LÍDER NATURAL
La que sigue es la entrevista
realizada a Sergio Cachito Vigil para la revista Nueva. Está publicada acá.
Sergio “Cachito” Vigil fue el
emblemático técnico de Las Leonas, con quien la selección ganó los torneos más
importantes. Hoy reflexiona acerca de cómo alcanzar los objetivos en la vida.
La historia comenzó cuando Sergio
“Cachito” Vigil tenía 7 años y tomó conciencia de que no todas las personas
eran valoradas ni miradas de la misma manera. Pudo expresar esto recién a sus
14 años, cuando escribió un cuento que tituló “Ojos marrones”. Ahí, dice ahora,
fue consciente de la primera llama de rebeldía que había en su corazón.
Mientras tanto, jugaba al hockey. Y cuando miraba jugar a otras divisiones, le
llamaban la atención las indicaciones que daban los entrenadores.
“Miraba más a los técnicos que el
partido”, recuerda. Todos saben que corrió mucha agua debajo del puente: a los
18 empezó a ser entrenador y a sentirse líder. Su optimismo y el empecinamiento
en tirar para adelante lo llevaron, con los años, a convertirse en el
responsable de uno de los equipos más importantes de la historia del deporte
argentino: Las Leonas, el seleccionado femenino de hockey que se ganó el
respeto mundial. Culminado ese ciclo, dirigió a los varones. Y después se animó
con un libro: Un viaje al interior, que es una invitación a respetarse a uno
mismo y a tomar al colega como colega y no como enemigo.
–¿Cuándo empezaste a sentirte
líder?
–El liderazgo es un desafío
permanente que cada día emprendemos con el objetivo de ser capaces de guiarnos
a nosotros mismos, en cada decisión, en cada acción que realizamos. A veces,
nos sentimos líderes de nuestra vida y otras veces no. Es entonces cuando
debemos parar la pelota, escucharnos, reflexionar y renovar el desafío con
energía. Sentir y obtener el liderazgo de nosotros mismos será una permanente
conquista. Lograr liderazgo en los demás no es una decisión propia, sino del
que te reconoce como líder.
–¿Cómo fueron tus primeros pasos
como líder de grupos?
–A los 18 años, primero en el
Club Ciudad y enseguida en el Club Los Cedros. Pero la vocación empecé a
sentirla a los 14 o 15 años. Iba a ver los partidos y me daba cuenta de que,
además de observar a mis ídolos, la vista se me iba hacia lo que hacían los
entrenadores. Me llevaba una libretita donde anotaba lo que veía y las frases
que les escuchaba. Después, en casa, armaba las metodologías. De un ejercicio,
sacaba diez. Me encantaba escuchar las charlas, los mensajes, cómo se
organizaba el entrenamiento. Y de ahí surgió la posibilidad de que Marcelo
Garrafo, mi entrenador de menores y referente total del hockey, me pusiera al
frente de la categoría Sub 14 masculina en Ciudad de Buenos Aires. Ya tenía 18.
Al poco tiempo, Andrés Rosso,
jugador de la Primera
del club y gran entrenador de equipos femeninos, me llevó a Los Cedros a
entrenar a la quinta y la sexta divisiones femeninas. Ahí me di cuenta de que
me apasionaba tanto entrenar como jugar. Luego, me ofrecieron la Primera División
de damas en Los Cedros, chicas de entre 18 y 35 años. A mí, que tenía 20, ese
grupo me enseñó a ser entrenador. Yo tenía energía, pasión, creatividad, muy
poca experiencia, pero muchas ganas de ser. Las más grandes charlaban mucho
conmigo. Me explicaban cuáles eran las cosas importantes en un grupo de
mujeres. Aprendí que, para llegarle a la mujer, la forma de abordaje de los
distintos temas era tan importante como el mensaje. Tenía los genes de
entrenador, pero el conductor y el líder lo fueron moldeando ellas.
–¿Es lo mismo dirigir un grupo
deportivo que uno laboral?
