BOX: LA GLORIA Y EL MIEDO
Si nunca te subiste a un ring
para cruzar guantes, difícil que puedas responder a esta pregunta: ¿Qué es el
miedo para un boxeador? Lo cuentan campeones y entrenadores en un informe tan
revelador como conmovedor. La nota original fue publicada en la edición de enero de 2014 de la revista El Gráfico: http://www.elgrafico.com.ar/2014/01/29/C-5042-box-la-gloria-y-el-miedo.php
“En aquella ocasión tuve que
recurrir a mi orgullo para no salir rajando. Fue la única vez que tuve miedo.
Era en un entrenamiento. Yo no estaba muy bien de ánimo porque venía de perder
el título mundial en Miami, en 1982. Un muchacho que hacía de sparring me metió
un dedazo en el ojo, porque con los guantes de aquellas épocas se podía: los
pulgares estaban separados y había posibilidades de hacer esa picardía, esa
maldad. Ese muchacho me lo hizo con maldad”. El recuerdo es de Sergio Víctor
Palma. Es uno de los más importantes boxeadores de nuestra historia. Esa fue su
respuesta ante la pregunta de El Gráfico acerca de qué es el miedo para él;
cuándo fue que lo sintió. En los 80, logró el título de la Asociación Mundial
de Boxeo al noquear al norteamericano Leo Randolph. Cinco veces defendió de
manera exitosa su lugar. Hasta que lo perdió a manos de Leo Cruz. Ocurrió en
aquel 82 que hoy recuerda como una dura etapa en su carrera deportiva. Y
agrega: “Pero en peleas nunca tuve miedos. Es que cuando uno sube a un ring,
tiene todo asumido. Menos perder, claro”.
“¡A todo lo que significa perder,
maestro! A perder le tenía miedo. Porque perder va más allá de una pelea”,
contesta Héctor Javier Velazco. Le decían (le dicen) El Artillero. En 2003 fue
campeón mundial mediano de la OMB
tras ganarle al húngaro Andras Galfi. Todavía se emociona al recordar no sólo
el triunfo en sí, sino el haberlo obtenido en el Luna Park. Pero también le
duele pensar que sólo se llevó diez mil pesos de premio. “Una miseria”, dice.
“Había tanta guita en juego y sólo me dieron eso”. Hoy vive en Villa Gesell,
donde da clases de boxeo recreativo para la municipalidad. Para aumentar sus
ingresos se las rebusca con clínicas por las provincias. La Pampa, Corrientes, Misiones
y Buenos Aires son algunas. Pero su máximo objetivo es fomentar junto a otros
colegas (entre ellos, Palma) la
Asociación de Defensa del Boxeo Argentino (ADEBOAR). Desde
ahí se apunta a que boxeadores y entrenadores tengan una actividad blanqueada
para, tras el retiro, gozar de cobertura médica o jubilación, entre otros
beneficios. “Mirá: la cosa es así: miedos hay siempre. El que dice que no lo
siente… miente. Porque el miedo te mantiene alerta en las peleas. Que uno sea
corajudo, fuerte, es otra cosa, pero el miedo es el que te mantiene vivo
también. Como en Rocky, cuando él dice que el miedo es como un volcán que tenés
adentro y que hay que dejar explotar. Sólo que hay que manejar ese miedo”.
-¿Qué es lo que va más allá de
una pelea?
-El miedo mismo. A que pueda
pasar cualquier cosa. A perder una pelea, porque uno puede hacer el ridículo.
Está toda tu familia y, además, hay mucha otra gente mirándote. El miedo está
porque perder es también la posibilidad de alejarse de un campeonato, del
ranking. Uno quiere escalar y muchas veces, con una derrota, sabemos que te
alejás de la meta.
Explícito, Velazco coloca a la
soledad casi en el mismo plano que el temor. “Después de pelear tanto tiempo,
me di cuenta de que es cierto que te dejan solo. La soledad es cuando cobrás
sólo lo que a los empresarios les parece: el 1% de cifras millonarias. Me
empecé a sentir solo en las concentraciones, cuando no me daban vitaminas,
cuando subía al ring sin una buena preparación. Todos los boxeadores tienen
miedo. Porque si no estás con determinados empresarios, no peleás. Eso también
es miedo”, suelta. Y luego: “¿Entendés por qué a lo que menos se le teme es a
los golpes? Entrenamos seis, siete y hasta ocho horas por día y siempre a los
golpes. De lunes a sábados. Estamos acostumbrados. El miedo es otra cosa… es a
lo que significa perder, a pasar el ridículo, a que te dejen solo, que te
quiten hasta el banquito, como decía Bonavena”.
EL OLVIDO
Bella, simpática y conversadora.
