MENDOZA, LA PROVINCIA QUE MARCÓ A CORTÁZAR
Un libro escrito por el
periodista Jaime Correas da cuenta de su paso como docente en la Universidad de Cuyo,
entre 1944 y 1945. Quienes lo conocieron, dicen que esa estadía fue el punto de
partida para que se convirtiera en un genial escritor que este 26 de agosto
hubiese cumplido 100 años. La nota original, en
Nueva, acá.
“Corriendo el riesgo de que me llame hipócrita,
mentiroso y adulador, he de decirle que los extraño mucho a Gladis y a usted.
(…) Así es, Sergio Sergi; los extraño mucho, y esta carta no tiene otro motivo
que el decírselo e insultarlo por ello”. El texto, parcial e irónico, pero
tremendamente afectivo, se lo escribió Julio Cortázar a un amigo mendocino.
Está fechado el 7 de enero de 1946. Lo reproduce el periodista Jaime Correas en
su reciente libro “Cortázar en Mendoza” (Alfaguara). En sus páginas describe de
manera minuciosa y documentada aquellos casi dos años en los que el escritor
vivió en esa provincia, entre 1944 y 1945. En ese período ejerció como profesor
de Literatura Francesa y de Literatura de Europa Septentrional en la Universidad de Cuyo.
Cortázar no era todavía el genial escritor que
trascendería todas las fronteras gracias a novelas como Rayuela o cuentos como
El Perseguidor o La isla a mediodía. Mendoza significó para él un punto de
partida. Llegaba de dar clases en escuelas secundarias de Bolívar y Chivilcoy,
en la Provincia
de Buenos Aires, donde no sentía colmadas sus expectativas. La propuesta
mendocina implicaba la docencia terciaria. Y hablar de Literatura era lo que le
apasionaba. La combinación le seducía. Allí, además, hizo muchísimos amigos,
dio rienda suelta a su amor por el jazz y se dedicó a leer. También, cuenta
Correas en base a testimonios, fue un profesor que enamoraba a sus alumnas, a
las que cautivaba no sólo por su aspecto físico sino por sus conocimientos. De
todo eso se habla en la siguiente entrevista que intenta no sólo describir al
Cortázar de aquellos tiempos, sino también homenajearlo a 100 años de su
nacimiento, ocurrido el 26 de agosto de 1914.
-¿Cómo era el Cortázar
que vivió en Mendoza?
-A medida que fue investigando su paso por esta
provincia, me encontré con un Cortázar absolutamente nuevo, que tiene poco que
ver con el estereotipado: el alto y barbudo, militante de la revolución cubana,
que es el de los últimos años. Aquel es un Cortázar joven, muy distinto. Un
Cortázar también preocupado por las libertades individuales. Al escribir el
libro traté de reconstruir ese clima.
-¿De qué forma se dio
su llegada a esta provincia?
-Llegó a Mendoza con 29 años, para dictar en la Universidad de Cuyo clases
de Literatura Francesa I y II y Literatura de Europa Septentrional, temas sobre
los que demuestra que sabe mucho. Tenía una bibliografía deslumbrante. No era
la bibliografía de una persona de 29 años, sino un poco disonante hasta con los
docentes de esa época. Él conseguía todo tipo de libros. Le habían ofrecido
esas cátedras de manera inesperada, casual, a través de un amigo. El programa
que presenta parece que lo hubiese estado preparando desde hacía mucho y era verdaderamente
notable para esos tiempos. Él decía, sin embargo, que no quería ser profesor
sino escritor y que por eso sus conocimientos no eran para esas cátedras sino
para saber dónde estaba parado como autor.
-O sea, no lo esperaba.
-Claro. Es casual su llegada a Mendoza. Venía
de dar clases en la provincia de Buenos Aires, en las ciudades de Bolívar y
Chivilcoy, en colegios secundarios: Historia, Geografía, Educación Cívica. Nada
que lo sedujera. En cambio, a él le interesaba enseñar a nivel terciario. Pero
además, lo que le ofrecían era enseñar nada menos que literatura. Entonces
acepta. También por una cuestión económica, ya que se le multiplica el sueldo.
“Por primera vez doy clases de literatura, que es lo que me interesa”, le
escribe a una amiga cuando llega a Mendoza. En un mes preparó un programa con
bibliografía, con todo. Y por primera vez puede dedicarse de lleno a lo que le
gusta.
