“CONFORMARME NUNCA HA SIDO MI FUERTE”
El ganador del Premio Alfaguara de novela 2013
por La invención del amor, el español José Ovejero, dialogó con La Gaceta acerca de los
riesgos que se corren en la vida en general y de la literatura que él escribe
en particular. La nota original fue publicada en La Gaceta: http://www.lagaceta.com.ar/nota/554790/la-gaceta-literaria/uno-rara-vez-esta-40-sitio-se-imaginaba-20.html
“Este premio es una
tranquilidad económica porque la crisis en España pega fuerte: los anticipos
son menores, las conferencias las pagan cada vez menos, si es que las pagan. Y
veía que no podía vivir de la escritura. Ahora sí. Es un respiro de años, de
tres o cuatro años. No lo sé. Y desde lo literario, me da la posibilidad de
viajar por toda América para presentar el libro”, comenta José Ovejero,
escritor español y autor de La invención del amor, que le valió el Premio
Alfaguara de Novela 2013. Lo dice desde las oficinas que la editorial tiene en
Retirom en pleno Buenos Aires. Pasó varios días en esta ciudad, donde vino a
presentar el trabajo. Se trata de una historia que comienza con un llamado
telefónico en plena madrugada. Samuel, el protagonista, sabe que a esas horas
sólo puede ser una mala noticia. Pero no lo es. Se trata de un error. Alguien
lo confunde y le cuenta que ha muerto una mujer. Esa muerte lo irá llevando por
otra vida a través de una identidad inventada. Abrirá su mundo y así, su forma
de verlo.
-¿Qué te pasa al
ver gente, por ejemplo en una calle, leyendo aquello que vos escribiste?
-Es extraño, tanto
como que me escriba alguien para decirme que mi libro fue importante para él.
Uno cuando escribe no piensa en la humanidad sino que lo hace porque se
divierte, porque le gusta. Es una sensación casi de embarazo: sentir que en el
fondo no es tan importante lo que se hace.
-Leí un
autorretrato tuyo en el que decís que “siempre que soy de verdad feliz tengo
veinticinco años”. ¿Qué te pasó a esa edad?
-Me fui de España,
de repente. Dejé mis estudios como egiptólogo y me fui a vivir con mi mujer y
sus hijas a Alemania. Ella era alemana. La acababa de conocer en Alemania, a
donde había ido un par de meses. Volví a España, pensé que no tenía sentido
quedarme, y me fui. Dejé todo y me fui y cambié completamente el guión.
-¿Costó?
-Fue facilísimo
tomar el valor para cambiar. Facilísimo. Quedarme resignado nunca ha sido lo
mío. En mi vida hay varios quiebres de este tipo. He sido funcionario de la OEA y lo dejé porque me
aburría. Y la gente me decía “no puedes dejar un salario”. Pero sí. Conformarme
nunca ha sido mi fuerte.
-¿Desde cuándo
sos escritor?
-Ya cuando trabajaba
como traductor simultáneo y en los ratos libres me dedicaba a escribir. Un día
trabajaba mucho, otro poco. Pero siempre supe que quería ser escritor. Sólo que
era sensato y no podía pretender vivir de la escritura. Entonces hacía otros
trabajos pero pensaba que era escritor. Si me preguntaban, decía que era
escritor. Aunque no hubiese publicado. En los hechos enviaba mis libros a
editoriales que no me respondían. Lo típico cuando no conoces a nadie. Empecé a
publicar tarde, a los 35. Ahora la escritura es mi forma de vida. Pero no es
algo que me plantee como definitivo. Puedo vivir de esto sin hacer cosas que no
tenga ganas, como escribir artículos semanales o cuentos por encargo. Si veo, y
con la crisis en España es posible, que no puedo seguir viviendo de esto,
volveré a ser intérprete, trabajaré como free lance, pero no me dedicaré a
escribir una columna semanal durante un año porque no se me ocurren cosas. No
tengo suficientes opiniones sobre la realidad. Haré otras cosas. No sé.
-¿Es cierto que escribís
de pie y con capucha?
-Si. Puse mi
computadora en una especie de tarima para tenerla a mi altura. Si estoy sentado
me siento atado a la silla. De pie, te mueves. Cuando escribo de verdad, está
muy bien estar de pie. Y la capucha te aísla. Pero ahora me mudé a Madrid y
deberé prescindir de la capucha, por el calor. Además, vivo en un ático, como
Samuel.
