EL LIBRO Y SUS ENIGMAS
Hay que terminar un libro aunque
no nos guste? ¿Qué ofrecen los libros? ¿Nos atrapan o nosotros los atrapamos a
ellos? ¿Hay que leer los clásicos o los actuales? ¿Qué papel juega Internet?
¿Cuáles son aquellos autores que son imperdibles? Esta entrevista a Silvia
Hopenhayn fue publicada en la revista Nueva; la original se
encuentra acá.
Las preguntas que giran alrededor
de la literatura arman una lista interminable. Para encontrar algunas
respuestas, acudimos a Silvia Hopenhayn, escritora y periodista especializada
en el tema. Conductora televisiva y columnista en medios gráficos, es autora
del flamante libro ¿Lo leíste?, donde se encuentran diversos artículos sobre
escritores, títulos y demás yerbas. “Más allá de nuestros instintos, no somos
animales. Tenemos palabra. En la literatura busco el sentido de lo que nos hace
seres de lenguaje”, teoriza Hopenhayn, en una mesa del bar que frecuenta en el
pintoresco barrio porteño de Palermo.
–¿Cómo elegís a los autores y los
libros que leés para tus columnas?
–Está el azar de los libros que
se publican en determinado mes y que aterrizan en mi mesa de luz. No es que voy
a una biblioteca o librería y digo: “Quiero este libro”. Hay algo de la novedad
que se me impone, porque es lo que me llega de las editoriales. Pero también
está el amor a ciertos autores que uno descubrió en determinado momento.
Entonces, es una combinación de azar y amor.
–¿Cómo llegaste a la literatura?
–Por la felicidad de mi padre.
Uno de chico tiene muchos motivos para refugiarse en un libro. En mi caso fue
porque, realmente, recibí la felicidad que veía en mi padre cuando él leía.
Casi como una envidia. Al mismo tiempo, él me contaba, todas las noches, un
capítulo del Quijote. Y si te leen el Quijote de chiquito, es muy probable que
disfrutes de la lectura. No porque corresponda o porque Cervantes sea un
referente ineludible de la literatura universal, sino porque el propio Quijote
es un apasionado, un loco de la lectura, y hace de la vida una aventura a
través de los libros.
Entonces uno dice: “La aventura
de vivir no es sin la lectura. Mirá si me la voy a perder…”. Quizás uno no
tiene plata para conocer Oriente o viajar, pero sí puede viajar a través de los
textos. Creo que eso fue lo que me marcó. A partir de ahí, fui cambiando de
itinerario lector: los poetas malditos, el marqués de Sade, los escritores
beat, Hermann Hesse… ¡Ah! Y un libro que me pareció insoportable de pequeña,
terminó siendo de cabecera en la adultez: Alicia en el País de las Maravillas.
–¿Hay algún método para
introducirse en el mundo de la lectura?
–Soy bastante antididáctica.
Incluso en los programas de televisión que hago, no me gusta pensar en forma
didáctica cómo enseñar lo literario. Es más bien una transmisión. No creo que
se pueda enseñar diciendo: “Primero tenés que leer Sandokán, después…”. Hay que
contagiar con el propio goce. Es como cuando alguien te dice: “Mirá lo que
encontré” y te manifiesta su entusiasmo. Eso despierta en vos cierta
curiosidad.
–Hay quienes dicen que no leen
por falta de tiempo. ¿Qué opinás?
–Mi caso con la lectura es
particular porque trabajo con eso. O sea que el tiempo que les dedico a los
libros es tiempo de trabajo. Entonces, leo por placer y por trabajo. Creo que
más que tiempo de lectura es una especie de entrega. Es como estar enamorado,
pero no dedicarle tiempo a tu pareja. ¿A dónde vas a ir a parar? A la
separación. O a sostener porque sí una estructura inviable. La lectura es eso.
–¿Las historias deben atraparnos?
–Desmitifico frases como “Estoy
esperando que me atrape un libro” o “Este libro no me atrapó”. Es al revés. Es
uno el que tiene que ir a buscarlo. Lo que te atrapa es una imagen, no la
frase. Uno busca un sentido.
–Si un libro no te gusta, ¿lo
terminás?
–No. Es raro que empiece a leer
si no me gusta. Por lo general, lo que más o menos sé del autor, o lo que leí
de la primera página, hace que lo elija. No fuerzo una lectura. ¿Para qué? No
espero que un libro me tome de entrada. Le doy tiempo. Puede ser que recién al
final aparezca un sentido nuevo, aunque me resulte ardua la lectura. Pero a
algunos libros hay que esperarlos.
–¿Qué te pasa cuando descubrís un
autor que te gusta?
–Es como conocer a alguien
encantador. Siempre existe la posibilidad. Igual, tengo una tendencia un tanto
retrógrada a volver a los clásicos. Me gusta que un nuevo libro me impacte,
pero, en mi caso, esa novedad la encuentro en la relectura de un clásico.
Vuelvo a leer Lolita y es un descubrimiento absoluto. No es la confirmación de mi
lectura anterior. Lo leo otra vez para saber qué es lo nuevo de Nabokov hoy. La
relectura es la novedad.
–A ver, ¿autores clásicos o
autores modernos?
–Es difícil alternar unos con
otros, porque los clásicos, justamente, tienen un valor permanente. Los
modernos, en cambio, están en gestación. Te puedo decir que César Aira es un
escritor muy actual. Ahora, ¿eso significa que será de todos los tiempos? No lo
sé.
