AMISTAD, INCLUSIÓN Y RUGBY

La motivación es ayudar a los jóvenes a insertarse en la sociedad. ¿Cómo lograrlo? A través de varias ONG que impulsan la práctica de este deporte que fomenta valores. La nota fue publicada en Revista Nueva y puede verse acá.

El rugby me permitió conocer otras realidades fuera del barrio. Acá se vivía como en una cápsula, no se conocía el afuera. Pero este deporte unió al barrio con el afuera, y viceversa”, dice Lucas Morales, 23 años, residente de la Villa 31, en el barrio de Retiro, en Buenos Aires.

Hasta sus 17 años, Lucas jugaba al fútbol más por costumbre que por gusto. Tanto que se había habituado a los problemas que surgían en los partidos.“La mala onda, los enojos y los insultos eran comunes”, explica. Un amigo lo invitó a jugar al rugby, una actividad desconocida para él.“Solo sabía del Mundial de 2007, cuando vi algunas veces a Los Pumas”, agrega. Empezó a practicarlo cuando conoció la propuesta de la ONG Botines Solidarios. Eso le cambió la vida.

Varias son las ONG que utilizan al rugby como herramienta de inclusión. Apuntan a chicos y adolescentes, y, en algunos casos, a quienes están privados de su libertad. Trabajan en parques, clubes y en cárceles. Cualquier espacio que simule una cancha sirve. El objetivo es correr, jugar, divertirse, sentirse parte de algo y superarse. Aprender a trabajar con el otro. Los valores del rugby, con su célebre tercer tiempo, son fundamentales.

Con los botines puestos

A Ignacio Miguel Corleto se lo conoce como “Nani”. Nació en 1978 y en 2010 recibió el Premio Konex como uno de los mejores rugbiers de la década. Compartió la distinción con Agustín Pichot, Felipe Contepomi, Gonzalo Longo y Patricio Albacete. Fue un símbolo de Los Pumas, con los que jugó en los mundiales de Gales (1999), Australia (2003) y Francia (2007).

Cuando dejó de jugar formalmente, empezó a pensar en cómo devolver algo de lo que había recibido de ese deporte. Junto a unos amigos fundó, en 2009, Botines Solidarios, de la que hoy es presidente. “Hacemos algo para, con aportes de sectores públicos y privados, cambiar la realidad de algunos chicos. Lo que queremos es mostrarles un camino, porque son ellos los que cambian. En lo personal, es un orgullo, un placer, que este trabajo tenga sus frutos, que los chicos adquieran otros valores, que tengan un lugar de pertenencia y que disfruten con el deporte. También que se hagan amigos. Queremos volver a las bases. De eso se trata”, indica Corleto.

En Botines Solidarios impulsan tres programas. Uno de ellos es Rugby & Hockey en los barrios, que tiene lugar en zonas humildes de Buenos Aires y Rosario. Consiste en armar partidos interbarriales y fomentar el conocimiento entre los participantes. La segunda propuesta es Libertad desde el Deporte. Se apunta a que el rugby sea una herramienta de contención en unidades penales de la provincia de Buenos Aires. “La idea es que los chicos aprovechen su tiempo para aprender un deporte y todo lo que eso significa. Más que a la actividad en sí se apunta a que reciban una atención que tal vez nunca recibieron. Que sepan que hay quienes los tienen en cuenta, quienes los integran a un grupo. 

Eso ayuda mucho en situaciones de encierro”, explica Bruno Volpe, encargado del área de comunicación de Botines Solidarios. El tercer programa es Rugby Social Argentino, mediante el cual se invita a jugar, a través de viajes a provincias, a hombres y mujeres de todas las edades y con escasos o nulos recursos económicos. “Queremos que este proyecto crezca hasta crear una red de rugby social en todo el país”, aclara Volpe antes de agregar: “En algunos barrios está la cultura de que el vecino es un enemigo. Eso genera desconfianza. Lo que hicimos fue unir mediante el deporte, que jueguen juntos. El deporte eliminó barreras de enemistad. Queremos que los chicos se apropien de la idea. Que si nosotros nos vamos, sigan usando al rugby como una herramienta y que lo transformen en su proyecto”.

Corleto se entusiasma:“Algunas cosas cambiaron. Cuando arrancamos, en 2009, el objetivo era utilizar al rugby y al hóckey como transformadores. Hoy también trabajamos en las unidades penitenciarias. Porque es la realidad la que nos lleva a seguir trabajando e ir a otros lugares. Pero siempre teniendo al deporte como herramienta de inclusión o reinserción. Apuntamos a que del trabajo que hacemos quede algo. Que no desaparezca en el tiempo. Si logramos aunque sea poner estos temas en la agenda, ya también hemos dado otro paso”, explica después.

Integrarse a Botines Solidarios fue un gran cambio para Lucas Morales. “Uno adquiere los valores mágicos del deporte. Transforma su pensamiento y su realidad”, dice. De la Villa 31 pasó a integrarse a un equipo de rugby en Vicente López. “Llegué a Primera. Fui feliz porque lo sentía como mi segundo hogar”, celebra. Más tarde se enfocó en la dirección técnica. Ahora enseña a jugar a chicos y chicas en el Villa 31 Rugby Hockey Club. “La gente por lo general cree que este es un deporte de gigantes, con buen físico, violento. Yo creía lo mismo. Pero nada que ver”, suelta. ¿Qué le dio el rugby? “Me abrió la cabeza. Me enfocó y me hizo darme cuenta de cuál era mi pasión. Terminé el secundario y mi idea es hacer el profesorado de Educación Física”, cuenta Lucas, que vive con sus padres y sus cinco hermanos. “El rugby fue revolucionando al barrio. Puedo decir que más que amigos hice familia”.

