Los egos revueltos de Juan Cruz Ruíz



El periodista, escritor y editor literario Juan Cruz Ruíz estuvo en Buenos Aires para presentar su libro, donde cuenta distintas vivencias a lo largo de décadas con escritores de los más reconocidos. En una íntima charla habló no sólo de ellos, sino también de su pasión por los libros, por escribir y de por qué cree que el libro de papel no morirá jamás. 


Tenía 13 años y miles de sueños por cumplir. Uno de ellos se hizo realidad cuando en Tenerife, España, donde había nacido el 27 de septiembre de 1948, fue a ver un partido de fútbol, escribió la crónica y el director del periódico local se la publicó. Hasta entonces, su relación con el periodismo tenía más que ver con comentarios de partidos escuchados por radio que por ir a la cancha. Era hincha del Barcelona porque a su pueblo llegaban con mejor sonido las transmisiones radiales catalanas que las madrileñas. Si no, es posible que se hubiese hecho del Real. Empezaban los años 60 y Juan Cruz Ruíz –Juan Cruz para todo el mundo- era asmático, melancólico y devorador de libros. Desde entonces se hizo periodista y luego escritor y también editor de grandes escritores. Por esta última función es que fue compañero, cómplice y hasta en algunos casos amigo de verdaderos monstruos de la literatura. Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Susan Sontag, Arturo Pérez Reverte, Camilo José Cela, Guillermo Cabrera Infante y José Saramago son sólo algunos de una enorme lista que se describe minuciosamente en su libro ‘Egos Revueltos’.
A fines de 2010, y en el techado jardín de un hotel de Recoleta, en Buenos Aires, esa ciudad a la que tanto ama, me cuenta que no puede dejar de hacer cosas, que le gustaría tener un poco más de sosiego pero que eso es algo casi privativo para los periodistas. Quienes lo conocen dicen que no para de escribir ni de entrevistar ni de leer ni de viajar. Eso recordaron los periodistas Jorge Fernández Díaz y Ezequiel Martínez cuando lo acompañaron en la presentación de ‘Egos Revueltos’.
Fiel a su costumbre de andar con un pie en un avión y el otro en un hotel o en la calle de alguna ciudad, Juan Cruz me cuenta que aprovechó estos días de porteñismo puro para seguir escribiendo el que será su próximo libro. “Es una continuación de ‘Egos Revueltos’. Se llamará ‘Platos Chinos’ y tratará de construir los años en que fui más específicamente editor en Alfaguara. Pero también es una memoria personal. No es tanto de lo que hacen o dicen lo escritores sino de las impresiones que quedaron en mi de ellos y de cómo he ido cambiando yo como persona”, explica.
A veces también se le da por dibujar, como le pasó la tarde anterior a esta charla. “Ayer dibujé una casa en la que me gustaría vivir escribiendo. Una casa de líneas rectas, que imagino blanca, con un cuarto arriba, y un cuarto al lado, para escribir”, empieza. Y vuelve a dibujar esa casa soñada en un ejemplar de su libro mientras continúa describiendo: “Sería así, casi como un barco. Aquí la vivienda cotidiana. Arriba, una habitación que sería para que yo trabaje o para mi hija y el nieto que viene. O, mi cuarto de trabajar, acá. No sé muy bien. Y fuera, un terreno, con una pileta y algunos árboles. Y aquí los dormitorios. De modo que todo el ruido que se genere en la casa sería aquí; y aquí silencio, silencio, silencio... Y una ventana grande que me permitiera estar sentado escribiendo. Y aquí leyendo. Y libros aquí, aquí, y en la habitación, y más libros en la cocina. Parece un barco…”. Y si realmente fuera un barco, hacía dónde le gustaría que navegue, le pregunto. “Por una playa, en la orilla del mar. Hay una frase de Albert Camus en ‘El extranjero’, que dice ‘comprendí entonces que había roto la armonía del día, el silencio excepcional de una playa en la que fui feliz’. Siempre pienso en la playa, y en una determinada playa, en la que siempre sentí el equilibrio, el lugar en el que puedo sentir una cierta felicidad. De hecho un día sentí esa sensación, me levanté a contárselo a un amigo, y en ese momento me robaron un celular y un reloj de los 25 años de (el diario) El país (de España). Fue en la playa en la que fui feliz. Mientras pensaba ‘¡qué feliz soy acá!’ O sea, uno nunca tiene nada garantizado. No se tienen garantizados ni los recuerdos”.

