AUSTER Y COETZEE CONTARON EN PÚBLICO LO QUE INTERCAMBIARON EN PRIVADO
El ganador del Príncipe de
Asturias 2006 y el Nobel de Literatura 2003 leyeron fragmentos de las cartas
que se enviaron durante tres años y que terminaron constituyendo un libro. El
proceso de escritura, el azar y el deporte fueron algunos de los temas
tratados. Acá,
la nota original.
Por Alejandro Duchini | Para LA GACETA - Buenos Aires
Contar en Argentina con la
presencia de Paul Auster y J.M. Coetzee, dos de los más prestigiosos escritores
del mundo, no es algo que se produzca seguido. Y justamente, durante el fin de
semana pasado, ambos cumplieron en estas tierras con una serie de compromisos
que tuvo su punto más alto de convocatoria en la Feria del Libro, en Buenos
Aires, con motivo de una charla pública. La expectativa generada fue tal que
alrededor de 1.000 personas colmaron la Sala Jorge Luis Borges y otras tantas observaban
el encuentro ante una pantalla gigante ubicada a unos metros.
Sin embargo, la anunciada
conversación entre Auster, Premio Príncipe de Asturias 2006, y Coetzee, Nobel
2003, terminó siendo una lectura de algunas de las cartas intercambiadas entre
2008 y 2011, y publicadas en el libro Aquí y ahora, editado de manera conjunta
por Anagrama y Sudamericana. Pero tan grande es la devoción que despertaron en
los presentes que para muchos daba lo mismo que fuese una charla o una lectura.
Lo importante era tenerlos ahí, casi al alcance de la mano.
Auster dio el puntapié inicial
recordando sus encuentros con Charlton Heston (actor al que desprecia) tras lo
cual señaló las casualidades que los cruzaron con una diferencia de pocos días.
“¿Te suceden estas cosas? ¿O sólo me pasan a mí?”, preguntó el escritor que a
lo largo de su obra hizo hincapié en el azar y la causalidad. Coetzee habló de
las competencias deportivas: “No me gustan las visiones del deporte en las que
hay que ganar porque todo es vida o muerte”, opinó mientras algunos de los
presentes estaban más expectantes de atestiguar su presencia en la sala a
través de Twitter o pugnaban por la mejor foto desde sus sillas.
“Crecemos con los nombres que nos
han dado hasta que no damos cuenta de que somos esos nombres”, señaló luego el
autor de La invención de la soledad. “No tengo la menor idea de qué les pasará
a mis personajes después de que termine una novela”, leyó Coetzee.
Dar sin parar
Las lecturas se prolongaron
durante una hora en la que se escucharon conceptos más que interesantes. Como
el que señaló el sudafricano al hablar del proceso de escritura: “Sé que dicen
pavadas románticas sobre la vida del escritor, sobre la desesperación de
enfrentarse a la página en blanco, sobre la angustia de la inspiración que no
llega, sobre las rachas impredecibles, y no fiables, de creación febril e
insomne, sobre la inseguridad agobiante e inquebrantable, etcétera. Pero no son
del todo pavadas, ¿vedad? Escribir es una cuestión de dar y dar sin parar, sin
respiro”. “Jamás me consideré un valiente”, leyó Auster también al hablar de
cómo escribe; en su caso tras contar cómo es su máquina Olimpia “con la que me
ensucio las manos al correr la cinta” y resumir que la habitación en la que
trabaja tiene muchas ventanas y, por ende, es luminosa.
Ni al principio ni al final se
les escatimaron aplausos. Ni siquiera cuando se despidieron de una manera fría,
cuasi distante, de un público que en todo momento les dio calor. Porque cuando
había pasado alrededor de una hora y cuarto, Coetzee leyó “el mundo sigue
enviándonos sorpresas y nosotros seguimos aprendiendo”. En unos pocos segundos
se miraron, juntaron sus hojas impresas con los textos de sus cartas,
observaron al público y, en medio de los plausos, apenas inclinaron la cabeza,
se levantaron y se fueron.
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