PAPPO: MÚSICA DE GUITARRAS, RUIDO DE MOTORES


El 25 de febrero de 2005 a la noche Pappo moría tras caerse de su moto en la Ruta 5, en Luján. Trece años después lo recordamos desde su otra pasión: autos, motos y velocidad. La nota original fue publicada en El Intransigente.

Por Alejandro Duchini
Especial agradecimiento a Gastón Suárez Guerrini

"Si yo fuera almacenero, mis canciones hablarían de salames, de mortadela, de quesos. Pero no, como me gusta el automovilismo mis canciones hablan de autos... Fierros, guitarras y mujeres bonitas, ¿para qué más?", dice Pappo durante una entrevista en la que muestra su taller mecánico en La Paternal. Y larga una carcajada. La nota puede verse en YouTube. Viene bien para recordarlo en estos días en que se cumplen 13 años de su muerte, ocurrida el 25 de febrero de 2005 en Luján, provincia de Buenos Aires. Esa noche fue atropellado por un Renault Clio tras caerse de su Harley 1200 que manejaba por la Ruta 5. Lo acompañaba su hijo, Luciano, quien iba en otra moto junto a su novia. Un rato antes habían cenado en una parrilla de la zona. Noche y alcohol. Un cóctel peligroso. Pappo tenía 54 años y estaba en un gran momento artístico. “Pero a los 55 años y a la 1 de la mañana tenés que estar en tu casa cuidando a tus nietos o escuchando a los Rolling Stones”, le dice a El Intransigente su amigo y también guitarrista Héctor Starc, leyenda del rock nacional y columna vertebral del mítico Aquelarre. Y lamenta: “Cada vez que salgo a andar con la moto pienso en que si este boludo se hubiese cuidado hoy estaría andando con nosotros y cagándose de risa”.
Estamos en el jardín de una casa de San Isidro. Hay pileta, dos perros y facturas. El escenario no es acorde con el imaginario rockero. Pero Starc, me dice, hace años que no fuma ni se droga ni toma alcohol. Nos juntamos para hablar de Pappo, su amigo desde la adolescencia. También fue amigo del Flaco Spinetta, de Miguel Abuelo y de tantos otros. Pero con Pappo además fue cómplice, aclara.
Entonces se acuerda de las salidas de fines de los 60 o principios de los 70 por la avenida Juan B. Justo, a la altura de La Paternal, de donde era Pappo. “No teníamos ni registro pero él agarraba los coches del padre (Carlos), un tipo divino que tenía una fábrica de calderas (Napolitano Hnos.), y nos íbamos a dar vueltas por esa zona”. Con un jeep, Pappo jugaba a los fantasmas: se pasaba a la parte de atrás sin soltar el volante y el vehículo parecía manejado por nadie. Otra “diversión” consistía en acelerar a fondo y patinar en calles adoquinadas y húmedas por la lluvia. “A veces chocaba autos estacionados”, rememora Starc.
Vecino del barrio de Flores, Starc se ríe una vez más: “Me pasaba a buscar y le decía por el portero eléctrico a mi mamá ‘dígale a Héctor si quiere venir a patinar’. Mi mamá pensaría que éramos unos boludos que patinábamos a los 20 años. Porque ‘patinar’ era salir con autos a todo lo que daba, poner el freno de mano y girar y girar”.
Después hubo un Falcon gris. “Me pasaba a buscar por mi casa, de ahí íbamos a buscar a Luis (Spinetta) y después a una pizzería que se llamaba Boca. No se por qué esa pizzería. Tal vez para joderlo a Luis, que era de River...”.  Luego vinieron un par de Dodges y otro Falcon, pero blanco, que volcó en la General Paz. Más tarde llegarían sus queridos Chevrolet.
Hubo colectivos Mercedes Benz. A uno le hizo una habitación. A otro le robaron la palanca de cambios: “Cuando quiso ponerlo en marcha lo que más le asombraba era que se veía la calle por el agujero que le dejaron”, sonríe Starc. “‘Se ve la calle, boludo, se ve la calle’, gritaba Pappo”.
Cuando la revista Gente le quiso hacer unas fotos para un coleccionable de rock nacional, Pappo exigió una compensación económica. Al final arregló que se le pague con una coupé Fuego usada. La chocó. Poco después, en una fiesta del jet set, se encontró con Manuel Antelo, representante oficial de Renault en Argentina y Brasil. Según Starc “lo encaró y le dijo ‘a vos te voy a recagar a trompadas por esa garcha que fabricás’. Y le mostró el tatuaje de Chevrolet que tenía en el hombro: ‘Esto es un auto de verdad, ¿entendés?’”.
