“NO VERÉ A NADIE COMO MANDELA POR EL RESTO DE MIS DÍAS”
Lo afirma en
diálogo con La Gaceta,
desde Londres, el periodista John Carlin, autor del libro El factor humano, en
el que cuenta la vida del gran ex presidente sudafricano a través del Mundial
de rugby de 1995. Ese espectáculo deportivo que unió a los negros y blancos de
ese país fue el gran logro político y humano del líder, quien agoniza en el
hospital de Pretoria. La entrevista original puede leerse acá.
La muerte de Nelson
Mandela, líder sudáfricano y presidente de ese país entre 1994 y 1999, es –al
momento de escribir estas líneas- inminente. Se habla de que se encuentra en
estado vegetativo. El gobierno lo desmiente. Su familia suelta informaciones que
se vuelven contradictorias. Se comenta también que le quitarán el respirador
artificial para poner fin a su agonía. Eso ocurre en Sudáfrica.
Mientras tanto, en
Londres, el periodista John Carlin espera novedades para tomar un vuelo directo
a esas tierras. Una vez allí, le exagera a La Gaceta, escribiría sobre el tema para
“diez mil medios”. Carlin tuvo el privilegio de haber compartido más que
trabajo con Mandela, quien el 18 de julio cumplirá 95 años. Tanto estuvo con él
que de esa experiencia escribió el gran libro El factor humano (Seix
Barral, 2009). En esas páginas relató la vida del líder político tomando como
eje el Mundial de rugby de 1995. Esa gesta unió a los negros y blancos de
Sudáfrica, sede del torneo. El deporte como estrategia de hermandad. Toda la
nación apoyó a los Springboks, que le ganaron la final a Nueva Zelanda. Pero
más allá de lo deportivo, aquel fue el triunfo social de un país y un logro
personal y político de Mandela.
-¿Qué significó
ese libro en su carrera periodística?
-Fue algo grandioso.
Como periodista es sin dudas la suerte más grande que tuve en mi vida: que me
haya tocado estar como corresponsal en esa época heroica de Sudáfrica. Llegué
un año antes de su liberación. Estuve cuando lo liberaron y luego para el final
feliz, cuando Mandela se coronó presidente. Llegué a conocerlo bien. Como
periodista, ese honor y privilegio de conocerlo es lo mejor que me pasó.
-¿Cómo
calificaría a Mandela en lo personal, más allá del político?
-Mandela es una gran
persona, no sólo es un grandísimo político. Tienes el ejemplo de (Winston)
Churchill, que fue un gran político, pero leí sus biografías y nunca dejó la
impresión de ser una gran persona, de ser decente, generoso. Y Mandela es
coherente con sus valores; y siempre decente. Es una referencia que tengo.
-¿Lo ha marcado a
usted?
-Mucho. Es muy
sencillo, atento con todo el mundo, respetuoso con el camarero, con el
jardinero, con las azafatas. Con todos. Y yo intento seguir su ejemplo de ser
decente y coherente. Creo que Mandela es el modelo a imitar, aunque sé que es
difícil llegar a su altura. Pero ante determinadas situaciones, siempre pienso
en qué hubiese hecho él si estaría en mi lugar.
-¿Puede
considerarse su amigo?
-Eso sería una
exageración. Pero dentro de las posibilidades que tiene un periodista, llegué
bastante cerca. Charlábamos mucho, más allá de la media docena de entrevistas
que le hice. Y cuando me fui de Sudáfrica me invitó a una comida y dio un
pequeño discurso sobre mi persona, lo que es halagador. No sé si él me
considera su amigo, pero estoy satisfecho con la relación que tuvimos. Creo que
fue una suerte y un privilegio para mí haber llegado a conocer a Mandela.
-¿Cómo cree que
incidirá socialmente su muerte?
-Él se retiró de la
política hace como nueve años. Hizo una declaración muy simpática: “Me voy a
retirar después de pasarme 27 años vagando en una isla”. No estuvo metido en el
día a día político, por lo cual lleva ya tiempo siendo una especie de mito
moral a la distancia. Creo que con su muerte la gente reflexionará mucho más
con el ejemplo de su mensaje. Sobre todo por la enorme presión mediática que
habrá cuando eso pase.
-¿Cómo vivió
usted aquella final del Mundial de rugby, en 1995?
-Siempre fui
consciente de que estaba presenciando no tanto un evento deportivo sino uno
político, trascendental. Al otro día hice un artículo: lo entendí así en el
momento en que ocurría. Cualquiera se daba cuenta de eso. Ese partido lo vi en
un bar en Washington, donde estaba como corresponsal. En ese lugar había como
200 sudafricanos. ¡Era como estar en Sudáfrica!
-¿Qué lo llevó a
escribir un libro sobre aquello?
