelices porque no estaba donde quería ni hacía lo que me gustaba. Pero cuando encontrás un proyecto, las cosas son más fáciles. Ahora, los domingos espero que sea lunes. Porque me gusta lo que hago.
-Lo que se destaca en el libro es que reconocés cosas íntimas, como por momentos tener envidia.
-Me pareció importante abrir cosas mías para ser más creíble. Me parece que en el mundo actual hay una cosa de exarcerbar la competitividad. Nos fijamos demasiado en lo que hace el otro pero no medimos con la misma vara. En realidad la vara debería ser uno mismo. En cuanto a mí, sí, a veces también tengo envidia, que es retorcida y te hace sufrir como un perro, porque cada vez que al otro le va bien uno sufre. Aparece como una voz interna que te dice “él tiene eso y yo nunca lo tendré”. Y a lo mejor yo no quiero eso. Ocurre que no sé qué quiero. Eso es porque estoy alejado de mi deseo. Los que hacen lo que les gusta, por lo general envidian menos y la envidia se transforma en admiración. Cuando uno está alejado de lo que quiere es más fácil engancharse en el otro. Sufrí bastante con la comparación y todavía debo lidiar con eso. Lo que aprendí es que la mejor comparación es con uno mismo. El ejemplo del samurai: la lucha de un guerrero es ser cada vez mejor persona: más leal a uno mismo, a sus valores, respetar a los otros, ser cada vez más honorable. A veces se gana y a veces se pierde. Si lo planteás así, cambia la perspectiva de la vida. No es fácil. Pero es un lindo camino a emprender.
-¿Por qué nos cuesta arriesgar?
-Por miedo, creo. Si alguien te dice que todo te saldrá bien, a lo mejor te animarías más. Pero estamos tan agarrados a las cosas que nos resulta difícil soltarlas. Nos sentimos vulnerables al soltar. El miedo es un lío grande. Hay un miedo que sirve, pero hay otro que son fantasmas. El primer paso es mirar al miedo a los ojos y convivir con él. El riesgo es un costo a pagar por hacer lo que uno quiere. Pero a medida que uno se va animando a hacer cosas y las cosas más o menos funcionan, el miedo se va disolviendo.
-En el libro hablás de lo genial que es combinar pasión y talento.
-El talento se descubre con más facilidad: es visible. La pasión, no tanto. No sé cómo desarrollarla. Es inmanejable. Se enciende cuando encontrás lo que te gusta. Yo no soy un tipo apasionado, sino conectado con lo que me gusta, que no es lo mismo. Lo peligroso es cuando se privilegia el talento sobre la pasión. Ahora, cuando se combinan, ¡bingo! Mi propuesta es que es preferible seguir tu pasión o lo que te gusta, aunque no seas talentoso. Porque cuando hacés lo que te gusta tenés más chances de mejorarlo. El problema es que muchas veces se sigue el talento y no la pasión, porque nos enseñan que el talento es lo que nos dará plata.
-¿Son fundamentales el sacrificio y la disciplina?
-Todo cambio requiere de ambos. Yo estudiaba para contador, pero odiaba la carrera y me encontré con el marketing. Trabajaba todo el día y entendí que tenía que levantarme más temprano para ganar tiempo. Así que durante dos años pedía libros en la biblioteca de la UBA, leía y subrayaba y me levantaba a las 5.30 de la mañana. Así le gané horas al día. Me sentí orgulloso y adquirí conocimientos. Vivimos en una sociedad muy relajada y, para mi gusto, con demasiados placeres y comodidad. Creo que pocas cosas se logran sin sacrificio ni disciplina. Y si las lográs sin eso se disfrutan menos.
-Hacés hincapié en la importancia de la filosofía oriental.
-Es que las ideas occidentales toman alma, cuerpo y mente como elementos sueltos, mientras que las orientales lo asumen como un todo. Cuando pude incorporar esto último, tomé mejores decisiones, entendí mejor el impacto de mi emocionalidad en el cuerpo. En este sentido, haber leído el libro El guerrero espiritual, del maestro Masafumi Sakanashi, me cambió muchísimo la perspectiva de las cosas.
-Practicar la solidaridad hace bien, decís. ¿Por qué?
-Hay estudios que determinan que ayudar a otro genera más placer. No sé si será que estamos programados para ayudar. Tengo un amigo que hace 21 años va en cada Navidad al Hospital Garrahan a repartir juguetes disfrazado de Papá Noel. Este año lo acompañé y cuando salí me dije “estoy por egoísmo, porque me hace bien a mi”. Pero que es placentero y hace bien, no tengo duda.
