“Quien no aprendió a disfrutar de un buen libro, se lo perdió”


El prolífico escritor chileno Antonio Skármeta, autor del guión que inspiró la recordada película El Cartero, recibió a Nueva durante su visita a Buenos Aires. Habló de la infancia perdida y de cómo el cine y el rock lo inspiran al momento de escribir una buena historia.

“Soy un chico pop ubicado en un cuerpo que no le conviene”, me dice –a sus 60 años- el escritor chileno Antonio Skármeta. Es demasiado alto como para que no queden dudas de que aquello de la niñez lo refiere por su permanente curiosidad de saber qué piensan, en qué andan y con qué se divierten las nuevas generaciones. Conversamos en el jardín de invierno de un coqueto hotel de Recoleta. A mí me pica cierta curiosidad por hablar con este hombre que en los 90 rompió las boleterías con el éxito de la película “El Cartero”, que el director y guionista inglés Michael Radford llevó a la pantalla grande basada en su libro Ardiente Paciencia. La historia se argumentaba en el poeta trasandino Pablo Neruda y en un empleado de correo que se hacía amigo. Tuvo premios internacionales y permitió que todo el mundo conociera la belleza de la actriz italiana María Grazia Cucinotta. A Skármeta también le valió la consagración internacional. Él y sus libros se hicieron masivos desde entonces, pero sin resignar calidad. Aún se escuchan aquellos ecos exitosos.

El cine y la literatura son las pasiones de este hombre que también condujo programas de televisión. Versátil, nunca resignó su espíritu viajero y recorrió países; alguna vez obligado por el exilio de los 70; casi siempre por su interés de no terminar de sentar cabeza. Sus novelas siguen fluyendo. De hecho, vino a su Buenos Aires querido –donde vivió en distintas etapas- para presentar “Los días del arco iris”, un emotivo relato en el que asoma, otra vez, el niño que lleva adentro. O el chico pop.

-En sus libros suele contar sobre padres e hijos. ¿Por qué?

-Corrijo: en mi narrativa, los personajes favoritos son padres, hijos y discípulos. Muchos de mis personajes son jóvenes al borde de decidir cómo hacen su vida. Ahora, muchas veces las circunstancias para realizarse son muy hostiles. Y estos personajes, sensibles, deben encontrar la forma de acercarse a lo que anhelan. En mis obras hay siempre un juego permanente entre el maestro y el discípulo, o, como en la del cartero de Neruda, entre el poeta y el empleado enamorado.

-¿Y ahora?

-En Los días del arco iris el protagonista es un joven de 18 años que cuenta los momentos angustiosos de los últimos años de la dictadura de Pinochet, cuando su padre es apresado. Nico, entonces, se propone recuperar de alguna manera a su papá y desarrolla una estrategia para hacerlo. Y hay también un vínculo entre el profesor y el alumno enamorado.

-En su última novela se aprecia una enorme carga de emotividad. ¿A eso apuntaba?

-De mi parte es como un guiño o un abrazo fraternal a todos los maestros y estudiantes jóvenes que mantuvieron un no muy digno en sus corazones hacia la dictadura. Muchos de ellos fueron severamente castigados. Pero la novela aporta también mucha alegría. El arco iris es el símbolo de la alegría, de los colores.

-En sus relatos suele haber optimismo. ¿Los escribe desde esa posición?

-Cada historia tiene la temperatura y el tono que le conviene. Esta historia tiene momentos pesados, pero también de luz. Está escrita desde la libertad y no desde la lucha por la libertad. Está escrita por un autor que vivió lejos de su patria porque no pudo tolerar la oprobiosa dictadura que había en Chile. Ese tono de optimismo que se ve en mí es porque hemos salido de los días aciagos de la dictadura. Y eso le da alegría a la historia.

-¿Cómo hace para meterse, al escribir, en la piel de chicos o adolescentes?

-A pesar de mi edad, y mi aspecto, me considero un chico pop, tengo combinaciones juveniles todo el tiempo, curiosidad por el rock, por los viajes. Voracidad para ver en mis hijos y en mis nietos en qué están, qué oyen. Es natural, espontáneo. Soy un chico pop ubicado en un cuerpo que no le conviene. Pero también aprecio mucho la sabiduría y la madurez que dan los años.

Aquel cartero inolvidable

-¿Qué significó en su vida la película “Il Postino”, o “El Cartero”?

-En mi estética y en mi vocación de escritor, la consolidación de un mundo imaginativo al cual yo aspiraba. Esa novela traslada la belleza de la poesía, de la dignidad, a la cual pueden acceder tanto los jóvenes como los adultos. Es una obra significativa en mi vida. Es algo que me vincula afectivamente con cualquier público. Y a partir de allí puedo ir imponiendo cualquier libro que escribí. En mi vida de escritor es un hito, le tengo un particular cariño. Y hoy sigo queriendo que mis novelas, cuando alguien las adapta, las haga a su manera, que ponga en marcha su imaginación.

-¿Es bueno o malo convertirse en un escritor masivo?