Pappo siempre quiso comprarle a Starc la coupé Mercedes Benz V8 que había sido de Spinetta. Pero igual, recuerda, le decía: “Ese auto es de puto, comprate un auto de verdad, comprate un Chevy”. Hubo además un Porsche 928, un BMW y un Astra gris, el último que tuvo.
“En los tiempos en que corría en el autódromo era muy querido por los corredores del interior. Una vez él, David Lebón y yo hicimos una gira por el sur. En Rada Tilly fuimos a comer un asado. Estaba lleno de autos y él quería comprarse todos. Señaba coches y después ni se acordaba dónde lo había señado. Debe haber señado tantos autos... Muchos los trajo: siempre decía que los iba a restaurar”, dice Starc.
De sus fierros hay uno particular: la Harley Davidson Sportster con la que se mató. “Varias veces se la quise comprar o él me la quiso vender. Recuerdo que una vez le marqué que perdía aceite y me contestó: ‘La Harley no pierde aceite, marca su territorio’”. También le quiso vender otra moto cuyas patentes jamás había pagado. Y con otra moto, Pappo terminó debajo de un camión y salió ileso.
Cuando era chico, su mamá, Ángela, no le permitía comprarse un karting que sí pudo comprar de más grande. También alcanzó su anhelo de competir en el automovilismo. Desde los 80 participó en pruebas de TC 4000, TC Pista, Supercart y GTA, categoría en la que consiguió su único podio: un tercer puesto en La Pampa. En el Club Argentino de Pilotos se juntaba con Juan María Traverso, Ernesto Tito Bessone, Osvaldo Cocho López, Gustavo Der Ohanessian y Miguel Ángel Guerra, entre otros.
“La única anécdota que tengo con Pappo como corredor oficial es de cuando me pidió que lo acompañe al autódromo. Tenía una coupé Datsun 280 ZX roja. Empezó a correr y yo me quedé cerca de unos televisores en los que se veía la carrera. Ni bien arranca vi un auto que se iba directo hacia el lago del autódromo. ¡Y me entero de que era Pappo!. ¡Se metió en el lago! No logró ni dar una vuelta”, me cuenta Starc.
Otra perla que se puede ver en la web sobre Pappo es una entrevista de una hora que hizo para el programa Tiene la palabra. Pappo se muestra tan auténtico que dan ganas de escucharlo con atención. En realidad, la autenticidad era una característica suya. “Yo no soy duro”, “cada día que me levanto y respiro agradezco estar vivo” y “conocí a Luciano (su hijo) de grande.. me pareció sano, humilde. Como un angelito. ¡Mira vos, parecido a mi!”, son algunas de sus frases. También cuenta que dejó de abusar del alcohol gracias a los consejos de B.B.King (”yo andaba con una botella de wkisky en la mano todo el tiempo”) y que le dedicó su vida a la música. Sobre el automovilismo dice que “es un hobby muy caro que sé que no me conviene porque me distrae de la música”.
La primera vez en que Starc deja de sonreír es cuando recuerda los últimos tiempos de Pappo: “Lo último que escuché de él fue cuando me llamó y me dijo: ‘Escucháme… le dí tu número a un pelotudo que está escribiendo un libro sobre mi vida, pero yo no me acuerdo un carajo, así que contale’. Pero yo no quería saber nada con un tipo que después fenicia con eso. Aparte, ese pibe ese hizo libros de todo el mundo. Lo único que le falta es hacer un libro sobre la Difunta Correa”. Después habla del momento en que se enteró de su muerte. “No me sorprendió en lo más mínimo. Porque el tipo vivió toda su vida al filo de que le pase eso. Por supuesto que me dolió”. Y por último recuerda: “Al principio yo no podía salir en la moto, porque tenía una bronca… totalmente al pedo. Incluso el accidente… él se cayó y no se hizo nada. Lo que pasa es que cayó sobre el pasto y la moto en el pavimento. Y se metió a sacarla para que no se la pisen. El primer auto lo esquivó y el segundo, no”. Serio, despotrica contra “la tribu de idiotas que dice ‘bien, Pappo, moriste en tu ley’. ¡Boludos! Nadie se quiere morir”.
Starc tiene, entre las muchas guitarras que guarda -algunas míticas-, la que usó su amigo en tiempos de Pappo’s Blues. “Me acuerdo que a los pocos días de que se murió fui a Estados Unidos y la vi a la venta en 37 mil dólares. Le hablaba solo, a la vidriera: ‘Boludo: la podríamos haber vendido’. La gente me miraba hablándole a la guitarra”, suelta. Y vuelve a reírse. A trece años de la muerte de Pappo.

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