17 AÑOS SIN SORIANO
El 29 de enero de 1997 fallecía uno de los
escritores más relevantes que tuvo nuestra literatura. Aquí recordamos su
trayectoria, evocamos algunos de sus libros y figuras del ambiente literario
-como Arturo Pérez-Reverte y Eduardo Sacheri- cuentan por qué El Gordo se ganó un
lugar entre los más grandes. La original se encuentra en http://www.lagaceta.com.ar/nota/576960/la-gaceta-literaria/17-anos-sin-soriano.html
y un recuadro en http://www.lagaceta.com.ar/nota/576927/la-gaceta-literaria/soriano-amigo-historico.html?origen=notarel
“La capacidad de Soriano para construir
personajes a partir de lo que dicen creo que es una virtud literaria
impresionante, que no siempre le ha sido reconocida del modo que se merecía.
Sus personajes son sólidos, coherentes, vitales, verosímiles. Insisto, no es
algo fácil de lograr. Y Soriano lo hace, exclusivamente, a partir de lo que
dicen. El Gordo casi no los describía físicamente. Tampoco los ponía a hablar
demasiado acerca de sí mismos. Y sin embargo, a partir de las frases comunes y
corrientes de conversaciones coloquiales los pintaba de cuerpo entero”, evoca
Eduardo Sacheri sobre Osvaldo Soriano. Su lugar, tan amplio en cuanto a la
capacidad de temáticas y tan genial en su estilo de escritura, no pudo ser
ocupado por nadie más. La figura del padre, el fútbol, los próceres argentinos
hechos carne y hueso y alejados del bronce del colegio, los ídolos populares
como Alberto Olmedo y los escritores que lo marcaron -George Simenon, Raymond
Chandler y Graham Greene, entre otros- fueron protagonistas de sus mejores
textos. Tanto en novelas como en artículos periodísticos memorables.
Uno de ellos describe a José María Gatica y se
publicó en el diario El Cronista Comercial a fines de 1975 bajo el título “Un
odio que conviene no olvidar”. Está dedicado a la memoria de Julio Cortázar. Es
una crónica perfecta sobre uno de los boxeadores más populares de la historia
argentina. Tan bien escrita que una vez que se comienza a leer es imposible
abandonarlo hasta el final. Si no la encuentran en archivos, está en su libro
Artistas, locos y criminales, una joya de periodismo y literatura. Allí también
hay un relato sobre Laurel y Hardy: “El error de hacer reír”. Fue el punto de
partida para su ya clásica novela Triste, solitario y final. “El caso Robledo
Puch” es otro texto maravilloso. Fue publicado en La Opinión, en 1972, y
reconstruye con detalles y lujo literario el recorrido asesino de uno de los
criminales más recordados del país.
La otra gran recopilación periodística de
Soriano es Rebeldes, soñadores y fugitivos. Sobre Gardel (y los argentinos) se
lee en uno de esos textos que “nosotros nos degradamos en casa o morimos en el
extranjero. Como San Martín, Rosas o Carlos Gardel. Cuando logramos sobrevivir
a la desgracia o a la indiferencia, nos cuesta salir del asombro y nos
preparamos para fracasar con estruendo. Nadie es del todo argentino sin un buen
fracaso, sin una frustración plena, intensa, digna de una pena infinita”. Al
respecto, fue el escritor español Arturo Pérez-Reverte quien, en una entrevista
que le hice hace menos de un año, me dijo al referirse a Soriano: “No lo conocí
en persona pero hablamos mucho por teléfono. Lo llamé después de haber leído A
sus plantas rendido un león. Siempre se mostraba triste porque no le reconocían
su peso en la literatura. ‘Bueno, vendo libros’, me decía. Y para entender a la Argentina moderna, hay
que leer a Soriano. Hay otros que no me aportan nada, pero leo a Soriano y se
entiende a la Argentina
moderna”. En ese mismo libro hay descripciones sobre Cortázar, García Márquez,
Maradona, una gran historia sobre la Coca Cola y un relato sobre el Míster Peregrino
Fernández, uno de los personajes que utilizó para hablar de fútbol. Justamente,
bajo el título Memorias del Míster Peregrino Fernández y otros relatos de
fútbol aparecen muchos de sus textos sobre este deporte. Hay allí descripciones
maravillosas de momentos, como sólo Soriano podía hacerlo. “El juego tuvo que
seguir en plena oscuridad porque Berlín reclamaba el resultado, pero ya ni
siquiera había pelota y al amanecer todos corrían detrás de una ilusión que
picaba aquí o allá, según lo quisieran unos u otros”, escribe, apelando a una
melancólica fantasía.
