De vidas ajenas, un relato inolvidable
Emmanuel Carrére cuenta una historia dentro de otras, con
una belleza poco habitual. En este relato, los mínimos detalles se vuelven
trasendentales.
Las historias que se entrecruzan en De vidas ajenas, el
genial libro de Emmanuel Carrére publicado por Editorial Anagrama, van hasta el
fondo del alma: escarban, revuelven de uno y otro lado, muestran hasta dónde
pueden llegar el dolor y los miedos. Y también, cuán importante es la esperanza
y cómo hace el ser humano para reinventarse a pesar de todo.
El relato comienza con la descripción de un tsunami. Pero no
hace hincapié en los destrozos físicos sino en los que ese fenómeno causa en quienes
deben aprender a vivir con la muerte de un ser querido. Así, todo se centra en
esa pareja de franceses que debe asumir que su pequeña hija ha muerto. De otro
lado, una joven llora la muerte de su novio y luego llorará por la emoción del
reencuentro al saber que está internado. Vivo. Y Carrére da cuenta de la culpa
que genera eso en aquellos que no sólo pueden contar el cuento, sino que además
no lamentan la muerte de alguien cercano porque, simplemente, en ese juego de
azar no la han padecido. Después sigue la recuperación, el regreso a la vida
normal, que nunca es normal. Porque poco después de la vuelta a casa, Juliette,
la hermana de su esposa –Hélene-, comienza a morirse lentamente de un cáncer.
“En cuestión de pocos meses, fui testigo de dos de los
acontecimientos que más temo en la vida: la muerte de un hijo para sus padres y
la muerte de una mujer joven para sus hijos y su marido”, escribe a manera de
presentación de esta historia.
Desde entonces, Juliette se convierte en el centro de la
novela. Así, cada hecho por trivial que sea deja de serlo. Cada pequeño detalle
es trascendente; se logra entonces ese misterio que pocas veces se repite:
describir en palabras eso de que lo ínfimo, por ínfimo que parezca, puede ser
esencial. Carrére entrevista a aquellos que fueron testigos de la lenta muerte
de la mujer que, por otra parte, es/era jueza. Su vida no es un lecho de rosas,
justamente, pero a pesar de eso (o tal vez gracias a eso), ella se ha
convertido en alguien que sabe apreciar hasta lo mínimo.
Y mientras se arma el rompecabezas de su vida, también se
describe su inminente declive físico y sentimental: lo que le cuesta respirar,
el hecho de asumir la muerte propia y el dolor de tener que despedirse de sus
tres hijas pequeñas y de su marido. Juliette no deja de pensar en la cama, ya
sea en la del hospital como en la de su casa, en qué será de de ellos.
En tanto, también hay lugar para lo luminoso: Hélene queda
embarazada: mientras hay muerte por un lado, hay vida por el otro. Si Juliette
se empequeñece físicamente, Hélene tiene cambios físicos que la engrandecen.
Las péqueñas cosas de la vida diaria no dejan de tener su
sitio, como cuando el autor describe el incipiente embarazo de su pareja. “La encuentro hermosa, sexy, tierna, me maravillan la quietud de nuestro
amor y la intensidad de esa quietud. A su lado sé dónde estoy. Se me hace
insoportable la idea de perderla, pero por primera vez en mi vida pienso que lo
que pudiera arrebatármela, o arrebatarme a ella sería un accidente, una
enfermedad, algo que nos viniera desde el exterior, y no la insatisfacción, la
fatiga, el deseo de novedad”, escribe entonces Carrére, cuando De vidas ajenas
está en sus últimas páginas.
Y por último, jamás cayendo en golpes bajos (hasta en eso es
formidable este libro) se describe el dulce llanto de una de las pequeñas hijas
de Juliette junto a su papá, cuando recuerdan a la mujer que se fue y que
motiva esta historia que no se debe dejar de leer.
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