–Todos los ámbitos tienen matices
distintos; funcionamientos, desafíos y culturas diferentes. Pero hay algo que
comparten: en todos hay seres humanos con sueños, emociones, que necesitan
confianza, respeto y sentirse valorados. También tienen en común el riesgo de
ganar y perder, de alcanzar o no un objetivo para el que hay que coordinar
acciones, funcionar colectivamente. A la vez, son importantes las capacidades
individuales: si pueden ser fortalecidas colectivamente, sin duda se
beneficiará el sistema. Son dos espacios con presión, estrés, competencia con
uno mismo y con los demás. Son espacios que estimulan todo el tiempo a saltar
al vacío, que impulsan a ir por más. Dos espacios que te abren puertas y
también te las pueden cerrar. Dos espacios en los que el vértigo y la necesidad
te pueden hacer perder la capacidad de reflexión. Dos espacios que te motivan y
que te pueden desmoralizar. La vida misma.
–¿A qué llamás vértigo?
–El vértigo es aquello que no
tiene espacio para la pausa, la reflexión, el cambio profundo. El vértigo es ir
a una velocidad en la que hemos perdido el control. Cuando uno es veloz, la
velocidad tiene muchas velocidades. El vértigo tiene una sola. A veces, es
imposible no alejarnos del camino, pero es posible volver a él. Si no nos damos
cuenta de que vivimos en el vértigo, quiere decir que solo fuimos autómatas
yendo tras objetivos.
–Pero es imposible vivir sin
objetivos.
–Claro. Es difícil vivir sin
objetivos. Imaginemos un partido sin arcos en la cancha: no sabríamos hacia
dónde ir. Pero esos objetivos que nos ponemos deben estar protegidos por la
misión, la razón de ser. Y hoy, me parece, se vive para cumplir objetivos. Esa
forma de vivir nos encarcela en el objetivo, que se convierte en nuestro dueño.
Y los objetivos deben ser una herramienta para darle sentido a nuestra vida.
Hay que disfrutar el mientras tanto. El hombre es una máquina de cumplir
objetivos para luego ir por otros… y debe darse cuenta de que los objetivos no
deben ser el único motivo, porque luego los soltamos. Lo que no soltamos nunca
es el camino para llegar a ellos. Al vivir con vértigo no le damos valor al
camino.
–¿Por qué la sociedad mundial no
puede todavía conformar un equipo?
–Se afirma que las organizaciones
que son capaces de trabajar en equipo serán las premiadas con el logro. Se dice
con plena convicción teórica que el equipo es el medio para alcanzar el logro.
Pero a pesar de tanta teoría, el equipo de los seres humanos se está yendo al
descenso. Claro, nos convencimos de que el equipo es el medio, el fusible, lo
que se puede negociar, porque lo intocable debe ser, sí o sí, el logro.
Mientras que esta frase o concepto no sea invertida, es difícil que el equipo
sea el protagonista. ¡Qué lindo y fácil sería si el logro máximo de nuestra
vida fuese alcanzar el equipo! Sin duda, descubriríamos un sinfín de nuevos
logros que hoy ignoramos.
–¿Por qué siempre se quiere
ganar?
–Cuando a los integrantes de un
equipo les preguntás por qué quieren ser campeones olímpicos, la primera
respuesta es el silencio. La segunda es: “Porque sí, porque hay que serlo”. Lo
que se busca es sentirse valorado, respetado, reconocido, amado y que todo eso
dé confianza. Pero el leitmotiv de la vida no es la medalla, sino lo que te
llevó a conseguirla, que sirve como ejemplo de que emprendí algo y pude lograrlo.
¿Pero cuál es el problema de que el reconocimiento sea solo hacia el logro
numérico?
Que el primer lugar es el que se
pierde constantemente, el que muta todo el tiempo. El que te provoca obsesión y
confusión si lo querés conservar cueste lo que cueste. ¿Sabés por qué? Porque
esta forma de ver la vida nos lleva a sentir que el día que lo perdamos ya no
seremos más. El secreto es conservar el espíritu que se tuvo para alcanzarlo,
la actitud permanente de búsqueda, de aprendizaje, de crecimiento. Las ganas.
El motor encendido.
–¿Qué es ser un ganador?
