Osvaldo
Esta crónica fue escrita con motivo de cumplirse diez años de la muerte de Osvaldo Soriano. La escribí para infobae.com y, para mi asombro, me valió comentarios muy gratos por parte de gente que no conocía. Su ubicación original es http://www.infobae.com/mundial2006/detalle.php?idx=1900
Hoy se cumplen diez años de la muerte de Soriano, periodista y escritor de, entre otros títulos, “Triste, solitario y final” o “A sus plantas rendido un león”
Osvaldo Soriano me contó las mejores historias de fútbol. Me contó cómo equipos visitantes en pueblos perdidos estaban obligados a errar goles para que a sus jugadores nos los molieran a palos los hinchas locales; me habló del penal más largo del mundo e inventó a un tal Mr. Peregrino Fernández que contaba memorias futboleras a cambio de helados que tomaba en su silla de ruedas, en un geriátrico francés.
No lo conocí personalmente pero para quienes fuimos sus lectores nos alcanzó –tal vez con resignación- con sentirnos cómplices suyos al leer aquellos relatos.
Leí/devoré todos sus libros, incluyendo uno que anduvo medio perdido: “El Negro de París”.
A lo largo de sus historias, con personajes perdedores y queribles, quedan también frases inolvidables.
Como aquella en la que refiere a su padre, cuando escribe en el cuento “Petróleo”, ejemplificándolo con la vida en general: “Intentó zafar de la marca, correrse, poner la cabeza, pero no supo usar los codos”.
Hay una historia en “Piratas, fantasmas y dinosaurios”, en la que el Míster dice:
-¿De qué trata el libro? ¿De fútbol?
-No. Trata de los goles que uno se pierde en la vida.
-Ya veo. Poneme a la sombra, pibe, que te cuento la del arquero sin manos.
Soriano no sólo mezcló la literatura con el fútbol sino que también popularizó la figura del padre. De soslayo mencionó e inventó madres y recordó cómo eran aquellos lugares en los que pasaba su infancia hasta que el trabajo paterno le destinara otro. Nos acercó a nuestros próceres –sobre todo a Manuel Belgrano- como nunca lo pudo hacer la escuela: los humanizó, los sacó del libro, del bronce.
Diez años después, me dicen, y comparto, hay quienes se sienten solos ante la ausencia de nuevas historias suyas, ante el vacío de saber que nos hemos perdido unos cuantos relatos de calidad no reconocida del todo.
Hace diez años se moría Osvaldo Soriano. Así, unos cuantos futbolistas inventados y muchos de sus lectores nos hemos quedado un poco huérfanos.
Al menos están sus libros.
Hoy se cumplen diez años de la muerte de Soriano, periodista y escritor de, entre otros títulos, “Triste, solitario y final” o “A sus plantas rendido un león”
Osvaldo Soriano me contó las mejores historias de fútbol. Me contó cómo equipos visitantes en pueblos perdidos estaban obligados a errar goles para que a sus jugadores nos los molieran a palos los hinchas locales; me habló del penal más largo del mundo e inventó a un tal Mr. Peregrino Fernández que contaba memorias futboleras a cambio de helados que tomaba en su silla de ruedas, en un geriátrico francés.
No lo conocí personalmente pero para quienes fuimos sus lectores nos alcanzó –tal vez con resignación- con sentirnos cómplices suyos al leer aquellos relatos.
Leí/devoré todos sus libros, incluyendo uno que anduvo medio perdido: “El Negro de París”.
A lo largo de sus historias, con personajes perdedores y queribles, quedan también frases inolvidables.
Como aquella en la que refiere a su padre, cuando escribe en el cuento “Petróleo”, ejemplificándolo con la vida en general: “Intentó zafar de la marca, correrse, poner la cabeza, pero no supo usar los codos”.
Hay una historia en “Piratas, fantasmas y dinosaurios”, en la que el Míster dice:
-¿De qué trata el libro? ¿De fútbol?
-No. Trata de los goles que uno se pierde en la vida.
-Ya veo. Poneme a la sombra, pibe, que te cuento la del arquero sin manos.
Soriano no sólo mezcló la literatura con el fútbol sino que también popularizó la figura del padre. De soslayo mencionó e inventó madres y recordó cómo eran aquellos lugares en los que pasaba su infancia hasta que el trabajo paterno le destinara otro. Nos acercó a nuestros próceres –sobre todo a Manuel Belgrano- como nunca lo pudo hacer la escuela: los humanizó, los sacó del libro, del bronce.
Diez años después, me dicen, y comparto, hay quienes se sienten solos ante la ausencia de nuevas historias suyas, ante el vacío de saber que nos hemos perdido unos cuantos relatos de calidad no reconocida del todo.
Hace diez años se moría Osvaldo Soriano. Así, unos cuantos futbolistas inventados y muchos de sus lectores nos hemos quedado un poco huérfanos.
Al menos están sus libros.
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