Son tres atributos que identifican a Carolina Duer. Le dicen La Turca. Desentona
en las tradiciones de este ambiente: viene de clase media, nunca tuvo
necesidades económicas y es posible que jamás las tenga. “No me metí en el
boxeo para salvarme de nada ni para tener una situación económica buena, aunque
hoy vivo de la actividad”, remarca. Actualmente es la titular gallo de la OMB.
“¿Qué creo que es el miedo…? Es
lo que se siente cuando vas a ingresar en un terreno que no conocés. Cuando no
sabés qué puede pasar”, piensa. Acto seguido recuerda la única vez en que lo
sintió. Fue cuando peleó con su ídola, La Tigresa Marcela
Acuña. “Antes de la pelea sentía que me faltaba confianza. Alberto Zacarías, mi
entrenador, me decía que no debía tener miedo, que si él me hacía pelear era
porque me tenía fe. Pero del otro lado iba a tener a todo un personaje del
boxeo. Que además era mi ídola y me generaba un montón de respeto y admiración.
¡Pero en la pelea tenía que ganarle! Se me juntaron varias cosas esa vez. Entre
ellas, el temor. Fue la única vez que me pasó”, describe al recordar aquel
combate que ganó. De esa situación sacó algo en claro: “Aprendí que el miedo te
puede poner en un lugar inferior al que estás. Si le hacía caso a lo que
sentía, no hubiera sido inteligente ni hubiera peleado. Pero en algún momento
pude bloquear eso, le peleé de igual a igual y le gané”.
Raúl Balbi tocó el cielo con las
manos en 2001. Cuando fue campeón mundial de la AMB tras vencer al francés Julien Lorcy, en
París. Hoy trabaja en la
Municipalidad de Caseros. “La falta de laburo, sin dudar”,
dice cuando se le pregunta por su principal miedo. Y añade: “Fijate cómo es la
cosa, que fui campeón del mundo, pero nadie te reconoce nada. Hay muchos
campeones que hoy están en la calle. Lo que yo gano no alcanza para mucho”.
Entonces continuará: “El olvido también mete miedo. Porque cuando dejás de
boxear, te olvidan. Yo comí hasta con presidentes: para la foto estaban;
después, no. El olvido está siempre”.
Casado con Marcela hace 18 años y
padre de Micaela, de 15, y de Lourdes, de 9, no resigna el buen humor: “Siempre
la misma mujer. Cambié de auto, pero no de mujer” suelta como un latigazo para
después reírse. Tuvo su agencia de autos, pero la cerró. Le quedó una quinta en
San Miguel. “No gané demasiada plata. A muchos nos pasa lo mismo. Fijate en
Tyson: hoy está arruinado”, se compara.
LOS PIBES DE ALMAGRO
“Yo creo que la palabra no es
miedo. Es ansiedad. Y la ansiedad es algo que tengo que aprender a manejar,
porque me consume demasiado. Lo ideal es mantenerme calmado, tanto arriba como
abajo del ring”, dice Ariel Arias tras una dura sesión de entrenamiento en el
Almagro Boxing Club, uno de los clubes de mayor tradición en la actividad.
Arias tiene 22 años.
Compañero suyo de entrenamientos,
Juan José Velazco, de 26 años, también esquiva la palabra clave. “Me parece que
se confunde miedo con nervios. Directamente no pienso en la posibilidad de
fracasar. En este deporte hay que tener las cosas bien claras y pensar en
positivo”, resume.
“El miedo que tengo es no poder
dar en cada una de mis peleas el resultado de todo lo que entreno”. Lo dice
Karen Carabajal, practicante de boxeo desde 2006 y estudiante de Psicología en la Universidad de Buenos
Aires a partir de 2008. Y sostiene que mucho de lo que aprende en las aulas le
sirve para aplicar en el ring. “Pero ninguno de los que boxea tiene miedo a lo
que le pueda pasar en una pelea. Todos entrenamos para que no nos pasen cosas
malas. Uno no pelea pensando que le puede pasar algo”, suelta. Para Carabajal,
“la cabeza es el 50 % de la pelea. Si no estás bien psicológicamente, no vas a
ganar”.
A los tres últimos mencionados
los entrena Fernando Albelo. Ex boxeador, a los 37 años es el director técnico
del Almagro Boxing Club. Por su experiencia, opina, “a lo que más le teme un
boxeador es al papelón, al fracaso. Pero no a los golpes. Uno sube al ring
sabiendo que le van a pegar. Pero el verdadero miedo es a que te vaya a mal, a
que las cosas no salgan bien. Todo el que compite tiene miedo al fracaso”.
