LAS MIL MILLAS DE UN PADRE Y SU HIJO
El publicitario Pablo Poncini
hizo junto a su hijo, Luca, que tiene síndrome de Down, un viaje al Sur para
contar la discapacidad en primera persona. De esa historia nació una película.
La nota original en http://www.revistanueva.com.ar/portal/verNota/553
Estoy muy, muy, muy, muy, muy
contento”. Luca Poncini no cree lo que ve. Tampoco le alcanzan las palabras
para expresar ese mundo de fotos y gente que lo saluda como si fuese un Fangio
en envase chico. Tiene 13 años. Imposible estar más feliz: lo ratifica su
enorme sonrisa. El Centro Cívico, en Bariloche, parece explotar de alegría.
Desde su asiento de acompañante de un MG ’74, y con un sueño cumplido, la vida
se ve distinta. A Pablo, su padre, quien maneja ese viejo auto, le pasa lo
mismo. Juntos acaban de concluir la vigésimo quinta edición de Las Mil Millas
de la Patagonia. Pero
este año, para el imaginario de unos cuantos, serán Las Mil Millas de Luca.
Fueron tres días que padre e hijo
aprovecharon para hacer una salida de varones. También, para filmarla. Iban a
ir solo con un director de cine y su cámara. Martín Kalina era el elegido desde
hacía unos meses. Al final el grupo se compuso de diez personas. Sonidista,
iluminador, etcétera. Casi un equipo de fútbol. El objetivo era hacer una
película breve; una road movie. “Porque un viaje siempre es una linda forma de
contar la síntesis de la vida”, explica el publicista Pablo Poncini, papá de
Luca, desde su oficina de Buenos Aires, unos días después del regreso. La
competencia fue la excusa perfecta para difundir un mensaje en el Día
Internacional de Personas con Discapacidad, establecido para cada 3 de
diciembre. El tema le toca de cerca. A Luca también.
“No recuerdo la edad de Luca
cuando le dijimos que tenía síndrome de Down. Pero él nos pidió que le
contáramos qué le pasaba. Se dio cuenta de que había cosas que le costaba
aprender. Notaba que los demás hablaban mejor, que entendían algunos temas más
fácilmente. Era chiquito. Tendría 6 o 7 años. Lo expresó con angustia y le
fuimos explicando. Que le costaba, pero que podía. No me acuerdo de en qué
momento apareció la frase síndrome de Down”.
Luca nació el 23 de mayo de 2000.
Tiene dos hermanas: Sofía, de 17 años, y Renata, de 11. Su mamá se llama
Gabriela. Luca va al mismo colegio que sus hermanas y tiene la ayuda de una
maestra integradora. Sus compañeros, según describe su papá: “Saben que hay una
diferencia, pero lo tratan igual que a todos. El trato es relajado”. A los dos
les gustan los autos. De ese gusto salió la posibilidad de contar el tema de la
discapacidad, pero desde otro punto de vista. Es que hace dos años, Pablo pidió
a colegas del Consejo Publicitario Argentino que si hacían algo para las
personas con discapacidad, le avisaran. “Hasta entonces, mi experiencia como
padre, particularmente de Luca, y el mundo de mi trabajo, como creativo
publicitario, nunca se habían mezclado. Veía muchas cosas que no me gustaban,
de tinte lastimoso, y quería participar con algo distinto”, cuenta.
Luego le comunicaron que había un
plan pero nada definido. Para él había llegado el momento de poner en práctica
su propia vivencia. “Quería usar mi experiencia como padre de Luca”, explica.
“Me puse a pensar que frente a situaciones como la mía, lo que más me había
funcionado era juntarme con los familiares que pasaban por lo mismo. En mi caso
o el de mi mujer, funciona mostrar a otros cómo vivimos, que estamos
fantástico, que nos divertimos y que la vida está lejos de ser una tristeza. A
mí también me sirvió ver a una familia en esas condiciones cuando nació mi
hijo. Porque en los primeros momentos, por cuestiones culturales, uno cree que
es una tragedia. Quería llevar ese tema personal a lo masivo. Para hacerlo
debía contar lo mío. Me acordé de que una vez al año, con Luca, hacemos un
viaje los dos solos. Me gusta viajar,
manejar.