La melancolía de los egos revueltos
¿Por qué en sus libros siempre escribe la palabra melancolía?, le pregunto. “Melancolía. Es una palabra con la que conviví toda mi vida. Soy asmático y el asmático es una persona extremadamente insegura. Alguien que sabe de la felicidad de un instante, que ocurre en un instante y se va. La felicidad es un instante. Siempre tuve esa manera de relacionarme con la vida. Como que todo está a punto de ser pasado. Mi madre me contaba de niño por qué las vacas estaban tristes y siempre me lo contaba en versos. ‘Las vacas miran con ojos llenos de melancolía porque saben que a la leche le echan agua cada día’, decía. Creo que no tenemos la melancolía de las vacas. Pero si tantas razones como las vacas para estar melancólicos… ”, asegura.
Esos egos revueltos tan característicos de la literatura son marca registrada de muchos escritores. En el enorme trabajo de Juan Cruz no faltan argentinos ni otros de reconocimiento internacional.
Recuerda un breve pero determinante encuentro con Julio Cortázar: “Encontré en él sensibilidad y tristeza, como si estuviera abrumado por una historia personal que quisiera contar. Algo que contó en ‘Rayuela’. Si uno lee ‘Rayuela’ con el deseo de explicarse a uno mismo, hallará muchas huellas que tienen que ver con uno. Cuando leía ‘Rayuela’ le pedía a la señora que limpiaba la habitación en el colegio mayor donde yo estudiaba que no tocara esa habitación. Me parecía que estaba suspendida en el tiempo. Cortázar es el escritor que más me hizo escribir. Y me hace escribir porque deja todo incompleto. Y él mismo está incompleto. Y eso es hermoso. Cuando le ví, le dije que me llamaba Juan Cruz y me dijo que nunca se olvidaría de mi nombre. Y luego supe por qué: era porque la réplica del Martín Fierro era el Sargento Cruz, y era una broma de él hacia a mi. Y yo, que era devoto de Cortázar, sentí que esa broma era muy simpática. Ese encuentro duró diez minutos y escribí dos páginas para un periódico de Tenerife. Tal fue la fascinación que tuve al verlo”.
“En Borges encontré alegría. Alegría de vivir, felicidad de estar con otros, capacidad de burla y de burla de sí mismo. No era melancólico. Posiblemente sus libros si. Pero él era un hombre con una enorme capacidad de risa. De hecho el libro en el que conversa con Sábato se ríe a cada rato. Borges dice cosas y él mismo se ríe y (Orlando) Barone lo registra. ‘Borges se ríe, Sábato pensativo’. Cortázar era más triste que Borges, desde mi punto de vista”, recuerda después.
Y el desfile de recuerdos lo lleva a Ernesto Sábato. Y cuenta: “Fue una persona que siempre tuvo una conciencia muy radical de la tristeza. No creo que sea tan triste. Una vez le pidió a (Jorge) Valdano que le golpeara el estómago para demostrarle que era muy fuerte y eso no lo hace un melancólico. Otra vez quiso comer conmigo huevos revueltos en un restaurante de Madrid y terminamos los dos cantando canciones de Falú. Siempre encontré en Sábato una ironía. Esa ironía que le acompañaba a hacer gimnasia sueca. Y tenía mucho apetito. Y como nos dijo un día Elvia (González Fraga, la asistente de el autor de ‘Sobre héroes y tumbas’), una persona que tiene ese apetito no puede sentir tanta melancolía”.
Y la lista sigue con pequeñas menciones de otros grandes: “Osvaldo Soriano me pareció un gran escritor. Era periodista, colaboraba con nosotros en el diario. Tenía una apariencia muy bonachona y una velocidad sólo equiparada a la de Miguel Vásquez Montalbán. Llevaba mal que fuera tan atacado por esa crítica que le reprochaban que fuera un escritor feliz y veloz. La velocidad en la escritura siempre tuvo mala prensa”.
Luego se explaya, apasionado, y recuerda a Rodolfo Fogwill –fallecido en agosto pasado- como “un personaje fantástico” y menciona a Adolfo Bioy Casáres y a Tomás Eloy Martínez, de quien dice que es “uno de los grandes narradores de este país”.
Su orgullo, dice, es haber estados con ellos y otros grandes de manera personal. “Por una razón u otra siempre estuve al lado o cerca de las personas a las que adoré. Eso se debe a estar. Si estás, te pasan cosas. Si te encierras, no te pasa nada”, sintetiza.

