Violencia y narcotráfico, el explosivo cóctel del fútbol mexicano

Hay quienes dicen que México es un país roto. El deporte no está ajeno. El mercado futbolero está sospechado desde hace casi una década de funcionar para lavar dinero. Entre la pasión de la tribuna y los gritos de gol, la plata sucia se limpia de a millones. Los propios mexicanos nos cuentan cómo es apasionarse por la pelota cuando la propia vida está en peligro.

“México está en una situación muy crítica que se cobró 40 mil vidas en cuatro años. La economía pasa un buen momento, pero por razones raras: el petróleo -que no es renovable-, el narcotráfico y las remesas que mandan los migrantes desde Estados Unidos, algo que puede detenerse a medida que vuelvan desde ese país. Es un dibujo de país roto. Y la degradación educativa y cultural es muy grande. El problema del narcotráfico no es sólo militar. Sólo se supera si se logra un nivel de vida más digna y una moral que haga que la gente no se corrompa”. La mirada tan general sobre la situación mexicana le corresponde al escritor y periodista Juan Villoro, uno de los más importantes referentes culturales de ese país. Villoro es, además, futbolero hasta la médula: es hincha del Necaxa; y en España, donde vive actualmente, alienta al Barcelona. Ha escrito cuentos y novelas, pero sus textos de fútbol son deliciosos como pocos. En esa temática, es autor de un librazo que se llama “Dios es redondo”. A él también le duele México.
Compatriota suyo desde las letras, pero además historiador, el periodista Carlos Calderón Cardoso, del popular sitio web Medio Tiempo –especializado en deportes-, ofrece su punto de vista: “Como todo el país, el problema del narcotráfico toca muchos ámbitos. Entre ellos, al fútbol”, me dice. Y acentúa: “La Federación Mexicana de Fútbol ha tratado inclusive con la DEA, que realiza investigaciones aquí, de mantener al fútbol mexicano libre del narcotráfico. En las divisiones menores, como la Tercera, la Segunda y la Liga de Ascenso, ha habido casos en donde el narco se ha visto presente”.
El crecimiento popular y económico que tuvo el fútbol en las últimas décadas se convirtió en un terreno propicio para quienes buscan lavar dinero. Los narcotraficantes lo saben. Y ellos, en México, dan pelea. El deporte en general, con la Fórmula 1 a la cabeza, pero con el fútbol siguiéndole los talones, es una de las industrias que más dinero mueve en el mundo entre legales e ilegales.
La situación en México mete miedo. Los cadáveres, de inocentes y de los otros, aparecen en las calles como mensajes mafiosos. A veces decapitados. Siempre a la vista de todos. Algunos sostienen que ya son 50 mil las víctimas del crimen organizado. Recién en los últimos tiempos hubo cierto valor como para empezar a marchar para pedir paz. En tanto, la guerra entre los cárteles no se detiene. Sinaloa, Los Zetas, Tijuana, Juárez, La Familia, Beltrán Leyva y Golfo son los más fuertes. Más de mil chicos murieron como parte de estos enfrentamientos. Se estima que, además, hay diez mil personas de diferentes edades desaparecidas.
El periodista y escritor italiano Roberto Saviano, amenazado de muerte por la mafia de su país debido a sus publicaciones, había escrito en su espectacular libro “Gomorra” algo que bien se puede aplicar a las calles mexicanas y al pensamiento de quienes buscan mejorar su calidad de vida de cualquier manera; aún a riesgo de esa muerte que, cuanto más tienen, más les persigue: “Todos los que conozco o han muerto o están en la cárcel. Yo quiero ser un boss (jefe). Quiero tener supermercados, tiendas, fábricas, quiero tener mujeres. Quiero tres coches, quiero que cuando entro en una tienda se me respete, quiero tener almacenes en todo el mundo. Y después quiero morir. Pero como muere un boss auténtico, uno que manda de verdad. Quiero que me maten”.