Ahí vino la idea. ‘No voy a hacer
un aviso, sino una road movie: si charlamos y nos vamos de viaje cinco días,
van a ser más definitorios que si tenemos diez charlas. Vamos a hacer un viaje
y contarlo’, me planteé. ¿Contar qué? No sé: la relación… que la relación es
natural, que si lo tengo que retar lo reto, que entre nosotros todo es normal.
Entonces, me puse riguroso conmigo mismo y pensé que podía hacer una película
con mi hijo, juntos”, cuenta. Y poco a poco fue armando el plan. Primero le
contó a su mujer y el apoyo fue total. Después, en mayo pasado, habló con Luca
y lo que siguió fue un reguero de entusiasmo: “Le expliqué cómo era la película
que queríamos hacer. Que le iba a contar a la cámara que nos pusimos tristes
cuando nació, que estábamos preocupados.
Él sabe que tiene síndrome de
Down. Le dije que queríamos ayudar a aquella gente que tiene un hijo así para
que se quede tranquila. Fue una charla rara, que tuvimos gracias a este
proyecto. Fue clave hablar naturalmente del tema, para que no haya tabúes. Nos
salió así, natural”, recuerda. “El apoyo de mi esposa y las ganas de Luca
fueron fundamentales”, dice. Quería tener un buen director de cine. Entonces,
contactó a Kalina. La primera respuesta fue la última: le dio un sí acompañado
por el orgullo de ser el elegido. Juntos llegaron a la conclusión de que Las
Mil Millas de la Patagonia
era el escenario ideal. Una carrera de autos antiguos que se hace desde 1989.
Pero sin coche de antaño, había que moverse para conseguirlo. La firma BMW le
iba a dar uno que estaba en un museo de Múnich, Alemania. Era una máquina
valuada en un millón de dólares. No pudo ser.
Mientras tanto, el Club de
Automóviles Sport le bonificó la inscripción, algunas firmas aceptaron
auspiciarlo y hasta consiguió el hotel en Bariloche para quedarse junto al
equipo. “Teníamos todo, pero nos faltaba el auto, que junto con Luca era lo más
importante”, se ríe Pablo. Un conocido de un conocido le ofreció el MG ’74. “De
chico lo miraba y me encantaba”, comenta. Era el sueño del pibe hecho realidad.
“No bien me lo dieron, lo llevé a casa para que lo viera Luca. Y cuando lo vio
se volvió loco. Le sale esa sonrisa que parece que se la quiere aguantar y no
puede. Le dije que había que estar lindos para la carrera, para la filmación.
Así que salimos a correr, para estar flacos. Era también una excusa para
moverlo”.
Padre e hijo, simplemente eso
El maravilloso Sur argentino fue
el escenario de la competencia. San Martín
de Los Andes, Villa La
Angostura. Los corredores iban desde el legendario Hotel Llao
Llao hasta los puntos que indicaban los organizadores. En las pruebas de regularidad donde otros
erraban por dos segundos, Pablo y Luca pifiaban por dos minutos. Pero igual
disfrutaron. En carrera, en el hotel o donde fuera. “Fue una experiencia
espectacular. En todo sentido. Manejamos muchos kilómetros. Tuvimos un auto al
que le entraba aire por todos lados, que no frenaba ni doblaba como los coches
modernos. Pero estuvo muy divertido”, se ríe. “Filmamos todo. Como un reality
show.
Lo que estuvo bueno es que en un
momento nos olvidamos de la cámara. Y así se registraron muchos instantes, como
una especie de documental-video clip. Ahí cuento que el nacimiento de Luca fue
un golpe durísimo, que pensamos que se nos acababa el mundo, y después se
convirtió en un hijo más. Con todo lo que significa. Me divierto con él.
