“Recién cuando tenga diez libros publicados me consideraré escritor”


Guillermo Martínez es autor de excelentes historias -tanto en cuentos como en novelas- y ensayos. Es uno de los escritores argentinos más reconocidos internacionalmente. En una larga entrevista habló de su último trabajo y de los pormenores (que no son tan menores) del oficio de escritor.

Un libro más y se sentirá escritor, dice Guillermo Martínez. Matemático, apela a los números para aclarar las cosas. Y a las palabras, para contarlas. Tiene nueve libros pero recién cuando tenga diez dirá que es un escritor de verdad. Acaba de publicar la novela Yo también tuve una novia bisexual (Editorial Planeta), que sería algo así como el paso previo para ser lo que quiere. Todo esto lo dice una tarde fría y tranquila en el porteño barrio de Colegiales, en un café prolijo al que llega puntual. Después de pedirse un té desandará su historia para volver al presente e imaginar el futuro. En ese viaje en el tiempo le preguntaré por qué el número diez y me lo responderá. Para él, la cantidad no es un dato menor. Martínez es en la actualidad uno de los escritores argentinos más referenciales. Lejos. Nació en Bahía Blanca en el 62, en los años 80 se vino a Buenos Aires, se doctoró en Ciencias Matemáticas y vivió en Oxford. En todo ese tiempo escribió joyas de nuestra literatura. En su caso, sobran ejemplos: el libro de cuentos Infierno Grande y las novelas Acerca de Roderer, Crímenes imperceptibles y La muerte lenta de Luciana B., entre otros. Todos recomendados.
“Con lo que acabo de escribir es posible que sorprenda a los lectores de mis novelas policiales porque muestro otros registros. Mi idea es que este libro sea un eslabón más en mi obra y que muestre un ángulo diferente de lo que puedo escribir. Que los lectores reconozcan la clase de esfuerzo que uno hizo para hablar de un tema difícil de abordar y que ha sido poco abordado en la literatura argentina y en la de otros países, que es el del escalamiento en una misma relación sexual”, resume mientras mira la tapa de su último libro. Justo antes de que empezamos el diálogo que sigue a continuación.
-El protagonista de tu último libro dice al comienzo, ante el inminente viaje que hará, que aprovechará el tiempo libre para leer algunos de los libros que pensaba que no leería nunca por falta de tiempo. ¿Hay algo tuyo ahí?
-En realidad, durante años, profesionalmente me dedicaba a la matemática, entonces la literatura era una esquizofrenia en mi vida y no tenía el tiempo libre para leer y a duras penas escribía. Seguía matemática, pero no había vuelto a leer como en mis tiempos de joven. Entonces, cada tanto recorría librerías y acumulaba libros, pero pensaba que nunca los iba a leer. Uno sabe que va a leer una cantidad muy limitada y entonces se empieza a tener la sensación de que hay libros que ya nunca leerá. Por suerte, al dejar matemáticas pude volver a leer y releer otros. Hay algo de eso en el personaje. Pero no es más que una sensación.
-¿Tenés algún método de lectura?
-Ahora trato de seleccionar un poco más. Mi idea es leer un libro de filosofía, un clásico, uno de historia argentina. De algún modo voy recorriendo distintos temas que me interesan, así tengo la sensación de que recorro lo que me interesa. Por ejemplo, de muy pocos autores intento leer todo. Henry James y Borges son algunos de quienes leí toda su obra. De otros, leí gran parte y de otros, algo. Pero no tengo tampoco una ambición de ser exhaustivo con un autor.
-¿Cómo se encontraron la lectura y vos?
-Mi casa era un lugar propicio para la lectura. Mi papá era escritor y mi mamá profesora de Letras. Empecé a leer en ese ámbito familiar. Iba a la biblioteca Rivadavia a sacar libros, leía a Agatha Cristie, El Conde de Montecristo. Una cuestión permanente en mi vida era ir a buscar libros.
-¿Por qué elegiste estudiar Matemáticas?
-Cuando llegó el momento de decidir una carrera universitaria, mi papá me recomendó que eligiera una para ganarme la vida y luego, una segunda que tuviese más que ver con humanidades. Cuando me di cuenta de que no iba a ser ingeniero, decidí dedicarme a estudiar esa especie de camino indirecto a la filosofía que es la Lógica.
-¿Qué tienen en común esos dos ámbitos que parecen tan enfrentados?
-Muchas cosas, como la imaginación, ciertas conexiones, ciertas realidades que hay que codificar por escrito. En la literatura pasa algo similar. Primero se perciben las primeras imágenes de la novela, a medio configurar, y uno codifica por escrito un texto que al lector le permitirá reconstruir parte de ese mundo que vio antes el escritor. Las diferencias son que el lenguaje en la matemática tiene que estar libre de ambigüedades: hay tal precisión que no hay ambigüedad posible; mientras, en literatura hay una ambigüedad necesaria en la forma en que se usa el lenguaje.

