“Los argentinos no somos los mejores… pero tampoco los peores”


Lo afirmó el antropólogo Alejandro Grimson, quien en su reciente libro,“Mitomanías argentinas – cómo hablamos de nosotros mismos”, reflexiona sobre los mitos más importantes de la historia de nuestro país.

Crecemos con frases, con conceptos que hacemos nuestros. Los creemos y repetimos hasta el cansancio. Entonces estamos convencidos de que los argentinos descendemos de Europa, de que Buenos Aires es la París de Sudamérica, que Bolivia y Paraguay son países de indios y que en Brasil abundan los negros y la alegría de las playas. Pasaron los años, se sucedieron las generaciones, y seguimos convencidos de que todo tiempo pasado fue mejor y que como argentinos estamos condenados al éxito y que aquello que no supimos o no pudimos conseguir, al menos lo merecemos. También aseguramos que no somos racistas, porque este país es un verdadero crisol de razas en el que hay lugar para todos, y le decimos al mundo que el tango es nuestra música oficial.
“La Argentina sólo tiene una salida: Ezeiza”, agrega en tono irónico el doctor en Antropología Alejandro Grimson, autor del libro “Mitomanías argentinas – cómo hablamos de nosotros mismos” (Siglo XXI). En ese gran trabajo analiza esos mitos tan argentinos que heredamos y creímos desde siempre. Comenzó por anotarlos. Reflexionó sobre cada uno de ellos.  Y de ahí salió este trabajo sobre el que conversó durante una entrevista con esta revista. No faltó la explicación sobre qué es un mito y cómo surge, y hasta se refirió a los “mitológicos” años 80 que tanto revuelo causan en estos tiempos.
-Usted escribió un libro, “Mitomanías argentinas”, que surgió a partir de anotaciones suyas sobre mitos argentinos. ¿Qué le llevó a hacer esas anotaciones?
-Curiosidad. En realidad el antropólogo es un curioso incurable. Quiere entender y saber todo, pero obviamente eso es imposible. Resignado, quise entender un poco mejor a mi propio país. Me preguntaba por esas frases de nuestro lenguaje y también leía estudios sociales y me preguntaba si desmentían alguna de nuestras afirmaciones del sentido común.
-¿Qué busca al trabajar en su libro sobre frases o creencias tan populares entre los argentinos?
-Todas las sociedades tienen creencias y mitos. Así como hubo un San Martín, una Eva Perón y hay un Maradona de carne y hueso, también son mitos argentinos. Porque son relatos populares que hablan de diferentes temas: la lucha desinteresada por la soberanía, la participación de la mujer en política y la lucha por la justicia social, el ascenso a máximo ídolo de pibe de Fiorito. En el libro yo trabajo sobre otros mitos, sobre frases de nuestro lenguaje que nos impiden entender quiénes somos, qué podemos ser, cómo ser una sociedad más justa y democrática. Son los mitos del laberinto cultural argentino actual.
-También hace varias referencias al fútbol. ¿Qué papel juega ese deporte en la sociedad?
-El fútbol es un juego y como tal es un momento específico de la vida en sociedad. Creo que deberíamos ser tolerantes con ciertos aspectos casi folclóricos del fútbol y ser muy estrictos con fronteras que no se pueden cruzar: como el racismo y la violencia.
-Hay una comparación con los brasileños, que desmitifica lo que pensamos de ellos y cómo nos pensamos, siempre en función de ellos. ¿Por qué existe una “rivalidad” superior con ese país antes que otros?
-Hoy una importante cantidad de argentinos idealiza a Brasil, un país que tiene varios aspectos positivos. Efectivamente, la continuidad de Brasil en muchos temas ha rendido frutos. Sin embargo, también esa continuidad ha planteado problemas que abordo en “Mitomanías”. Hay una larga historia de rivalidad que no sólo atravesó el siglo XX con disputas geopolíticas en busca de la preponderancia sobre América del Sur. Anteriormente hubo rivalidad luisitano-portuguesa. Toda esa historia comenzó a revertirse con la vuelta de la democracia, cuando los gobiernos de ambos países iniciaron un proceso de integración que se consolidó con el Mercosur y Unasur. Durante décadas Brasil miraba hacia la Argentina por sus logros, algo que después se invirtió hacia fines del siglo XX.