Cantamos. La relación es espectacular. Natural, alegre, como la de cualquier
padre e hijo. Hoy el síndrome de Down está lejos de ser un problema”, resume
Pablo. Pablo y Luca pudieron “respirar” recién cuando vieron cómo quedó la
película de casi ocho minutos. El sueño se cumplió. ¿Qué aprendió de eso? “Que
tengo 47 años y que si bien uno piensa: ‘Tengo la vida hecha’, en realidad no
es así. Esto fue como una experiencia en la que mezclé muchas cosas. Fue raro.
Salí de las estructuras, de los procesos. Hice de todo. Escribí, busqué sponsors,
produje. Fue diferente a lo que hice durante veinticinco años de trabajo. Y de
esto me quedaron ganas de hacer cosas distintas. Aprendí que se puede seguir
aprendiendo. Que se puede empezar de nuevo”.
¿Y Luca? “Luca creció dos años”,
simplifica Pablo, mientras muestra las fotos de ese diario de viaje que tanto
los marcó. En una, aparece el equipo de producción a pleno, con el MG delante.
En otra, padre e hijo se funden en un abrazo. En otra, Luca simplemente se ríe.
Cuando Pablo deja de mirar la pantalla, suelta: “Creció porque hicimos de todo.
Estuvimos una semana en la que arrancábamos temprano, terminábamos tarde, la
madre no estaba cerca, las hermanas tampoco. Es celíaco y siempre hay que tener
alguna comida especial preparada para él. En casa, mi mujer lo maneja perfecto,
pero allá se complicó. Se tuvo que bancar muchas cosas. Y aparte, tuvo que
trabajar. Si no estaba de buen humor, debía ponerse de buen humor. Fue un
crecimiento para él”.
Buen jugador de tenis y de la Play, fanático del cine y
obsesivo dibujante. Esas son algunas de las características de Luca. También,
muy amigo de sus amigos, que son los del colegio. A Pablo se le siguen
iluminando los ojos cuando habla de su hijo. No puede dejar de recordar aquella competencia: ahí
está uno de esos momentos de la vida que ninguno de los dos olvidará. Será que
tres días en la vida nunca vienen nada mal. “No ganamos la carrera pero es como
que ganamos”, murmura mientras mira a la nada. ¿Y cuál fue el mejor de todos
los momentos de ese viaje?, le preguntamos. Describirá entonces aquello de la
llegada, la cara de sorpresa y alegría de Luca, el aplauso de la gente. “Nos
sentíamos como James Hunt”, murmura Pablo mientras ensaya otra sonrisa.
Enseguida permanece en silencio, como colgado de un momento: “Después de la
competencia, nos quedamos solos los dos por primera vez. Habían pasado varios
días sin que estuviésemos solos. Entonces festejamos. Estábamos juntos”.
Martín Kalina*, el tercer ojo de
Pablo y Luca
“Con Pablo hemos trabajado juntos
en algunas oportunidades; luego, nuestra amistad creció porque jugamos al tenis
en el mismo club y con el mismo profesor. En abril de este año, Pablo me contó
su historia y me invitó a participar en lo que hoy es Las 1000 Millas de Luca.
Acepté porque Pablo es un gran hombre y por lo que él quería expresar: un nuevo
punto de vista sobre la discapacidad. Me gustó la idea de hablar sobre la
felicidad y el disfrute, y no sobre los elementos negativos. Mostrar que es
posible hacer la vida que querés. Que es una cuestión de actitud. El viaje y la
filmación fueron duros: muchas horas, frío, lluvia, problemas con el auto… Sin
embargo, el equipo técnico hizo que los inconvenientes no fueran tan graves. Y
los ‘actores’, Pablo y Luca, estuvieron geniales. Tienen una relación maravillosa.
Debieron enfrentar la cámara y hacer cosas a las que no estaban acostumbrados,
y lo hicieron muy bien”.
*Director del corto Las 1000 Millas de Luca
(www.las1000-millasdeluca.com).
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