Los 50 de Calamaro
La primera canción que recuerdo de Andrés Calamaro es de principio de los 80. Se llamaba Mil horas y sonaba en todas las radios. A mí en ese momento no me gustaba, pero a mi hermana le encantaba porque ella era más adolescente que yo y, creo, “moría” por él, como les pasaba a muchas chicas de su edad. Los Abuelos de la nada, la banda que integraba y en la que en poco tiempo iba a competir con Miguel Abuelo por el liderazgo, era la de moda. Acababa de separarse Serú Giran y todavía no habían explotado Virus, Soda, Sumo ni Zas.
El rock pasaba por Los Abuelos, que eran pura música y fiesta en el escenario, con canciones pegadizas y alegres. En el 85 Calamaro ya era la cara del grupo que grabó un inolvidable disco en vivo: Los Abuelos en el Ópera. Fue el de la despedida. Cuentan los que saben que Miguel y Andrés se llevaban demasiado mal. Se fueron todos y Miguel retomó la banda, con poco éxito, un año después. Pero esa es otra historia.
Calamaro había sacado unos discos solistas y muchos hits: Sin gamulán, Así es el calor y Costumbres argentinas (con Los Abuelos) y No me pidas que no sea un inconsciente, Fabio Zerpa tiene razón y Un amor en Avellaneda (solista).
En el 88 apareció otro trabajo en solitario, Por mirarte: el tema que le dio título tiene una de las mejores letras de amor que se hayan escrito en nuestro rock. Hay otras enormes canciones ahí, como Me olvidé de los demás (con León Giecco), Sin saber qué decir, No me empujes o Los dientes apretados (excelente!). Pero no fue un disco de grandes ventas, como tampoco lo fue el siguiente, Nadie sale vivo de aquí. De todos modos, fue elegido como el mejor de ese 89. Ahí puede encontrarse el que sin dudas es una de sus mejores canciones: Dos Romeos.
Sin ser profeta en su tierra, Calamaro se fue a vivir a España y cuando se supo de él apareció en el país con una banda tremenda que se llamaba Los Rodríguez. En los 90 hicieron discos buenísimos con canciones y letras geniales. Se separaron y Andrés se relanzó como solista con Alta suciedad. En esos años lo crucé en un vestuario de la cancha de Independiente, después de un partido de Supercopa. Le hice una pequeña entrevista y hablamos de fútbol. Me dijo que le gustaba Rambert, que por entonces la rompía, y yo le dije que a mí me gustaban sus canciones. Se río y la maraña de periodistas que se le vino encima impidió seguir el diálogo.
En el 99 apareció Honestidad brutal, un doble lleno de temazos, como Paloma, No tan Buenos Aires, Clonazepán y circo, Son las nueve, Ansia en Plaza Francia, Con Abuelo (dedicada a Miguel Abuelo, a diez años de su muerte) y No son horas. Pero de ese puñado de canciones hay una que es poco conocida, como suele pasar, pero genial: El ritmo del lunes, que no es para escuchar un domingo a la tarde-noche y menos en determinados estados.
En los años 2000 siguieron más canciones y éxitos. Se subió al sitio reservado para los más grandes de nuestro rock, como Charly García, el Flaco Spinetta y Fito Páez. Se deprimió, desapareció, volvió con La Bersuit como banda, sacó otro trabajo titulado La lengua popular que fue producido por su ex compañero de ruta en Los Abuelos, Cachorro López, y siguió haciendo canciones. Muchas las da a conocer cada tanto con grabaciones encontradas. Su disco quíntuple El Salmón fue receptáculo de unas cuantas de ellas y sus grandes éxitos acumularon más. El año pasado editó On the rocks y como es costumbre, metió hits de buena calidad.
Hoy cumple 50 años. Es uno de mis músicos favoritos. Sus canciones me acompañan siempre. Muchas de ellas son mis compañeras de ruta. Sus letras se transformaron en espejos de lo que pensamos o sentimos muchos. En pedazos rotos del gran espejo interior, como le gusta parafrasear al recordar a Miguelito Abuelo.
Comentarios