FABIÁN CASAS: “NO SÉ SI EXISTE DIOS, PERO EXISTE TOLSTOI”
En una entrevista con La
Gaceta, el escritor argentino habló de su nuevo libro –que
tiene un ensayo sobre el genial novelista ruso- y de los pequeños placeres de
la vida cotidiana, como el karate, los hijos y su perra Rita. La nota en el
diario puede leerse ingresando acá
y acá.
“Se va a llamar La supremacía Tolstoi y otros ensayos al tuntún. Son ensayos sin
publicar, que ya tenía escritos. Y quería hacer uno sobre Tolstoi, que es uno
de mis escritores preferidos. A lo largo de los años acumulé información sobre
él: correspondencia, libros en otros idiomas, biografías. Fui haciendo un
trabajo como cuando estudiaba en la facultad. Y agregué mis hipótesis”. Así
presenta Fabián Casas su nuevo libro, que acaba de publicar Emecé, durante un
almuerzo con La Gaceta.
La confianza que entrega Casas lleva inevitablemente a eso: a
que uno sienta que lo conoce hace mucho. Entonces la pregunta y la respuesta
dejan de ser eso para convertirse en una charla. Literalmente. Durante casi dos
horas que se resumirán en las siguientes líneas hablaremos de su pequeña hija
Ana, a la que todos los días lleva al jardín, de sus escritores preferidos, de
Rita –la perra que le enseñó tanto-, de algunas ideas “al tuntún” y de su
necesidad de practicar karate: “En el dojo dejás de pensar en vos, de
atormentarte, y pensás sólo en hacer karate. Te vuelve humilde el karate”,
explicará mientras la comida desaparece y el mozo que lo conoce del barrio traerá
el café.
-Ana tiene 3 años. Desde que supe que venía quería
ser un padre que hiciera todo. Les pedí a las enfermeras que me enseñaran a
hacer las cosas. Al principio la pasé mal. Me agobiaba. Me produjo depresión, angustia.
Era como jugar contra el Barcelona: no la veía. Después me bajó la paternidad.
Y ahora es una experiencia muy intensa, que te da un costado del mundo… tu hijo
te hace trabajar en contra de tu egoísmo. Los hijos son una industria de
generar miedo y a la vez te convierten en alguien muy valiente, porque hacés
todo por ellos. No te permiten quedarte o ponerte a llorar, porque tenés que
hacer todo para que nos les falte nada.
-Así que a Ana la
llevás siempre al jardín.
-Si. Yo soy diurno y mi mujer, nocturna. Así
que camino con mi hija como 15 cuadras, con mi perra Rita, le dejo en el
jardín, vuelvo y escribo. Pero no todos los días. No soy metódico. Ahora, por
ejemplo, sí estoy escribiendo: trabajo en un prólogo para dos libros de Roberto
Arlt: Los lanzallamas y Los siete locos.
-Arlt, uno de tus
preferidos.
-¡Claro! Y estoy leyendo Los lanzallamas de vuelta y El
juguete rabioso, que los leí en los 80. Me doy cuenta de que Arlt sigue
siendo extraordinario. Está un día adelantado a todos nosotros. No se cómo lo
hace. Arlt sigue estando antes que yo, siempre. Me produce lo mismo que en su
momento. Me hace reír más que antes. Lo veo como un escritor genial que tenía
todo para no ser nada y es todo. Es como esos 9 tipo (Martín) Palermo, que le
pega mal a pelota pero hace todos los goles. ¡Es genial! No tiene mucha cultura
en términos librescos, pero lee folletines y todo lo que toma y lee le sirve.
Todo le funciona. Es complementario con Borges. Cada uno en una frecuencia
diferente, aunque en alguna frecuencia se tocan.
-¿Cómo es eso?
-Borges era un tipo al que le apagaban un pucho
en la cabeza. Que trabajó hasta los 50 años y no lo conocía nadie, salvo su
selecto grupo de lectores. Laburaba en la Biblioteca Municipal
y le daban un paquete de yerba como premio; y cuenta que iba por la calle
caminando a la parada y se ponía a llorar porque ese premio lo humillaba. Y es
uno de los escritores más grandes del mundo. Ahora trascendió porque le dieron
bola en otro lugar, porque en Argentina siempre vuelve lo que resuena en otro lado.
ESCRITURA Y BAJO
PERFIL
-¿Estás escribiendo
algo más?