El padre y el fútbol
A nivel personal, uno de los mejores trabajos
de Soriano es su Cuentos de los años felices. Se divide en tres partes: su
padre como personaje, hechos y protagonistas de la historia en general y el
fútbol. Todos los relatos son maravillosos. Pero cuando habla de su papá llega
a extremos insuperables. Es imposible no dejarse llevar por sus palabras para
sentir que su padre es, en alguna medida, el mismo que podrían tener sus
lectores. En “Petróleo” lo describe así: “Mi padre lleva unos pocos billetes
chicos en el bolsillo. Justo para la pensión y la nafta de la vuelta. Nunca
ganó un peso sin trabajar. No sé si está conforme con su vida. Igual, no puede
hacerla de nuevo. Ha vivido frente a los palos, mirando venir una pelota que
nunca aterriza. Intentó zafar de la marca, correrse, poner la cabeza, pero no
supo usar los codos. Caminó siempre por los peldaños de una escalera acostada.
Tarzán en monopatín, Batman esperando el colectivo, San Martín soñando con las
chicas de Divito. Y sin embargo, cuando fuma en silencio, parece a punto de
encontrar la solución. Como aquella noche en un sucio cuarto de alquiler donde
saca la regla de cálculos y diseña un oleoducto inútil. Con jardines y caminos
de los que ningún motociclista podría caerse. Pero de eso no queda nada: el
dibujo se le extravió en otro porrazo y las torres ya son de otros más rápidos
que él”. Ese texto lo marqué mientras lo leía, en los años 90. Nunca pude
quitármelo de la cabeza. Es Soriano en estado puro.
También quiero destacar Piratas, fantasmas y
dinosaurios. Allí desfilan textos perfectos sobre (otra vez) su padre; y acerca
de Monzón, Fangio, Cortázar, Borges, su querido Arlt, Bioy Casares, Graham
Greene, el oficio de escritor y la página en blanco. E historias. Muchas.
Geniales. “Estoy tratando de decir, con imágenes y palabras de otros, que lo
esencial de una vida brota en el momento en que nos enfrentamos a las formas
más puras de la verdad. Amor, dolor, soledad. Ahí estamos solos, sin Dios, sin
patria ni sustento. Un paso atrás, un movimiento en falso y todo está perdido”,
escribe. Busquen este libro. Leánlo. Devórenlo.
Sus novelas, por otro lado, son tan increíbles
que nunca terminan de leerse. Siempre dan ganas de releerlas. Cuando ando
necesitado de una buena historia, suelo regresar a ellas. Las recomienzo para
sentir que las leo por primera vez. Cuarteles de invierno, El ojo de la patria,
la mencionada anteriormente Triste, solitario y final, Una sombra ya pronto
serás, A sus plantas rendido un león, No habrá más penas ni olvido, y El negro
de París, del género infanto-juvenil. Dejo para el final el que para mí fue uno
de los mejores libros de Soriano: La hora sin sombra.
“Me da mucho orgullo, pero me parece un elogio
excesivo para mí. Fontanarrosa y Soriano tienen una obra muy sólida y muy
diversa, y no cuentan con la posibilidad de seguir escribiendo. Los que estamos
vivos podemos aparecer en los medios, publicar cosas nuevas, ‘sostener’ nuestra
imagen por esos mecanismos extra-literarios. En todo caso, si varios años
después de mi muerte los lectores gustan de subirme a ese podio con
Fontanarrosa y Soriano, ahí sí podría yo tener cierto merecimiento. Por ahora,
insisto, creo que no me lo merezco”, me dice Sacheri cuando le comento que él,
junto a ellos dos, conforman el trío de los grandes escritores argentinos que
tuvieron en la literatura deportiva una referencia temática. Y cuando le
pregunto cómo llegó al Gordo, contesta: “Las primeras cosas que leí de él no
fueron sus cuentos futboleros, sino sus novelas. Arranqué por Triste, solitario
y final, aunque confieso que no me deslumbró como sí hicieron otras de sus
novelas. Y después, casi en seguidilla, leí No habrá más penas ni olvido, Una
sombra ya pronto serás, y la que más me gusta de todas: Cuarteles de invierno”.
