FLOTANDO EN LAS ALTURAS

Juan Maggi tiene 52 años y a causa de una poliomielitis que padeció de bebé, recién ahora puede pararse. Su vida cambió cuando empezó a hacer deportes. Su último logro fue subir al Himalaya. Acá cuenta su historia. La nota fue publicada en Revista Nueva y puede leerse acá.


Lo que queda flotando, después de una larguísima charla con Juan Maggi, es un recuerdo de su infancia que suelta al hablar de la lástima. “Es una palabra ligada al desconocimiento. Cuando era chico y no existían los shoppings, iba en mi silla de ruedas a comprar música al centro de Córdoba. Me gustaba mucho la música. Tenía 7 u 8 años y en la calle las señoras grandes me tocaban la cabeza al pasar y decían ‘pobrecito’. Hago referencia a esto de la lástima porque me gustaría que esas personas me vean ahora en el Himalaya. Por eso digo que la lástima está asociada al desconocimiento. Mi mensaje, en alguna medida, es tratar de demostrar que hay una vida como la de cualquiera, adaptada, pero bien viva. Entre quienes tienen problemas físicos hay gente triste pero también feliz, como yo. Hay de todo: ladrones, honestos, trabajadores, vagos. La palabra lástima la usan por desconocimiento”.
Cordobés, Juan Maggi tiene 52 años (4/12/62). Tenía un año cuando el mismo día en que empezó a caminar contrajo la poliomielitis. En un documental lo cuenta, todavía sorprendido, su padre, Juan Carlos, de casi 80. Maggi se trasladó siempre con bastones y sillas de ruedas. Se casó. Tuvo hijos. Se separó. Volvió a casarse. Tuvo más hijos. En tanto, padeció un infarto. Fue a sus 37 años. A los 39 empezó a hacer deportes. Su mejor decisión, le dice a esta revista. En el 2003 corrió en Rosario. Luego compitió en otros países, representó a la Argentina y en 2012 se compró unas piernas de tecnología biónica. Con ellas pudo pararse por primera vez. Después le propusieron hacer un documental sobre su vida. Por eso redobló la apuesta y subió, en una silla de ruedas adaptada, 5.460 metros del Himalaya; lo máximo en sus condiciones. Llegó a lo más alto el 3 de agosto pasado.
Lo que sigue es una charla con alguien a quien la actividad deportiva le cambió la vida. No es una entrevista de autoayuda sino una conversación sobre alegrías alcanzadas y tristezas superadas. Un ida y vuelta tan humano que se amolda a cualquiera.
-Llegaste al Himalaya, ¿y ahora?
-No imaginaba que mi historia tendría tanta repercusión. El deporte para gente como yo tiene la ventaja de que te permite lucirte con poco... Ja ja. Aprovecho esta difusión para pasar mensajes. Recibo por redes sociales muchos mensajes de gente con discapacidad. Lo más fuerte fue de un chico que tiene esclerosis múltiple, que no aguantaba más su enfermedad tan jodida. Estaba en la cama. Me escribió diciendo que se había entregado y a partir de mi historia se sintió esperanzado de nuevo. Eso me impactó. Fue muy fuerte. Mi mujer dice que ando juntando rengos por la calle, porque a cada tipo al que veo en una silla de ruedas le doy mi tarjteta y trato de incitarlo a hacer deportes. El deporte fue el quiebre en mi vida.
-¿Por qué entró a tu vida el deporte?
-Me surge como me surgen otras cosas. Me las van poniendo ahí para que lleguen en el momento justo. Si empezaba de chico, a lo mejor no le daba pelota.
-¿Cómo fueron tus inicios deportivos?
-Primero me propusieron correr la maratón de Nueva York, por lo que empezamos a entrenar en casa con una bolsa de box. Eran cosas limitadas las que podía hacer. Había que inventar algo para no aburrirme. Ví que había unas bicicletas que se manejan con las manos, así que me ofrecieron intentar con ellas. Me embalé y a los 15 días tenía una comprada. Empecé a entrenar y tres meses más tarde estaba corriendo la maratón de Rosario en preparación para la de Nueva York.
-¿Cuál fue la relación con tu cuerpo en esa nueva vida?
-Cuando uno tiene una discapacidad, el cuerpo es como que lo lleva a la rastra a uno. Te duele figurativamente. Con el deporte adaptado se empieza a darle valor al físico. Tu cuerpo te comienza a dar satisfacciones y deja de ser una rastra. El deporte te limpia la cabeza, no sólo el cuerpo. Tengo la particularidad de que me pasan cosas que debería haber hecho de chico: aprendí a caminar a los 50 años y la primera vez que fui a la montaña en bicicleta fue hace un año y medio. Inmediatamente sentí el retorno positivo del deporte: desde el primer día en que empecé a transpirar por un esfuerzo físico. Hasta podría describir la primera vuelta en bicicleta, en Villa Allende. Me sentía un súper héroe.

