ARGENTINA SOBRE RIELES

Daniel Tunnard es un inglés que recorrió casi todos los trenes de nuestro país con una lapicera y cuadernos sobre los que escribió cómo somos los argentinos. Con todo eso hizo un libro. Nota publicada en Nueva, acá.

“Hay que decirlo, los argentinos respetan una cola, y no toleran un colado, y solamente el más descarado, una persona cuya cara literalmente se ha caído de tanta vergüenza, se atrevería a encarar la ira de un argentino en una cola”. Así ejemplifica a los argentinos el inglés Daniel Tunard, quien desde 2013 a 2016 recorrió casi todos los trenes del país y hasta las líneas de subtes de la Ciudad de Buenos Aires. La experiencia la volcó en un libro: “Trenspotting en los ferrocarriles argentinos” (Editorial Marea). Viajó solo y otras veces con compañeros, un fotógrafo y hasta con su pareja, Josefina. También lo acompañó Ming Sho Chen, el supermercadista chino de su barrio, Belgrano: quería saber cómo eran los trenes chinos y dónde podía “conseguir pato crocante realmente bueno”. Después, entre vagones y andenes, resolvió cambiar de ciudad. Se fue a vivir a Entre Ríos, desde donde se comunica con esta revista. Fueron años de recorrer la Argentina en trenes que salían súper demorados o en horarios inciertos. En otros casos, ni salían. Sobre las vías conoció personajes de los más variopintos. Asistió a un concurso de belleza que cuenta de manera desopilante en las primeras páginas y hasta se quedó en hoteles donde las medialunas más frescas tenían al menos 48 horas.
En ocasiones quedó envuelto en diálogos desopilantes. Como cuando quiso viajar de Merlo a Lobos. Lo cuenta así:
“Voy a la boletería.
-¿Cuándo sale el próximo tren a Lobos?
-Tres y pico, capaz-. Qué país.
-¿Hay un colectivo que pueda tomar?- Sé que el 88 va a Lobos. Por eso le dicen ‘el Lobero’. Tanta información inútil.
-Desconozco- dice. Lo odio.
-Bueno, dame una ida y vuelta a Lobos.
-Tenés que comprarlo en la otra boletería.
¿Viste semejante cosa? ¿Te imaginás si una estación como London Victoria tuviera una boletería distinta para cada destino que ofreciera? Mamita.
-¿Qué andén?
-Eh, el andén… seis. No, siete.
Voy a la boletería. Está cerrada”.
“Cuando empecé el proyecto me sorprendí de que hubiera tantos trenes de larga distancia, si bien es algo que disminuyó desde los 90. Y a medida que fui tomando los trenes, me llamó la atención que viajar en tren en la Argentina es mucho más agradable y cómodo que lo que se pinta en los medios o lo que cree la gente que no viaja en tren. La Argentina todavía tiene la posibilidad de tener una red ferroviaria impresionante”, dice Tunnard durante la charla con Nueva. Después habla de la experiencia que le quedó de los argentinos: “Se me ocurrió en uno de los primeros trenes que tomé para el libro, Retiro a Rosario, que a pesar de la infraestructura decrépita y un tren oxidado y los rieles que hacen rebotar el tren y la indiferencia política a todo esto, aquí tenés gente cálida y sociable y charlatana y musical y gentil, algo malhumorada e impaciente tras ocho horas arriba de un tren, naturalmente, pero aún así gente realmente buena y decente, la cual es mi razón fundamental por vivir dieciocho años y Dios sabe cuántos más en la Argentina. Aunque si soy realmente honesto, las verdaderas razones fundamentales son la inercia, la vagancia, la idea horrenda de tener que mudarme a otro país con una esposa, cuatro perros, dos gatos y un piano. Menos mal que la gente es agradable”.
El libro se desenvuelve en un tono humorístico: “Es lo que le sale a uno naturalmente, no es una decisión que se toma a propósito”, le comenta a esta revista. Se refiere a ese mismo humor que se describe en una de sus primeras experiencias en este periplo. Sucede en un lujoso hotel de Rosario, donde una conocida conductora entrevista a candidatas a Miss Mundo Argentina. Allí, cuenta que alguien compara el espectáculo local con los que se producen en Las Vegas. Se Anuncia a Pimpinela. En Las Vegas, en cambio, a los Rolling Stones y Elton John.