Amaba la historia argentina. La escribió como
pocos. Manuel Belgrano y Mariano Moreno fueron algunos de sus personajes
destacados. También amó a San Lorenzo. Sus anécdotas sufriendo el descenso del
81 desde su exilio en París son memorables. “San Lorenzo no volvió a Primera
porque tenía un buen equipo ni porque jugaba el Negro Quinteros. Volvió porque
la gente lo quiso así, porque cuando algo toca fondo, o uno saca todo lo que
tiene adentro para salvarlo o se hunde definitivamente. A San Lorenzo lo
levantó la gente”, opinó en 1983, en un reportaje a la Revista 10. Y en 1991
recordó: “A Cortázar no le gustaba el fútbol. Le gustaba el boxeo. No entendía
de fútbol. Yo le había contado mi pena porque San Lorenzo se había ido al
descenso. Le dije que estaba hecho mierda, que ese día lloré como si se hubiera
muerto mi vieja. No me entendió”.
Se desvivía también por los gatos, que lo
acompañaban para crear algunos de sus textos. “Los gatos para mí siempre han
sido algo especial. O yo para ellos, qué sé yo. Siempre viví con gatos. Muy
pocas veces en mi vida no los tuve”, le dijo al periodista Santos Biasatti en
una entrevista de 1996. Y los cigarrillos y las computadoras. Y las mujeres.
Las describía de manera formidable. “¿Cuál era el secreto de Brigitte Bardot?
Saber caminar. Es así: su belleza es opinable; una gran belleza, pero opinable.
A los hombres les gustaba esta o aquella. Pero cuando se paraba y caminaba, se
paraba el mundo”, soltó en una charla pública.
Instaló también las carreteras como eje de las
historias. Hasta entonces, las rutas eran sólo una fantasía norteamericana que
se complementaba con moteles de mala muerte. Eso, él supo trasladarlo al estilo
argentino. Sus personajes se mostraron en ellas. Recalaban en pueblos perdidos
para intentar alguna jugada de gol perfecta y casi siempre quedaban en el
camino. Pero nunca desaparecían sin dejar huella. En la misma línea, Soriano
contó alguna vez que le gustaba manejar por el país. Y hacerlo de noche.
El periodista Rodolfo Braceli lo describió como
pocos en un texto titulado “Cornisa de los fracasados”, escrito a manera de
despedida, tras su muerte. “No conseguí despedirlo”, dijo, sin embargo. “Habla
en voz alta porque bueno porque en fin porque siempre se habla en voz alta
cuando se maneja solo en las soledades. El camino es pura carretera; sigue
lloviendo; él va sin apuro. Felizmente no viene nadie en la dirección
contraria. Pero eso lo aburre un poco. Entonces, se pone a silbar y le dice al
gato que esta lluvia va para largo: llueve sosegadamente, llueve nomás. Nadie,
pero nadie en dirección contraria. Qué raro”. El texto entero se encuentra en
el libro Argentinos en la cornisa.
Era un lector voraz, desenfrenado, que se
devoraba todo lo que caía en sus manos”, lo describió el dramaturgo Roberto
Tito Cossa en un especial que la vieja revista La Maga dedicó a Soriano a poco
de su fallecimiento.
De los más grandes
En su libro Vuelta de página, Jorge Lanata
recordó a Soriano de la siguiente manera: “Vivía de noche, en su casa de la Boca, y en aquellos primeros
años de Página tuve la suerte de pasarle algunos borradores y de escuchar los
mejores consejos para cualquiera, aunque escriba la lista del almacén:
-Conviene usar los verbos en pasado. Hace que
la acción sea más cierta, más contundente.
-No uses gerundios.
-Guarda con las metáforas. ¿Cuántas veces
escribe Chandler ‘tal cosa es como… tal otra’? (Lo busqué: una o dos veces en
cada novela, por esos sus metáforas son tan efectivas)”.