UN INFARTO Y VOLVER A EMPEZAR
-¿El infarto que sufriste a los 37 años fue el quiebre para cambiar de vida?
-Cuando uno tiene polio piensa que nada malo más le va a pasar. Anduve por la vida pensando que no me podía ocurrir algo peor. Era distribuidor de productos informáticos, viajaba a Buenos Aires, participaba de comilonas con vino, whisky, cigarrillo. Terminó como tenía que terminar: me infarté justo el día antes de que mi hija cumpla un año. En la recuperación me dije “tal vez lo único que no hice es dedicarme a full a mi familia”. A eso me dediqué desde entonces.
-¿Cuáles fueron los cambios?
-Tenía una huerta en casa, me levantaba a las 5 de la mañana y la trabajaba. Hacía cosas de viejo. Así, durante un año y medio. Cuando arranqué con el deporte me conecté de nuevo con la vida. En ese momento quería ser ciclista. Siempre me he querido parecer a una persona normal o sin discapacidad. Creo que fue un gran error. Cuando busqué lo mejor de una persona con discapacidad encontré éxito y paz en mí. Mi lucha era hacer lo que no podía hacer. Recién en la bici me encontré con un mundo nuevo. Fue mi primer contacto con la competencia.
-¿Qué diferencia hay entre imposibilidad y resignación?
-Todo es posible de intentar. Lo peor que puede hacer uno, con o sin discapacidad, es no intentar. Suelo decir que lo difícil se hace y lo imposible se intenta. Tiene que haber una decisión de ponerse en marcha. Poner lo mejor de uno. Si no llega, será que no era para uno.
-¿Qué recordás de tu primera carrera, en Rosario?
-Que llegué primero, a una velocidad de 18 kms/h. Me escoltaban dos motos de policía, periodistas que me querían entrevistar. No me olvido más de la emoción de mis viejos y un amigo de la infancia  cuando llegué a la meta. Fue algo tremendo. Cosas alucinantes. Un sueño. No se me borrará nunca. De ahí no paré más hasta llegar al Himalaya. Corrí en Mendoza, en el maratón de Nueva York, en Los Siete Lagos, Barcelona, Miami, dos veces en Roma, en Buenos Aires. Jugué al tenis en silla de ruedas y al básquet. También esquié, que se hace sobre una silla con esquíes convencionales. Es el deporte más igualador. También hice natación. Las bicis de montaña las descubrí hace poco. Es muy raro lo que pasó con el deporte: mi viejo, por ejemplo, hoy tiene 80 años y empezó también a hacer deportes. Me acompaña y corre 5 kilómetros diarios. La carrera de Los Siete Lagos, por ejemplo, la hicimos juntos.