Albelo dirá también que “el miedo
es necesario. Sirve para preservarse, como decía Cus D'Amato, el ex entrenador
de Mike Tyson. El también sostenía que todos tienen miedo”. Como formador,
cuenta, habla del tema con sus dirigidos: “Les digo que estén atentos, nunca
confiados ni relajados. El miedo te ata. Y esa tensión no permite que se
desarrolle la técnica necesaria, porque los músculos quedan contraídos”.
Después referirá pobrezas,
soledades y finales oscuros. “Es un mito eso de que los boxeadores terminan
mal. Por ejemplo, Gatica. Terminó mal, es cierto. ¿Pero cómo arrancó? ¿Era hijo
del Príncipe de Escocia y le fue mal? No. Venía de una infancia dura y gracias
al boxeo pudo escalar, conocer a Perón. Monzón, lo mismo. Terminaron mal pero
arrancaron mal. Y a lo mejor si no era por el boxeo terminaban mucho peor, pero
antes. No pasa por el boxeo. Si uno no los cuida, pueden terminar mal. Como en
cualquier otra actividad. Conozco boxeadores retirados que están impecables”.
“Mejor es hablar de prudencia o
temor. El miedo paraliza, el temor te pone en alerta. Quien anduvo por el
boxeo, como yo, cuando está en la curva decreciente de la actividad es cuando
más temores le aparecen”, opina Marcos Arienti, presidente del Almagro Boxing
Club. La entidad tiene actualmente 500 socios. “Este club no es una carnicería,
sino una escuela. Siempre hay riesgos, aunque nosotros tratamos de
disminuirlos. Pero el temor está siempre”, sostiene.
POBREZA Y LESIONES
“Sí, tengo miedos”, dice Erica
Anabella Farías. Integra la elite de las boxeadoras argentinas. La apodan La Pantera y su último logro
importante fue retener el título ligero del Consejo Mundial de Boxeo. Le dice a
esta revista: “Me da miedo no hacer bien las cosas, dejar una mala imagen.
Trabajo mucho y soy responsable, pero a esas cosas sí les tengo miedo”.
El económico no es un factor que
le provoque algo puntual, pero “es una cuestión que no deja de tenerse en
cuenta. Sobre todo porque la carrera de la mujer es más corta que la del
hombre”.
-¿Las lesiones te preocupan?
-Un poco, sí. Pero no recibí
golpes serios. Sí me inquietan en cuanto a que no me dejen secuelas en mi
intención de ser madre algún día.
“Cero miedo”. Terminante. Así
suena Omar Narváez, campeón del mundo en la categoría mosca de la OMB. Es uno de los máximos
referentes de esta actividad en los últimos tiempos. Tiene reconocimiento
internacional. Y perfil bajo. A El Gráfico le dice que siempre tuvo una sola
preocupación: “No perder. No quiero perder. Pero ni los golpes me dan miedo”. Y
agrega: “Cuando subo al ring, en lo único que pienso es en ganar. Sé que cada
pelea me sirve para preparar mi futuro económico”.
Después agregará: “Preocupaciones
normales, como todo el mundo, tengo. Una de ellas es mi mano izquierda, rota
desde hace ocho años. Trato de cuidarla”. No pasará mucho hasta que diga: “Vivo
alejado todo lo posible de las preocupaciones. Estoy bien rodeado y me quedo en
el lugar en el que me crié, en Trelew. Tuve ofertas para irme a los Estados
Unidos, España o Francia, pero prefiero quedarme acá a pesar de que todo cuesta
el doble. Pero lo mío es el perfil bajo: lejos de farándula, de las cámaras. De
los problemitas”.
"PANICO tengo a estar solo,
pero nunca le temí a la pobreza", confiesa julio César Vázquez
El zurdo Julio César Vázquez fue
uno de los mejores boxeadores del mundo durante los años 90 en la categoría
mediano. Campeón mundial de la AMB
en los 90, la historia del deporte argentino le debe mucho. Amasó fortunas. Hoy
es considerado otro de los ejemplos de quienes perdieron todo. Un periodista
especializado en boxeo, cuenta, le consiguió trabajo en una imprenta del barrio
de Congreso. Tiene 47 años. Con un magro salario intenta llegar a fin de mes.
Dice que no añora el dinero que perdió. Lo que siempre le dio miedo, en cambio,
es la soledad. “Pánico tengo de estar solo. Hoy me acompaña mi esposa, Mónica.
Y cuando ella no está, pongo la tele”, dice. “Por el contrario, nunca le temí a
la pobreza. Me acostumbré a que no me falte nada, pero los ahorros se fueron y
la plata que presté nunca me la devolvieron. Ya está. Hoy estoy tranquilo: al
menos tengo trabajo”, se resigna. Pero al segundo acentúa sus palabras: “No
quiero pensar. Si tengo que pensar, me pego un tiro. Hice malas inversiones
cuando tenía plata. Lo único que tuve fue una cupé Toyota. Lo que lamento es
haber prestado plata y que no me la devolvieran Hoy no tengo la plata que
tenía, pero estoy tranquilo”.
