CÉSAR CUENCA, PERSEVERA Y TRIUNFARÁS

A sus 34 años, César René Cuenca consiguió su primer título mundial ante el chino Ik Yang. Cuando fue campeón, en lo primero que pensó fue en su difícil infancia en un pueblo chaqueño del que nunca se irá del todo. “Al menos me pude comprar la casita”, dice. Publicada en El Gráfico, puede leerse acá.
 
Tres Isletas está en el centro de la provincia de Chaco. Hoy tiene casi 17.000 habitantes, pero en 1993 eran apenas 8000. Siempre hubo poco asfalto. Mucho campo. Demasiado tal vez para el gusto de un chico que en ese entonces vive con su papá, Agustín, y su hermana, Mary. Su madre, Anastasia, ya se marchó a San Miguel, en la provincia de Buenos Aires, donde consiguió empleo. El se irá con ella; cuando cumpla los 12. El padre suele irse al monte a trabajar y no vuelve hasta que pasan 30 o 45 días. Nunca se sabe. Alguna vez, este chico lo visitará. Pero los bichos, el silencio, el frío y el trabajo duro son demasiado para su edad. Eso lo marcará para siempre. Aún recuerda con estremecimiento aquellos tiempos. En esa infancia no soñaba que sería boxeador ni que admiraría a Carlos Monzón. Apenas le gustaba el fútbol. Su tío lo hizo de San Lorenzo. Fanático. Después llegaría a ser campeón mundial arriba de un ring. Pero para eso tendrán que pasar 22 años.
El último 18 de julio, cuando transcurrieron esos 22 años, ese mismo pibe, que se llama César René Cuenca y ya tiene 34, llora bajo la ducha en un hotel en Macao, China. No para de llorar. No puede. Se acuerda del monte, de su papá que ya falleció, de su mamá que lo espera en Buenos Aires, de su esposa Gabriela, que siempre lo apoya, de su hija Rocío, de 13 años, a la que le contará, por fin, que papá es campeón. Lo que siempre soñó. ¡Tu papá es campeón del mundo!, le dirá mientras la mire con ojos llenos de lágrimas. “Esta noche, a tu viejo le salieron todas”.
Hace un rato acaba de ganarle al local Ik Yang con fallo unánime por el título superligero de la FIB. Fue en el Casino Venetian Resort de Macao. Hizo una pelea espectacular. Su rendimiento, en rigor de verdad, viene parejo y sólido desde hace tiempo. El periodista especializado Gustavo Nigrelli destaca que tiene mejor marca numérica que el legendario Rocky Marciano. Lleva 50 combates sin perder. Varias veces estuvo a punto de retirarse porque los promotores de turno le negaban la chance que merecía. Algunos hasta llegaron a justificarse diciendo que su estilo no es televisivo. Pero su obstinación lo hizo seguir. No quería dejar de boxear sin ganar un título mundial. Así que ahí está. Es campeón. Por eso llora. Por todo lo que se aguantó.
Ahora estamos en Buenos Aires. Aquella pelea china resuena aún en la cabeza de Cuenca. Está más que contento. Dice que no lo puede creer, que no olvidará nunca ese momento. Pero que también piensa en el futuro. Siempre sobre el ring. Quiere más. Mientras nos acomodamos a la mesa de un bar, un grupo de adolescentes le pide un autógrafo. “¿Vos sos el boxeador, no?”, le pregunta uno de ellos. Sale una selfie. Hasta que nos sentamos.
 -¿Cómo vivís este momento?
-Es muy lindo lo que me pasa a esta edad. Me gustaría que hubiese llegado hace tres años y no a los 34, pero también siento que tengo más los pies sobre la tierra, con otro pensamiento. Dios me puso acá y hay que disfrutar.
-¿Sos muy creyente?
-Sí, igual que mi señora, evangelista también. En China, cuando estaba solo en la habitación, lo que más hacía era pedirle a Dios. Hablaba con él. Todo se lo pedía a él.
-¿De qué manera llevaste la previa a la pelea con Yang?
-Cansado, porque el viaje fue larguísimo. Llegamos con un clima muy húmedo. Fuimos muy bien atendidos y recibidos. El lugar de entrenamiento, muy bueno. No podía creer estar en China. Miraba para todos lados y me decía “¡mirá dónde estás!”. Siempre quise pelear por el título del mundo porque sabía que lo merecía, porque me esforcé muchísimo. Patricio, el hijo de mi entrenador, me repetía que estaba ahí por el esfuerzo, por no bajar los brazos nunca. Pero la verdad es que no lo podía creer.
-¿Cómo viviste la pelea?
