Es lo que opina Hebe Uhart, autora de excelentes crónicas de viajes y cuentos. Según Fogwill, es la mejor escritora. Sus talleres literarios son un éxito y una de sus alumnas les dedicó un libro. A sus casi 80 años sigue escribiendo y viajando. La nota, tal como fue publicada en La Voz del Interior.


-¿Así que esta entrevista es para La Voz del Interior?
-Sí. Usted estuvo en Córdoba, ¿no?
-Si, hace como dos años. Me invitaron a una Feria del Libro. Hay provincias que conozco muy bien. Córdoba, Entre Ríos, Santa Fe.
-En su libro Viajera Crónica (Adriana Hidalgo), dedica un texto muy detallado a la provincia. Córdoba, lo titula.
-Córdoba es muy variada. Tiene la zona de Capilla del Monte y San Marcos Sierra, que son muy particulares. Córdoba capital es otra cosa. A media hora de auto, hay montaña. Es un privilegio. Nosotros, en este conurbano enorme que es Buenos Aires, no tenemos esa suerte. Además, los cordobeses tienen dos corrientes contrapuestas: una progresista, con las fábricas de aviones, los gremios, las movidas de estudiantes; y otra vertiente muy clerical, religiosa. También me gusta que es el centro de estudios para muchos riojanos, catamarqueños, peruanos, que se sienten más cómodos o contenidos que en Buenos Aires.
Ahora Hebe se sienta de espaldas al balcón de su departamento del barrio porteño de Almagro. Acaba de traer dos pocillos pequeños con café. Mientras bebe el suyo, también fuma. Se la nota de buen humor. Tiene ganas de hablar e invita: “Ponéte cómodo”. A sus casi 80 años sigue inquieta. A pocas semanas de esta entrevista tiene planificados más viajes. Serán para su próximo libro: se titulará De aquí para allá y saldría en octubre, a través de Adriana Hidalgo, la editorial que la tiene como gran referente. Tratará sobre distintas comunidades indígenas de Argentina, Colombia, Perú y Ecuador. “Me queda reunirme con los bolivianos de Liniers y hacer otro viaje a Rosario”, aclara sobre este trabajo. “Dos viajes cortitos y lo termino”.
-¿Por qué sigue viajando?
-Para aprender. Hay cosas que no sabían que existían. Este último año aprendí muchísimo. Incluso en el Ecuador, donde conocí a los indios otavalos. Con ellos no sabés si estás en el pasado o el presente. Usan trajes típicos, pero no les falta el teléfono celular. Tienen camionetas que llaman doble cabina: son las 4 x 4. Aprendieron a exportar. Están en todo el mundo. Aprendieron a leer y escribir para que los blancos nos los estafen. Me sigue apasionando viajar. Sobre todo si son viajes que sorprenden. Uno me dijo que tiene una empresa de calzados pero con un leve toque indígena.
-En sus crónicas refleja con exactitud la expresión de los lugareños. ¿Cómo lo logra?
-Yo escucho. Es fundamental escuchar. Una escucha cuando algo le llama la atención. Con el tiempo, si una hace varios libros de viajes se aprende a sacar provecho hasta de dónde no se puede sacar mucho. Cualquiera que escriba, si quiere hacer personajes, tiene que saber cómo hablan los lugareños. Flannery O'Connor contaba, sobre sus alumnos del sur de los Estados Unidos, que “todos los textos que me mandaron están escritos en el lenguaje neutro de la televisión”. Como diciendo, “no registraron el habla local”. Aquello que no se registra del habla de los otros tiene que ver con los prejuicios. El prejuicio de que hablan mal y si hablan mal, no los registrás. O con la impaciencia. Hay mucha gente prejuiciosa que cree que los más humildes o indígenas hablan mal. En vez de escuchar, se hace un juicio de valor. Existe un porcentaje de rechazo. Si superás ese rechazo y tenés paciencia, podés escuchar lo que dicen. Hablan de acuerdo a su contexto. Hay que tener en cuenta a esa gente en su contexto. Entonces aprendo.
-¿En qué momento escribe los textos? ¿Viaja con computadora?
-A veces escribo en el momento. Pero no llevo computadora. Llevo papel, un anotador. En general, en esos lugares alejados el tiempo es largo, entonces voy pensando y anotando y me traigo todo arreglado, Recién después me meto en la computadora.
-¿Por qué sigue dando clases?
-Porque me gusta. Me gustan los alumnos porque por ellos me entero de cosas que no me enteraría de otra manera. Por ejemplo, aprendí lo que es el síndrome de Peter Pan, el de los varones que no maduran. Tienen 40 años con mente de 18. Quieren seguir viviendo con los padres. Tenía un alumno de Quilmes que sus amigos tenían 30 y pico de años y tocaban música los fines de semana sin saber de música. Su vida era eso. Ni una carrera, nada. Fui averiguando y me enteré de que existía eso.
-¿Qué le significa que sus talleres tengan un libro propio, como el que escribió Liliana Villanueva (Las clases de hebe Uhart) sobre su experiencia con usted?
