“En la cancha y en la vida, siempre dejo todo”

Lo que sigue es la entrevista que le hice a Matías Almeyda, el año pasado, en su complejo de Ingeniero Maschwitz. En la charla, un tipazo; en la cancha, lo quiero para mi equipo. Hoy lo recuerdo porque es el emblema de un River que acaba de perder 2 a 0 con Belgrano, en Córdoba, y quedó al borde del descenso.

Hace un año, Matías Almeyda regresó al fútbol profesional tras haberse retirado joven, a los 30. Hoy, a los 36, se convirtió en un baluarte del River 2010 y tiene el divino privilegio de, más allá del color de la camiseta, ser querido por hinchas de distintos clubes. Fui a conversar e intentar descubrir qué hay dentro de ese hombre que se considera pasional tanto dentro como fuera del terreno de juego.

Ver para creer: ese jugador de fútbol de 36 años que parece recio, duro, que a veces mete miedo a los rivales en la mitad de la cancha y que cuando se pone la camiseta de River se juega la vida en cada pelota, se reconoce, afuera, un sentimental. Y en oportunidades, hasta se le da por llorar, cuenta en esta entrevista. Matías Almeyda es otro: un doctor Jekyll a veces; un señor Hyde, otras. Al de los pantalones cortos lo conocemos. La gran cantidad de programas de televisión dedicados al deporte nos lo muestra todo el tiempo. Fuimos, en cambio, a conocer al que está del otro lado, al que es cuando no entrena ni juega. Al que es cuando piensa y siente más allá del perímetro de tiempo marcado por 90 minutos.
-¿Qué es el fútbol para vos?
-Gran parte de mi vida pasa sintiendo y proyectando con el fútbol. Lo juego desde los seis años, cuando soñaba con llegar a Primera. La vida me trató muy bien y llegué más lejos de lo que pensaba. Soy un agradecido. A su vez soy feliz jugando, entrenando. Por el fútbol cambié la forma de vivir de mis padres, de mis hijas. El fútbol me enseñó muchos caminos; y te los enumero: la unión, la falsedad, la hipocresía, la mentira, la amistad, la pureza. Todo esto está marcado en el fútbol y voy sacando provecho.
-¿Pensás que el fútbol espeja a las personas?
-No lo sé. Pero sí sé que cada futbolista juega según cómo siente y cómo vive.
-¿Y vos cómo jugás, cómo vivís?
-Juego con pasión, como si cada jugada fuese la última. Siempre jugué así. Pude haber jugado bien, regular, mal, pero mi actitud, mis ganas, siempre fueron las mismas. En la vida diaria también dejo todo. Vivo la vida con mucha intensidad. Trato de disfrutar cada momento de esas pequeñas cosas que, si te ponés a pensar, no son tan pequeñas, como ir a buscar a mis nenas (10, 7 y 4 años) al colegio. Disfruto de llevar una vida en familia.
-¿Me hablás de tu infancia?
-Fue muy linda, llena de amor por parte de mis padres, abuelos, tíos, vecinos. Con falta de cosas materiales, pero con mucho amor. Una infancia sana, en la que le dimos valor a que mi vieja lavaba la ropa y yo la cuidaba porque me daba lástima ensuciarla y sabía que si eso pasaba le rompía los brazos a ella. Mis viejos hicieron muchos sacrificios, pero fue una infancia linda.
-¿En Azul?
-Si, en una casa de 32 metros cuadrados en la que vivíamos cinco: mis viejos, mis hermanos y yo. Siempre destaco haber compartido la cena y el almuerzo, que era sagrado para nosotros. O tomar la leche a la tarde. Se pensaba en la familia, en estar unidos, en respetar a las otras personas y en ser respetados.
-¿Comida preferida?
-Comía de todo. Pero me gustaban las milanesas de mi vieja, que eran impresionantes. También comíamos guiso, puchero, lentejas. No me gustaba el pescado. Capaz lo comía cuando íbamos a pescar con mi viejo. Nunca tuve paladar fino.
-La familia sigue en el pueblo natal.
-Mis padres, mis tíos. Y mi abuela. Desde que volví a jugar fui sólo dos veces. Pero cuando juego de local ellos vienen a la cancha, entonces nos vemos.
-¿Qué te cambió regresar al fútbol profesional tras haberte retirado?
-Mucho. Cuando dejé a los 30 años caí en un pozo depresivo. Al volver, sonreí de nuevo, volví a ser feliz, a disfrutar de una manera que no disfrutaba antes. Hoy lo vivo sabiendo que cada vez queda menos. Estoy bien con mi familia, con mis amigos. El fútbol me dio tranquilidad.
-¿Qué es lo que más gozás de tu vuelta?
-Estoy más tranquilo. Disfruto cada momento. Desde que acepté volver a jugar sabía que muchos se reían, por eso era un desafío grande. Y de a poco demostré que estaba en condiciones. Y me rompo el alma para jugar hasta cuando pueda. Disfruto un montón. Me enorgullece ponerme la camiseta de River. Lo digo con sinceridad. A veces me pregunto cómo será vivir sin ponerme esa camiseta. Es algo que estoy trabajando, sé que esto se tiene que terminar. Pero hoy lo disfruto. El 21 de diciembre cumplo 37 años.

