“TENGO UNA NECESIDAD IMPRESCINDIBLE DE CONTAR COSAS”

(Por Alejandro Duchini. En Twitter, @aleduchini). 
El escritor nicaragüense visitó Argentina para presentar su último libro de cuentos, “Flores Oscuras”. En ésas páginas, un desfile de personajes disímiles reflejan historias que tienen como disparador la cabeza de un Ramírez que decidió volver al relato corto para “acercar las fronteras entre la ficción y la realidad”, según le dijo a La Gaceta en la entrevista que sigue a continuación. La nota original fue publicada en La Gaceta, de Tucumán: http://www.lagaceta.com.ar/nota/547807//ser-numero-uno-aspiracion-todo-ser-humano.html


“En la escuela secundaria mi madre era la profesora de Literatura. Crecí con ella leyendo Lorca, Neruda. Y luego, mi autoformación, sobre todo en la universidad, a los 19 años, cuando empecé a leer cuentistas. Me gustaba el cuento. Chejov, Maupassant, Quiroga, Rulfo. Después llegué a Cortázar y Borges”. El escritor nicaragüense Sergio Ramírez habla pausado pero en tono alto. Su voz se destaca entre la gente que desayuna en la cafetería del hotel del centro de Buenos Aires en que se hospeda. Se encuentra en esta ciudad para presentar su último libro, “Flores Oscuras” (Editorial Alfaguara). Abarca doce relatos imperdibles. Perdedores, soñadores, triunfadores, pobres, millonarios, ilusos. Sus protagonistas reflejan, al fin de cuentas, al ser humano común. Es una de las primeras mañana frías del año. A esta hora, el termómetro aún coquetea con el 0. Pero ahora, entre medialunas, cafés con leche y porteños madrugadores, la mañana parece un mundo más cálido.
Otro mundo. Como el de su niñez, a la que suele regresar. Por ejemplo cuando habla del pequeño pueblo de Masatepe, donde nació el 5 de agosto de 1942. “Cinco mil habitantes entonces; tal vez 25 mil hoy”, resume. “Es una población muuuuy antigua”, exagera adrede. Y recuerda que allí su padre tenía un comercio de ramos generales. “Una venta”, lo define. Allí no sólo quedó su infancia, sino que hay una biblioteca popular en el marco de la fundación que lleva el nombre de su madre, Luisa Mercado. Hay también una escuelita de música, homenaje a su abuelo músico: Lisandro Ramírez. “Allí está parte de mis libros, sobre todo de literatura hispanoamericana. Tenemos unos 60 estudiantes”, explica.
-Antes me hablaba de Julio Cortázar con admiración. ¿Por qué?
-La lectura de sus cuentos fue para mí un deslumbramiento. “Bestiario”, “Todos los fuegos el fuego”; después la llegada de “Rayuela”, que me resultó muy trascendental. Fue el libro de mi generación. Es curioso porque no era un libro político, y nosotros éramos muy políticos. “Rayuela” enseñaba la ruptura del statu quo, de la vanidad, de la burguesía, de los que se toman en serio. Por eso fue un libro muy popular en mi generación. Lo empiezo a releer y lo veo como un clásico, que es por lo que un libro sobrevive. “Rayuela” es de los más importantes de mi generación.
-Estamos hablando nada menos que de los 60.
-La década de los 60 es un todo. Dejé Nicaragua, la dictadura de (Anastasio) Somoza vivía momentos de altas y bajas. No me fui exiliado sino porque sabía que mis posibilidades ahí estaban agotadas; y Costa Rica era un país con un nivel cultural más alto. Librerías, universidad, orquestas. Eso en Nicaragua no existía. La década de los 60 creo que fue la  más rica del Siglo XX en cuanto a rupturas. “Rayuela” en lo literario, The Beatles, Rolling Stones, Woodstock, la revolución cubana, (Patrice) Lumumba, Martin Luther King, las descolonizaciones de África y Asia, la revolución poética con (Allen) Ginsberg y (Jack) Kerouac. Es una década en la que se montaron muchos sueños de cambio. Muchas de estas cosas terminaron en dictaduras, en desastres, en represión.
-Aquello seguramente tuvo una enorme influencia en usted.
-Todo tiene un efecto acumulativo. Sin mi paso por esas experiencias de ver al mundo cambiando, y luego mi propio cambio con la revolución nicaragüense, hoy no sería el mismo. Eso me cambió a mí, que sigo siendo otra persona gracias a esa experiencia.