-Estaba muy concentrado y sólo escuchaba a mi entrenador, Mario Tedesco. No sentí ni esa piña que me puso porque me agarró mal parado. Pero uno se levanta porque sabe que tiene que llegar a la meta a la que se apuntó. En mi caso, ser campeón del mundo. No levantarme hubiese sido muy duro para mí porque era difícil después tener otra chance. Recién cuando terminó se me vinieron los pensamientos. Sabía que había ganado, pero no quería festejar hasta que no leyeran las tarjetas, porque el chino era local. Cuando dieron el fallo no lo podía creer.
-¿Y después?
-Lo único que hacía era llorar y agradecer a Dios porque me escuchó. Llorar y Dios. Tuve momentos en los que quise dejar todo, pero seguí y fui campeón del mundo. Incluso a veces, en casa, no había ni para viajar a entrenar. Había que salir y no podía aflojar porque nadie saldría por mí. Siempre agradezco el apoyo de mi señora: Gabriela me empuja hacia adelante. Yo me levanto en las malas. Es difícil que dé el brazo a torcer. Soy bien positivo. La actitud es fundamental; por ahora me está dando resultados. Quise ser campeón argentino y lo conseguí. Luego, del mundo. Si no fuese optimista, no sé qué habría pasado conmigo.
-¿En qué pensaste al levantar el título?
-En el pibe que fui. Mi infancia en el Chaco fue muy dura, muy mala. No teníamos nada en el campo. Ni luz. Ibamos a la escuela en bici o a caballo. A veces ni para comer había. Pensaba en eso al levantar el título. Mi viejo se iba al monte a trabajar, muy lejos: 40 kilómetros. Lo dejaban 15 o 20 días o un mes. A veces más. El patrón le llevaba mercadería y él se quedaba. A veces yo lo acompañaba pero no aguantaba. Muchos bichos, frío. La pasaba mal. Cosechaba algodón con él. Me gusta Chaco. Vuelvo cada vez que puedo a Tres Isletas, pero no al campo. Menos a la noche. Me trae malos recuerdos. Cuando oscurece me voy a la parte del pueblo. Duermo en una casa que me cede el intendente. Además, ya  no está mi viejo. Falleció hace como seis años. Lo extraño. Nunca me voy a olvidar de la educación que me dieron mis viejos. Aprendí mucho de ellos. Me enseñaron qué es la dignidad, el esfuerzo. Mi sobrino trabaja en el carbón en Tres Isletas, junto con mi tío. Somos una familia con una gran cultura del trabajo. Tengo mucha familia en Tres Isletas. Un abuelo de 89 años, una abuela, tíos. Antes iba más seguido. Peleaba y rajaba para allá. Mi señora una vez me dijo que no vuelva, porque me iba siempre (se ríe). Pero me entendía. Mi viejo nunca quiso venirse. No lo podía sacar de allá.
-¿Hasta cuándo te quedaste en Chaco?
-Hasta los 12, que me vine a Buenos Aires. A (William) Morris (en Hurlingham). Mi mamá alquilaba una casita. Después fuimos a San Miguel.
-¿Cuándo llegás al boxeo?
-Enseguida, por unos compañeros del colegio que me invitaron a un gimnasio, en la sociedad de fomento. Manuel Pedraza era mi entrenador. A los tres meses me hizo pelear. Eramos cinco y quedé yo solo. No conocía nada de boxeo. Salvo a Monzón. Sólo me gustaba el fútbol. Cuando vine de Chaco me peleaba mucho. No estaba acostumbrado a los insultos y me agarraba a trompadas. Dejé de pelearme al empezar a boxear.
-¿Qué recordás de tus inicios en este deporte?
-Que era muy duro. Después, cuando me afirmé, no fue más fácil, no tenía ni para el boleto. Daniel Vásquez, el dueño de la farmacia que está cerca de casa, me daba para los viajes. Pero había que pagar el alquiler y Gabriela, con su sueldo, bancaba todo lo que podía. Yo no tenía ni sponsor y eso que hasta era campeón argentino. A los boxeadores hay que apoyarlos desde amateurs. Eso se necesita mucho. Yo ahora manejo un gimnasio. Hay unos chicos que andan bien y los mandé a entrenar a Caseros. Pero necesitan trabajar porque no tienen ingresos por el boxeo. Entonces se anotaron en una fábrica y tuvieron que dejar de boxear porque con sus horarios de trabajo no llegan para entrenar. Hay muchos casos de chicos que quedaron en el camino. Dudo que esas cosas cambien. El boxeo es una herramienta para sacar pibes de la calle. Dos, tres horas. Hay pibes que al principio entrenan una hora, después tres y así se enganchan. Son horas en las que no están en la calle.