Los temas, esa bendita cuestión
-¿Cómo surgen los temas a tratar?
-Tengo una lista en espera de temas. Estoy escribiendo cuentos y novelas que permanecen un tiempo hasta que se me aparecen como el libro posible o próximo. En general tengo resuelto el final, pues todas mis novelas empezaron como cuentos. De las cinco que escribí, cuatro fueron concebidas como cuentos. Luego aparecieron nuevos personajes. En general, el mecanismo es pensar el núcleo de la historia y dejar que al escribirla vaya mostrando su potencial.
-¿Ya estás pensando en tu próximo libro?
-Mi próxima novela será larga, pero no tengo en claro los pasajes. Me gusta saber algo del principio, algo del final, conocer “islas” en las que pueda hacer pie antes de empezar a escribir. Pero no sé bien la intensidad ni cuántos personajes habrá. Luego se va perfilando todo, pues las cosas se van descubriendo a lo largo de la novela.
-¿Cuándo escribís?
-Suelo disponer de las mañanas, en mi escritorio, unas tres horas y media. A la tarde no tanto, salvo que esté en la etapa de corrección, que es la que más disfruto. Para mí es la parte de la disciplina que más me gusta: corregir. En ese borrador se tienen las primeras bases de lo que se quiere escribir; ahí empieza la novela.
-Hay escritores que escriben lo que les sale y casi no corrigen.
-Cada uno tiene su manera de escribir. Si pudiera, me gustaría hacerlo de un tirón, releer y decidir que está todo perfecto. Sería lo ideal. Pero mi talón de Aquiles es la lentitud. Mi modo natural es el de escribir como un cuentista, frase por frase, con cuidado. Hay como una cantidad de cálculos mentales que uno va haciendo. Cuando me apuro suelo sentir que hay que rehacer muchas de las cosas. Hay como una tensión entre apurarse y no detenerse; son como dos extremos en los que me manejo. Lo ideal es avanzar, aunque sea lentamente, pero avanzar todos los días. No importa si es una página o una frase, pero cuando se avanza es como la cosa mejor funciona.
-¿Siempre juega a favor el hecho de dedicarse exclusivamente a escribir?
-Para mi es una gran ventaja, algo por lo que me preocupé toda mi vida. Sería ingrato decir que no me gusta ahora que logré tener editor. Siempre estuve amenazado por las obligaciones de trabajo. Pero también dispongo de un tiempo libre que está amenazado por uno mismo, porque uno boicotea su propio espacio. Por eso intento tener disciplina, imponerme plazos propios para terminar cosas.
-¿Cuándo sentiste que eras un escritor?
-No me voy a sentir escritor hasta no tener diez libros publicados. Tengo nueve, así que creo que lo voy a lograr en un futuro no muy lejano. Entiendo que cualquier persona que se lo proponga puede escribir un libro. Pero ser escritor es tener cierta mirada sobre determinada cantidad de cuestiones. Hay muchas cosas que hacen que una persona pueda considerarse escritor.
-¿Por qué el diez?
-Porque es un número lo suficientemente razonable como para establecer una barrera entre quienes escribieron un solo libro y aquellos que escribieron muchos.

