UN RESCATISTA ARGENTINO PARA EL MUNDO



Cristian Kuperbank se dedica a viajar junto con su perra, Lola, por países donde ocurren desastres masivos. El objetivo es encontrar gente con vida o, si no, recuperar los cuerpos para que sus familiares puedan hacer el duelo. A los 23 años, tiene una historia tan digna como maravillosa.
"Soy una persona a la que le gusta ir al lugar del que todos se quieren ir", dice y sorprende la fuerza de la original síntesis sobre sí mismo. Cristian Kuperbank, argentino de 23 años, va por el mundo rescatando víctimas de diferentes desastres naturales. Siempre lo acompaña su perra labradora, Lola. Juntos sufrieron el dolor de los terremotos de Perú (2007), China (2008), Haití (2010) y Chile (2010), y los aludes de Tartagal (2009) y Guatemala (2010). En esos sitios tocaron la muerte, padecieron la falta de alimentos y agua, corrieron riesgos, sobrevivieron y les sonrieron a las vidas ajenas que salvaron. Al fin de cuentas, de eso se trata: de ir a lugares en los que el objetivo común es hacer carne propia la palabra “sobrevivir”.
Él y su perra, que es “como una hija”, dirá después, forman un equipo que entrena en Ezeiza, al sur del conurbano bonaerense, cuando la vida les da un respiro. Allí funciona su ONG, K9 Ezeiza. Emiliano Pacheco, quien también viaja con su can, Xica, suele acompañarlo en cada patriada. Cuando no anda rescatando almas y vidas, adiestra perros para empresas de seguridad. Ese es su sustento económico.
La vida de Cristian no es una de aquellas que se pueden considerar “habituales”. No tiene ni podría tener un trabajo estable, aunque a veces le gustaría. “No solo tener estabilidad laboral, sino también estabilidad en muchas otras cosas”, expresa a modo de anhelo, con cierto misterio que irá develando después. Su futuro inmediato siempre es incierto, pues se lo dicta la naturaleza con sus caprichos: un correo electrónico que recibió en Buenos Aires a veces recién puede contestarlo en Chile o vaya uno a saber dónde. La suya es la vida sin agenda posible. “Soy un nómade”, se define. “Pero uno elige vivir así”, aclara.

Desolación en primera persona
Cerca de 200.000 fallecidos y 3 millones de damnificados fue el saldo del terremoto que se produjo en Haití el 12 de enero pasado. La ciencia informó que tuvo una magnitud de 7.0 en la escala de Richter; y los medios de comunicación, que fue el peor en doscientos años y que se cayeron edificios gubernamentales y de otras sedes de organismos internacionales. Se supo también que el dolor, el hambre y la violencia ganaron las calles. Todo eso se vio por las imágenes de la televisión y de la Web.
Pero Cristian lo observó desde el lugar de los hechos y lo sufrió desde la incomodidad de palpar con la vista y el alma el dolor ajeno. A él no se lo contaron. Estaba allí, junto con Lola, para ayudar. Y ayudaron: Lola encontró a nueve personas con vida (entre ellas, tres niños) y ocho cadáveres. En este grupo estaban los cuerpos del Arzobispo de Puerto Príncipe y el de la mamá de la Primera Dama. Esto le valió un reconocimiento internacional.
Sin embargo, Cristian está más allá de los galardones que lo alientan a seguir. Si piensa en continuar salvando gente es porque ahí, en el rescate, están sus cinco minutos de gloria: “Lo más lindo que me pasa es cuando escucho que mi perra empieza a ladrar para avisarme: ‘Acá esta la víctima’”, resume.
A Lola, la perra que le cambió la vida y la forma de ver las cosas, se la regalaron hace tres años, cuando él hacía una capacitación para detección de cadáveres y tumbas clandestinas en España. Se la trajo con solo nueve meses y desde entonces se hicieron inseparables: “Lola es mi hija, mi compañera fiel, mi amiga. Es la que lame mis lágrimas cuando no doy más y se recuesta en mí para contenerme. De alguna manera, es mi familia también”.
Fue a sus 18 años que Cristian –que soñaba con ser veterinario y entrenaba algunos perros– dio los primeros pasos para ser rescatista. “Me interesaba la actividad, pero en la Argentina no tenía muchas chances de aprender, y cuando viajé a Barcelona a hacer un curso, me di cuenta de que era eso lo que más me gustaba. Allí conocí a un equipo de trabajo fabuloso y empecé a entrenar, pero lo que me confirmó que ese era mi destino fue escuchar las historias que contaban. En ese momento, me dije: ‘Esto es lo que quiero hacer’”, recuerda. Desde entonces, se convirtió en ciudadano del mundo. Ya sea por viajes personales o solidarios, comenzó a subirse a aviones que a veces lo llevaban a un destino del que no conocía más que el nombre: recién después de aterrizar se enteraría de cómo era el lugar y de lo que le esperaba.
Su espíritu mitad aventurero, mitad solidario lo llevó a enfrentarse a la muerte ajena y a la propia. “Puede ser que uno enfrente a la muerte en cada uno de los pasos que da por lugares donde hubo catástrofes, pero si pensamos en eso, entraríamos en un dilema o debate interminable. Hay gente que muere cruzando una calle con el semáforo en rojo, por ejemplo. Eso sí: no hay que tentar a la muerte. Los que nos dedicamos al rescate sabemos que nos arriesgamos. Entonces, debemos tomar todos los recaudos posibles. Uno acepta todo tipo de recomendaciones y enseñanzas de gente que estuvo en terrenos complicados, pero no de aquellos que son teóricos y no saben ni de lo que hablan. Hay algunos que hablan de terremotos y dan congresos, pero nunca estuvieron en ningún lado”, reflexiona. Y agrega: “Hay que evitar que el dolor ajeno se te meta adentro. No digo deshumanizarse, porque es lógico sentir tristeza ante una mala noticia de esas que te desgarran el alma y no alcanzan las lágrimas para curarla. A veces, identificás a las víctimas y los familiares, y te ponés en padre o hermano, y duele muchísimo. Hay que buscar el equilibrio emocional y ser objetivo aunque cueste”.