-¿Qué es el boxeo para vos?
-Todo. Por lo que me dio. Antes estaba medio enojado con el boxeo porque no se me daban las cosas. Entrenaba mucho y sentía que no tenía una chance por el título del mundo. Si no abandoné es porque quería llegar sí o sí. Alguna vez les contaré a mis hijos a dónde llegué.
-Hubo quienes dijeron que tu chance por el título mundial no era posible porque te faltaba estilo televisivo.
-Paco Valcárcel decía eso. Que nadie me conocía. Que debía pelear afuera. Pero nunca me daba esa chance. Se decía que yo no era negocio para afuera. Esas cosas duelen. Creo que fui el más manoseado del boxeo. Muy manoseado. Pero así como dije que no iba a bajar los brazos, llegué. Ahora a muchos les gustó mi pelea con el chino y creo que se me abrirán puertas.
-¿Cómo te definís en cuanto a tu forma de boxear?
-Estilista. Me divierto mucho boxeando. Quizás no busco el nocaut. Suelo pensar que debo llegar a los doce rounds. Pero ahora me estoy afirmando, tengo más fe en mi mano. La confianza es muy importante. Las veces en que me planté, sé que hice daño. Al Pumita Olmedo lo tuve sentido. A un par más, también. Ahora aprendí que debo pegar más.
-¿El futuro?
-Tranquilo. Seguro que me van a llamar para pelear afuera. Seguro. El título de la FIB es muy buscado y en mi categoría hay cada monstruo… Con (Lamont) Peterson hay algo pendiente. Me mentalicé en que debo pelear con él. A Danny García también me gustaría tenerlo como rival. Serían dos grandes retos.
-¿Cuánto tiempo más te ves boxeando?
-Como mucho, tres años. Por eso tengo que aprovechar ahora para pelear con los buenos. Antes mi meta era pelear hasta los 35, pero Dios me puso el título recién ahora, así que seguiré tres años más. No sé cómo serán. Sólo sé que tengo que seguir entrenando. Quizá hasta pelee con Myweather. Tenemos números similares.
-¿Cuándo nació este Cuenca campeón del mundo?
-Al ganarle a Claudio Olmedo. Creo que ahí nació un nuevo Cuenca. Pensaron que él me iba a ganar. Le dije a mi señora que si perdía, dejaba de boxear, porque no iba a tener otra oportunidad. Hasta Osvaldo Rivero ponía las fichas a Olmedo. El mismo me lo dijo. Y lo vi llorar cuando salí campeón del mundo. El boxeo me dio una revancha.
-Desde tu experiencia, ¿qué les dirías a los pibes que hoy tienen 17 o 18 años?
-Que si tienen un sueño, deben cumplirlo. Que no bajen los brazos. Ojo, lo dice alguien que la pasó mal en este deporte. Todo se puede. Cuando laburaba en la construcción, volvía a las 5 de la tarde y a las 6 estaba entrenando. Al otro día madrugaba. Así, toda la semana. Con disciplina se llega a cualquier lado y se cumplen sueños como el mío. Ahí está: sueño cumplido. Me saqué una mochila, como le dije a Patricio: “Pato, me siento aliviado”, le comenté. Sentía que el título del mundo se lo debía a la gente de mi pueblo. Ellos me apoyaron siempre. Pagué una deuda.
-¿Cuál es el mejor consejo que te dieron?
-Me lo dijo Mario Tedesco cuando recién empezaba: “César, nunca te la creas. Cuando te la creés, perdés todo. Nunca te lo creas. Seguí así”.
-¿Y? ¿Te la creíste alguna vez?
-Nunca. Ni tuve tentaciones de creérmela.
-¿Rencores?
-No los tengo con nadie. Con nadie. Se me pasó todo el rencor ya en China. Eso que me llamaron para felicitarme algunos de los que no creían en mí. Por eso digo que el boxeo me dio una revancha. Ya no me importan las opiniones de los demás. Si hasta a Messi y a Maradona les sacaron manos, ¿cómo no me van a sacar manos a mí? Lo único que sé es que tengo que seguir entrenando. Me quedo con algo que me dijo un amigo, cuando volví de China. “Tenías razón, Chaco”. Porque mis amigos me dicen Chaco.
-¿Qué te dijo tu mamá?
-Fue pura emoción. Sigue muy emocionada, contenta. Me llevó a los bailes chamameceros. Porque ella baila mucho. Vivía hablando por teléfono con sus conocidos de los bailes. Les contaba que gané. A mí también me gustan los bailes chamameceros, son muy sanos. La gente va con sus equipos de mate, hacen asados. Mi vieja me pidió que por favor fuera a uno con ella. Está muy orgullosa.
