UN AUSTER EN ESTADO PURO
Anagrama publicó recientemente
Informe del interior, el último libro del gran escritor norteamericano. Allí,
Paul Auster continúa su tendencia a la autobiografía, tal como viene de hacer
en Diario de invierno. En este caso, recuerda desde su infancia hasta sus
tiempos universitarios, pasando por sus primeros asombros y descubrimientos. La
nota original fue publicada en La
Gaceta, de Tucumán: http://www.lagaceta.com.ar/nota/578500/la-gaceta-literaria/auster-estado-puro.html
Los seguidores de Paul Auster,
evidentemente, deberemos acostumbrarnos a este suerte de escritor de memorias
propias en que se ha convertido. Si bien casi todas sus novelas reflejan
vivencias personales (La invención de la soledad, lejos), en sus últimos libros
fue directamente al grano. Sin vueltas, empezó a contar su vida. El camino
comenzó con A salto de mata, en el que recordaba sus años juveniles. Luego
escribió Diario de invierno, en el que hizo referencia a su vida en general. Y
ahora hace lo mismo con Informe del interior. Como siempre, a través de la
editorial Anagrama.
Informe del interior comienza con
su infancia y termina en su juventud. Refiere a la relación con sus padres, sus
primeros amores, y los viajes de estudio. Son más de 300 páginas divididas en
momentos. En uno de ellos recuerda su infancia y sus primeras tomas de
conciencia sobre su propia existencia. También refiere a sus desengaños
iniciales, como con compañeros o profesores de escuela. El título del capítulo
es el que da nombre al libro.
La segunda parte se titula Dos
golpes en la cabeza. Comienza a sus 10 años y remarca la incidencia que
tuvieron en él las películas El increíble hombre menguante y Soy un fugitivo.
La mayoría de estas páginas se completan con un resumen de esos films en las
que también explica qué sintió al verlos en su niñez-adolescencia. Sin embargo,
queda la sensación de que podría haberse hecho más corto. ¿Relleno? Es posible.
La cápsula del tiempo es lo que
continúa. Prevalecen las cartas que le escribió en sus años universitarios a
quien sería su primera esposa, la escritora Lydia Davis. Hay transcripciones de
aquellos escritos alternadas con sensaciones que Auster tiene en la actualidad.
En parte, un mea culpa con preguntas similares a “¿cómo es que hice aquello?”
Albúm, la cuarta y última
división del libro, podría no estar. Se compone de imágenes que resumen todo lo
anterior. Casi 60 páginas que se miran más por curiosidad que por otra
cuestión. Se trata de fotos de las películas descriptas, escritores y
deportistas que han tenido alguna incidencia en su vida, movimientos sociales
que lo conmovieron, avances tecnológicos que sorprendieron y cantantes que lo
marcaron.
A aquel que fue
Informe del interior está
compuesto por frases largas, tal vez debido a la traducción de Benito Gómez
Ibañez, el mismo de Diario de invierno. O es posible que haya sido Auster quien
decidió escribirlo así. Y al igual que en el caso anterior, elige hablarle a
aquel que fue, como hizo hace más de 30 años con La invención de la soledad.
Dice, por ejemplo: “Al pensar hasta dónde quieres llegar con esto, has decidido
no cruzar la frontera de los doce, porque a esa edad ya no eras un niño, se
avecinaba la adolescencia, atisbos de la edad adulta habían empezado a
parpadear en tu cerebro, y te habías convertido en una persona diferente...”.
De su primera infancia recuerda
que “en aquella época tus circunstancias eran las siguientes: la Norteamérica de
mediados de siglo; madre y padre; triciclos, bicicletas y carritos; radio y
televisión en blanco y negro; coches con palanca de cambios normal; dos
apartamentos pequeños y después una casa en un barrio de las afueras; salud
precaria al principio, y más adelante la fortaleza física normal de la niñez;
colegio público; familia de esforzada clase media; ciudad de 15.000 habitantes
poblada de protestantes, católicos y judíos, todos blancos salvo por algunos
negros, pero ni budistas ni hindúes, ni musulmanes; una hermana pequeña y ocho
primos hermanos”.