Ayer Colombia, hoy Mexico
El fútbol de México vive hoy lo que en los años 80 y 90 vivía el de Colombia con la injerencia narco. El primer caso comprobado en la Primera División es de 2004. Informes de la DEA y del gobierno federal incluyeron al Querétaro y al Irapuato. Se los investigaba por lavado de dinero. “Por lo tanto, plata del narcotráfico”, me acota Calderón Cardoso. La FMF ofreció cinco millones de dólares a cada uno de esos equipos para que vendiera su franquicia y desapareciera del torneo. El Irapuato aceptó de inmediato y sus jugadores fueron declarados en libertad de acción. Los propietarios del Querétaro amagaron declarar la guerra legal, pero finalmente agacharon la cabeza. La Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada investigaba a tres personas que podrían haber invertido dinero ilícito en esos conjuntos. Una de ellas era el narcotraficante colombiano Jorge Mario Ríos Laverde. Buscado por la DEA desde 1997, logró en 2002 un permiso para trabajar en México como vicepresidente de una empresa dedicada a promocionar jugadores de fútbol. Había fuertes sospechas de que invertía dinero de dudoso origen en ambos equipos.
Pero el punto de partida para vincular al fútbol grande con el tráfico de drogas data de 2003. Ese año se detuvo al futbolista colombiano Carlos Álvarez Maya, ex jugador del Necaxa. Su arresto tuvo lugar en el Aeropuerto Internacional de la ciudad de México, en momentos en que intentaba sacar del país más de un millón de dólares. Ese dinero, se presumía, provenía del mercado de las drogas.
Autor de doce libros vinculados a la temática futbolera, Carlos Cardoso me agrega al respecto: “Se dice, pero no me consta, que el promotor mexicano Guillermo Lara es el vínculo del narcotráfico entre el fútbol y los cárteles. Es dueño de Promotora Internacional de Futbol Soccer, que tuvo nexos con Querétaro, Irapuato y recientemente con el Veracruz”.
Lara fue en su momento uno de los personajes más odiados y poderosos del ambiente futbolero mexicano. A punto tal que dividió aguas. Empezó pobre y continuó rico. Un símbolo deportivo de ese país como Cuauhtémoc Blanco no dudó en calificarlo como “un mafioso del fútbol”. Vivió su gran momento al obtener un contrato para representar al seleccionado nacional. Luego lo perdió y poco tiempo atrás fue el presidente de la propia Federación Mexicana de Fútbol, Justino Compeán Palacios, quien se refirió a él al decir que “tiene las puertas abiertas” para programar encuentros del conjunto nacional. “Debemos tener partidos de trascendencia y la gente que pueda traernos esos partidos es bienvenida”, justificó el directivo.