El difícil arte de terminar
-¿Cuándo sabés que tu libro está terminado o si es bueno?
-Es difícil. En matemáticas, por ejemplo, sabés con certeza si algo está bien hecho. No es opinable. Pero en literatura es todo lo opuesto. Cuando uno analiza, inclusive, los libros clásicos, no está claro por qué un libro es clásico o no. También se ve que hay clásicos sólo de una época, o de un país. La literatura está evaluada de maneras diferentes por sectores de intereses muy arbitrarios. Tenés la arbitrariedad del lector, la del vendedor, la de la crítica cultural, la arbitrariedad del tiempo, que no siempre hace justicia. No hay ningún criterio de verdad, pero el escritor tiene un atisbo como para saber si su trabajo lo conforma. Uno es consciente de su fuerza, de sus limitaciones, de sus capacidades. Para mí es muy valiosa la lectura que hace uno mucho tiempo después de haber escrito. Cuando uno lee a la distancia, sólo lee lo que está escrito. Ahí es cuando el autor se convierte en buen lector de lo que escribió, porque se encuentra con lo escrito más allá de lo que pensaba al momento de escribir.
-¿Y qué te pasa cuando releés tus primeros escritos?
-Pienso que quizás hubiese sido bueno haber escrito algunas escenas con algo más de desarrollo. Porque en esas primeras novelas uno escribía como un cuentista. Pero mis primeras novelas me traen buenos recuerdos porque me hacen pensar en lo que era en ese momento. Y hay gente todavía que las prefiere. Nada garantiza que a medida que uno adquiere oficio escriba mejor.
-¿Qué hay de cierto de la tan mencionada envidia en el ambiente?
-Hay cierta responsabilidad al ser escritor con muchos libros publicados. Esto me pone en una cierta exigencia. Se me lee casi juzgándome. Yo viví dos vidas como escritor. Una anterior a Crímenes imperceptibles, con libros que se leían sólo en ambientes literarios. Ahora soy más consciente de que desde algunos sectores me van a tratar de pegar un palo, porque hay cierta envidia, resentimiento, en el mundillo literario, que antes no presentía, porque al no ser conocido nadie si fijaba en mí. Ahora sí hay cierta predisposición a la crítica. Pero como sé quién es quién en la crítica literaria no me preocupa demasiado.
-¿A qué te referís?
-De pronto hay reseñas en las que parece que no hubiese ningún mérito en lo que escribo. Pero siempre algún mérito debe haber. Cuando en una reseña no rescatan nada de lo que hice, me parece que hay otra cuestión. Uno a los críticos no los puede tomar enteramente en cuenta porque son juez y parte. Para mí falta un cierto profesionalismo en las críticas. Los críticos, en general en la Argentina, tienen su obra en un proceso de competencia. Cuando me llamaron de La Nación para hacer críticas, lo primero que dije fue que iba a hacerlas siempre y cuando no fueran de literatura argentina. Uno no puede ser crítico de contemporáneos.
-¿Por qué leés?
-Mi contacto con la literatura siempre fue a través de la lectura. No hay aun “por qué” leer. Supongo que leo por placer. Leer es fantástico, pero no es de un orden diferente al de ver una gran película o escuchar una gran música. Cada uno tiene una sensibilidad particular. Si bien me gusta ir al teatro o escuchar buena música, lo que más se conecta conmigo es leer. Al leer una novela interviene la razón, la seducción, la gracia, la vida, uno está siguiendo la vida de los personajes. De manera que para mí es una experiencia estética muy completa. Pero no hay un por qué leer.
-¿Y el motivo de escribir?
-Para mí está vinculado a la vanidad, aunque uno puede escribir por varias razones. La decisión de publicar tiene más que ver con la vanidad, con la sensación de que lo que uno escribió le puede interesar a alguien más.
-¿Creés que existen grandes temas en la literatura?
-Creo que hay grandes temas que van cambiando históricamente, no son siempre los mismos. El tema de la homosexualidad, por ejemplo, no es el mismo en la Inglaterra de Oscar Wilde o en la Grecia de la antigüedad. El matrimonio en un tiempo era de vida o muerte y hoy ni entra en discusión, da lo mismo. Todos los temas fueron cambiando con
el correr del tiempo.
-Suele pensarse al escritor como alguien torturado. ¿Es así?
-Hay angustia en escribir, como en cualquier actividad intelectual que tiene problemas o dificultades y no se sabe si se podrá abordar. La novela siempre tiene cierta angustia. Pero comparado con cualquier oficio terrestre, escribir es pura felicidad en el sentido de que uno tiene libertad absoluta, no hay limitación tecnológica porque te alcanza con tu notebook o un papel. Depende mucho de uno mismo. Pero terminar un libro y que te lo publiquen es una felicidad incomparable. La gente se puede torturar a sí misma por distintas cuestiones, pero escribir como destino, como oficio, como posibilidad para elegir en la vida, para mí ha sido fantástico.

Alejandro Duchini

Su padre, el escritor
Durante la entrevista, Guillermo Martínez hablará bastante de su papá, Julio, a quien marcará como referente. “Significó muchas cosas para mí. Fue muy compañero de los hijos, muy preocupado por ayudarnos, por acompañarnos, por mostrarnos las diversidades que hay en las actividades que uno puede intentar: matemáticas, música, literatura, artes. Tuvo algo de educador, una gran confianza en el poder de la educación, algo que comparto. Fue un gran padre”, resumió.
Editorial Planeta publicó un libro escrito por Julio G. Martínez. Se titula Un mito familiar y su hijo Guillermo cuenta en el prólogo que su padre pertenecía a ese clase de gente que no se preocupaba por publicar y que, por el contrario, “escribía por amor al arte”. “Si estuviese vivo creo que seguramente criticaría algunas cosas, porque era muy crítico. De mis obras siempre tenía algo para decir, para señalar. Pero uno de los temores de su vida era que con la profesión de matemático no pudiese ganarme la vida. No pudo ver que me compré una casa, que tengo un nuevo matrimonio, una hija que no conoció y el reconocimiento de mis libros. Le faltó ver esa segunda parte de mi vida”, lo recuerda.

Su carrera
Guillermo Martínez nació en la ciudad de Bahía Blanca en 1962. En el 85 se radicó en Buenos Aires y se doctoró en Ciencias Matemáticas. Luego, gracias a una beca del Conicet, vivió en Oxford.
Sus libros publicados son Infierno grande (cuentos), Acerca de Roderer, La mujer del maestro, Crímenes imperceptibles, La muerte lenta de Luciana B. y Yo también tuve una novia bisexual (novelas), Borges y la matemática, La fórmula de la inmortalidad y Gödel (para todos), en colaboración con Gustavo Piñeiro (ensayos).
Su novela Crímenes… fue traducida a 35 idiomas y llevada al cine por el director Álex de la Iglesia, como Los crímenes de Oxford. La muerte… se tradujo a veinte idiomas. Martínez tiene numerosos premios internacionales.

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