-¿Solemos pensar más en el resultado que en el camino?
-Muchas veces. Y si estoy pensando en el resultado, no le doy bola al presente. Entonces vivo con la mente volando en el futuro. ¡Pésima forma de disfrutar la vida y conectarte! Estar pendiente del proceso hace que estés todo el tiempo pensando en el aquí y ahora. Por eso los japoneses son piolas y eligen actividades que demanden concentración, como el aikido, que parece inofensivo, pero si te desconcentrás medio segundo te ligaste una caída o  un golpe. Eso te obliga a estar en el presente. Lo otro, en cambio, te lleva a que tu vida se debata sólo entre buenos y malos resultados. Si te podés desconectar del resultado vivís una vida más interesante. Pero somos una sociedad súper súper super resultadista.
-¿Cómo nos sacamos la idea de producción ininterrumpida?
-Una vez alguien me dijo que actividad no es lo mismo que acción. Que me esté moviendo todo el tiempo no significa que esté haciendo algo productivo. Somos seres más corredores de corta distancia que maratonistas. Entonces, lo ideal es que uno tenga picos al palo, a su máxima intensidad, y períodos de reposo y descanso. La mente y el cuerpo necesitan del descanso. Si no, no podrás hacer tu próximo pico. El descanso es parte de la producción.
-¿Qué opinás de la autoexigencia?
-Creo que hay que bajar un poquito la vara de la exigencia. No ser tan estrictos en el sentido de “lo hago perfecto o no lo hago”. En lo personal, prefiero hacer las cosas muy bien antes que excelentemente. Ese plus de exigencia no cambia mucho la cosa y va a estresar. Uno hace lo que puede. Hay que relajar un toque.
EL LIBRO QUE LE CAMBIÓ LA MIRADA
Cuando Diego Kerner habla de su libro, Lunes felices, no deja de mencionar otro que le hizo ver las cosas de una manera diferente. Se llama El guerrero espiritual, escrito por Masafumi Sakanashi, un artista marcial nacido en Japón en 1954 y que vivió en Argentina, donde se convirtió en uno de los máximos referentes de las artes marciales. Incluso, fue el fundador y director del Centro de Difusión del Aikido. Fue también su maestro.
En El guerrero espiritual, Sakanashi invita a aceptarnos tal como somos, con defectos y virtudes. “Sostiene que nuestra existencia en la Tierra es un choque constante de fuerzas. Una existencia de lucha, esfuerzo y desafíos, donde el camino de transformación pasa por despertar a la vida propia”, lo refiere Kerner.
En sus páginas, entre muchas y buenas ideas, Sakanashi destaca que “lo que estamos tratando de pensar es cómo el ser humano fue creando más y más artificios complejos en su civilización y, en la misma medida en que avanzó, perdió lo esencial y, para colmo, se olvidó de que lo había perdido”. Tal vez sirva como punto de partida para reflexionar.
Sakanashi falleció el 10 de febrero de 2012.

¿POR QUÉ LAS ARTES MARCIALES?
“De chico me volví loco con Bruce Lee. Y cuando ví a un samurai entendí que estaba ante una figura valiente, heroica, con códigos de conducta, valores, lealtad a sí mismo e íntegro”, recuerda Diego Kerner durante su charla con Nueva. “No vengo de una familia apegada al deporte ni a las artes marciales. Empecé con judo y me fui rodeando con amigos que tienen que ver con las artes marciales. Me siento cómodo en ese ámbito”, agrega.
Al respecto, sostiene que también le interesa “la parte filosófica de la cultura oriental. Pero como además me gusta pelear, entiendo que quizás las artes marciales sean una forma de canalizar la violencia. Todos tenemos que agarrarnos de algo: el mundo de marcial tiene algo interesante para guiar mi vida”.
“El maestro Masafumi Sakanashi decía que para aprender algo hay que hacerlo 100 mil veces, hasta que se incorpora. Hay como una idea de que no podemos estar aburridos. Y practicar es aburrido. Tiene mala prensa el aburrimiento. Todo tiene que ser curioso y excitante, pero no siempre es así. A veces hay que meterle a algo que no nos gusta pero que nos va a servir. La práctica es la única forma de aprender”, opina.

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