“A RATOS ALCANZO LA SERENIDAD, PERO LUEGO LA PIERDO”
La escritora española
Rosa Montero le dijo a esta revista que con su última novela, “La ridícula idea
de no volver a verte”, pudo darse cuenta de qué es lo que busca desde hace al
menos diez años. A veces lo encuentra, dice, aunque casi siempre se le escapa
como arena entre los dedos. A continuación, un viaje a la intimidad de un alma
que asoma a través de los libros.
“Como no he tenido hijos, lo más importante que
me ha sucedido en la vida son mis muertos, y con ellos me refiero a la muerte
de mis seres queridos. ¿Te parece lúgubre, quizá incluso morboso? Yo no lo veo
así, antes al contrario: me resulta algo tan lógico, tan natural, tan cierto.
Sólo en los nacimientos y en las muertes se sale uno del tiempo; la tierra
detiene su rotación y las trivialidades en las que malgastamos las horas caen
sobre el suelo como polvo de purpurina. Cuando un niño nace o una persona
muere, el presente se parte por la mitad y te deja atisbar por un instante la
grieta de lo verdadero: monumental, ardiente e impasible. Nunca se siente uno
tan auténtico como bordeando esas fronteras biológicas: tienes una clara
conciencia de estar viviendo algo muy grande”.
Con este párrafo tan contundente, seguro,
comienza “La ridícula idea de no volver a verte”, la última novela de la
escritora española Rosa Montero. Que antes de ser novela iba a ser el prólogo
de “Únicos”, una colección de libros breves que le había encargado Elena
Ramírez, su editora de Seix Barral. Ella, Rosa Montero, tenía que escribir
sobre Marie Curie y el diario en el que relató la muerte de su esposo, Pierre
Curie. Pero es que entonces ese texto se le fue metiendo tan adentro que
escribió páginas y páginas íntimas, llenas de reflexiones y vivencias y
supuestos. Y en la historia de las dos veces Premio Nobel (en Física y Química)
encontró algún paralelo con la suya. Por ejemplo, la también temprana muerte de
su marido, el periodista Pablo Lizcano, a quien menciona durante el texto.
Eso fue en Madrid.
Ahora estamos en Buenos Aires, en una tranquila
habitación de hotel céntrico. Afuera la neblina acentúa el corazón del otoño y
una tenue melancolía matutina se manifiesta a través de la poquísima luz que
entra por la ventana.
Y hay un silencio que sólo se quiebra por
preguntas y respuestas.
-Comenzó escribiendo
un texto y terminó haciendo una novela. ¿Inesperado, no?
Las novelas tardo como tres años en
escribirlas. Pero en esta tardé mucho menos, salió como en un tiro, un
torrente, como si hubiese estado escrita desde mucho antes. A medida que
escribía, a algunos términos que me parecieron importantes les fui poniendo
hashtags (#). Cuando la terminé me di cuenta de que faltaba un término y que
era el de lo que más buscaba: serenidad. ¡No hay ni un hashtag de la serenidad!
-¿Por qué serenidad?
-Porque lo que intento es alcanzar ligereza,
vivir el presente con intensidad, con liviandad y serenidad. Lo más importante
que busco es la serenidad. Este es un libro sobre la vida y la manera de
aprender a vivir mejor. Pero también habla de la muerte. De ahí la serenidad;
en ese acuerdo con la muerte debe primar la serenidad.
-¿Cómo cree que se
alcanza?
-La teoría de la serenidad me la sé. Sé cuál es
el camino, cuáles son las cosas importantes. Las sé. Ahora, cómo se aplica eso
en la vida es más difícil. Porque uno lleva el peso de su vida, los tics con
los que ha vivido. A ratos lo consigo y a ratos, no. Corro, mando un mensaje de
texto sin parar de correr y, de hecho, hace unas semanas me rompí el hombro al
caerme. No es eso muy sereno. A ratos alcanzo la serenidad, pero luego la
pierdo.
“En Facebook aprendí
mucho”
-¿Qué le aporta el uso
de nuevas tecnologías, como redes sociales, entre otras?
-No son más que una herramienta. Después
depende de cómo las uses. Caminar escuchando música, gracias a mi iPhone, donde
tengo mi biblioteca musical, es muy interesante. Estoy en las redes, en
Facebook. Es un estrés añadido, pero también en las redes se aprende mucho. En
Facebook aprendí mucho de la gente que me manda cosas. Y aprender te da sabiduría.
El aprendizaje de las cosas es lo mejor.
-Algo que me llamó la
atención en su último libro es el comienzo. Me pareció muy contundente. ¿Cómo
le salió?
