“NO SOY UN ARTISTA, SINO UN ESCRITOR PROFESIONAL”
(Por Alejandro Duchini. En Twitter, @aleduchini)
Arturo Pérez Reverte
fue periodista y se destacó también como corresponsal de guerra. Creador de las
aventuras del Capitán Alatriste, hoy es uno de los escritores más importantes
de habla hispana. En una extensa charla con esta revista, habló de su última
novela –“El tango de la guardia vieja”-, del oficio de escritor, de los autores
argentinos que lo marcaron y de por qué la mujer le puede aportar a una
historia mucho más que un hombre. La nota original fue publicada en Nueva: http://www.revistanueva.com.ar/portal/verNota/349
“Mi última novela nació en este hotel”, dice el
periodista y escritor español Arturo Pérez Reverte. La referencia es a “El
tango de la guardia vieja” (Alfaguara), la historia escrita algo aquí, algo
allá, pero surgida en este Buenos Aires cuyos barrios más disímiles recorrió
para hacerse una idea de cómo era el porteño típico de los años 20 o 30. Cuando
dice “este hotel” habla del exclusivo Alvear, ubicado en Recoleta. Allí se
hospeda mientras pasa unos días en esta ciudad a la que ama y odia a partes
iguales, según referirá en otro momento de la charla. Su tono de voz bajo se
respalda en la seguridad con que responderá cada una de las preguntas: sus
palabras siempre le entrarán a uno.
Pero antes de comenzar a charlar, es él quien
explica: “Estaba tomando una copa y había un espectáculo de tango. Un hombre
guapo –bailarín- sacó a bailar a una mujer guapa, de unos 60 años. Él era un
chico listo, que la dejó lucirse. Yo pensaba que hay mujeres superiores, no por
lo guapas o elegantes, sino por su presencia, por su manera. Algo que da una
especie de aplomo, de serenidad femenina espectacular. ¡Y qué premio que esas
mujeres superiores bailen contigo un tango o te miren con simpatía! Ese fue el
primer elemento, que unido después a historias familiares, como mi padre o mi
madre, generaron este relato. Lo empecé a escribir y veía que no iba. Entonces
paré. La retomé hace dos años. Y ahora entiendo que en aquel momento no tenía
vida suficiente. No tenía lo necesario como para darle una mirada al
protagonista”, amplía.
-¿Qué es una novela?
-Un artificio. Soy un escritor profesional, no
soy un artista. Soy un tipo que cuenta historias. Que cuenta historias de una
forma eficaz. Intento que el lector comparta mi mundo, mi mirada y me siga en
un recorrido. Uno aprende del sentido común y de los libros leídos. Cuando me
empantano, llamo al maestro Dostoyevski y leo “Crimen y castigo”, o a Joseph Conrad.
Con esas notas de escolar, hago mi propia herramienta, con humildad
profesional. Para trabajar hay que ser muy humilde profesionalmente. Quiero
contar historias. Es lo que hago.
-¿Cómo es volver a una
novela que fue abandonada?
-La fase final de una novela es agotadora.
Siempre digo que una novela es como una mujer que uno ama mucho y al final está
deseando que se vaya a hacer feliz a otro. Los últimos tres meses son realmente
malos. Pero la parte primera es maravillosa, como enamorarse: te pone caliente,
quieres saber todo de ella, viajas al lugar, investigas, paseas, lees. Y esta
novela tuvo esa fase al comenzar, cuando vine a Buenos Aires y busqué los
lugares en que debía ubicar los acontecimientos. Recorrí hoteles, el barrio de
Barracas, busqué quien me hablase de lo que era la vida en esa época. Con eso
fui construyendo la historia para darle credibilidad. Luego me puse a escribir.
-¿Cómo empieza el
proceso de escritura?
