ALGUNOS DE LOS MEJORES DEL "MEJOR OFICIO DEL MUNDO"
A veces necesitamos que el bichito vuelva a picarnos. Suele pasar en el
periodismo. Uno se da cuenta de que precisa algo que sacuda la modorra,
que despierte y ayude a salir de la monotonía. Para eso están las
grandes crónicas, las buenas entrevistas y determinados libros. Tres
virtudes reunidas en el nuevo libro del periodista Juan Cruz Ruíz. Leer
esas 240 páginas de preguntas y respuestas es un incentivo para
recomenzar o replantear el trabajo, para buscar y encontrar nuevas
ideas. En definitiva, para no cesar en el aprendizaje. Los entrevistados
son los argentinos Martín Caparrós, Jorge Fernández Díaz, Leila
Guerriero y Josefina Licitra, los colombianos Héctor Abad Faciolince y
Alberto Salcedo Ramos, los españoles Manuel Vicent y Juan José Millás y
los mexicanos Juan Villoro y Elena Poniatowska.
Ya en el prólogo Juan Cruz se manifiesta “culpable de ese defecto mayor entre los periodistas, la envidia de la escritura”. Ahí explica por qué admira a sus entrevistados, quienes hacen declaraciones como “entendí que ser buen periodista no era nada más que saber investigar y saber escribir, sino también entregar una nota en fecha, en la cantidad de caracteres que te la habían encargado y entregar lo que te habían pedido y no otra cosa” (Leila Guerriero). O “hay que confiar en el instinto. Si un tema me atiza, si un tema me produce el deseo profundo de dejar un testimonio, es porque es bueno” (Alberto Salcedo Ramos). Y “me parece que la gran diferencia entre la prosa periodística clásica y la más narrativa es que allí donde el periodista dice ‘la escena era conmovedora’, el cronista tiene que ponerlo en escena y conmover. Eso es todo, poner en escena” (Martín Caparrós). El autocastigo hacia el producto final se evidencia en algunos. Como en Josefina Licitra, quien responde: “Dedico mucha energía a eso: a buscar la forma más eficaz pero también la más bella. En general no me sale. Siempre tengo la sensación de no estar a la altura de mis expectativas”.
Hay algunas preguntas comunes, que permiten que cada uno de los periodistas cuente por qué está en la profesión, a quiénes admira, a qué autores lee y en qué condiciones escribe. Literatura que cuenta es ideal para periodistas, pero también para aquellos que quieran saber de periodismo. Entender cómo es la cocina de las muchas notas, crónicas o reportajes que suelen fascinarnos.
Ya en el prólogo Juan Cruz se manifiesta “culpable de ese defecto mayor entre los periodistas, la envidia de la escritura”. Ahí explica por qué admira a sus entrevistados, quienes hacen declaraciones como “entendí que ser buen periodista no era nada más que saber investigar y saber escribir, sino también entregar una nota en fecha, en la cantidad de caracteres que te la habían encargado y entregar lo que te habían pedido y no otra cosa” (Leila Guerriero). O “hay que confiar en el instinto. Si un tema me atiza, si un tema me produce el deseo profundo de dejar un testimonio, es porque es bueno” (Alberto Salcedo Ramos). Y “me parece que la gran diferencia entre la prosa periodística clásica y la más narrativa es que allí donde el periodista dice ‘la escena era conmovedora’, el cronista tiene que ponerlo en escena y conmover. Eso es todo, poner en escena” (Martín Caparrós). El autocastigo hacia el producto final se evidencia en algunos. Como en Josefina Licitra, quien responde: “Dedico mucha energía a eso: a buscar la forma más eficaz pero también la más bella. En general no me sale. Siempre tengo la sensación de no estar a la altura de mis expectativas”.
Hay algunas preguntas comunes, que permiten que cada uno de los periodistas cuente por qué está en la profesión, a quiénes admira, a qué autores lee y en qué condiciones escribe. Literatura que cuenta es ideal para periodistas, pero también para aquellos que quieran saber de periodismo. Entender cómo es la cocina de las muchas notas, crónicas o reportajes que suelen fascinarnos.
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