-En La invención
del amor hablás de los 40. ¿Por qué?
-Me parece una edad
muy interesante. A los 45, 38, me refiero. A esa edad, por lo que he visto, por
los amigos, por mí mismo, a menudo ya tienes un trabajo, una especie de camino,
más o menos ves hacia dónde vas. Y por lo general, a donde vas no es a donde
querías ir. Uno rara vez está a los 40 en el sitio en que se imaginaba a los 20
o 25. Te preguntas entonces si te has equivocado. La respuesta a menudo es que
si. Y uno puede equivocarse y cambiar. Pero la crisis empieza porque te das
cuenta de que te equivocaste y no cambias. Porque tienes tu seguridad, tus
rutinas, las expectativas de los demás a tu alrededor, utilizas a tu familia,
dices que tienes hijos. Es una edad en la que cristalizan las contradicciones.
Mi hija mayor me dijo algo inteligente a mis 40: “No me vayas a decir dentro de
20 años que has seguido así para pagarme la Universidad. Porque
para pagarla veré cómo me las arreglo”. No tiene sentido tener un padre infeliz,
que dé seguridad. Posiblemente prefiera la inseguridad a un padre infeliz.
Además es una carga injusta, la de tu propia infelicidad.
-Hay momentos del
relato en los que se nota cierta nostalgia, melancolía. ¿A qué se debe?
-Hay algo triste,
pero también es triste morirse, aunque inevitable. Las cosas son como son. No
existe la perfecta comunión. Estaría bien que exista, pero no existe. Refiero a
esa soledad de la parte de cada uno que es absolutamente incomunicable. Ahí
estás solo, te jodiste. ¿Que sería más agradable otra cosa? Si, pero las cosas
son como son. Es algo que siempre me ha gustado, tanto en la literatura como en
la vida: no conformarme, pero si aceptar los límites. Puedo arriesgar muchas
cosas, pero al final soy una persona limitada y el mundo es limitado. Es
fundamental reconocer las diferencias entre las limitaciones reales y las que
uno se autoimpone. Es fundamental para vivir de una manera razonable, sensata,
inteligente. Es difícil, claro. Porque tendemos a culpar a lo que nos rodea de
nuestros propios miedos, como esos maridos que echan a culpa a su mujer de no
poder vivir tal o cual cosa. No, la decisión es de uno.
-Justamente, el protagonista de tu novela
intenta hacerse cargo de esas responsabilidades.
-Samuel dice algo
interesante: a partir de los 40 uno no tiene padres. Lo que quiere decir es que
hay un momento en que uno debe asumir la responsabilidad de lo que es y dejar
de echar la culpa a lo que le hicieron los padres, al trauma infantil. Una cosa
es reconocer que eres quien eres porque has tenido ciertos padres, porque has
vivido en cierto ambiente, y otra cosa es pasarte la vida echando la culpa a
ellos. Las cosas son como son y vives con ellas. A partir de cierto momento la
vida es tu responsabilidad. Saber quiénes eran tus padres es bueno para saber
por qué eres como eres, pero no para estar siempre recriminándoles ni
haciéndoles responsables de tu vida. De la misma manera que cuando tienes hijos
también descubres que hay cosas que no sabes, que no puedes hacer, y que en cierto
sentido todos los padres le joden la vida a sus hijos. Es inevitable. La única
manera de crecer es separarte de tus padres. Pero una vez que pasó el proceso
de separación no puedes seguir pegado a ellos por la culpa. Eso es lo que viene
a decir Samuel.
Alejandro
Duchini
PERFIL
Nacido en Madrid en
1958, José Ovejero escribió poesía, cuento, novela, ensayo, libros de viajes y de
teatro. Algunas de sus obras son “Cuentos para salvarnos todos”, “Qué raros son
los hombres”, “Mujeres que viajan solas” (cuentos), “Añoranza del héroe”
(novela), “Los políticos” (teatro) y “China para hipocondríacos” (viajes).
“Julio Cortázar fue mi primer modelo de escritor. A tal punto que lo imitaba. Y
me impuse no volver a leerlo hasta que no tuviese una voz propia. Estuve diez
años así”, le dice a este diario cuando recuerda a sus autores favoritos. Hoy,
entre otros, le deleitan Philip Roth, John Coetzee, Cormac McCarthy y Don
DeLillo. Actualmente vive en Madrid.
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