Había nacido en Mar del Plata el 6 de enero de
1943. Pero la ciudad que tal vez más lo marcó fue Tandil. Llegó a Buenos Aires
a fines de los 60, después de una vida nómade por cuestiones laborales de su
papá. Periodista, se convirtió en uno de los mejores escritores de nuestro
país. Acá no puedo ser objetivo. Murió el 29 de enero del 97 de un cáncer de
pulmón. Su muerte dejó, y no es una frase hecha, un espacio tan vacío como
difícil de ocupar.
“¿Qué creés que perdimos tanto sus lectores
como la literatura en general con su muerte?”, le pregunté a Sacheri una de
estas tardes. Y me contestó: “Uno de los más grandes escritores argentinos del
siglo XX. Ni más ni menos que eso, fue lo que nos perdimos. Y otra cosa: nos
perdimos la chance de que, en vida del Gordo, fuera reconocido y homenajeado
como se merecía, desde los círculos del establishment intelectual argentino.
Reconocimiento que merecía, reconocimiento que más de uno le negó artera y
concienzudamente”.
SORIANO: UN AMIGO
HISTÓRICO
Por Daniel Divinsky- Director de Ediciones de la Flor.
Lo recuerdo principalmente como un amigo
histórico, más allá de la polémica sobre derechos de autor que mantuvimos
públicamente en Página/12, que no nos enemistó. Antes, lo conecté con quien
resultó ser su editora en Francia, cuando él vivía en París.
Una de las historias que me fascinó, pero que
creo contó por escrito, es cuando Timerman en La Opinión lo llamó y le
preguntó si sabía inglés. Él, que no sabía una palabra de ningún otro idioma,
masculló un “Mmm”, que fue tomado como asentimiento por Jacobo, que lo designó
para cubrir no sé qué asunto en los Estados Unidos, y entonces fue cuando en
Los Ángeles trató de ubicar la tumba de Stan Laurel, el Flaco, caminando por
las autopistas. Cuando le preguntó a un policía cómo llegar, el tipo del dijo
“¿dónde está su auto?”. Cuando Osvaldo le respondió que no estaba en auto, lo
miró como a un loco y casi se lo lleva detenido. Contó, pero creo que también
lo publicó, que cuando vivía en Bruselas con Félix Samoilovich, otro
periodista, pasaban hambre hasta que una noche cazaron un pato de un lago que
había en una plaza y tuvieron varias buenas comidas.
Otra anécdota: siempre sospechó que Corregidor
amañaba sus liquidaciones de derechos de autor para pagarle menos y que hacía
reediciones sin numerar, que no le liquidaba. Cuando pasó a Bruguera, sintió
algo parecido, y se sorprendió mucho cuando un vendedor de Bruguera le mostró
un auto que se había comprado gracias a las jugosas comisiones que obtenía por
la venta de sus libros: en el interior de uno de los neumáticos había hecho
grabar el nombre del Gordo.
Su lugar en la literatura argentina está entre
los más importantes, más allá de lo irregular de su producción. Muchas veces se
refirió a que era descalificado por “la Academia” y manifestaba su resentimiento.
Atribuía esa descalificación al desprecio por la literatura popular, escrita en
lenguaje coloquial, y a motivos políticos.
Como había abandonado totalmente el alcohol,
imagino que luego de años de importante ingesta, se había especializado en la Coca Cola (y los matices
de los diversos sabores que tenía) y en aguas minerales: denostaba a la marca
Palau. Como era experto en Coca, le encargué un largo artículo de doble página
sobre la historia de la Coca
Cola, que le publiqué en El Diario de Caracas, donde yo
dirigía la sección Cultura; eran épocas del bolívar fuerte y le pagaron 500
dólares por esa nota.
A 17 años de su muerte lo añoro como se añora a
un amigo muy querido: estuvimos con Kuki invitados a comer en su casa de la Boca, él estuvo en casa
muchas veces y lagrimeé en su velorio, con el ataúd cubierto con la bandera de
San Lorenzo y un cigarrillo en la mano. También estuve cuando se inauguró en la Chacarita el pequeño
monumento en su memoria. Pienso ahora lo contento que se hubiera puesto con el
campeonato de su equipo. No tanto con que el Papa compartiera su pasión.
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