El miedo está en otro lado
“No sé si tengo miedo a enfrentar este tipo de situaciones. El peor miedo que tengo está en otra causa”, dice Cristian y sus confesiones son más íntimas. “El peor miedo es a bajar del avión y que mi hijo no esté por no haberle dedicado el tiempo que merece”.
Ese temor hecho cuerpo se llama Demian y tiene 4 años. Se acuerda de aquella “terrible vez” (así la define) en que lo vio llorar en una despedida: él desde el avión; su hijo desde un aeropuerto. Ambos sabían que en minutos empezaría a separarlos una larga distancia de kilómetros. Pero la vida, a veces, juega a favor y regala no solo un buen aliento, sino momentos felices. Padre e hijo tuvieron el suyo: “Me derritió verlo correr por la pista de Aeroparque gritando: ‘Papi, papi’ cuando yo bajaba del Hércules, a la vuelta de Haití. No sabía que iba a estar y lo vi esquivando a los de la seguridad con gambetas a lo Messi, mientras gritaba: ‘Papi, papi’. Me des- plomó: es el día de hoy que me acuerdo y lloro”. Cristian sigue: “Pero ahora me dice que quiere su propio perro y viajar. Me pide que le preste el coche para irse a rescatar personas junto a sus compañeros del Jardín. ‘Papi: no importa si están muertas. Las vamos a rescatar igual’, me dice. ¡Y tiene solo 4 años! Quiere copiar lo que yo hago”, suelta Cristian, con cierto temor. “Sería mejor que de grande elija hacer otra cosa, porque yo sé lo que es estar en desastres. Hay cosas que vi y jamás conté. Pero no puedo negarle que haga lo que le gusta. Y?lo acompañaré”.
Una vez, vio cómo se iba muriendo un niño en una zona en la trabajaba como rescatista. No tiene dudas: eso fue lo más duro que le pasó desde que se dedica a esta profesión: “El chiquito se estaba muriendo y de repente su carita se tornó parecida a la de mi hijo. Me destruyó. La mente a veces juega muy malas pasadas”. Como las malas pasadas que también suele jugar la soledad: “En ocasiones, se hace notable. Sé que tengo gente que me quiere, me espera y me tira buena onda, pero cuando te falta esa persona que amás con el alma… es como tener un edificio de muchas columnas pero que le falte el pilar más importante: si no está, es muy posible que se caiga todo. Es indispensable tener a quien amás apoyándote”.
Cuando se le pregunta por qué eligió ser rescatista (léase, estar lejos de la gente que quiere y ganar poco dinero), contesta:?“Por la satisfacción de hacer algo bueno en la vida, ayudar a gente que fue víctima de las peores situaciones, como son los desastres naturales. Ahí se resume todo”.

Comentarios

santiago ha dicho que…
hola.vi en la tele la explosion en rosario..y al toque puse rescatista en argentina en google y salio esta nota.siento que tengo que estar en esas situaciones y dar una mano..creo que la parte solidaria, o dar una mano x el otro..esta como meta en mi vida..y el tema de rescate, siempre me llamo la atencion.
si saben de alguna lado donde se pueda conocer mas de la actividad, bienvenida sea.
saludos
santiago
santiago ha dicho que…
hola, vi en la tele la explosion de rosario,y puse al toque ser rescatista en argentina y salio esta nota en google.Muy linda la nota, ilusiona y contagia que haya personas asi.
La solidaridad es un tema que da vueltas en mi cabeza y creo que va a explotar en cualquier momento.Sumado a ser rescatista, que me pica cada vez q veo una catastrofe o explosion, siento como que debo estar ahi ayudando.
si saben de alguna info para ser rescatista, bienvenida sea.
saludos
santiago

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