-Si. Aparte de lo que te contaba del libro de
ensayos, estoy preparando una novela para el año que viene o el otro. Está
basada en el guión que le escribí a Lisandro Alonso para una película. Pero la
película y la novela no serán lo mismo, aunque se complementan.
-Leés y escribís: dos
pasiones.
-Me considero más lector que escritor. Soy
escritor, vendo libros, y me produce un placer social publicar. Pero leer es un
placer íntimo. Si me dan a elegir, prefiero leer. Puedo dejar de escribir y de
hecho a veces no escribo durante un tiempo, pero leo cinco o seis libros a la
vez. Relatos. Biografías. Leo mucho.
-Sé que sentís un gran
amor por tu perra, Rita. ¿Cómo es esa relación?
-Rita significó la primera vez que me empecé a
ocupar de alguien. Juntar sus necesidades en la calle, por ejemplo, que es como
un acto de humildad: agacharte, juntar la mierda de tu perra. La perra me fue
enseñando, preparando el camino para ser padre. Pero es mi perra, no mi hija. Y
hoy es un ser central en mi vida. Me cambió en mi forma de ser. Tengo mis
rutinas. Estamos mucho tiempo juntos. No es que nació Ana y me olvidé de Rita.
Nada que ver. Vamos a la plaza juntos, a la escuela. Alquilamos lugares de
vacaciones para irnos los cuatro. Salvo cuando viajamos a Italia y España, que
si la llevo la torturo. Ahí se queda con mis hermanos. Es un ser muy importante
en mi familia.
-¿Qué lugar creés que
ocupa el escritor en este país?
-Ninguno. No le importa a nadie. Pero para mí
eso es una bendición. Me encanta eso porque hace que vos te obligues a
escribir, a leer. Tu opinión no cambiará nada, ni una elección. (Jorge) Rial te
rompe el orto, (Marcelo) Tinelli. Gente muy de mierda es la que ocupa esos
lugares. Eso reproduce al escritor la posibilidad de estar relajado, de
escribir, de crear. En otros países, como Francia, los escritores aparecen en
noticieros, en todos lados, y terminan escribiendo mal porque hacen escritos y
se olvidan de que tienen que escribir y se sienten obligados a hablar.
-Desde ese punto de
vista, Argentina te viene justo, por tu bajo perfil.
-Publicar me produce placer, alegría. Está
bueno saber que lo que digo lo pueden leer otros. Es un honor. No me alegra que
me reconozcan. No me gusta. La escapo a eso. Me parece improductivo porque uno
se queda sin vida privada y me encanta la vida privada. Sólo quiero que me
conozcan mis amigos, mis seres queridos. Pero cuando surge el lector de la nada
y te construye de alguna manera, es una especie de bendición. Es hermoso.
Supongo que para eso también escribo libros. Me produce placer darle a una
persona, ya sea con una historia o hablando, sosiego a su alma. Lo mismo que me
pasó a mí leyendo a otros. Y trabajo en contra de la máquina de pensar en Gladys
(en alusión al libro de Mario Levrero), que es la que tenés en la cabeza y te
dice todo lo que debés hacer y te convierte en un esclavo. Para mí, los grandes
escritores te enseñan a hablar, a decir, a mirar el mundo de otra manera, aún
cuando te den malas noticias y te destruyan. Pero siempre hay algo vital,
porque a veces los escritores son grandes pesimistas pero tienen un gesto de afirmación
que sirve para vivir.
LA MÁQUINA DE PENSAR EN GLADYS
-¿Cómo parás a esa máquina de pensar en Gladys?
-Hago karate, que me hace bien a la cabeza. Lo
que tienen las artes marciales es que paran a la máquina de pensar en Gladys.
En el dojo dejás de pensar en vos, de atormentarte, y pensás en hacer karate.
Es limpiar la vidriera. Me da disciplina, alegría, placer, me hace respirar. Me
empobrece el karate. Está bueno empobrecerse. El karate es acción pero con una
filosofía de fondo. El karate se hace con alegría. Es algo espiritual. Me
parece genial. No lo hago para pegarle a nadie. Los veinte consejos del Sensei Funakoshi
son extraordinarios porque sirven para todo lo que hagas. Ser un eterno
principiante en la vida es buenísimo. Y el cinturón negro no existe, es el
blanco sucio, en realidad.
