HUGO LAMADRID, UN RENACIDO AL QUE VALE LEER



El ex jugador de Racing publicó su autobiografía, Lamadrí, en la que cuenta cómo fue su vida durante y después del fútbol con un estilo que va del humor a la crudeza.


Por Alejandro Duchini.


Lamadrí - El Renacido - Gloria, Caída y resurrección de un trabajador del fútbol (Ediciones Al Arco) es un gran libro que va más allá de la simple autobiografía. Hugo Lamadrid, figura en el mediocampo de Racing a fines de los 80, sorprende con un relato crudo que se caracteriza por el tinte humano. Porque no se trata de un simple libro de fútbol ni de la historia de un deportista que relata su vida a un interlocutor desde su jacuzzi. 


Lamadrid se cuenta desde sus inicios en Primera, cuando lo buscaba el Atlético Madrid y Alfio Basile, entonces su técnico en Racing, le pidió que juegue un partido por Copa Libertadores a pesar de una quebradura que lo obligó a ponerse un yeso. Después le pidió que juegue otro partido, y un tercero y así. Lamadrid recuerda sus miedos al aceptar y el momento en que le quitaron el yeso. Nunca recuperó su nivel. Algunos hinchas lo insultaron, el ex presidente Juan De Stéfano lo matoneó con dos cómplices y él, Lamadrid, lo despidió con un insulto y se fue para seguir su carrera en otro club. Pero la vida del futbolista no siempre es color de rosa. No volvió a jugar en un grande. 


Jugó en Chile, donde lo vendieron como el delantero goleador que nunca fue, y anduvo por el interior. Esa parte del libro es tragicómica. Pero no lo es cuando cuenta su decisión de abandonar el fútbol en Pergamino, provincia de Buenos Aires. Douglas Haig no le pagó 60 mil dólares que le debía y en cambio le dio unas rifas para un cero kilómetro que se evaporaron con la crisis del 2001. No tenía ingresos ni trabajo y aún era un joven conocido en el ambiente futbolero. Abrió una panadería y empezó a dormir apenas dos horas diarias. Hasta que casi mata al pibe que entró a robarle. Ahí su vida volvió a cambiar. Ahí renació.


-Leyendo el libro, el lector puede tener cierto resquemor hacia Alfio Basile.

-En el libro digo que las decisiones fueron mías. Había un tipo que quería ganar. Si yo en ese momento tenía un representante no hubiera jugado. Pero el tema es que la decisión de jugar a pesar de estar quebrado la tomé yo. No estoy enojado para nada. Al Coco lo aprecio muchísimo. Lo quiero mucho. Lejos está de ser una crítica a él. Tampoco me pareció que escondiendo esa historia o haciéndola más light para que no lo toquen al Coco podrÍa haber cambiado algo. La cosa fue así.


-El libro pasa de momentos de humor a otros tristes. ¿Fue una decisión esa forma de relato?

-Mi editor en Al Arco, el Chopo Boccalatte, y Hernán Casciari, me recomendaron que cuente la historia con tonos cambiantes. Que meta una piña inesperada y después algo tranquilo. A eso le apunté. 


-La escena en que contás tu salida de Pergamino es más que una piña.

-Recordaba tal cual el recorrido para irme de Pergamino a Buenos Aires. No me acordaba los nombres de algunas de las calles, como la avenida principal, o de dónde a dónde iba la peatonal. Algunos amigos de allá me los dijeron. Cuando me puse a escribir sobre eso fue como revivirlo. Recordé el lugar cerca del arroyo en el que entrenábamos los martes. Fueron tres años: dos buenos y uno malo. Pero irse de la manera en que me fui… Porque irme de Pergamino significaba mucho más que irme del fútbol. 


-¿Sabías que se terminaba tu carrera?

-Si. Con 33 años, que si bien no era una edad para dejar el fútbol, sabía que daba ventajas físicas. Entendía que no podía volver a jugar.