EL HOMBRE, EL ESCRITOR
En los 70, Ramírez enfrentó la dictadura de Somoza junto a un grupo de intelectuales y civiles. Apoyó al Frente Sandinista de Liberación Nacional. En 1984 fue elegido vicepresidente de Daniel Ortega. Tuvo luego otros cargos, hasta que en 1996 se retiró de la política. Pero su carrera como escritor había arrancado mucho antes. Su primer libro, “Cuentos”, fue publicado en 1963. Desde entonces, no paró de publicar ni de ganar premios. “Castigo Divino”, “Margarita, está linda la mar”, “Sombras nada más” y “La fugitiva” son algunos de sus trabajos más reconocidos. Entre otros galardones recibió el Dashiel Hammet en España, el Laure Bataillon por mejor novela extranjera traducida en Francia, el Latinoamericano de novela José María Arguedas y el Iberoamericano de Letras José Donoso por su obra literaria.
Cuando está en su país, de 8 a 13 se dedica sólo a escribir o corregir, si es que la inspiración le niega la visita. Su último trabajo, “Flores oscuras”, es de este año y fruto de esas mañanas de trabajo. “Es mi regreso al cuento. Es una manera de contar doce historias más o menos conectadas por la desesperanza, la soledad, la tragedia. Pero sé que aquí hay historias que sólo podía contarlas en forma de cuento. Que no eran materia de una novela. Uno tiene que saber qué va a un cuento y qué a una novela”.
-¿Qué busca en sus historias?
-Me gusta acercar la frontera entre la ficción y la realidad. Y eso depende del método. Por eso uso el reportaje periodístico, sea o no cierto lo que cuento. Aquí hay historias reales. Como la de “Las alas de la gloria”. Hay otras totalmente imaginadas: “La colina 155”. En algunos sentidos son historias ejemplares, que sirven para ilustrar casos en la sociedad.
-En “La puerta falsa” habla de alguien quiere ser número uno y no llega. ¿Cree que todos buscamos eso?
-Es la aspiración de todo ser humano. Nadie compite por ser tercero. Todos quieren llegar en el primer pelotón, romper la cinta. Pero en la vida uno solo es el primero. Lo que quiero reflejar es la lucha por la vida.
-También le dedica un cuento a la conciencia.
-El asunto es cómo contar la historia de un juez al que los narcos le ofrecen dinero. Es por eso que le doy voz y cuerpo a la conciencia. Es alguien discutiendo con su conciencia: todo el que va a hacer algo malo, lo barniza.
-¿Qué busca y qué encuentra al escribir?
-Uno siempre quiere decir las cosas pretendiendo que nadie las haya dicho de esa manera antes. Pretendo la originalidad. No en los temas, porque son siempre los mismos: amor, locura, muerte. Reproducir dramas humanos, quiero.
-¿Qué siente al terminar un texto?
-Un gran alivio porque hubo una historia que no resultó frustrada. En el cuento uno sabe a dónde va, y si no lo sabe mejor no atreverse. Porque las historias tienen que ser cerradas y no se puede improvisar en el camino.
-¿Es cierto que en las novelas son los personajes los que manejan al autor?
-Van cobrando vida sin que uno intervenga. Es cierto que se apoderan del autor, del barco. Tienen su propia fuerza. La novela es un trabajo del subconsciente, misterioso. Los personajes salen del subconsciente y van descubriendo al autor. Cosas que uno no se animaría a decir por su cuenta las dice a través de un personaje.
-¿Por qué escribe?
-Por necesidad. Siento la necesidad de contar. Es imprescindible para mí. Está esa cosa de contarle algo a otro para que no se lo pierda.
-¿No se cansa, a veces, de escribir?
-Es un desgaste, pero uno se repone. Como el atleta, que se repone. Uno escribe hasta que muere; es un trabajo en el que no hay retiro ni hay tercera edad. Y si no tengo qué contar, siempre hay para corregir. Siempre.

Alejandro Duchini

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