FELICES 12
Hoy -4
de junio- mi hija Ludmila cumple 12 años. Pensaba verla en estas horas pero no
pudo ser. Al menos pude dejarle a una vecina de su pueblo mi regalo y una torta
simbólica con una pequeña carta en la que le escribí cuánto la quiero y todo lo
que significa para mí.
Es
posible que a sus 12 no entienda todo lo que un hijo significa para su padre,
pero eso es algo que el tiempo se encargará de poner en su lugar. Si bien todos
los días pienso en ella y en Santiago, hoy particularmente me vienen varios
recuerdos.
Lo
primero que me acuerdo hoy es del día de su nacimiento, del momento en que la
vi por primera vez: ella berreaba y yo babeaba. Mientras la limpiaban en una
sala del Hospital Italiano, yo la miraba ser, aparecer, estar, mostrarse. Esa
es la primera imagen que tengo. Luego, el crecimiento y el paso de los meses,
de los años. En aquella su primera infancia nos hicimos inseparables. Recuerdo
que la ponía en su sillita del auto y la llevaba conmigo al supermercado. De
esas tardes hay una particular: cuando cantó una canción de Los Auténticos Decadentes
mientras hacíamos fila para pagar. En esa época le había comprado para un cd
con las mejores canciones de María Elena Walsh para que las escuche cada noche
y se duerma. No me sirvió de mucho porque era dura para cerrar los ojos y yo
pasaba las noches en vela, sin saber cómo manejarla. Eran muchas las veces en
que se dormía en mis brazos y al acostarla en su cama se despertaba y empezaba
todo otra vez. No le encontraba la vuelta, hasta que las cosas se acomodaron
solas y no resultaron, al fin de cuentas, tan graves.
Me
alegra que haya llegado, en su pequeñez, a conocer a mi abuela, porque fue una
forma que tuve de acercarla a mi madre, a quien no conoció. Después llegó su
hermano y los celos, las peleas y esas cosas. Pero Ludmila ha dado sobradas muestras
de cómo lo defiende, de cómo lo cuida.
Por suerte
Ludmila pudo a sus pocos años ver a Independiente campeón: esa todavía se la
debemos a Santiago. No se cuándo se podrá pagar esa deuda.
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