“River, te llevo tatuado en el corazón”
-¿Con qué cosas soñabas cuando volviste?
-Mi intención era aportar un granito de arena y creo que lo estoy haciendo. El cariño de la gente de River fue de siempre. Ahora que ven que dejo todo en la cancha, ese cariño me parece que se multiplicó y trato de agradecerlo jugando. Siempre agradeceré.
-Mirá cómo te quieren que hasta convocaron a juntar cien mil firmas en Facebook para que juegues…
-Eso es una felicidad enorme. Es un orgullo que la gente de mi club me reconozca, sobre todo teniendo en cuenta mi edad. Cada vez que tengo un momento para expresar lo que me hacen sentir, lo aprovecho. En mi corazón esto va a quedar siempre. En mi corazón tengo un sello que dice ‘Club Atlético River Plate’.
-¿Qué rol tienen en tu vida las cosas materiales?
-Cero importancia.
-¿Qué es ser un jugador de fútbol?
-Al ser futbolista, estás observado: cómo te vestís, cómo saludás, si cambiaste el auto. Siempre estás en boca de todos. Ahora, hay jugadores que creen que por ser futbolistas están tres escalones arriba del resto. Yo juego al fútbol porque es lo que mejor sé hacer y lo disfruto, me divierto y me pagan. Pero no me creo más ni menos que nadie. Siempre se habla de nuestra situación económica. Y si tenés en cuenta que hay médicos que salvan vidas y ganan mucho menos dinero que los futbolistas, que entrenamos tres horas por día, pateamos una pelota y cobramos más que ellos, que tienen otras responsabilidades, bueno, sí, es injusto. Pero el mundo es un poco injusto y el fútbol no es la excepción. Ojo: el futbolista es el que menos plata gana en este ambiente.
-Parecés melancólico, sensible ¿Es así?
-Sí, a muchas cosas. Pero eso no juega siempre a favor. Viviría más tranquilo si no presintiera tanto.
-¿Cuándo fue la última vez que lloraste?
La última vez que lloré… en realidad lloro poco. Soy una máquina de guardarme las cosas. La última vez que lloré fue el año pasado. Un día en la cancha de River, en la concentración, por una cuestión de un compañero, que no viene al caso nombrarlo. Me puso triste y se me cayeron algunas lágrimas.