¿TODO TIEMPO PASADO FUE MEJOR?
-También señalá que los intelectuales, artistas y la gente en general tienen una gran capacidad para ironizar sobre el propio país. ¿Por qué pasa eso?
-La relación tensa entre los argentinos y la Argentina tiene un aspecto positivo y uno negativo. El positivo es que esa ironía implica una distancia, una crítica, una reflexión que nos permite analizar y revisar. El negativo es cuando emerge la autoflagelación. Cuando constatamos que nos somos los mejores -lo que es obvio-, pasamos a creernos los peores -lo que es falso-.
-Escribió que en ningún otro país los ciudadanos son tan autocríticos como nosotros. ¿Por qué?
-La particularidad argentina no es la crítica, es que todo lo que no nos gusta, todo lo que criticamos, apunta siempre la crítica a “este país de porquería”, al “sólo aquí pasan estas cosas”, al “este país no tiene solución”. Echarle la culpa a la Argentina, a la nación, de todo lo que nos pasa da cuenta del problema que analizo en este trabajo.
-¿Qué se necesita para ser un mito? O cómo se hace un mito?
-El sentido común se impone en las sociedades como una segunda naturaleza. Las sociedades creen que los mares y las montañas siempre estuvieron allí, y que las naciones, los conflictos, los odios, también. En ese flujo social los mitos nacen, mueren o persisten a través del tiempo.
-¿Cómo se terminan los mitos? ¿Tienen “fecha de vencimiento”?
-No, “Mitomanías” es una apuesta a desarmar mitos dañinos justamente porque requiere un trabajo cultural colectivo.
-¿Cuáles son los mitos de más peso en el país?
-La idea de que la Argentina debería ser Europa ocupa un lugar central. Es muy común la idea de que los argentinos descienden de los barcos. Y lo cierto es que la mitad del país no desciende de los barcos. Y quienes sí lo hicieron excluyeron durante mucho tiempo a los otros, considerándolos no argentinos.
-La actual pasión o melancolía que hay por los años 80 hace que se resalten y recuerden muchos hechos y nombres de entonces. ¿Hay cosas de esos años que ya pueden ser mitos o van camino de serlo?
-El mito de que “todo tiempo pasado fue mejor” puede ir tan lejos que hasta los años ochenta podrían devenir en mito. Como ochentista sé que fueron años duros y complejos, años de guerra y una hermosa primavera democrática, años de desilusión e hiperinflación. Claro, era mi adolescencia y con la vuelta de la democracia en muchas cosas personales la pasé bárbaro. Eran años de Los Abuelos, Los Redondos, ya estaban Fito, Calamaro, otro Charly y el Mundial del 86. Pero sólo porque hoy promediamos la cuarentena los ochentistas pueden mistificarse aquellos años.

Alejandro Duchini

EL SENTIDO DE LOS ARGENTINOS
Alejandro Grimson es doctor en Antropología de la Universidad de Brasilia. Ha investigado diversos movimientos sociales. “Relatos de la diferencia y la igualdad” es su primer libro, que le valió el premio FELAFACS, a la mejor tesis en comunicación de Latinoamérica. Ha seguido publicando y siempre ha recibido reconocimientos. Actualmente se desempeña como investigador del CONICET y es decano en el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín.
Cuando esta revista le consultó sobre mitos argentinos de la talla de Diego Maradona, Carlos Gardel o Juan Manuel Fangio, respondió: “Son temas acerca de los que no puedo responder, porque no trabajo sobre personas; trabajo sobre ideas y sobre el sentido común argentino”.

TRES FRASES
Las que siguen son algunos de los conceptos que se rescataron del libro de Grimson acerca de los mitos. En él, escribe:
“En el mundo del mito sobra espacio para las contradicciones”.
“Los mitos son así: pase lo que pase, siempre estamos diciendo exactamente lo mismo. Son resistentes a la realidad. Su potencia nace de que son indiscutibles. Son verdades: puras, absolutas, cristalinas. Esto parece sospechoso”.
“En la Argentina tenemos un problema (o más de uno) con la palabra ‘responsbilidad’. Todo lo negativo de nuestra historia y de nuestro presente, todo lo aborrecible de la realidad, es siempre culpa de los otros. ‘Los demás’, ‘ellos’, pueden ser los militares o los inmigrantes, los políticos o los policías, el FMI o el ministro de Economía. Regresemos a nuestro modo de mirar el fútbol: ganamos el partido o el Mundial, pero perdió la selección o el técnico, que son un desastre. El triunfo se enuncia en primera personal del plural. La derrota, en la tercera”.

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