-Me apareció así, con ese tono. Lo primero que
tienes de un libro es un germen, la pequeña idea movilizadota. Luego descubres
cuál será la voz narrativa, si va a tener diálogos. Uno intenta atrapar esos
sonidos, como si fuese una canción que trae el viento y uno cree que podrá
atraparla. Ese concepto del comienzo fue lo primero que me salió. Y supe que ahí
estaba el tono.
-¿Qué aprendió con “La
ridícula… ”?
-Soy consciente de haber aprendido que estaba
buscando lo que mencionaba antes, la serenidad. Lo sabía, sólo que no me había
dado cuenta. Lo que hice desde hace diez años hasta ahora me enseña que estoy
buscando eso. Antes aspiraba a la grandeza y me di cuenta de que es una trampa
más, que te hace depender de la mirada de los otros. No es algo mío. Ahora
aspiro a la libertad, a esa serenidad, a una vida intensa, sosegada y feliz.
Todo eso lo busco desde hace diez años y lo he visto ahora, cuando lo puse en
palabras. Es un aprendizaje. Lo he visto, y verlo te enseña, pero no lo puedo
mantener, evidentemente. Una cosa es saber las cosas y otra poder aplicarlas en
la vida cotidiana.
-¿Qué conclusión saca tras
haber escrito algo autobiográfico?
-Lo autobiográfico no me gusta. En este caso,
me salió. No es un punto de partida, para nada. Marie Curie me ha permitido
servirme de ella para verme en un espejo y hablar de cosas básicas no mías, si
no básicas en la vida de todos. Pero creo que hablo de una manera discreta. Hay
gente que me dijo que tenía que hablar más de algunas otras cosas. Pero no
quería. No quería hacer un libro testimonial. Quería hacer el libro que hice.
Los libros se hacen solos, se imponen solos en tu cabeza. No se si haré otro
libro autobiográfico. No está en mis proyectos.
-Tampoco es un libro
de memorias.
-Siempre dije que no haría un libro de
memorias, porque tengo una memoria fatal. Horrible. Olvido todo. Anoto todo. Y
como tengo una mezcla de mala memoria y mucha imaginación, si algo lo recuerdo
es porque lo he inventado. Nos pasa a todos: la memoria es una construcción
imaginaria. Yo no me fío nada de mis recuerdos. Cuando pasan 20 años de un
recuerdo, ni siquiera sé si lo he vivido, escrito o soñado. Hay una zona
nebulosa de la realidad de las cosas.
-Ahí podría entrar el
concepto de “reinventarse”, al que tanto alude.
-La idea de reinventarse la he tenido bastante
clara siempre. Tengo una salamandra que me tatué hace 12 o 13 años. ¿La ves? Me
gusta porque es un animal mítico que supuestamente arrojas al fuego y no se
quema. Es mentira. No arrojes una salamandra al fuego. Es un símbolo de
regeneración, como el Ave Fénix. Hay muchas culturas con diversos símbolos de
regeneración. Y el ser humano puede reinventarse, ponerse de pie después de
haber estado tirado en el suelo. Eso es lo que nos hace ser una especie tan
triunfante, capaz de cargarse con el planeta. A medida que voy envejeciendo
tengo más idea de eso, de esa capacidad de reinventarse. Si uno tiene la suerte
de vivir lo suficiente, en cada vida humana hay varias vidas. Yo estoy por la
tercera o la cuarta. Les pasa a todos. Uno se reinventa, sobre todo si te toca
vivir la muerte de un ser querido extra temporalmente, no la de los padres si
no la de un marido. En el duelo te dicen “te tienes que recuperar”, como si
fuera recuperarse de una hepatitis. No, no te recuperas más. El que fuiste se
acabó, para siempre. Te reinventas porque tenemos esa capacidad y al
reinventarse tal vez se puede hacer una vida mejor, más feliz que la anterior,
pero el que fuiste ya no lo serás.
“La muerte es parte de
la vida”
-Usted sostiene que la
muerte es parte de la vida. ¿Por qué?
-Es algo evidente. Lo único seguro de este
mundo es que nos vamos a morir. Conquistar imperios, hacer guerras, levantar
bancos, hacer el amor, asesinar, tener hijos, todo lo que hace el ser humano es
contra la muerte. Pero a mi me encanta la vida. Soy una vitalista total.
-Antes hablaba de la
mirada de los demás sobre uno mismo. ¿Podría ampliarme su idea?
-Vivimos exigidos por la mirada de los demás.