-¿Cuándo llega a
Mendoza?
-Para el segundo semestre del ‘44 y se queda todo
el ‘45, con interrupciones, porque vienen problemas políticos y participa de la
toma de la universidad, que se produce en octubre de ese último año. En 1946
hay elecciones y él ahí renuncia, porque sabe que lo van a sacar, a pesar de
haber ganado unas cátedras por concurso. Cátedras que nunca asume. Renuncia y
se va de Mendoza. Era por el mes de marzo. Dejó una carta dirigida a sus
alumnos en la que les explica por qué se va. Pero igualmente queda muy prendado
de Mendoza. Con muchos amigos. Volverá de vacaciones en 1948 y luego en 1973.
-¿Esa fue la última
vez que estuvo?
-Si. Y en esa ocasión pasan dos cosas. Una es
que en la estación de trenes lo espera el escritor Osvaldo Soriano, quien le
hace una entrevista para el diario La Opinión.
A Soriano le avisaron que Cortázar llegaba de Chile, por lo
que le encargaron que lo vaya a esperar a la estación. El otro dato interesante
es que en la casa de Lidia Arone, la persona a la que él considera como la
mejor crítica de Rayuela, conoce al también periodista y escritor Antonio Di
Benedetto, quien lo entrevista para Los Andes.
-¿Cómo lo recuerdan
sus amigos y demás allegados?
-De manera maravillosa. Dicen que era un tipo
encantador. Que sorprendía por su conocimiento. Amable. Divertido. Con aspecto
casi de un alumno por su apariencia juvenil. Además tenía un inhabitual
conocimiento de los temas sobre los que hablaba. Leía los poemas de Baudelaire
o Rimbaud y después hacía su propia traducción. Era un profesor de gran nivel.
Alguien me recordó que cuando toman la Universidad, los militares dicen: “Los profesores
por acá y los alumnos por allá”. Él camina hacia el lado de los profesores.
“¡Vos!, andá para el otro lado”, le gritan. Hasta que advierten que era el
profesor: tal era su aspecto de adolescente. Dejó recuerdos excepcionales.
Inclusive, en la Facultad
se cuenta que era muy seductor. Muchas chicas, casi de su edad o menos, estaban
enamoradas de él. Era atractivo y además traía a la provincia todo el
conocimiento de la literatura francesa del Siglo 19 y del momento. Llamaba la atención
ese conocimiento. También era muy buen orador. Empezó con pocos alumnos: el
primer día eran tres alumnas y después la cantidad fue aumentando. Lo que
demuestra que sus clases eran interesantes.
-¿Cómo se sintió
Cortázar en Mendoza?
-Para él se trató de un momento de felicidad,
porque pudo dedicarse de lleno a lo que le gustaba. También tuvo amigos. Entre
ellos, el artista Sergio Sergi, con quien mantuvo correspondencia durante
muchísimos años. Es a través de esas cartas que empieza a mostrarse el Cortázar
juguetón, el de los cronopios. Siempre estuvo atento a Mendoza y recordó ese
año y medio como un momento de extrema felicidad. Hay que tener en cuenta que
no estaba del todo contento dando clases de secundaria en pueblos de la Provincia de Buenos Aires
sin un ambiente cultural que le resultara satisfactorio. En Mendoza encontró
otra cosa, a pesar de que en otro momento se quejó también de su chatura.
También encontró gente que sabía mucho de jazz, como Enrique Zuleta, que era un
gran coleccionista de esa música. Hay cartas entre ellos. Se prestaban discos.
Así, Cortázar tenía en Mendoza un conocedor de jazz como los que podía tener en
Buenos Aires o tuvo luego en París. Incluso, a otros amigos les recomendará que
no dejen de ir a Mendoza porque, decía, había un núcleo de artistas plásticos y
poetas de valor. Además, ese Cortázar tenía 30 años. Encontró un clima
literario, cultural, que le resultó estimulante, grato. Esas cosas tuvo Mendoza
para él.
-¿Cuáles eran sus
pasatiempos?
-Leer, estar con amigos, escuchar jazz y
asistir a la
Universidad. Le dedicaba muchísimo tiempo a la lectura. Cerca
de unas siete horas por día. Sobre todo al principio. Le gustaba irse cerca de
la ciudad, o a la zona de la precordillera, porque se sentía bien caminando y
leyendo por ese paisaje lleno de cerros. Iba mucho a la localidad de Lunlunta,
donde tenía una finca un amigo suyo se llamaba Alberto Dáneo. Allí se juntaban
muchos amigos, porque había una pequeña bodeguita en la que se reunían a comer.