LA CULPA ES DEL TREN SARMIENTO
-¿Qué te pareció el interior del país?
-Me gusta mucho el interior, sobre todo me parecieron muy lindas muchas de las ciudades chicas de la Provincia de Buenos Aires, que recorrí bastante porque hay o había más trenes que a otras provincias; y Bariloche, que de alguna manera no había visitado en 17 años, hasta que tomé el tren.
-¿Durante estos viajes decidiste irte a vivir a Entre Ríos o lo tenías pensado antes?
-Fue justamente mientras tomaba los trenes, digamos “rurales", del Sarmiento, a Mercedes y Lobos. Decidí que sería lindo vivir en una ciudad como ésas, por lo que te da la tranquilidad de vivir en un pueblo, el trato de la gente, el silencio. Fui a casa esa noche y planteé a mi esposa que nos mudáramos a su ciudad natal de Concepción del Uruguay, y así fue. Todo por culpa del Sarmiento.
-Justamente, ¿cómo fue tu experiencia de viaje en un tren tan simbólico y urbano como el Sarmiento?
Viajé en el Sarmiento a las 6 a.m., de Once a Moreno, y volví a las 7 p.m., o sea que evité lo que es la experiencia "clásica" del Sarmiento. En el libro escribí que hubiese sido otra experiencia pasar todo el día viajando entre Once y Moreno en los trenes colmados de pasajeros, pero que al final estaba contento de no haber hecho eso.
-¿Cuál fue la comida más rica y cuál la más fea durante los viajes?
-Como extranjero en este país jamás se me permitiría criticar la comida. Cedo ese espacio a mi esposa, para quien la comida más fea fueron los sorrentinos recontra hervidos que nos sirvieron en el tren de Buenos Aires a Tucumán. Una lástima porque se come bien y barato en los trenes, además del gran placer de viajar en un tren con coche comedor. Lo más rico: siempre que consiga mollejas o cabrito es una buena cena. Tengo una debilidad por las facturas también. Es curioso como los argentinos se jactan tanto del dulce de leche y los alfajores, pero nunca hablan de los más rico que tienen, que son las facturas con crema pastelera.
-¿Cuál fue la estación que más te asombró?
-Me terminó gustando, y mucho, Plaza Constitución, quizás porque pasé por ahí tantas veces entre los dos libros (en 2011 hizo un trabajo similar con los colectivos de la Ciudad de Buenos Aires; se tituló “Colectivaizeishon”). Es todo lo que debe ser una estación de ferrocarril.
-Es, en algún punto, un libro sobre el transporte público?
-Es más un libro sobre transporte público que el de los colectivos. “Colectivaizeishon” fue más bien un experimento de ver qué pasaba si pasara seis meses tomando todos los colectivos de la Ciudad, ver qué tipo de libro saliera, y terminó siendo un libro más sobre Buenos Aires y mi vida ahí que sobre los colectivos. Pero “Trenspotting” creo que siempre iba a ser un libro sobre trenes, sobre viajes y sobre la Argentina.
-¿Qué te quedó de todo lo que compraste durante los viajes, como la lamparita de lectura a la que referís en el texto?
-Tengo acá en mi escritorio el mejor souvenir del país, la estatua "Jesús de las Conchas", que compré en Mar del Plata, un Cristo en un crucifijo de conchas marinas. Creo que la lamparita de lectura que compré en el tren a Junín sobrevivió una semana como mucho.
-¿Volviste a ver al dueño del supermercado chino que te acompañó en uno de tus viajes?
-Lo fui a visitar en diciembre pero se había mudado a otro supermercado en Once y el chico que lo reemplazó en el super de Belgrano no sabía dónde encontrarlo. En algún momento lo voy a encontrar.
-Al comienzo del libro hablás de los paisajes que se ven desde los trenes. ¿Cómo y qué recordás de esos paisajes?
-Es una gran expansión verde. Ese es el recuerdo principal. También la desesperación de tener que pensar en algo ocurrente que escribir sobre tanto verde.

ENTRE VÍAS Y NOSTALGIAS
-Hay una cosa muy argentina que es ver a los trenes con cierta nostalgia. ¿Sentiste que te haya pasado eso?