-Con esas herramientas que necesito y que ya
existen. Sería absurdo después de 6.000 años, después de Homero, querer
inventar. ¡Ya está todo inventado! Todos los argumentos posibles. Utilizo mis
herramientas para contar las cosas de la mejor manera que pueda. Me diferencio
de los artistas de la literatura porque no existen géneros nobles y de los
otros. Fui tan feliz con Thomas Mann como con Víctor Hugo o Dashiell Hammet,
Aghata Christie o Raymond Chandler. Todos quedaron en mi cabeza como registro
de trabajo. Cuando debo resolver un problema, acudo a mi memoria lectora. Por
eso todos los géneros literarios son buenos. Me divierte saltar de género a
género. Es un desarrollo complejo que si fuera sólo trabajo, sería mecánico. Pero
también está el placer.
-¿Cuándo te das cuenta
de que la historia terminó?
-Tutéame, ¿vale? Una novela no termina nunca.
Si ahora la releyera, que no lo hice salvo para la prueba, cambiaría muchas
cosas. ¡Diablos! Eso es muy normal. De lo que me di cuenta al trabajar en un
texto de éstos es que la lengua española no es perfecta, como yo creía. Pensaba
que tenía soluciones para todo. No puedo contar algo sin repetir el verbo
“salía”, “había”. Quiero decir que la lucha por la palabra, por el término
justo, es un trabajo muy minucioso y del que no siempre uno está consciente
hasta que se pone a corregir. Pues… que hace calor aquí, ¿no? ¿Podríamos
encender el aire acondicionado?
MUJERES, AJEDREZ Y
TWITTER
-En tus historias
siempre hay un lugar muy especial para la mujer. ¿Por qué?
-Antes sospechaba, y ahora tengo la certeza, de
que sobre el hombre como héroe de novelas se ha escrito todo. Llevamos siglos
de escrituras en el que es protagonista. Está exprimido como limón de paella;
es decir, no queda nada. Y la mujer como Madame Bovary o Ana Karenina ya no
existe. La mujer actual enfrenta nuevos desafíos pero al mismo tiempo no dejó
de ser la que era. Hoy trabaja, estudia, compite con los hombres, con la vida.
Pero al mismo tiempo sigue siendo la que era. Al hombre, en cambio, lo tenemos
muy trillado, muy sabido. La de hoy es la mujer del futuro y no ha dejado de
ser la mujer del pasado. Eso da lugar a conflictos nuevos, a personajes
literarios nuevos porque no existían. La mujer puede aportar más novedad. Me interesa
más que el hombre y sus consecuencias en el hombre. De esa mujer que tiene un
trabajo entre hombres, un hijo en casa, un amante, me interesa cómo enfrenta
esos conflictos. La literatura es una forma de enfrentar esos conflictos, de
pensarlos, de analizarlos. Los hombres construimos consuelos, analgésicos,
reductos donde refugiarnos del fracaso, de la soledad: el sexo, los amigos, el
bar de la esquina, el fútbol. La mujer no tuvo esa capacidad de crearse sus
propias trincheras. Entonces es más consciente del estrago, de que el ser
humano está solo, de que el fracaso a veces no tiene segunda oportunidad, de
que el mundo es más peligroso y hostil de lo que uno cree.
-También suele
aparecer el ajedrez.
-Soy mal jugador de ajedrez, aunque me gusta
mucho. Es lo que mejor simboliza la vida. Hay gente que va a la Iglesia a rezar, yo voy al
ajedrez. En el ajedrez el rey, que es el más poderoso, sólo se mueve de a una
casilla, necesita protección, es muy vulnerable. La reina, la aparentemente
débil, es la más poderosa del tablero. Cuando veo bailar el tango, llego a la
conclusión de que el tango es un ajedrez que coreografía la mujer. Si te fijas,
te das cuenta de que todo el proceso de seducción y de fuerza está en la mujer.
Cuando un hombre se siente mal de la próstata, ¿quién lo lleva al médico?: su
mujer. “Venga, Manolo”, dice. Cuando una mujer tiene un bulto en el pecho se
calla, se lo come sola. Todos conocemos ejemplos así. Esa fortaleza moral se
debe a que está más cerca de la vida.
-¿Te interesa la
literatura actual?
-Me importa absolutamente un bledo la
literatura actual. Nunca hablo de literatura actual: leo, tengo mi biblioteca,
pero no opino. Hago novelas. Me interesa lo que haré en mi próxima novela. Hay
librerías, hay libros. Se publica mucho. No tengo un juicio crítico sobre ella.