–¿Cómo incide Internet en el
hábito de la lectura?
–Cuando lo pienso con respecto a
los libros, me imagino qué haría Borges hoy con Internet. Me da una curiosidad
tremenda saber qué habría hecho con la googlemanía de acceder a la biblioteca
de Babel apretando una sola tecla. Internet, a diferencia de la televisión, es
un lugar más insondable, pero, a la vez, de riquezas incalculables. Encontré
textos perdidos por links. Ahí sí que el azar puede llevarte a tierras remotas,
desde el punto de vista literario. Está el riesgo de la dispersión, por lo que
recomiendo tener un apetito más o menos definido. Si no, te empachás o te
quedás anoréxico con Internet. Pero con cierto apetito propio, es una
maravilla.
-Ya que planteás el juego,
juguemos: ¿cómo imaginás a?Borges interactuando ante la Web?
–Quizá, no habría podido
escribir, ya que se habría convertido en una especie de sustancia absorbida por
el mundo virtual. Me habría encantado ver o leer cuentos de Borges después de
Internet. En realidad, y de algún modo, él anticipó Internet. Es como
preguntarse qué habría escrito Julio Verne después de que pisaron la Luna. Es casi imposible
revertir el escrito con respecto al acontecimiento. De ninguna manera se puede
cambiar el orden de aparición.
–¿Qué autores destacás de nuestra
querida literatura argentina?
–Antes, me gustaría recalcar la
importancia de nuestra literatura porque en la lengua están nuestros rasgos de
identidad. Leer lo propio es encontrar lo propio. Podría mencionar Los siete
locos, de Roberto Arlt, o cuentos de Borges como “Emma Zunz” o “Pierre Menard,
autor del Quijote”. Elijo también a Bioy Casares, con dos textos fundamentales
como La invención de Morel y “En memoria de Paulina”. Y ya que sigo con la
divina trinidad, sumo a Silvina Ocampo, por su forma de entender la infancia,
la extrañeza y lo siniestro. Su escritura es tersa y clara; sin embargo, su
contenido es inquietante, siniestro, lúdico. Se da en ella la combinación del
cómo se escribe y a dónde se llega con lo que se escribe. De Julio Cortázar
tomo sus cuentos “Todos los fuegos el fuego” y “El perseguidor”.
–¿Y de afuera?
–Alicia en el País de las
Maravillas y Alicia a través del espejo, de Lewis Carroll, para entender el
sinsentido de la existencia y darle un vuelo. Hay que leerlos de adulto.
También Moby Dick y Bartleby, el escribiente, de Herman Melville. Esta última
es una pequeña novela que tiene una actualidad brutal. Es el lema del siglo
XXI. La volví a leer muchas veces y es increíble. Por último, Lolita, de
Vladimir Nabokov, que se puede leer, por lo menos, dos veces en la vida: una a
los 15 o 16 años a escondidas –como para ingresar en el erotismo literario– y,
después, de adulto, para darse cuenta de la frondosidad de esa novela.
–¿Qué te dieron los libros?
–Un lugar donde estar; como una
realidad alternativa. Una forma de leer también los afectos. Una tentativa de
entender y un modo de gozar.
–La última, Silvia:?¿preferís
leer todos los libros de un mismo autor o uno de varios escritores?
–¡Pregunta tramposa! La
relativizaría: ni leería todos de un autor ni uno de cada uno. Una cosa son las
obras completas de un escritor, que no se corresponden ni equivalen a las
lecturas completas de un lector, porque las lecturas nunca son completas.
Quién es Silvia Hopenhayn
Nacida el 3 de enero de 1966, es
filósofa, escritora y periodista. En 2011 presentó su primera novela: Elecciones
primarias. Fue y es conductora de programas culturales como El fantasma, La
crítica, La lengua suelta y Mujeres por hombres. Premiada por su labor
periodístico-cultural, en ¿Lo leíste? reúne algunas de sus columnas publicadas
en el diario La Nación.
“Está organizado a la manera de Rayuela: el capítulo ‘Los de acá’, habla de
escritores argentinos; ‘Los de allá’, sobre aquellos de lenguas no castellanas,
y ‘Los de aquí’, por los de lengua castellana en general. En el capítulo ‘Los
de más allá’, publiqué cosas más arbitrarias, como cuando hablo del último
Batman que vimos en el cine, que para mí es el relato del presente por
excelencia”, resume Hopenhayn.
Librerías argentinas: al frente
Una de las mejores descripciones
sobre librerías es la que realizó el periodista y escritor español Jorge
Carrión en su trabajo titulado, justamente, Librerías. Allí repasa las más
emblemáticas del mundo: algunas se destacan por su historia; otras, por los
escritores que las visitaron. Muchas nos rozan el orgullo. Una es La Librería de Ávila,
ubicada enfrente del Colegio Nacional Buenos Aires. Se refiere a ella como “la
librería independiente más antigua del mundo, siempre y cuando aceptemos 1785
como su fecha de fundación”. La visitaron personajes como Sarmiento o Alberdi.
Otra historia hermosa es la que cuenta sobre Clásica y Moderna, una de las más
emblemáticas de Buenos Aires. No se queda atrás el Ateneo Grand Splendid, en
Santa Fe y Callao. “La iluminación es portentosa, esos tres pisos de bombillas
en círculo dan la sensación de estar al mismo tiempo en el interior de un
monumento y en plena ejecución de un espectáculo”, detalla. Es atrapante la
descripción que hace de Eterna Cadencia, en el porteño Palermo.
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