-No me preocupa qué tipo de lectores puedo tener. Es algo estadístico para los de afuera. Cuando un escritor hace una obra, piensa nada más que en esa obra, en emocionar al lector, en compartir una experiencia en el mundo entre escritor y lectores. Lo que pasa con un libro una vez que llegó al público, es algo incierto. Puede recibir el afecto del lector. O no. Puede producir efervescencia durante meses. Y luego se desvanece. O puede que se traduzca y se reedite permanentemente y aunque no llegue en cantidad masiva, permanezca a lo largo del tiempo.

-Según lo que acaba de comentar, ¿qué le gustaría que pase con sus libros?

-Algunos libros míos se enseñan en los colegios. Pero la permanencia del libro que es significativo a varias generaciones me parece más interesante que lo efímero que puede tener un best seller. Admito, de todos modos, que estoy conectado con un número interesante de lectores. Tengo una obra abundante de novelas, cuentos, teatro, guiones de cine. Estoy contento de tener una visibilidad internacional que me permite sentir una relación fraternal a donde quiera que viaje.

-¿Qué cosas le interesan, Antonio?

-Soy un escritor intensamente contemporáneo. Me interesa todo lo que la humanidad ha construido e inventado en este tiempo. Me interesa dar cuenta de mi experiencia en el  mundo antes que nada, porque mi vida, por más ínfima que sea, es mi vida, y nadie la puede vivir. Estar en este universo es lo que me motiva a escribir. Una maravilla de este mundo es estar con otros y otras. Esto alienta mis deseos de comunicación. Quiero lograr una experiencia compartida con los lectores. Ojalá que lo que yo escriba procure un momento de intensidad, al menos durante lo que dure la lectura. Me considero un escritor interesado en los asuntos cívicos.

-¿Qué consejo le daría a alguien que no tiene el hábito de la lectura?

-Es imposible explicarle a una persona que no lee y que no tiene el hábito de leer cuál es el aporte que le da a su vida individual cada lectura. Simplemente, se lo perdió. Los grandes han leído, han cultivado una fantasía individual, convivieron con múltiples fantasías que se encuentran en los libros. Yo no quiero predicarle a nadie que lea. Cada uno encontrará otro camino para ser feliz. Pero no creo que tenga una vida más interesante.

Diálogos entre autores y lectores

-¿Qué es un libro?

-Un diálogo íntimo entre un autor y un lector. Ahí, los dos están solitos, jugándosela. No hay ni el ruido callejero de la ciudad. Son dos mundos frente a frente tratando de entramarse. Quien no aprende o no aprendió a disfrutar de eso, se lo perdió. Pero no juzgo. Hay gente que es feliz o se consuela con la experiencia de lo que vivió y no necesita más. La gente que lee necesita más, más y más. El arte tiene una oferta liberadora. Propone imágenes alternativas. Y uno compara y elige.

-Hace muchos años leí una defensa que usted hizo del libro como producto tangible. ¿Qué piensa ahora que apareció el e-book?

-Pertenezco a una generación que le tiene mucho afecto al soporte de papel. Y el libro será cada vez más un objeto artístico, que generará un placer sensual con su diagramación, con el tacto. Creo que tiene un destino, no que ha perdido la batalla. Es algo muy noble, el libro. El electrónico se irá imponiendo, pero hasta el momento, en el español, las estadísticas dicen que se influencia en el mercado es mínima. Al menos por ahora. Y creo que a la larga se llegará a una convivencia de ambos soportes.

-¿Cuáles son sus influencias?

Mi escritor favorito e ídolo es William Shakespeare. También me influye el cine norteamericano y el rock and roll, al modo como lo concibió Bob Dylan y lo siguieron muchas numerosas bandas que hay hoy. Y en Los días del arco iris hay un homenaje a una banda chilena de los 80, que se llamaba Los Prisioneros. Esa banda fue la voz de esos años en Chile.

-¿Cuál es la primera historia que le contaron?

-La que recuerdo es “Pinocho”, de Collodi. Porque es la pugna entre el espíritu de la aventura y la necesidad del orden. Pinocho se mete en líos por la pasión de la aventura, por buscar placeres. Y siempre, una y otra vez, está el padre, el grillo de la conciencia, que lo quieren educar. Y a Pinocho no lo salvan las prédicas morales, sino el haber sido fiel con la gente que va conociendo en el camino.

-¿Qué me puede decir de la célebre inspiración, que a veces se hace rogar y otras se queda con uno, como regalada?

-Tengo una inspiración absolutamente variada. En “Los días del arco iris” la inspiración es una campaña publicitaria llena de poesía, de humor. Pero también puede ser algo mínimo: una chica que lee un libro en un café y se acaricia el cabello. O el día de un santo, como San Francisco de Asís, que declaraba que se conformaba con poco, y de ese poco, con un poco. Me inspiro en personajes que tienen ansias y que a veces ganan, a veces pierden y casi siempre les pasa lo que nos pasa a casi todos: que ganamos y perdemos.

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