-A ella le significa mucho porque va por la cuarta edición. El lunes me trajo un poco de plata, como si fuera coautora. ¡Y no lo soy! Las clases las dí yo pero el libro lo hizo ella. Un asombro me significa que se venda tanto. Además tengo mucha oferta de taller, seguramente por ese libro.
-¿Por qué pasa eso?
-La gente es un poco insensata. Hay muchos buenos talleres. Pero a uno le gusta ese taller determinado y todos quieren ir. Son un poco cholulos. Buenos Aires siempre fue cholula. Antes eran cholulos de los políticos, desde el siglo 19. Ahora de los actores, que en otros años eran mal vistos. Entonces todos los sectores sociales consideraban que tenían alguna relación con un miembro del gobierno. El cholulismo de Buenos Aires tiene que ver con la necesidad de pertenecer. Los adolescentes son cholulos. La gente quiere venir porque les habrá gustado el libro, que está bien escrito. Pero hay muchos talleristas importantes, variados.
-¿Para qué sirve un taller?
-Después de veinte años, no sé para qué sirve. Puede servir como estímulo. Pero un estímulo también puede ser un golpe en la cabeza. Yo les digo a mis alumnos que no piensen que serán escritores. Que van a leer, sí, porque en cada clase les preparo algo diferente. Si uno quiere ser escritor, se supone que se va a leer. Pero no deja de ser un estímulo. Hay gente que viene muchos años y otros se van enseguida. Es placentero. Arman grupos en los que se quieren entre ellos. No estoy tan segura del resultado. Ahora, que les hace bien, les hace bien. Tengo grupos de muy buenos escritores, que van sacando libros. Tener un grupo es tener un lugar de pertenencia.
-En sus textos suele aparecer el humor. ¿Por qué lo utiliza?
-El humor es bueno porque distiende. Si no compartís el humor, te excluís. El humor va más rápido que los otros razonamientos. Me parece algo interesante lo del humor. Las parejas tienden al libreto dramático: “¡Me voy!”. “¿Te vas?”. Y lo corre hasta la puerta. Y si en vez de eso le dice “bueno, andá y traéme medialunas” se acaba todo. Porque son roles complementarios. Eso distiende. Los políticos deberían tener humor. ¿No tendrían que tener más humor las discusiones? Se volverían más humanas. El humor además es una vuelta de aceptación de lo que te toca. Si considerás con humor una situación que te pasó, la superás. Las chicas jóvenes están hechas de “él me dijo”, “yo le dije”. Todo eso es una cosa de una densidad que cuando la mirás a la distancia resulta graciosa. No en el momento. Los mecanismos de los monólogos internos. “Antes de llamarlo me corto un brazo”, decía una conocida maestra mía. ¡Mirá vos! ¡Se corta un brazo! Eso, a la larga, te provoca risa.
-¿Hasta cuándo seguirá escribiendo?
-Voy a pensar si sigo escribiendo. No creo eso de que uno si no escribe se muere y esas cosas. Creo que se puede hacer muchas cosas. Mientras tenga ganas de hacerlo, lo haré. Claro que no hay escritores sino gente que escribe. La gente tiene la figura del escritor como algo extraordinario, especial. Un escritor es un rol. Cuando escribe, escribe. Cuando no, paga los impuestos, cuida las plantas, es padre. Pero la gente privilegia el rol del escritor y lo convierte en una entidad platónica. Se presta porque escribir es una actividad solitaria, medio misteriosa. Es una actividad rara leer, escribir, de solitario. Eso se mitifica. Pero no todos los libros que se escriben tienen valor. ¡Hay cada cosas que se publican!

PERFIL
Hebe Uhart no tiene el perfil masivo de otros escritores pero cuenta con el reconocimiento de sus colegas y una gran cantidad de lectores. Sus cuentos no paran de recibir elogios. Relatos reunidos (Alfaguara) lo demuestra. Sus libros de crónicas son una especie de material de culto: Viajera crónica, Turistas (ya va por la tercera edición) y De La Patagonia a México, todos publicados por Adriana Hidalgo, sirven como herramienta para introducirse en su mundo. Ni hablar de sus ya mitológicos talleres de escritura que dicta en su departamento. Tanto interés generan que hasta tienen un libro propio: la escritora Liliana Villanueva reflejó su experiencia en Las clases de Hebe Uhart (Blatt & Ríos). Va por su cuarta edición.
Entre sus planes figuran continuar con sus talleres hasta agosto. Luego viajará a Colombia, invitada para ser jurado de un concurso. En octubre saldrá, a través de Adriana Hidalgo, su nuevo libro, De aquí para allá, basado en sus recientes experiencias por comunidades indígenas de Colombia, Perú, Ecuador y nuestro país.

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