–Un ganador es aquel al que no se
le apaga nunca su motor y entiende para qué busca un objetivo. Un ganador no es
el que más gana, sino aquel al que nunca se le apagan las ganas. Me parece que
los postulados que hoy manejan las sociedades hacen que cada vez haya más gente
que se sienta fracasada. Esos postulados generan más desilusión, más
irrealidad, más cáscara, menos disfrute y una confrontación que nos lleva a
todos a perder.
–Sergio, ¿competimos contra otros
o contra nosotros mismos?
–Hoy la competencia está
declarada más hacia el otro que hacia uno mismo. Pero creo primero en la
competencia con nuestros propios límites. Ser competente es entender que
tenemos un cuerpo, un corazón y una mente, y dentro de esa trilogía hay un
lenguaje verbal, emocional y corporal que nos permite comunicarnos con nosotros
y con los demás. En cuanto desarrollamos fortalezas, derribamos límites. El
otro, ese oponente que todos los días vemos y que se declara como rival, es un
colega de la vida, un ser humano como nosotros que quiere ser feliz, al igual
que nosotros. Alguien que tiene momentos de mucha confianza y otros en los que
la ha perdido, momentos de estima y autoestima. Hoy existen mucha envidia y
confrontación porque la competencia la ponemos hacia fuera y no hacia adentro.
Lo que más se escucha es “oponente” y “adversario” y no “colega de la vida”.
–¿Cómo se hace para enfocarse en
uno mismo y no en el otro?
–Un ejemplo: para que consuman tu
producto, tenés que hacer el mejor. Y si todos luchan, habrá mejores productos
y la competencia será buenísima. El mejor producto para la gente dependerá de
lo que a cada uno le gusta y de la posibilidad de cada individuo de comprarlo.
Por supuesto que es lindo que tu equipo sea campeón mundial y tu producto sea
el más reconocido, pero eso solo podés lograrlo si tenés buenos competidores,
que te permiten ser campeón o te lo impiden, pero que te dejaron jugar.
–¿Qué papel desempeña la actitud?
–La actitud tiene que ser
estimulada para llevar nuestras fortalezas al máximo. Si eso ocurre, habrá
menos gente envidiosa, menos gente que mire hacia afuera constantemente, porque
estará ocupada en disfrutar y desafiarse en esto de llevar al máximo sus
fortalezas. Como estará conectado con eso, será feliz en ese emprendimiento.
–Ahí también jugaría un papel
importante la confianza en uno mismo.
–Si no desarrollás tu fortaleza y
te fijás nada más que en tu debilidad, no solo te vas a debilitar, sino que te
vas a descolocar respecto de tus zonas fuertes y todo lo que esté en el
exterior te producirá pesar. En cambio, cuando desarrollás algo que está en tu
naturaleza, te sentís parado de otra forma. Y tu debilidad la podés mejorar y
hasta te podés reír de ella. Nuestro primer paso es descubrir qué nos regaló la
naturaleza para después desarrollarlo. Eso es un gracias a la vida. Lo
contrario sería vivir setenta años sin haberlo descubierto: vivir en
automático, recriminando lo que no nos dieron. Por eso, creo en la competencia,
siempre y cuando esa competencia sirva para armar una vida mejor. Para ser
competentes en la vida.
El viaje al interior titulo
Un viaje al interior. Cómo
enfrentar las batallas, realizar tus sueños y disfrutar los éxitos es el título
del libro de Sergio “Cachito” Vigil, el
entrenador de Las Leonas desde 1997 hasta 2008. Con ese equipo femenino obtuvo
las medallas de oro en los Panamericanos de Winnipeg 1999 y Santo Domingo 2003,
en el Champions Trophy de 2001 y en el Campeonato del Mundo de 2002.
También la de plata en los Juegos
Olímpicos de Sydney 2000 y la de bronce en Atenas 2004. En la actualidad
entrena al primer equipo femenino de hockey de River Plate. Sus condiciones
humanas tanto dentro como fuera de la cancha lo convirtieron en uno de los
referentes más importantes del deporte argentino de los últimos años. En este
trabajo de casi doscientas cincuenta páginas, Vigil describe momentos clave de
su carrera deportiva que van más allá del resultado.
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