Llama la atención cuando refiere
a sus primeras sensaciones con la culpa a través de la religión. “El Dios que
estaba en todas partes y reinaba en todas las cosas no era un poder de bondad
ni amor sino de miedo. Dios era la culpa. Dios era el capitán de la policía
celestial del pensamiento, el invisible y todopoderoso que podía entrar en tu
cabeza y ver todo lo que pensabas, que podía oírte hablar contigo mismo y
traducir el silencio a palabras. Dios siempre estaba vigilando, no dejaba de
escuchar, y por tanto tenías que hacer gala de tu mejor comportamiento en todo
momento. Si no, horrorosos castigos caerían sobre ti, tormentos indecibles
(...)”, recuerda. En este punto rememora sus primeros encuentros con su
conciencia: “Eso que les ocurre a los niños en torno a los seis años, cuando la
voz interior se despierta y surge la capacidad de discurrir, cuando te dices a
ti mismo que estás produciendo un pensamiento”, suelta. Y regresará a los
mandatos religiosos al describir cómo los hizo propios a través de las
enseñanzas hogareñas: “Perdona a los otros, disculpa siempre a los demás; pero
nunca a ti mismo. Di por favor y gracias. No pongas los codos en la mesa. No te
jactes de nada. Nunca digas cosas desagradables a espaldas de alguien...”.
También se observará a un Auster
muy crítico con las metodologías escolares y frustrado por sus miedos sociales
cuando se orinaba en la cama a una edad en la que ya no suele pasar eso. Apenas
algún profesor cómplice en el secreto será su salvaguarda de las eventuales
cargadas de sus compañeros.
En este Informe del interior se
verá también al Auster desencantado del gobierno norteamericano, tal como ha
reflejado en estos últimos años de su vida. De entonces, cuenta que le
enseñaban que “ningún país podía compararse con el paraíso en el que vivías, te
decían tus maestros, porque aquella era la tierra de la libertad, de la
oportunidad, y cualquier muchachito podía soñar con llegar a ser presidente”.
Luego llegaron los gustos
musicales de la mano de Chuck Berry, Buddy Holly y los Everly Brothers y sus
primeros libros a los 11 o 12 años -como La ciudadela, de Cronin-, las
influencias de Stevenson y los indicios de que sería escritor. Con todo ello,
el tiempo y las circunstancias lo fueron formando hasta verse a sí mismo como
“un inconformista, una persona en desacuerdo con el estado de las cosas”. Se
meterá entonces en el mundo de Hemingway, Salinger, Kafka y Voltaire, entre
otros. Vendrá más tarde la universidad, los deseos de independencia y, como
contrapartida, la dependencia económica de sus padres y las primeras
sensaciones depresivas: “Parece que estoy como el tiempo (que es sencillamente
deprimente: desagradables lluvias que duran todo el día; viene el otoño, los
árboles empiezan a cambiar de color)”, le escribe a Lydia antes de remarcarle
en otra misiva que “jamás había sentido tan abrumadora confusión..., tan
violentos accesos de depresión”.
Demasiado humano
La soledad no le fue algo ajeno
mientras estudiaba y cumplía 21 años: “Nunca me había sentido tan superfluo,
tan poco querido. Vivo en un vacío, no tengo nada que ver con nadie, y eso me
entristece. No puedo hacer otra cosa que observar a los demás. Necesito a
alguien”, pide. Se pregunta ahora, en 2013, qué lo llevó a contarle a su novia
de aquellos años jóvenes sobre una infidelidad para acto seguido continuar como
si nada. “Cada vez me resulta más fácil instalarme en esa actitud, mirarlo todo
como por primera vez”, escribirá unas pocas páginas después.
Este Informe del interior es un
reflejo muy humano del propio Paul Auster. Una pieza de un rompecabezas de no
ficción al que al autor parece apelar como metodología para contarse a sí mismo
y dejar bien en claro que entre él y cualquier persona las coincidencias son
más normales de lo que cualquiera pueda creer. Un viaje al fondo de su alma que
aclara y deja con ganas de algo más. Será Auster quien decida si sigue y cómo
contando quién fue, quién es y quién le gustaría ser.
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