LOS HÉROES DE TOMÁS ABRAHAM

El filósofo y escritor acaba de publicar “Mis héroes - Ensayos de admiración”, un libro en el que cuenta a quiénes y por qué admira. La nota original, publicada en Revista Nueva, puede leerse en este link.


Cuando conversa, Tomás Abraham se apasiona. No hace monólogos: escucha las preguntas, piensa las respuestas y espera las devoluciones para continuar. Uno, en este caso como periodista, siente que del otro lado hay alguien que escucha, que no está simplemente para hablar. Habla, sí, pero pensando; y pensando contagia y así se arma un diálogo que entusiasma. Es genial hacer este tipo de entrevistas. Sobre todo por la temática: no estamos para dialogar en términos de erudición sino de personas que él, Abraham, uno de los filósofos más reconocidos del país, admira. Personas a las que trata como seres humanos y que, por distintas cuestiones, cambiaron su vida para bien. La elevaron. La iluminaron. A ellos refiere en su nuevo libro, “Mis héroes - Ensayos de admiración”, en el que desfilan Michel Foucault, Ernesto Sabato, María Elena Walsh, Domingo Faustino Sarmiento y hasta Bob Dylan, entre otros. Para conocer la lista completa, nada mejor que leer ese trabajo. Para conocer algo del otro lado de Tomás Abraham, lo ideal es sentarse a charlar con él. Y contarlo.
-En estos ensayos de admiración hay palabras que llaman la atención. Una de ellas es amistad.
-La refiero porque mis héroes son amigos. No son monumentos: son amigos. La relación que establezco con aquellos de los que hablo es de amistad; es una admiración amistosa. Porque hay algo que tiene que ver con que estoy a la par, porque esos artistas y filósofos a los que menciono son seres humanos que sobresalen por un esfuerzo, un trabajo, una pasión y una dedicación y no por un artilugio, como podrían ser el dinero o el poder. Sobresalen porque se entregaron a algo y lo hacen maravillosamente bien. Algo que a uno le gustaría hacer pero posiblemente no lo haga. Mi trabajo es entrar en conversación con esa gente importante. Trato de ver qué me despiertan. Es una conversación con ellos y no implica estar de acuerdo: puede haber tensión, polémica, disputa. ¿Cuáles eran las otras palabras que te llamaban la atención?
-Entusiasmo y curiosidad.
-Entusiasmo implica la intensidad con que uno hace algo. Es imposible dedicarse durante años a escribir un libro encerrado en un cuarto. Que además lo hacés para nadie. Porque no tenés un interlocutor presencial, nadie te lee mientras escribís. A lo mejor ese libro hasta termina en un cajón si no tenés una fe, que no es una devoción sino un entusiasmo; algo vital, una manía que te obliga a hacerlo. Hay cosas que si uno no hace con entusiasmo no tienen razón de ser. Siempre es mejor hacer las cosas con ganas, aún aquellas rutinarias que se hacen por obligación, como un trabajo fijo que no te guste. Porque sin ganas, las cosas se vuelven insoportables. Hay que encontrar la veta para encararlas con ganas. En cuanto a la curiosidad, es el leitmotiv de toda actividad pensante: sin curiosidad no pensás nada. La automaticidad no precisa de la curiosidad. La curiosidad es una necesidad que implica un querer saber. Hay que ver a los chicos, que son como animales: prueban todo el tiempo, siempre quieren saber. En la educación o domesticación del ser humano posiblemente eso se aplane bastante. La curiosidad es aquello que te impulsa a no repetirte. A no hacer siempre lo mismo. A buscar.
-Estás escribiendo y publicando seguido. ¿Por qué?
-A esta altura es como preguntarme por qué camino. Es decir, sé que no es natural. Pero es mi modo de estar en el mundo. Hoy no tengo una actividad laboral que me haga estar con gente, ya que prácticamente no doy clases ni conferencias. Hace mucho que mi puente con el mundo es escribir y mandar la botella al mar. Por eso he publicado tantos libros en los últimos años. Antes mi modo de estar era presencial, como la docencia; ahora es ausencial. Por eso escribo en diarios: para tener una relación con mi presente, mostrar que existo. Más allá de la familia, que se da cuenta, por suerte. Escribo para lectores que no sé si existen. Que no sé cuántos ni quiénes son. Algunos hasta me escriben. Yo no escribo un libro: empiezo a escribir y después vemos, nunca sé si lo que escribo será libro hasta no estar avanzado. Es mi modo de estar en el mundo.
-En estos ensayos decís que tu modo de pensar es igual a que si estuvieras escribiendo un texto.
-Ya me acostumbré a pensar por renglones: “Pi pi pi, punto y aparte”: compongo el pensamiento. Además llevo todo el tiempo una agenda, porque cuando pienso escribo, anoto mis ideas. Tengo como 40 o 50. Ésta es la que uso ahora. ¿Estos dibujos de la tapa son de Liniers, no? Es un regalo que me hicieron. Si no anotás las ideas, a los dos minutos te las olvidás. Creo que estoy siempre enchufado. Pero no me pesa, no me vuelvo loco, porque lo materializo. No me siento en un sillón a pensar. Todo el tiempo estoy trabajando. Puedo ver un partido de fútbol por televisión y de repente se me cruza un pensamiento. Como escribo sobre actualidad, todo me sirve. Cada semana tengo que entregar algo sobre lo que sucede. Entonces estoy atento a lo que ocurre. Soy muy utilitario. Casi todo el tiempo registro. A veces, claro, me relajo.