-Sí. Fue raro porque empecé a sentir una nostalgia por un pasado que jamás viví, en un país donde nunca viví la época cuando existían los trenes. Es llamativo cómo cuando hablo de este proyecto, cada persona me comparte algún recuerdo de algún tren de larga distancia que tomó de chico. El recuerdo del tren es un recuerdo muy fuerte en la memoria de cada argentino de arriba de 30 años.
-Al comienzo del libro contás que siempre te gustaron los trenes. ¿Qué te pasa con ese sentimiento ahora que contaste tu experiencia en primera persona?
-Me siguen gustando. Aún más, de hecho, y tengo ganas de tomar más trenes en India, Estados Unidos, la ex Yugoslavia, Bolivia, y otros lugares. No sé si para un libro; sólo por las ganas de tomar trenes.
-¿Es una asignatura pendiente bailar en el Tren Patagónico?
-Siempre me quedaré con esas ganas. Algún día este país tendrá un gobierno que introduzca una ley de tener coches discoteca y coches cine en todos los trenes del país, y entonces, y solamente entonces, sabremos que hemos llegado como país.
-¿De qué cosas te sentís satisfecho en relación con estos viajes?
-Creo que cuando se trata de viajes, siempre te queda esa satisfacción de haberlo hecho, de que existe, ponele, un tren de Viedma a Bariloche que tarda 18 horas en cruzar el desierto, y que vos lo hayas experimentado cuando fácilmente podrías haber tomado el avión. Esa satisfacción me parece que acompaña a cualquier viajero.
-¿Cómo es tu vida en Concepción del Uruguay?
-Bastante típica. Vivo con mi esposa en las afueras de Concepción con cuatro perros y dos gatos. No tenemos hijos. Trabajo desde casa como traductor. Nadie entiende qué es un traductor y tengo que explicar qué es lo que hago. Mucho asado, caminatas con los perros, la  tranquilidad de la vida casi rural, a veces vamos al río pero da fiaca y la suegra ya no saca la lancha tanto como antes.

DE LOS COLECTIVOS A LOS TRENES
En “Trenspotting en los ferrocarriles argentinos” se lee que Tunnard nació en 1976 en Sheffield y que vivió en Buenos Aires desde 1999, hasta que decidió mudarse a Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Estudió la carrera de Letras y tradujo, entre otros, a Amélie Norhomb. En 2013 esta revista lo entrevistó por su primer libro de viajes, “Colectivaizeishon, el inglés que tomó todos los colectivos de Buenos Aires”.
Entonces contaba que conoció a la Argentina por los goles de Diego a Inglaterra, en el Mundial de México de 1986. Había llegado a nuestro país con la idea de volverse pronto: tenía 22 años. Pero no se fue. En 2011 se subió a 140 líneas de colectivos. “Me pasaba lo mismo que a muchos de los porteños. Sólo conocemos apenas una parte de la ciudad. Hacemos siempre la misma rutina, los mismos viajes, vamos a los mismos lugares. Yo quería saber a dónde me llevaban los colectivos de los que me bajaba”, explicó entonces, cuando no se proponía hacer una investigación sobre el transporte sino contar su experiencia.
Entre sus colectivos preferidos estaba el 39: “Me gusta la imagen de Carlitos Balá deseando el feliz cumpleaños aunque no sea tu cumpleaños. En general me gustan los colectivos que tengan adornos, o los espejitos con el logo de Playboy”.
“Hay colectivos en el que todos son blancos, de clase media; y otros en los que hay gente más autóctona. Hay una gran diferencia social. Eso es llamativo: cómo cambia la gente en los colectivos según de qué lado esté uno de la avenida Rivadavia, que es como una división”, analizó sobre ese trabajo que le permitió “tener una visión cada vez más positiva de los porteños”.
Cuando se produjo aquella entrevista, Tunnard ya había empezado el libro de los trenes. “La idea era tomar 55 viajes en todo el país, describiendo los subtes, los tranvías y los trenes turísticos. Un día miré un mapa y me di cuenta de que había suficiente para armar un libro”. Y después: “En el de los colectivos, no me bajaba de ellos. En el de trenes, bajo en algunas estaciones y cuento cómo es esa ciudad, reflejando algún evento local”.
“Es llamativo ver el mapa de lo que era la red ferroviaria, aún hace 20 años, y compararla con lo que quedó. Era impresionante la cantidad de ferrocarriles que había. Lo mismo pasó en Inglaterra, que se cortaron ferrocarriles porque no eran rentables. Pero deben dar un servicio a la comunidad. Acá se ve que muchos pueblos dejaron de existir porque no funcionan los trenes. Y eso se transmite en un mayor uso de autos y camiones, lo que no es sano ambiental ni ecológicamente”, opinó durante aquella entrevista en la que yo tomaba café. Él, té.


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