Pero es imposible vivir sin esa mirada. Es difícil, pero hay que intentar
liberarse de esa exigencia. Hay que buscar nuestro verdadero deseo en vez de
vivir para cumplir los deseos de los otros. Es difícil saber qué desea uno para
sí mismo. Te pasas la vida creyendo que quieres ser médico porque tu padre te
lo ha inculcado y a lo mejor querías ser zapatero. Entonces, hay que saber cuál
es nuestro deseo y cuál es nuestro lugar en el mundo. Que es lo mismo. Quién
eres, sentirte en tu propio espacio. La mirada de los otros como testigos y
compañeros es esencial. Pero de lo que hablo es de no rendir el propio deseo a
la exigencia del otro.
-En la novela hace
varias referencias a #HacerLoQueSeDebe, al #HonrarALosPadres, siempre en
relación a los mandatos paternos.
-El peor de todos los mandatos es el paterno.
Mucha gente, como Marie Curie, se pasa la vida dependiendo de eso. Dicen que
ella bajó su nivel como investigadora en la segunda parte de su vida para
demostrar cosas a su padre, que era de esas personas fastidiosas, difíciles de
conformar. “¡Qué pena que no sirva para nada!”, le contesta él cuando ella le cuenta
de sus descubrimientos, de sus logros. En esa segunda parte tiene menor rendimiento
porque la dedica a intentar demostrarle al padre muerto que estaba equivocado.
El peso de la mirada paterna te puede destrozar la vida. Es muy difícil salir
de eso. Desde el vamos es difícil.
-¿Qué le enseñó Curie
como personaje?
-Mucho. Aprendí lo que es el poder de la
tenacidad, el perseguir tus sueños, el poder del sacrificio. También que no hay
que ser tan autoexigente, que hay que intentar salir de aquello enloquecedor.
-¿Usted tiene algo de
eso?
-Todo: soy autocrítica, angustiada. Me siento
cerca de Madame Curie en su capacidad de sacrificio, pero también en sus
problemas, en su lucha. Soy obsesiva, tengo tendencia a la angustia, una mezcla
de fragilidad, soy hipercrítica, responsable, independiente. No es raro. Es un
prototipo bastante cercano a mucha gente. Quisiera entenderlo, gobernarlo,
llevarme mejor conmigo misma. Toda mi vida hice un esfuerzo en ese sentido y te
diré que fui bastante exitosa, porque he conseguido llevarme mejor hoy que
cuando tenía 20 años. No volvería a mis 20 años.
Alejandro Duchini
DE PERIODISTA A
ESCRITORA
Rosa Montero nació en Madrid el 3 de enero de
1951. Abandonó sus estudios de psicología para dedicarse al periodismo. En este
rubro se destacó en la redacción del diario El País. En 1979 publicó su primera
novela, “Crónica del desamor”. Desde entonces obtuvo importantes
reconocimientos por ambas profesiones en España y a nivel internacional. Entre
ellos, el Premio Nacional de Periodismo 1981 (categoría de reportajes y
artículos literarios).
“La hija del caníbal”, “El corazón del tártaro”,
“Historia del Rey Transparente”, “Instrucciones para salvar el mundo” y “Lágrimas
en la lluvia” son algunos de sus títulos.
Uno de los golpes más duros que tuvo en la vida
fue la muerte de su marido, el también periodista Pablo Lizcano, ocurrida tras
una larga enfermedad, el 3 de mayo de 2009, a sus 58 años.
“No sé cuáles son las cosas que más me marcaron
en la vida. Todo te marca. Lo de Pablo ha sido lo más importante, sin dudas. No
hubo otra de ese nivel. Me pasaron más cosas, pero algo así, nunca”, le dijo a
esta revista.
VOLVER AL PERIODISMO
Así como su último libro –“La ridícula idea de
no volver a verte”- tiene como protagonista a Marie Curie, su tendencia a
describir la vida de mujeres se continúa con un programa de televisión que hizo
para nuestro país. Se titula “Dictadoras” y consta de cuatro capítulos. Trata
sobre las parejas que tuvieron Adolf Hitler, Benito Mussolini, Joseph Stalin y Francisco
Franco.
“Me encantó. Fue hacer un nuevo trabajo a mi
edad y encima parece que salió bien”, lo refiere durante la entrevista con
Nueva.
“Viajamos por Alemania, Italia, Rusia. Consiste
en mirar la relación de los dictadores con sus mujeres y amantes y mostrar qué
lugar ocupaban ellas en esas dictaduras. Por ejemplo, Mussolini decía que las
masas y las mujeres están hechas para ser violadas. Es una forma de contemplar
la realidad política desde otro punto de vista”, sintetiza. “Colaboré en los
guiones, hice entrevistas y hasta los copetes. Fue periodismo, sí. De otra
forma, pero periodismo. Resultó tan energético que creo que puede tener una
continuidad”, se ilusiona en otro tramo de la charla.
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