El E-book: no pero sí…
Si antes describía a la casa de sus sueños como aquella que tenía libros por todos lados, poco puede emparentarse esa figura con la de un amante de la nueva tecnología literaria; dicho de otra forma, con el E-book, o libro electrónico. “El E-book es una forma nueva de lectura, pero eso no significa que vaya a desbancar al libro de papel. La televisión fue una forma nueva de cine y no desbancó al cine. El cine, una nueva manera de teatro y no desbancó el teatro. El baloncesto una nueva manera de fútbol, y no lo desbancó. Pienso que puede haber más lectores, pero que el libro desaparezca se me hace cuesta arriba aceptar esa eventualidad. Pero puedo ocurrir”.
Casi al pasar, cuenta que tiene uno: “Pero lo tengo guardado como mi padre guardaba la dentadura postiza con un trozo de pan en el bolsillo, para que se fuera acostumbrando…”, dice y se sonríe.
“Uno lee para explicarse a uno mismo. Tanto la lectura como la escritura son ecuaciones de una misma necesidad. Sería absurdo que uno leyera la historia de otro: si uno tiene su propia historia, ¿para qué quiere la historia del otro? Pero está esa necesidad de entender al otro para entenderse a uno mismo. Yo leo por eso. ¿Qué necesidad tengo yo de levantarme a las 6 de la mañana y ponerme a escribir para contar cómo me fue con Onetti? Es que si lo escribes, algo más saldrá. A mi me ha pasado”, opina luego.
Y después: “Somos lo que hemos leído. Lo que te conté son impresiones de mi vida pasada. Pero esa vida pasada me acompaña. Decía Saramago que uno va con el niño que fue. Y uno va con los libros que tuvo. Voy con el ‘Ruiseñor y la rosa’, de Oscar Wilde, con Charles Dickens, Miguel de Unamuno, Cortázar. Yo soy todas esas personas, todos esos libros. Soy una persona, decía Peter Handke, en ‘El chino del dolor’, que el hombre consiste de preguntas. Pues yo, consisto de palabras que les leí a otros y que hicieron posible que yo vuelva a escribir o intente escribir. Escribo porque leí”.
El sol del mediodía se clava y a Juan Cruz le queda poco en Buenos Aires: en minutos deberá reunirse con amigos para almorzar y despedirse. Pocas horas después, Ezeiza será su escala para luego llegar a su Madrid. Antes de la despedida, le pregunto cuáles son sus egos revueltos; al fin de cuentas, es un escritor. Y de los buenos. “Tengo muchos egos revueltos, pero los resuelvo rápidamente. Tengo un ego revuelto instantáneo. Enseguida que alguien me dice ‘lo que has hecho no está mal’, dejo de preguntar, me parece suficiente, no soy obsesivo, no pregunto más. Nunca estoy conforme con lo que escribo. Soy lo contrario de un ejemplo. Pa’ mi”.

Alejandro Duchini


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Recuadro 1
Perfil de Juan Cruz Ruíz
Juan Cruz es periodista, escritor y editor. Estuvo al frente de la editorial Alfaguara y fue, por ejemplo, uno de los responsables de que a mediados de los 90 se lanzaran los Cuentos Completos de Julio Cortázar, que fue un verdadero éxito en tiempos en que muchos creían que el cuento iba a ser relegado por la novela. Durante su carrera periodística, entrevistó y acompañó a escritores de enorme reconocimiento. De esos encuentros publicó ‘Egos Revueltos – una memoria personal de la vida literaria’ (Editorial Tusquets). Su primer libro data de 1972, cuando fue publicado ‘Crónica de la nada hecha pedazos’. Hay, sin embargo, tres novelas que sirven para conocer al verdadero Juan Cruz: ‘Retrato de un hombre desnudo’ (2005), el imperdible ‘Ojalá octubre’ (2007) y ‘Muchas veces me pediste que te contara esos años’ (2008); todos con editorial Alfaguara. Fue uno de los fundadores del diario El País, de España. Tras haber dejado su trabajo como editor, volvió a las fuentes y se incorporó a la redacción, más allá de ser uno de los directores de ese medio, en el que además escribe un blog diario titulado “Mira que te lo tengo dicho”.


Recuadro 2
Su pasión futbolera
Juan Cruz Ruíz es un apasionado del fútbol y especialmente del Barcelona y de Lionel Messi. “Mi pasión por este deporte fue derivada de la soledad. Me calmaba de la soledad, porque casi no podía salir de mi casa. Veía todos los partidos y me hice hincha del Barcelona porque la radio de Barcelona se escuchaba mejor que la de Madrid. Escribía crónicas de partidos que no veía”, recuerda.
Sobre La Pulga, define: “Messi soluciona los problemas sobre la marcha. Parece un escultor de tramas complicadas. Cuando lo veo resolver algo, digo ‘claro, tenía razón, era así’”.
“También me recuerda a Azorín, que decía que había que ir directamente a las cosas. Lo que no comprendo es por qué lo critican tanto en la Argentina”.

Recuadro 3
Frases de sus libros
Juan Cruz Ruíz tiene un estilo muy íntimo y personal para escribir y eso se observa en cada uno de sus textos. A continuación, algunos párrafos de sus novelas o comentarios que sirven de ejemplo.
“ …Les recuerda que las cosas se tansforman, que no hay tumba segura donde morir ni trono permanente donde reinar” (de ‘Muchas veces me pediste que te contara esos años’).
“Somos lo que hemos leído, y lo que hemos perdido. La memoria siempre muestra la parte de atrás de la vida que fue pasando (de ‘Egos revueltos’).
“… Y entiendo también que no hace falta ser un niño para alcanzar la bondad o la nobleza”. (de ‘Ojalá Octubre’).
“Lo peor de la melancolía es el día siguiente, y lo peor de la tristeza es la noche siguiente” (de ‘Ojalá Octubre’).
“A veces aturde recordar, pero es bueno; el malentendido es el criadero de la mala memoria, y por tanto del rencor; no hay vacuna contra eso, pero sí hay ejercicios, una gimnasia que hay que hacer para que el recuerdo, e incluso el olvido, no sean la simiente del rencor o del desdén” (de ‘Egos revueltos’).

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