La buena prensa del narco
Así y todo, el narcotráfico sabe cómo moverse para tener buena prensa. Sus aportes sociales son un ejemplo. En 2008, ocurrió la Operación Mapache, conocida internacionalmente como Proyecto Reckoning, que llevó a la detención de Wenceslao Álvarez, propietario de los equipos de fútbol Mapaches de Nueva Italia (de Segunda División) y Mapaches de Zihuatanejo (de la Tercera). “Este sujeto era visto en la región donde opera La Familia Michoacana (Cártel del Golfo) como un benefactor, porque formó los equipos y creó escuelas de fútbol para niños del lugar, dotándolos de playeras y zapatillas, obviamente todo con dinero del narco”, recuerda Cardoso.
“En México, buena parte del problema se debe a que somos vecinos de Estados Unidos, que es el principal consumidor de drogas del mundo y el principal vendedor de armas. Entonces, mientras siga así no será posible acabar con este inconveniente. Hay muchas responsabilidades en esto”, me comenta Juan Villoro.
En medio de esto, surgen héroes y villanos. Para los mexicanos, “El Maleno” Julio Frías pertenece a los primeros. Es oriundo de Ciudad Juárez, donde la violencia narco tiene más notoriedad. Sus calles llegaron a ser patrulladas por 10 mil militares enviados por el gobierno nacional, luego de que la policía local fuese destituida por sus sospechosos vínculos con el narcotráfico. Las muertes violentas son allí una postal común. La presencia de pandillas que luchan por el poder, también. Hasta sus 20 años, Frías fue uno de ellos. Estuvo preso y vivió en correccionales de menores. Se fue a trabajar como ilegal a los Estados Unidos. Hasta que regresó y jugó al fútbol. Su figura fue creciendo y a poco de cumplir 30 años se convirtió en símbolo de Los Indios, el equipo local. “Sé que muchos me ponen como ejemplo de recuperación. Está bien que así sea. Yo también anduve en el pandillerismo y en la drogadicción. Pero ahora soy un futbolista profesional”, dijo en 2009, cuando su equipo, el más humilde y recién ascendido, se convirtió en la revelación del fútbol nacional. Entonces llegó a jugar las semifinales de la Liguilla tras eliminar al campeón, Toluca. Luego, perdió con el Pachuca. Y en los últimos años descendió hasta ser desafiliado por problemas financieros.
Pero no todo fue color de rosas alrededor de este equipo. El otro lado de esta historia me lo cuenta José Luis Elías García, un editorialista de Ciudad Juárez nacido hace 65 años en Sinaloa. Testigo de la violencia desde el lugar de los hechos, me dice: “Esto se originó cuando Francisco Paco Ibarra, un constructor favorecido con la asignación de contratos de obra pública por los gobiernos estatal y municipal, muchas de ellas realizadas con muy baja calidad, compró la franquicia de Los Indios de Juárez y se hizo del Maleno por su calidad de juego. Tanto el gobierno estatal como el municipal lo apoyaron con buenos billetes para que participara en la liga de segunda, con el compromiso de pasar a la primera. Cuando lo logra, la mortal violencia aquí, en la ciudad, ya estaba en pleno apogeo y para convencer a los juarenses para que acudieran al Estadio Olímpico Benito Juárez, que se le facilitó como sede para este efecto, con bombo y platillo se publicitó que Los Indios iban a rescatar los espacios públicos de las manos de la delincuencia. Esta promoción tuvo mucho éxito, pero a los fanáticos les duró poco el gusto, porque en la siguiente temporada, producto de que Paco vendió a los mejores jugadores, Los Indios descendieron a la segunda división. Si a esto le abonas la violencia que se manifiesta mortalmente a cada hora y cada día, pues es ya poca la afición. Y no hay que olvidar de que corrió el rumor, que no me consta, de que Paco Ibarra fue objeto de extorsión por parte de la delincuencia organizada. Porque también se rumoró, sin constarme tampoco, que algunos narcos le aportaron dinero sucio para su negocio futbolístico y les quedó a deber”, resume.
Hoy Los Indios fueron desafiliados. A enero de 2011, El Maleno no tiene equipo.

Un sueño truncado
El del jugador paraguayo Salvador Cabañas fue otro caso conmocionante. Figura del América, el 25 de enero de 2010 recibió un disparo en la cabeza mientras estaba en un bar de México. Se dijo que el ataque fue por una deuda por drogas. Estaba todo dado como para que sea la figura de su selección en el Mundial de Sudáfrica. Debió ser internado de urgencia. Pocos apostaban por su vida. El 3 de febrero del año pasado volvió a entrenar. Lo hizo con el plantel del Club Libertad, de su país. En la última Navidad, cuando participó de una promoción futbolera en un shopping en Asunción, le dijo al Diario Popular local que estaba en condiciones de volver a jugar profesionalmente: “Al nivel de cualquier futbolista, sólo que depende del cuerpo médico, hay que esperar”. Su presunto agresor, José Jorge Balderas Garza, El JJ, se encuentra detenido.
La FMF ha tratado de poner candados cada vez más fuertes para que el narco no invada al fútbol mexicano. En la Primera División se cuida mucho esto, pero no quiere decir que no haya lavado de dinero en las compras de algunos jugadores venidos de Sudamérica”, ejemplifica Cardoso. Y dice después: “Espero que se ataque frontalmente esto del narco, aunque como te digo en un principio, el narcotráfico y su dinero han invadido al país. Muchos políticos se han visto corrompidos por este dinero sucio y el fútbol está muy expuesto”.
Pero en medio de este presente negro y ante un futuro incierto, hay algo que no se pierde. Es la pasión por el fútbol. Pasión que describe Villoro: “Como hincha soy tan irracional como cualquiera: tengo cábalas: cierro los ojos, me encanta que mi equipo gane en el último minuto con un gol fuera de lugar. Cedo a estas pasiones innobles que no dañan a nadie, pero hay una ley de compensaciones y sé que el árbitro será injusto con tu equipo o con el mío. Lo que más me apasiona del fútbol es el interés por ese deporte. Soy un aficionado a la afición. A querer saber ¿porqué la gente se pinta la cara por un partido?, ¿por qué delega tantas emociones en el juego?, ¿por qué su vida cambia por eso?, ¿por qué se aprenden nombres de otros idiomas?, ¿por qué un equipo siempre pierde en determinados estadios a pesar de los años y a pesar de que cambian los jugadores, los técnicos, las circunstancias? Me interesa ese componente mental e ilusorio que hay en el fútbol. Como si los fantasmas de otros tiempos siguieran jugando”.