Por el contrario, arriba del ring
no le tuvo miedo a nada: “Quizás en mi debut como amateur, con 16 años. Pero
creo más bien que era ansiedad. El boxeador no puede temerle a nada. Eso es
algo raro en este deporte”.
“El miedo está en el alma, en
todas partes. Y a veces encuentra excusas para manifestarse”, había dicho,
mucho antes, Sergio Víctor Palma. Reflexivo, soltó luego: “Hay cosas que el
hombre no pudo superar. Una es la ambición, otra es la sexualidad y la tercera
es el miedo. El miedo es una asignatura pendiente en la historia de la
humanidad”.
“MIEDO NO, RESPETO SÍ”
Sergio Maravilla Martínez es el
boxeador argentino de mayor trascendencia internacional. Mientras se recupera
en Madrid de una lesión en su rodilla izquierda, el campeón mundial de los
mediamos del CMB habló con El Gráfico acerca de los miedos.
-¿Le temés a algo? ¿A qué?
-La emoción miedo es muy amplia.
Miedo no, respeto sí. La gente habla sobre que un boxeador tiene miedo a otro o
cosas similares, eso no existe. El hecho de que alguien sea capaz de subirse a
un ring a pelear ante miles de personas dice de él que debe sentir cualquier
cosa menos miedo. Otro asunto es saber por qué llegamos a boxear y a hacer este
tipo de trabajo, pero eso ya debería explicarlo un gran psicólogo.
-Hay un mito que dice que los
boxeadores terminan mal por los golpes recibidos o que pierden el dinero que
supieron hacer en su carrera. ¿Le tenés miedo a esas cosas?
-No es un mito, es una realidad.
Muchos boxeadores terminan mal económicamente y eso es un hecho. Hay una
realidad y es que los boxeadores venimos de capas sociales muy bajas. Yo
también. Apenas tenemos estudios y me incluyo. Durante muchos años de nuestra
vida no hemos tenido una moneda en el bolsillo. Llega un día en que triunfás y
te dan un cinturón de campeón y bolsas de buen número, pensamos que eso jamás
terminará y pasamos de deber dinero a que nos sobre, lo cual es perfecto para
desubicarte y una vez desubicado, es difícil volver a estarlo. A esto hay que
sumarle el gran número de “amigos del campeón”, que hay saber mantener lejos,
además del propio equipo de trabajo, que muchas veces proviene del mismo
estrato social que uno y que tiene la misma cultura y tampoco puede asimilar
bien el éxito. A veces son los primeros en usar indebidamente tu dinero con
engaños o medias verdades.
-¿Qué fue lo más parecido al
temor o al miedo que sentiste?
-Temor, nunca. Pero sí puedo
destacar el primer round del campeonato mundial mediano en Atlantic City, el 17
de abril de 2010, cuando le gané a Kelly Pavlik en 12 rounds. Recuerdo que
apenas a los 40 segundos de combate recibí un golpe que me dolió como nunca y
mi único deseo era que no se me notara la cara de pánico que debía de tener.
Pensaba que todavía tenía que estar con ese tipo en un ring durante 11 rounds y
medio más. Al final, todo salió bien y pude ganar el combate, pero sólo yo sé
lo que pasó por mi mente.
-Más allá de vos, ¿cuáles creés
que son los mayores temores de los boxeadores?
-Sólo puedo hablar de mis temores,
no de los de los demás. Supongo que el miedo al fracaso estará presente. En mi
caso, me da miedo todo lo que ocurre abajo del ring. El boxeo es un juego de
niños comparado con la vida. Yo necesito quien me proteja antes y después de la
pelea, porque la pelea es lo que menos miedo me da.
-¿Qué es el miedo?
-Es algo emocional, de una
intensidad tal que nos paraliza en nuestra labor cotidiana. Yo podría
distinguir en mí entre el racional y el irracional. Creo que el miedo, al igual
que otras virtudes o defectos, es una conducta aprendida durante esta vida o no
se sabe desde cuándo. Por ejemplo, para mí el miedo racional sería el estar
recibiendo un golpe y temer que me deje secuelas: creo que eso es una reacción
ante un riesgo real y materializado. El irracional podría ser: como sé que
tengo una lesión en la mano que el médico me dijo que estaba recuperada al
100%, al golpear no lo hago con toda la intensidad por miedo a lastimarme.
Podría ser interpretado como precaución, pero la realidad es que en el interior
hay una emoción irracional, inconsciente, que no me permite el golpe al 100%,
ya que mi mente aprendió la conducta de la lesión y quedó grabada en el
inconsciente.
POR: Alejandro Duchini/ FOTOS:
Emiliano Lasalvia
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