-Cuando Mandela dejó
la presidencia, en 1999, trabajé en un documental que terminaba con la final
del Mundial de rugby. Meses después, una chica de 18 años, de origen iraní, que
cuidaba a unos niños, hijos de amigos míos, me dijo en la casa de ellos, en
Londres, que lo que más le había gustado fue lo de la final, lo del rugby. Esa
noche me desperté, en plena madrugada, pensando que debería haber enfocado el
documental en ese partido. Pero el documental estaba hecho. Entonces me puse a
pensar en por qué no hacía un libro sobre Mandela, pero a través de la
narrativa de ese Mundial y sin seguir patrones cronológicos. Pasaron varios
años hasta que lo escribí. Fue una larga gestación. La idea se me ocurrió en el
año 2000 y no lo escribí hasta 2007, aunque un año antes había empezado a hacer las entrevistas. Me llevó
más o menos un año y medio hacerlo.
-¿Puede
considerarse una biografía sobre Mandela?
-No es la biografía.
Mi libro es una lectura, quiero creer amena y digerible, con una trama con
cierto suspenso narrativo, que llega a la esencia de la grandeza de Mandela
como líder político. Ahora, si quieres saber los detalles de su infancia, de su
adolescencia, de las pugnas internas con sus aliados, etcétera, lee su
autobiografía o la biografía autorizada, de Anthony Sampson, que lo conoció en
los años 50. Mi
libro es una manera digerible de llegar al grano de Mandela, pero sin contar en
detalle su vida.
-Tomando en
cuenta cuánto lo admira, ¿es también un homenaje?
-Sí, es también mi
homenaje. Y él mismo dijo que el día de la final del rugby fue el más feliz de
su vida; el día por el que luchó siempre. Fue el sello a todo su esfuerzo.
¿Quieres que te cuente una anécdota que lo describe como persona?
-Sí, claro.
-Alguien a quien
entrevisté para el libro fue el jefe de protocolo de la presidencia de
Sudáfrica. Un tipo grandote, blanco, que llevaba como 15 años en el cargo.
Había tenido el cargo con los dos presidentes blancos anteriores a Mandela. El
primer día de trabajo de Mandela como presidente llega con cajas para retirar
sus cosas. Pensaba que lo iban a echar para poner a un negro en su lugar. Son
las 7 de la mañana. Se saludan. Mandela le pregunta, en tono amable, cómo está.
“Bien, me voy a trabajo”, le contesta. “¿A dónde?”. “Donde trabajé antes de la
presidencia: en el Departamento de prisiones”. “No se lo recomiendo. Conozco
ese lugar ja ja. Hablando en serio: quiero pedirle que se quede conmigo.
Necesito su experiencia. No sabemos cómo administrar un Departamento
Presidencial”, le dijo Mandela. Y este hombre, en esos 5 minutos, quedó
encantadísimo. Mandela fue siempre muy atento con él. Le preguntaba por su
familia, le presentó al Papa cuando fueron al Vaticano. Y un año después de
haber dejado la presidencia lo invitó a comer a su casa con su mujer y sus
hijos adolescentes. Antes de empezar la cena alzó la copa con un brindis. Pidió
disculpas a su familia porque “tomé mucho de su tiempo”, dijo. Eso demuestra
que era práctico. Lo normal hubiera sido llegar a la presidencia, quitar a los
anteriores y poner a su gente. Pero Mandela entendió que eso iba a ser
problemático. Además, buscó mandar un mensaje de reconciliación a la población.
Porque ese no fue el único caso. Lo hizo con todos. Y tercero, Mandela no tenía
nada que ganar al invitarlo a cenar a su casa luego de dejar la presidencia.
Fue un gesto absolutamente humano. Esa conciencia de transmitir mensajes de
unidad fue también un gesto de Mandela, siempre.
-Antes hablamos
de la repercusión mundial ante su muerte. ¿Qué cree que le pasará a usted, que
lo conoció tanto?
-Una vez que muera…
es un poco como cuando lo liberaron de la cárcel. Por un lado sentí que estaba
ante un episodio glorioso, eufórico. Pero como periodista estaba tan ocupado
que no tenía tiempo de conectarme con mis propias emociones. Los periodistas, y
tú lo sabes, somos un poco como cirujanos: si hay que cortar, cortamos y ya.
Pero de repente camino por la calle, pienso en él y por más que sea una muerte
anunciada me causa tristeza. Estoy seguro de que cuando llegue el momento y
pare el frenesí periodístico un segundo, sentiré mucha tristeza porque no
volveré a ver a nadie como Mandela por el resto de mis días.
Alejandro
Duchini
JOHN CARLIN
PERFIL
Nació en Londres en
1956. Por su trabajo, viajó por todo el mundo. Trabajó en nuestro país para el
Buenos Aires Herald. Fue corresponsal en México, Estados Unidos y Sudáfrica,
entre otros. En 2000 recibió el Premio Ortega y Gasset de periodismo. Ha
publicado otros libros, como Heroica tierra cruel y Los ángeles
blancos.
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