Alejandro Duchini


El caso del “Piojo” Claudio López
Símbolo de Racing en los 90 y actual corredor de rally, el delantero Claudio López –el Piojo- estuvo en el ojo de la tormenta tras su paso por el América, entre 2004 y 2006. Allí fue goleador y figura del equipo. Y campeón.
Pero su nombre apareció mezclado con el negocio oscuro cuando narcos colombianos difundieron que sus colegas mexicanos invertían dinero en los clubes de fútbol; entre ellos, el América. El primero en decirlo oficialmente fue Fernando Rodríguez Mondragón: su padre, Gilberto Rodríguez Orejuela, y su tío, Miguel Rodríguez Orejuela, eran líderes del cártel de Cali. Sabía de qué hablaba. “Compran jugadores por intermedio de cuentas en las Bahamas y otros paraísos fiscales. Si el pase del jugador costó 2 millones de dólares, dicen que pagaron 20. La diferencia la ‘lavan’ fácilmente”, explicó. Entonces señaló al Cruz Azul y al América. “Sé lo que pasó con el Piojo López. Es que los jugadores, sobre todo los argentinos, se prestan para estas cosas", disparó, sin más.
Los hermanos de Mondragón fueron detenidos por autoridades colombianas y de la DEA el 25 de febrero de 2009. Ellos también estaban vinculados al fútbol. Se los acusaba de poseer el 52 por ciento del América de Cali a través de testaferros.
“Cuando arribó a México, el pase llegó de Argentina-Valencia-Lazio-América. La carrera de Claudio ha sido intachable y es triste que haya medios que tomen a la ligera una información de tal delicadeza”, lo defendió Luis Montes, su representante.
De esta acusación, nunca pudo comprobarse algo.

Por miedo, seis suspensiones
Entre el 26 y el 28 de marzo de 2010 se suspendieron por primera vez partidos de fútbol por temor a la delincuencia organizada en México. Lo avisó la propia Federación. Se trataba de seis encuentros de Tercera División profesional a disputarse en Tamaulipas y Nuevo León, en la zona noreste de ese país. El motivo era que no había garantías ni para los jugadores ni para el público. De hecho, cada vez era menor la cantidad de espectadores que iban a los estadios en esa zona. Se debía a que la guerra originada en el negocio de las drogas entre Los Zetas y los del Golfo –dos cárteles que antes eran aliados- hacía presagiar que los estadios podían ser el escenario adecuado para dar repercusión al conflicto. Y el resultado nunca iba a ser bueno.
De hecho, los padres de los jugadores más jóvenes no les daban permiso para que jueguen. El presagio no era alentador: desde hacía tiempo las pandillas se dedicaban a robar e incendiar autos y micros para bloquear las calles, que estaban literalmente tomadas, y dar un total aspecto de terror. El miedo ganó su batalla.

Números que meten miedo
Según un informe de funcionarios del gabinete de seguridad; del Centro Nacional de Planeación, Análisis e Información para el Combate a la Delincuencia, y del Centro de Investigación y Seguridad Nacional, se produjo un promedio de 33 muertes por día en casos ligados al crimen organizado durante 2011 en México. En total fueron asesinadas 11.890 personas por rivalidad entre bandas o en choques con las autoridades. El 60 % de las víctimas tenía entre 20 y 30 años. En 2010 fueron 13.417. Desde que Felipe Calderón asumió la presidencia del país, en diciembre de 2006, oficialmente hay 51.918 víctimas fatales producto de la violencia narco. En Chihuahua se produjo la mayor cantidad de homicidios: 1.920.  Son números que no sólo marcan un gran campo de violencia, sino que además advierten que revertirlos será una dura pelea.

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