-Dado que te expresás por
Twitter, quería saber si te interesan las redes sociales.
-No soy muy partidario de ellas. Viajo con un
teléfono móvil básico, sin Internet, ni computadora, como éste, ¿ves? Y en los
aeropuertos me dicen que saque el ordenador en las aduanas y no, no lo tengo.
Soy uno de los últimos hombres libres. Pero tengo un retorno de cartas de
lectores que no puedo atender. Entonces siento el remordimiento de que no estoy
a la altura de lo que los lectores esperan de mi. Descubrí por casualidad que
Twitter es una herramienta potente, eficaz y rápida. A muy poco coste de
tiempo, me siento dos horas los domingos y puedo informar sino a todos, al
menos a algunos, mostrar que hay un interés, que no estoy encerrado en mi
mundo. Twitter se ha convertido para mí en una cita semanal. 600 mil
seguidores, según la última cifra. Dialogo en un tono de amigos, informal. A
veces la prensa reproduce. Las páginas webs y el Facebook no los hago yo sino
chicos aficionados. Mi único contacto con las redes sociales es Twitter.
ESCRITORES ARGENTINOS
-El protagonista de tu
novela piensa que la vida lo va despojando a uno de certezas. ¿Vos qué crees?
-Con eso me refería a que uno llega a la línea
de salida con todas las palabras escritas en mayúsculas: Patria, Honor,
Lealtad, Trabajo. Uno cree en todo. Pero luego la vida, que es muy cabrona, las
va convirtiendo en minúscula. Vives, luchas, peleas, das hostias, pero la vida
te va despojando poco a poco de esas certezas que tenías. La lucidez, la
sabiduría a la que un ser humano puede aspirar es a esa ausencia de certezas.
Mis novelas son siempre sobre personas a las que la vida le ha quitado muchas
cosas y se las deben arreglar con lo poco que les queda. Los personajes de “El
maestro de esgrima”, el mismo Alatriste o Max Costa son iguales.
-¿Y qué es la
dignidad?
-No es más que elegancia moral. En la vida se
puede comprar todo: un hombre, una mujer, una causa, un periódico. Pero no la
dignidad. La tienes o no la tienes. Y al que la tiene se le nota. Y ya está. Es
la única virtud que me han enseñado a respetar. El resto, se puede negociar.
-¿Cuáles son los
escritores argentinos que más te gustan?
-Han sido fundamentales siempre Borges y
Roberto Arlt. En una segunda etapa, Manuel Puig y Osvaldo Soriano. Cuando vine
por primera vez a Argentina, en los años 70, hablaba de Arlt y veía caras
despectivas en los intelectuales de la época como diciendo “era un periodista”;
y de Puig, “sólo un éxito”. Los despreciaban profundamente. Luego le pasó lo mismo
a Soriano, a quien no conocí en persona pero hablamos mucho por teléfono. Lo
llamé después de haber leído “A sus plantas rendido un león”. Siempre se
mostraba triste porque no le reconocían su peso en la literatura. “Bueno, vendo
libros”, me decía. Y para entender a la Argentina moderna, hay que leer a Soriano. Hay
otros que no me aportan nada, pero leo a Soriano y se entiende a la Argentina moderna, como
leyendo a Arlt se entiende a la
Argentina de su época. Todos los que antes ninguneaban a
Soriano, Arlt y Puig, ahora escriben los prólogos de las obras completas que
reeditan sobre ellos en colecciones prestigiosas. Decir esto es justicia para
el Soriano al que respeté y quise, para el Artl que leí con devoción y para el
Puig que ningunearon y despreciaron. No nombro a Julio Cortázar, a quien leí
con mucho gusto, pero no me pareció a la altura de Borges, Artl. No lo ví nunca
como argentino. Lo respeto de otra manera. Lo pongo en otro sector de
literatura. Y he olvidado al “Negro” Roberto Fontanarrosa, que era mi amigo y
lo propuse para el Premio Cervantes.
-En Argentina hay
mucho interés por las historias futboleras y volvió el gusto por las
policiales. ¿Te gustan?