En las cárceles

Espartanos Rugby Club es un equipo de rugbiers integrado por detenidos del Pabellón 8 de la Unidad Penitenciaria 48 de San Martín, provincia de Buenos Aires. Fue creado a principios de 2009 por el exjugador del SIC Eduardo “Coco” Oderigo, quien lo convirtió en una Fundación. Abogado, fue también funcionario judicial. Esa profesión lo hacía visitar cárceles. Hoy recuerda: “En los tiempos en que trabajaba en juzgados penales, un amigo me dijo que quería conocer una cárcel y lo llevé. Aunque estaba acostumbrado, me daba cuenta de que eran lugares tristes. Después de llevar a ese amigo mi cabeza hizo un clic, volví y hablé con el director para decirle que me interesaba hacer algo. Le presenté una carta en la que explicaba que me gustaría incluir a los detenidos en partidos de rugby y arrancamos”. 

Fijaron los martes como día de entrenamiento. Cada vez eran más los que participaban. Después se agregaron los miércoles para charlar y posteriormente los viernes para rezar. Hoy son treinta jugadores fijos pero suelen llegar a treinta y cinco cuando se suman de otros pabellones. Llegaron a disputar partidos con equipos de la URBA. “El nivel de juego es bueno. Incluso hemos ganado encuentros ante rivales más preparados que nosotros”, cuenta Oderigo. Tan involucrado está con el proyecto que se incluye como parte del equipo. Lo ayudan otros exrugbiers. Pero para él lo importante está en otro lado: “Espiritualmente se los ve mejor”.

El asunto no termina en la cancha. “Ahora van a hacer un curso de electricidad a través de gente que nos da una mano para enseñarles. Eso me genera mucha alegría. Todos somos importantes: ellos y nosotros”, dice Oderigo. Y reflexiona: “Quienes se encuentran detenidos agradecen siempre tener un día más de vida. Los que estamos afuera proyectamos algo de acá a un año; pero para ellos el proyecto es estar vivos al día siguiente”.

Al momento de resaltar las virtudes del rugby, Oderigo opina: “Enseña a ser leal desde la base. En el fútbol, por ejemplo, el que está con bronca contra alguien va y le pega una patada. En el rugby, hacés un buen tackle y listo. Es algo lícito. También hay respeto. Como en el boxeo, donde dos competidores se ‘matan’ a golpes pero cuando terminan se abrazan. Uno se pregunta cómo puede ser que se abracen si se acaban de matar. Pero no hacen más que seguir normas”. 

Oderigo expresa su sueño y el de quienes lo acompañan: “Queremos que esto repique en otras cárceles, con el rugby o con otras actividades, como huertas o lo que sea. Por el bien de los detenidos. Si nos metemos en su cabeza, podremos cambiarlos desde adentro. Cuando salen en libertad, no saben qué hacer y vuelven a robar. Por eso hay que ayudarlos”.

Insertar chicos con síndrome de Down 

“Nosotros no jugamos partidos contra otros equipos, sino entre nosotros. No hay un bando ganador y otro perdedor. Los chicos festejan los tries de todos”, dice Daniel Fernández, presidente de Rugby Inclusivo, organización sin fines de lucro creada en 2011 y que funciona en el Club Banco Hipotecario. Él es papá de Joaquín, quien tiene síndrome de Down. “No es una terapia, sino un espacio para crecer, divertirse, vincularse y educarse con profesionales y colaboradores que entienden que lo más importante son los chicos y que los demás somos una herramienta para facilitarles una mejor calidad de vida”, aclara.?Y?resalta:?“El rugby transmite importantes valores para trasladarlos a todos los ámbitos de nuestra vida”.

Daniel jugó hasta sus 29 años en la Primera de ese club, en el que se formó. También integró seleccionados juveniles y mayores. Se retiró a los 35, con la camiseta de San Cirano. Con un presupuesto magro, las actividades son gratuitas y amateur:?no cuentan con subsidios ni sponsors. “Somos cuarenta familias con hijos con síndrome de Down de ambos sexos y diferentes edades. Apuntamos a que los chicos encuentren un lugar donde poder ser. Algunos ayudamos con el rugby, otros con la parrilla y otros con el tercer tiempo”, desliza Fernández.

El rugby es la excusa ideal para integrar a chicos con síndrome de Down. También es una actividad que se realiza penitenciarías.

Con la ayuda de voluntarios se amplían las actividades. En el último verano, por ejemplo, se incluyeron chicos en las colonias de verano del club. A veces participan exjugadores de manera desinteresada, quienes así dan un plus a la actividad. Quienes están al frente resaltan, entre otros logros, que se encuentra un sentido de pertenencia tanto al lugar como a la actividad, lo que deriva en una mayor inserción grupal. 

El Club Banco Hipotecario también hace su aporte al becar a los grupos familiares. Los padres son quienes asumen los gastos que demanda el tercer tiempo, una pata fundamental del proyecto. Además, nunca faltan los amigos que dan una mano sin pedir nada a cambio. “Veo que los chicos tienen un entusiasmo tremendo por participar. Algunos hasta se ponen la ropa de rugby el viernes a la noche a pesar de que tienen que jugar el sábado. Eso demuestra las ganas que le ponen a esto. Mi hijo llega al club y lo primero que hace es irse hacia la enfermería para que le venden la rodilla o los dedos de la mano, igual que le hacen los jugadores mayores”, ejemplifica Fernández. A unos metros, un grupo de chicos corre tras una pelota que acaba de caer. No dejan de sonreír.

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