También era asiduo de “Fritz & Franz”, una pizzería que existió hasta hace
unos años. Por suerte dejó mucha correspondencia que permite saber qué hizo,
con quién se juntaba.
-¿Dónde vivió?
-Primero, en una pensión en la calle Necochea
747. Fue algo transitorio. Esa es la dirección que puso en su legajo de la Universidad. A los
pocos días se fue a lo del artista plástico uruguayo Abraham Vigo, en Godoy
Cruz. Le alquilaba una habitación. En 1945 se fue a vivir a una pensión en la
calle Martínez de Rosas al 900, exactamente a la vuelta de la casa de su amigo
Sergio Sergi, para estar cerca de él y de su familia. Iba muy seguido a su
casa. Esos fueron sus domicilios.
-Después de tanto
tiempo de trabajar sobre él, ¿quién cree que fue Cortázar?
-Siento que es el hombre por excelencia de la
literatura. Era traductor, poeta, profesor. Tenía todas las facetas. Era un
hombre de letras muy completo. Alguien dijo en ese sentido que era más completo
que Borges. Además, y eso me gusta, siempre fue íntegro. Uno puede o no
compartir sus formas de pensar, pero él siempre las tuvo desde la integridad.
No era alguien que buscara sacar partido. Actuaba como creía que tenía que
actuar. Más de una vez hasta perdía, a pesar de sus propias contradicciones. Me
queda eso: que fue un hombre íntegro y de letras, muy completo, que había leído
mucho. Además era un escritor notable y un gran poeta. Y un excepcional
profesor de literatura.
Alejandro Duchini
RECUADRO 1
CORREAS
Jaime Correas nació en Mendoza en 1961, donde
trabaja como periodista. Apasionado de Cortázar, le interesó su estadía en la
provincia y escribió en 2004 un libro titulado “Cortázar, profesor
universitario. Su paso por la
Universidad de Cuyo en los inicios del peronismo”. Diez años
después, juntó más datos del escritor, como cartas y testimonios, y amplió
aquel material para publicar “Cortázar en Mendoza – Un encuentro crucial”, que
ve la luz en estos días.
Allí, entre fotos del escritor y misivas, el
lector encontrará datos muy valiosos sobre Cortázar. Leer este libro es una
gran manera de adentrarse aún más en su vida.
“Uno de los hallazgos más importante que creo
que encontré fue enterarme de que en 1933, al leer ‘Opium, diario de
desintoxicación’, de Jean Cocteau, halló lo que sería su programa de formación
intelectual”, le dice Corras a Nueva.
“Empecé a trabajar en esta reedición hace
bastante más de un año, previendo los 100 años de Cortázar y los 10 de mi libro
anterior. Este es un trabajo nuevo, entonces, que incluye material del primero.
Es una reconstrucción minuciosa de la importancia que tuvo su paso por Mendoza
para que luego se convirtiera en el escritor que conocemos”, agrega. “También
descubrí que fue profesor de algunos profesores míos”, explica.
RECUADRO 2
CORTÁZAR
Julio Cortázar, nacido el 26 de agosto de 1914
en Bélgica y fallecido el 12 de febrero de 1984, fue uno de los mejores
escritores argentinos, si se tiene en cuenta que él siempre sintió que esta era
su nacionalidad. “Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para
encontrarnos” es una frase de Rayuela que deja en claro su estilo poético. Esa
historia ya es un clásico. Pero para conocerlo hay otras novelas y cuentos. El
Perseguidor es, por lejos, uno de los mejores; no sólo de su producción, sino
de la literatura en general. Y hay otros: Las armas secretas, Casa tomada, Las
puertas del cielo, La autopista del sur, El otro cielo, Último round, La noche
de Mantequilla (donde muestra su pasión por el boxeo), Queremos tanto a Glenda y
Deshoras, por mencionar sólo algunos.
Cortázar sigue siendo por demás actual. Ocupa en
la literatura argentina un lugar de privilegio junto a Jorge Luís Borges y
muchos otros que no mencionamos para no ser injustos a través del olvido.
Leer a Cortázar es, además, un placer. Su forma
de escribir es brillante. Sus historias, humanas como pocas. Tal vez por eso es
que hoy sigue tan vigente.
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