-¿Fuiste?
-¡Claro!
-¿Te deja tranquilo el boxeo desde lo económico?
-Al menos me pude comprar la casa. Fue con la pelea con Olmedo. Me ofrecieron 30.000 pesos y dije que no. Después, 50.000 y dije que no. ¿Cuánto querés?, me preguntaron. Negocié yo esa bolsa: 100.000 o no iba. Al final me dijeron que sí. Ya tenía visto un terrenito y compré una vivienda de esas que se pagan en cuotas. En el barrio Santa Brígida, en Moreno. En ese momento estaba segundo en el ranking de la OMB. Si perdía con Olmedo, al menos me aseguraba dónde vivir y dejar de alquilar. Sigo pagando la vivienda, pero es mía. También tengo el cochecito. Gracias a Dios, pude comprarme esas dos cosas.
-¿Cómo te ves en el futuro? ¿Volverías a Chaco?
-Ahora quiero mudarme a San José, en Entre Ríos, que es muy tranquilo y donde además tengo amigos. Pondría un gimnasio y daría clases de boxeo recreativo. Vamos seguido los fines de semana. Si fuera por mí, me iría a Tres Isletas. Pero mi señora no quiere saber nada. Esa es la gran pelea. La pelea más difícil. Volver a Chaco. Pero son 1300 kilómetros. Tiene razón. La entiendo. Si su familia está acá.
-¿Por qué boxeo recreativo?
-Y… porque… boxeo competitivo nunca más.
Perfil de un campeón
César René Cuenca nació el 18 de enero de 1981 en la ciudad chaqueña de Tres Isletas, ubicada en la zona centro-norte provincial. Nunca se olvida de ese lugar. De hecho, en la charla con esta revista pide que no olvidemos contar que suele llevar donaciones desde Buenos Aires: “Para el Día del Niño, juguetes. En otros días, otras cosas. Alimentos no perecederos, pañales, ropas, todo sirve”. Gente de diferentes ámbitos, muchos del boxeo, colaboran con su objetivo solidario.

“En Tres Isletas me quieren mucho. Soy como el nene mimado. No puedo dejar de ir. Me tira, che”, le comenta a El Gráfico. “Cuando fui campeón argentino, en 2004, hubo una fiesta tremenda. Cada título es una celebración. Imaginate ahora”. Su debut fue el 10 de agosto de 2002 con una victoria ante Guillermo Ayala Lezcano, en la FAB.
De lunes a viernes entrena en el club CEDEM, en Caseros. “Corremos, hacemos piques, practicamos potencia. Eso dio buenos resultados. Ahora vamos a entrenar más duro todavía”, explica. En cambio, los lunes, miércoles y viernes por la tarde-noche da clases de boxeo recreativo a chicos de Moreno. “De esta forma también se saca a los pibes de la calle”, opina.
Su hija tiene 13 años, se llama Rocío y en el futuro también será de San Lorenzo.
Azulgrana furioso
El 1º de agosto, en la previa del San Lorenzo 1-Gimnasia 0, el estadio Pedro Bidegain estalló en un “dale campeón, dale campeón”. En el centro de la cancha, levantando una plaqueta de reconocimiento entregada por el club por su título mundial, César René Cuenca vivía otra jornada de gloria mientras lo ovacionaban los hinchas por la victoria ante Ik Yang

“A San Lorenzo lo amo. Lo sigo a todos lados. Estar en el medio de la cancha, escuchando a la hinchada cantar ‘dale campeón’ es inexplicable. Siempre le grito ‘dale campeón’ al equipo desde la tribuna y esa vez el que estaba en el centro era yo. Es inolvidable ese momento. Se pararon para aplaudirme. San Lorenzo es una familia. Conozco a mucha gente ahí”, recuerda Cuenca ante El Gráfico. Y enseguida: “Fue como el sueño del pibe hecho realidad. ¡El ovacionado era yo! Mi sueño era llevar el título a la cancha de San Lorenzo. Sueño cumplido. Por eso digo que Dios me dio todo. Costó, pero de un día para otro las cosas se dieron vuelta”.
Su pasión por el Cuervo nació en Chaco. Lo recuerda así: “El lote en el que nací, en el monte, se llama Pampa 11. Está a 35 kilómetros del pueblo. Había una escuelita y una cancha. Yo no conocía ningún equipo, salvo San Lorenzo el 11, que se llamaba así y fue fundado por mi tío, en homenaje a San Lorenzo, del que es hincha. Cuando vine a vivir a Morris me quisieron hacer de River. Pero mi amor por San Lorenzo ya había nacido en Tres Isletas”.

Por Alejandro Duchini

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