“¿Qué país les daremos a nuestros hijos?”
-¿Sabés que sos considerado un “bicho raro” dentro del ambiente futbolero, no?
-Ja. Si. A medida que fueron pasando los años y yo dije lo que pensaba pasé a ser el jugador que no tiene el cassette puesto. ¿Para qué nos vamos a mentir, a engañar? Todos nos conocemos. Vamos a fiestas de deportes, todos se conocen y al otro día se pegan unos palazos que son tremendos. Eso me parece hipócrita. Pero pasa en todos lados, no sólo en el fútbol. Yo si saludo a alguien es porque lo respeto.
-¿Y vos te sentís respetado?
-Pocas veces me lastimaron. Pero no hablo por lo que me pasa a mí. Veo lo que es en general. Veo que hay periodistas que no tienen respeto, porque detrás de cada jugador hay familias, padres, madres. Creo que hay que tener límites y respeto. Si yo ofendo a alguien voy y pido perdón porque no es mi intención hacer eso. Creo que hay que hablar lo justo y necesario. Pero no generalizo. Hay periodistas que hacen bien las cosas y hablan sin mala intención. Y hay algunos con los que da gusto hablar, y ser entrevistado.
-Siempre te mostraste serio, centrado, ajeno a los escándalos. ¿Te costó mantener esa forma de ser?
-A los 18, cuando debuté, (Daniel) Passarella nos abrió el paraguas ante lo que iba a ser ésto. Nos dijo que en vez del auto nos compremos primero el departamento, por ejemplo. Nos fuimos formando como hombres. Pero también vivo solo desde los 15 años: quemé una etapa en mi vida, que hubiera estado bueno vivirla. A los 15 me lavaba, me cocinaba, me planchaba la ropa. Vivía en una pensión entre Barracas y Constitución. Eso me fue formando, me abrió la cabeza y me enseñó a darle valor a muchas cosas. No fui un santo, tuve mis cosas, pero siempre las manejé de manera privada.
-Me dijiste antes que pensás mucho en el retiro. ¿Qué es el paso del tiempo?
-Es enseñanza, es la vida. A veces a una persona se le pasa rápido, a otra lento. El fútbol se pasa rápido, pero no es todo. Estoy involucrado en la crianza de mis hijas, en verlas crecer, en ver también crecer a mis padres. Uno también crece y madura y se da cuenta de los errores que comete.
-¿A qué le tenés miedo?
-No lo sé. Quizás uno cuando tiene hijos vive con algo de miedo, sobre todo teniendo en cuenta cómo vivimos. Me pregunto qué país le daremos a nuestros hijos en quince años. Pero es algo que no depende de uno solo, sino de un montón de gente. Creo que todos tenemos que ir cambiando, mejorar el futuro para los más chicos.
-¿Qué cosas te esperanzan?
-Que mis hijas sigan creciendo como hasta ahora. Pero en realidad, no soy tan de pensar sólo en mí. Espero mucho para mucha gente. Que cambie la manera de vivir que tenemos, sobre todo en Argentina. Lo digo de corazón. Que podamos vivir una vida digna, tranquila, sin tanto odio. La gente vive enroscada. Eso hace que haya delitos, robos, drogas. Y hay quienes por conveniencia aprovechan la ignorancia de otros.
-Hablaste varias veces de tus hijas, Sofía, Azul y Serena. ¿Qué mensaje les darías a ellas?
-Uno como padre intenta decirles lo mejor a sus hijos. Para mis hijas quiero que sean felices, sinceras, buenas personas. Que tengan respeto por los demás y que se hagan respetar. Que tengan un corazón humilde; eso es muy importante. Creo mucho en Dios. Pienso que tendríamos que copiarlo más y el mundo sería diferente. Hoy veo que las veredas están muy enfrentadas, porque le conviene a los políticos crear un resentimiento en la gente, por dividir al rico del pobre, al que tiene del que no tiene. Y la verdad es que nos estamos matando entre nosotros. El corazón humilde abarca muchas cosas. Ser tolerantes, tener paciencia, reconocer errores, ser buenas personas. A eso apunto.

Recuadro 1
Volver a vivir
La entrevista se hizo en el predio que Almeyda tiene en Benavídez –Buenos Aires Football Club-, en el conurbano bonaerense, rodeado de una gran cantidad de countries. “Como no hay muchos clubes dedicados al fútbol en la zona, busco que acá se junten tanto los chicos de las clases pudientes como los carenciados”, resume. Después irá desmenuzando su propia historia de infancia ajustada económicamente, pero holgada de afectos, en Azul, provincia de Buenos Aires.
En su adolescencia llegó a River. Luego pasó al Sevilla por 9 millones de dólares, record para el mercado de pases de entonces. Después, Parma, Lazio e Inter, entre otros. Además, jugó en la selección. Retirado, practicó showbol junto a grandes como Diego Maradona, pero eso no le bastó para evitar una depresión que él mismo recuerda con un dejo de dolor.
“Me retiré a los 30, muy joven, cansado del ámbito de hipocresía que es el fútbol. Volví porque extrañaba y aprendí a convivir con las cosas que me molestaban”, explica.
El año pasado se incorporó a Fénix, un equipo del ascenso en el que fue noticia por dos expulsiones en cuatro partidos. Luego, volvió a River. Muchos eran los que no daban dos pesos por él. Pero con garra y paciencia, se convirtió en un baluarte del equipo que hoy pelea el campeonato con la obligación paralela de no descender de categoría.

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