EL HIMALAYA
-¿Qué significaba para vos llegar a lo más alto del Himalaya?
-Representaba mi pasión por superarme. Ya había logrado el alto rendimiento en la competencia ironman y sabía que estaba listo para enfrentar un entrenamiento tan duro como el que deparaba el Himalaya.
-¿Cuál fue tu sentimiento al llegar?
-Un poco de todo. Estaba agobiado por la altura, me sentía satisfecho por el deber cumplido, tenía orgullo deportivo y ganas de abrazar a mis seres queridos. Llegar ahí, tan alto, no se compara con nada. Pero extrañaba mi ámbito social. Porque estar a 5.460 metros de altura en las condiciones en que estábamos, con diez días de carpa, sin bañarse, durmiendo en la montaña, con las ollas lavadas en ríos contaminados… es algo folclórico pero también peligroso. Ahora que pasa el tiempo van quedando las mejores sensaciones.
-Cuando recordabas a esas señoras que te tocaban la cabeza, lastimosamente, me preguntaba cómo se encuentra la sociedad ante la discapacidad.
-En mi caso, la polio entró en una familia y no sólo en un chico. Complica a todos. A la sociedad le falta mucho, pero ha evolucionado bastante. Mi familia ha sufrido, pero no a mi par, porque el que se enfrenta a las barreras soy yo. Ahora que tengo chicos me imagino qué haría si alguno de ellos hubiese tenido algo así. En mi casa paterna hemos tenido la suerte de que yo me mezclé en la sociedad desde siempre. Esto que me ha pasado me dio muchos psicólogos: vos, el otro, aquel, todos aquellos a quienes cuento mi propia vida. Es bueno permitir a las personas con discapacidad integrarse a la sociedad y que uno también se anime a integrarse. Muchos siguen actuando con desconocimiento. Cuando tuve que pedir ayuda, lo hice. Mezclarme socialmente ha sido bueno para mi familia paterna y también para la que he formado yo, con mi segundo matrimonio, con Victoria, quien después del infarto tuvo un papel fundamental en mi reinvención.
-¿Cómo se vive en tu familia actual tu situación?
-Convivimos con la discapacidad. Es algo más. Hay discusiones porque alguien me choca las piernas o un “te bañaste y no me dejaste el banquito en la ducha”. Cosas normales.
-¿Qué significado le das a poder pararte?
-Estar parado no es lo más importante que me pasó. Cuando me paré, después de estar 50 años sin hacerlo, miré para atrás y me di cuenta de que mi vida ya estaba llena de vida. Más bien pararme me ha permitido comunicar mi mensaje. O sea, es más importante a nivel social que físico.
-¿Qué es la libertad?
-Yo me siento libre. Lo que te puedo decir es que los gobiernos no tienen ni idea de lo que hacen cuando no se dedican a las personas con discapacidad, porque crean niños presos inocentes. Cuando no tiene rampa para salir con su silla de ruedas, ese chico es preso e inocente porque se queda en su casa por obligación.
-Muchas veces te habrán preguntado qué te quitó la poliomielitis. La contra-pregunta: ¿te dio algo?
-No la elegiría, pero gracias a la polio fui abanderado en torneos deportivos, tuve la sensación de alegría de aprender a caminar, algo que no se suele tener porque al año no se comprende el valor de eso. Como ves, me pasaron un montón de cosas que no me hubiesen ocurrido si no era por la polio.

LA FAMILIA
Juan Maggi no deja de destacar el apoyo de su familia. Tiene cinco hijos: Ignacio (25 años) y Camila (23) pertenecen a su primer matrimonio; Amparo (16) -quien tenía un año cuando él se infartó-,  Catalina (14) y Sara (5). “Nunca pensé que cinco era un número tan grande”, se ríe antes de definir a su vida como “súper activa”.
Destaca también el apoyo de sus hermanos, Claudio, María Fernanda y Gonzalo, y de sus padres. En este punto se le ponen brillosos los ojos al referir a su madre: “Creo que falleció en 2005. Tengo medio guardada la fecha. A veces no la recuerdo. Lamento muchísimo que ella no me haya visto parado. Eso es lo único que me faltó”.
A Victoria, su mujer actual y gran sostén, la conoció trabajando: “Tiene doce años menos que yo. Me estaba separando y había una gran confusión de su parte, ya que tenía una discapacidad, hijos y encima decía que su familia no me quería. Le contestaba que posiblemente yo tampoco hubiese querido a alguien con mis problemas. Pero todo se dio y hoy nos llevamos muy bien. A veces, cuando hablamos de mis logros, le digo: ‘Mirá dónde estamos’. Sería muy egoísta atribuirme los logros sólo a mi. Porque en la primera etapa de mi vida estuvo mi familia paterna para ayudarme a mezclar con la sociedad y tratarme en casa como uno más. En la segunda, Victoria me ha hecho vivir sanamente y en familia”.

EL DOCUMENTAL
Por estos días, Juan Maggi prepara lo que será la película de su ascenso al Himalaya, algo que empezó a gestarse tras comprar una bicicleta especial en los Estados Unidos y trabajar con un grupo de personas para entrenarse y lograr ese ascenso. Lo acompañan su entrenador Marcos Roldán, Darío Mascambroni y Juan Cobo (documentalista). Previamente lo entrenó Elisa Lapenta, que ha trabajado con la nadadora Georgina Bardach. Tampoco olvida a Jorge Canatta, quien lo inició en el deporte, ni a Fernando Herrera, que le enseñó a caminar.
Los entrenamientos se iniciaron con subidas a altas cumbres. Primero en la provincia de La Rioja; luego hizo un viaje a Costa Rica. “Hay mucha preparación previa: bici, médicos, ejercicios para acostumbrarme a la montaña, estudiar cuál es la ropa adecuada. Es un entrenamiento complejo. Todo se iba alineando”, dice. “Lo pensamos bien. Cuando estuvimos preparados para lo del Himalaya nos reunimos, charlamos y resolvimos que había que hacerlo. Mi vida ha sido tomar decisiones”.
Finalmente, en agosto alcanzó los 5.460 metros. Todo ha quedado filmado y será mostrado en breve. Eso, para Maggi, fue mucho más que algo que se mide en metros.

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