-¿Cuál es la sensación respecto de no haber hecho una diferencia económica importante?

-Hoy ya está, pasó. Es el resultado de muchas cosas que hice mal. Pero desde que dejé el fútbol no me la bancaba. El problema de los ex jugadores tiene que ver siempre con una serie de variantes. Si el retiro te agarra como figura de un equipo grande te abre puertas para sumarte como manager o técnico. De alguna manera seguís vinculado al fútbol. Otros se retiran y pueden continuar como técnicos. Pero el resto, los que terminamos sin un mango, en un Nacional B, en el descenso, perdiendo 60 mil dólares en una convocatoria de acreedores… Terminé como terminé por culpa mía. Pelearme en Tucumán fue una decisión mía, ir a Chile como fui fue una decisión mía. Cuando entendiste eso y pudiste reírte de eso, la cosa cambia. Yo encontré en las redes sociales un gran disparador para contar esas cosas con humor. Y empecé a sanar. Ahora, hay muchos muchachos que no pueden. Yo tuve la fortuna de que mi familia me bancó. Tuve una contención. Pero la mayoría no estamos preparados: pensamos que nunca se va a terminar. Pero hoy me río de eso.


-¿Qué hacés ahora?

-Trabajo como Director General de Medios de la Municipalidad de Avellaneda y estudio periodismo. También trabajé en programas de radio. A los 54 años no me quejo. Soy un tipo bastante estructurado. Vivo al día, como muchos. Pero a diferencia del momento en que tenía que amasar para vivir al día, ahora me muevo en un ambiente que te da otras oportunidades. 


-¿Creés que tu historia puede ayudar a los jugadores de nuevas generaciones?

-A muchos jugadores que están en el medio de su carrera hay que hacerles entender que esto se puede terminar antes de lo que se piensa. Que el fútbol tiene riesgos. La carrera se puede cortar en cualquier momento, a los 22 o 23 años. Yo no veía eso. No estudiaba y por ahí estaba al pedo. Quienes la pasamos muy mal podríamos tener la chance de hablar con las nuevas generaciones de pibes y explicarles de par a par. Porque a veces cuando la charla la da un dirigente o un técnico o un psicólogo deportivo no es desde un par. Cualquier jugador con algunas herramientas los puede hacer entender cómo pueden ser las cosas.


-En un parte del relato escribís “el fútbol es una mierda”.

-Cuento que hay cuestiones del fútbol que son una mierda. Ese iba a ser el título del libro pero lo cambiamos porque un día, haciendo un pase de programa con Alejandro Apo, salió el tema y cuando se lo dije me miró entre mal y enojado: “¿y por qué ese título, pibe?”. Ahí entendí que había que cambiarlo. 


-¿Extrañás al fútbol?

-No lo extraño como por ahí lo extrañan otros muchachos que no pueden despegarse de la pelota y hasta toman decisiones tal vez tremendas. Lo que más extraño son momentos que no tienen que ver con el partido en sí. Como el vermouth con Tita en la cancha de Racing los sábados al mediodía, el vestuario, los viajes. 


-¿El fútbol de los 80 era más lindo que el de ahora?

-Era un fútbol con mucha cosas todavía en desarrollo. Un fútbol lindo y a la vez artesanal. Pero creo que más lindo. El de hoy tiene más que ver con el negocio. Hay poca pasión y hasta falta una tribuna. Está todo cada vez más súper profesionalizado. Son pocos los jugadores que se acercan a firmar un  papelito a un pibe. Cuando a los 6, 7, 10 u 11 años tuviste algo así no te lo olvidás más. Entonces, si sos un ídolo, acercáte a ese pibe que te pide un autógrafo o una foto. En mi Facebook todavía me mandan fotos pibes que cuando yo jugaba tenían 5 o 10 años años y hoy tienen más de 20 o 30 y me dicen que se olvidan más de aquel momento.


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