-¿Para qué te sirvió escribir sobre estos “héroes”?
-¡Para tener un libro! Para mi narcisismo primario y mi narcisismo secundario. Escribí un gran libro, estoy muy contento. Soy un buen compañero de mí mismo en cuanto a mi quehacer. No digo “lo hice al divino botón” ni “lo podría haber hecho mejor” ni me pregunto “qué valor tiene”. ¡No! Estoy contento con lo que hago. Estoy en una edad en que las cosas salen un poco como testamento. Estos son autores y creadores que forman parte de mi vida; compañeros. Este libro tiene un aire a legajo, a testamento. Mientras haga algo vital, con fuerza, como “Historia de una biblioteca” o mi novela “La dificultad”, sentiré que estoy dejando algo.
-En este libro señalás que “si no se es inteligente, es imposible ser buen escritor”. ¿Creés que siempre es así?
-Hablo de escritores buenos, los que me interesan. Porque el escritor tiene una mirada que atraviesa. La mirada de Don Ramón y Doña Rosa no me importa; tampoco la de un tipo al que todo lo que le dicen le parece más o menos bien. El buen escritor tiene que ser alguien que se separe del corral y al separarse del corral, cuando se está a la intemperie, si no es inteligente se lo come el lobo. A la intemperie no estás con el pastor, papá y mamá. Estás solo. Tenés que ser inteligente para rebuscártela. Un buen escritor es aquel que se separó del rebaño. Si no, sería uno de los tantos. Si no te separás del rebaño no usás la inteligencia, porque no es necesaria cuando estás en el corral. Es necesaria cuando ves un hueco y te vas. Aparece la curiosidad. No tengo una definición de la inteligencia, pero sé que tiene que ver con cierta astucia, audacia, malicia y cierta angustia, inquietud.
-También hablás de la importancia de la disciplina.
-Hay que levantarse temprano. Es sabido por toda persona que quiera hacer algo bien, que si no se concentra y se dedica, si no es laboriosa de manera cotidiana, no logrará nada. Porque la inspiración, el talento y esos dones pueden ayudar a que algunas cosas sean más fáciles, pero para que algo salga bien hay que quemarse las pestañas. El trabajo, el esfuerzo y la humildad del día a día son absolutamente necesarios para tener el goce de una obra realizada.
-¿Cómo es un día normal tuyo?
-Me levanto a las 7 y a las 8 estoy en mi estudio, donde me quedo escribiendo hasta las 13. A esa hora voy a casa, acá, a unos metros, almuerzo liviano viendo programas de fútbol y vuelvo al trabajo. La tarde es el tiempo de la lectura, de buscar el material para lo que estoy escribiendo. Hago una siesta de, como mucho, media hora. Después tengo mi hora deportiva, en la que juego al tenis o salgo a caminar. A las 18 o 19 empiezo a hacer nada.
-¿Leer es un trabajo o un placer?
-Es un trabajo. No podría decir que es placentero, aunque lo es cuando leo algo interesante. Igual no pasa por placer-displacer. Es parte de mi búsqueda del material de mi trabajo. Como escribir, que tampoco es placer. Es algo a lo que uno está abocado y se hace poniendo energía, nada más. Placer puede dar una comida o una relación amorosa. Estas cosas van por el interés o el desinterés.
-Hablás del piano ¿Sabés tocarlo?
-Cuando era chico me obligaron a estudiar piano. ¡Éramos como señoritas!: corte y confección, idioma, piano. Nos armaban para una educación bastante europea. Venía el profesor particular a enseñarme piano. Pero como soy un ser de esfuerzo, de trabajo, no tenía esa impronta espontánea del oído.
-Así que admirás a Bob Dylan.
-Para mí es como Foucault en la filosofía. Es la adolescencia. Todo en él me gusta: la pinta, la mirada, esa voz que tiene. Es un diablillo. Es el burlón. Sarcástico. Además, te levanta. Yo deseaba escribir como Bob Dylan canta. Cuando daba clases, especialmente en aulas con mucha gente, quería ser como Mick Jagger. Paseaba por el escenario con el micrófono. No me quedaba sentado. ¡Paseaba! incluso sin papeles, sin apuntes. Iba de un lado a otro. !Qué vergüenza! Dar clase frente a una multitud es un espectáculo. Si no la capturás, la gente cabecea o se levanta y se va. Uno no quiere eso. ¿Cómo hacés para fascinar? Hay que caminar, hay que dominar la escena, hay que tener una voz que llegue a la última fila, hay que mirar. Yo adelgazaba dos kilos por clase. !Era un solista!: no tenía un grupo detrás. El modo en que camina y se mueve Mick Jagger es extraordinario. Igual que el modo en que canta Bob Dylan, que te corta. Dylan… lo sigo escuchando.