-El fútbol, no. No tengo nada contra él, pero
no sigo la literatura de fútbol. En cuanto al policial, me interesa el clásico,
no el moderno: Hammet, Conan Doyle, George Simenon, Agatha Christie, autores de
novela negra. Me interesan porque son una magnífica mina de situaciones, de
conflictos. Una buena novela policíaca me estimula, me da ganas de escribir. La
lectura periódica que hago de novelas policíacas, de aventuras, me devuelven al
lugar original, a la inocencia, y no me dejan alejarme del niño que leía
novelas cuando tenía 7 u 8 años y del que salió todo lo que vino después. La
literatura debe ser divertida, apasionante y hacer que el ser humano quiera
pasar página tras otra. Una serie de idiotas hizo creer que la literatura debía
ser profunda y aburrida o superficial y divertida. Y la literatura debe ser
todo: divertida, profunda, emocionante, reflexiva. “El asesinato de Roger
Ackroyd”, de Agatha Christie, es perfecta, asombrosamente exacta; dudo que otra
novela me haya influido tanto en mi vida como escritor. Hay diálogos de Hammet
o Chandler a los que doy un vistazo cuando debo escribir. Son perfectos,
limpios, no les sobra nada. A esas novelas también las despreciaban. A Conrad
lo trataban de subliteratura. La literatura es más generosa de lo que mucha
gente se empeña en sostener.
Alejandro Duchini
Quién es Pérez Reverte
Arturo Pérez-Reverte es, por mucho, uno de los
mejores escritores españoles. Nacido en 1951 en Cartagena, fue durante veinte
años corresponsal de guerra. Cubrió conflictos en Chipre, Líbano, Sáhara,
Malvinas, El Salvador, Nicaragua, Libia, Sudán, Mozambique, Angola, el Golfo
Pérsico, Croacia y Bosnia, entre otros.
Sus brillantes artículos periodísticos están
recopilados en libros como “Patente de Corso”, “Con ánimo de ofender”, “No me
cogeréis vivo” y “Cuando éramos honrados mercenarios”. Entre sus novelas, escribió
“El maestro de esgrima” y “El pintor de batallas”. Pero nada como las aventuras
del Capitán Alatriste, que dan cuenta de un personaje que remite a las mejores
historias de peligros, espadas, héroes y villanos. Son siete: “El capitán
Alatriste”, “Limpieza de sangre”, “El sol de Breda”, “El oro del rey”, “El
caballero del jubón amarillo”, “Corsarios de Levante” y “El puente de los
asesinos”. Además es miembro de la Real
Academia Española.
El tango de la guardia
vieja
“Max Costa nace de varias cosas. En lo físico,
de mi padre, que era un tipo elegante, no de la alta sociedad sino de la buena
sociedad mediterránea de los años 30. Su música era el tango”, dice Pérez
Reverte al hablar del protagonista de su última novela, “El tango de la guardia
vieja”. La historia da cuenta de un romance que arranca en un barco, en 1928,
entre Costa y Mecha. Los hechos suceden en Buenos Aires y en Europa.
“Él no es inteligente. Es un buen chico. Es
argentino. Es un rufián, sin inteligencia pero con instinto. Simpático. Pero
ella sí es inteligente y crea la tela de araña a su alrededor. Necesitaba que
sea argentino, un tipo que no es culto pero cualquier cosa que agarra la
incorpora como suya y queda bien. ¡Eso es argentino! Esa capacidad de
improvisar, de salir de un mal trago con una broma”, agrega, quien para
escribir el texto no sólo apeló a la música y vestimentas de época, sino que
hasta se fijó en detalles tan pequeños pero significantes como “la forma de
fumar de entonces”.
Y se justifica: “Porque un personaje se apoya
en gestos. Para que esté vivo tengo que ver hasta el hotel en el que se moverá”.
“No soy capaz de decir qué género tiene la
novela. La vida es también así, ambigua. Todos tenemos en la memoria relaciones
sentimentales y no sabemos si fueron amor o qué. El amor y lo carnal a veces se
confunden. Mi teoría es que ningún hombre se explica sin las mujeres que hubo
en su vida”, opina Reverte.
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