-También destacás a María Elena Walsh.
-De María Elena todavía canto sus canciones. Y las canto bastante bien, las sé entonar. La descubrí en Francia, siendo joven, con las canciones de María Castaña y Leda Valladares. Se me pone la piel de gallina. Su voz es inigualable. Para mí es Gardel. !Las melodías, las canciones, las letras! Es una grande. Borges, María Elena Walsh… están ahí no más. Es una artista integral.
-Hablás en tiempo presente.
-Porque estos muchachos son. Tanto María Elena Walsh como Dylan. Nunca fueron. Eso de que cada día canta mejor está bien dicho. No hay pasado en ellos. Eso es lo que tienen los admirados:  te siguen hablando. Abrís un libro y te siguen hablando.
-¿Y Sabato, a quien le dedicás un texto?
-Sabato es un personaje muy particular. Si no lo hubieran basureado tanto yo no hubiese escrito sobre él.
-¿Le hacés una defensa?
-Sí. Porque para mi generación “Sobre héroes y tumbas” fue un libro, como se dice, de culto. Como “Rayuela”. Sabato es un maestro de juventudes. El Sabato pensador no me interesa, sino el que inventa personajes. Es un hombre raro. Creo que una persona muy noble. Transmite nobleza. Se pueden decir muchas cosas, como que aburre con su angustia, pero es una persona noble, coherente, con buenas intenciones. Un hombre que intentaba comprender. Sin bajezas. Pero grandes sectores de nuestra cultura empezaron a ensuciarlo: gente mediocre, vengativa, resentida. Quise rescatar su nobleza. Además, agradecer lo que nos dio en otra época.
-Veo que en esa pared tenés un poster de Carlos Gardel.
-Uruguayo.
-Tacuaremboense, dice debajo de la foto. ¿Por qué no está en el libro?
-Porque no soy gardeliano. Me gusta pero nada más. No soy un enamorado suyo. Gardel es el mejor, pero yo rumbeaba por otras partes.
-¿Te quedaron muchos afuera?
-Un montón. Billie Holiday. Ella aparecía en mi revista “La caja” (editada en los 90). En pintura, Jam Vermeer, el holandés. Pero ya está, ¿viste? En algún momento hay que cerrar: están los que están. Los otros, ya veremos. Quizás haya una segunda oportunidad. Ojalá llegue a los lectores. Es un deseo. Sería fantástico. De eso se trata un libro.
-¿De qué?
-Un libro te abre un mundo. A mi los libros me abrieron el mundo de esta gente. No llegué a ellos yendo por la calle. Uno no está solo en el mundo y te llueven. ¿Cómo los descubrí? Seguramente por otros. Es como una carrera de postas: uno le pasa la posta al otro: la recibí, se la pasé a otro. Es así: una carrera de postas. Es un modo de amistad.

SOBRE ENSAYOS DE ADMIRACIÓN
“Admirar no es adorar. No son ídolos los referenciados en el texto. Algunos son amores, otros son amigos, y algunos ni siquiera eso, son seres cuyas creaciones me estimulan, me hacen pensar. Se admira a un semejante, así como se reverencia a un dios o a quien lo represente. Lo admirable es que un ser humano como lo somos nosotros pueda crear un momento de belleza que nos expande, abre las puertas de la percepción, genera imágenes nuevas, o trasplanta brotes de ideas”. Así comienza “Mis héroes - ensayos de admiración” (Galerna), el nuevo libro del filósofo Tomás Abraham. En más 600 páginas desfilan, como anuncia en el título, hombres y mujeres que dejaron alguna marca o un huella en su vida desde distintas expresiones artísticas. Filósofos, escritores, músicos, pintores y demás. Faltan futbolistas, su otra pasión, aunque durante la entrevista con esta revista mencionará -en broma, pero tal vez en serio- a Daniel Willington, ídolo de Vélez, el equipo del que es hincha. Este libro se divide en cuatro temáticas (Letras, Sonidos, Figuras e Ideas) y tiene un epílogo genial: “Yo amo a Sarmiento”, lo titula.
“Se gestó por mi encuentro con mi editor y también escritor, Gonzalo Garcés, quien me empezó a seducir con la idea de publicar algún material que tenía y que le mostré. Otras cosas las estaba escribiendo. Son escritos de distintas épocas de los últimos 8 o 9 años. Una buena parte de ese material la anulé y otra la ordené de acuerdo a mis admiraciones. Había escrito mucho y mucho para mí. Parte de todo eso está en mi blog, Pan rallado, que es como mi diario personal”, le cuenta Abraham a Nueva.
En “Mis héroes - Ensayos de admiración” la lectura es abierta: no hace falta ser un erudito ni un entendido en filosofía y otras artes para comprenderlo. Por el contrario, es un libro para aquel que quiera conocer un mundo o a personas de carne y hueso que no están en el bronce sino humanizados. Es el mérito de Tomás: hacer un libro genial, con personas geniales que no dejan de ser humanos. Como cada uno de nosotros.

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