-¿Por qué creés que
hay que volver a los clásicos literarios?
-Porque determinan cómo los tenés que leer,
imponen sus reglas. Eso es lo que hace que un texto sea clásico. Llegás a
Dostoyevsky, Arlt… ellos imponen la forma en que deben ser leídos. Un clásico
tiene como prepotencia. Te impone cosas. Lo que no es clásico es lo que dura
una época, se desmantela y no puede ser leído después.
-¿A qué libro volvés
siempre?
-A Viaje
al fin de la noche, de Celine, que es una obra maestra. Siempre vuelvo.
Siempre. Es un libro sobre los hombres. Al prólogo de Los lanzallamas, que es una obra maestra total. Y a tantos otros
vuelvo… A la carta de Rodolfo Walsh a la dictadura militar, que me parece
impresionante.
-Hay un mito aburrido
que dice que el escritor sufre al escribir. ¿Te pasa eso?
-Yo soy feliz leyendo y escribiendo. Son dos
hechos vitales, hermosos, que no me parecen alejados de la vida. Leer es la
vida. Tal vez sienta algo de angustia cuando empiezo a escribir y no le
encuentro la vuelta. Pero no soy de esos escritores que dicen que sufren. Sufro
por otras cosas: que le pase algo a un ser querido, que se muera un nene del
corazón; que no exista ningún Dios y que estemos abandonados en el universo más
oscuro y frío es terrible. Hay que aceptar eso para aprender a morir. Si no sos
siempre un miedoso.
-¿Por qué elegiste
escribir sobre Tolstoi?
-Me gustan mucho las biografías y una vez me
llegó una en la que Gorki citaba una frase de Tolstoi que decía que “el hombre
puede soportar guerra y hambre pero la tragedia principal es la tragedia de la
alcoba”. Eso me impactó. Seguí leyendo y su vida me pareció increíble. Luego llegué
a Anna Karenina. Cuando alguien me
dice que quieren ser escritor le digo que lea Anna Karenina. Siempre algo se te escapa porque Tolstoi es un
genio. No sé si existe Dios, pero sí existe Tolstoi. Por eso escribí el libro.
Alejandro Duchini
@aleduchini
PERFIL
Fabián Casas nació en Buenos Aires en 1965. Es
periodista, poeta, narrador y ensayista. Publicó los libros Ocio, Los Lemmings, Breves apuntes
de autoayuda, Otoño, poemas de
desintoxicación y tristeza, El salmón,
Bueno, eso es todo y Ensayos bonsái, entre otros.
LA SUPREMACÍA TOLSTOI
“La vocación es un bumerang que uno arroja en
la infancia y que después regresa cuando menos lo esperamos”. El concepto
pertenece a La supremacía Tolstoi y otros
ensayos al tuntún, el muy buen libro de Fabián Casas que acaba de publicar
Emecé. Aparece en el ensayo sobre el escritor ruso, donde también se lee que
“tratar de dar cuenta de la vida de un hombre en su totalidad, es como intentar
armar el cubo de Rubik. Casi imposible”. Si bien Tolstoi es para el escritor el
eje de este trabajo, lo cierto es que ninguno de los veinticuatro textos,
relatos, ensayos o lo que fuere, está de más. Todos aportan algo. O datos. O
nuevas formas de ver algunas cuestiones. O placer.
Hay varias menciones a su querido Luis Alberto
Spinetta. En una de ellas da cuenta de un misterio que encierra la letra de su
canción La montaña. Para no ser
menos, Charly García y su recuperación (y Palito Ortega) también son tema de su
escritura.
También aparece el deporte. Su querido San
Lorenzo y una anécdota junto a su padre dan lugar al fútbol. Lo mismo sucede
cuando alude al gran estilo holandés para engancharlo con Pep Guardiola, el
inolvidable técnico del Barcelona. Pero lo deportivo encuentra su mejor lugar
en el texto sobre Maravilla Martínez. “El tiempo, que sabe boxear, no perdona a
los que lo hacen mal”, sentencia.
“Los padres son un misterio insondable, hayas o
no vivido con ellos. Uno puede tener cierta opinión sobre cómo fueron sus vidas
antes de tenernos, pero en general, apenas son aproximaciones que no se pueden
constatar”, sostiene en Mi Lucha,
donde habla de la gran novela de Kart Ove Knausgard, La muerte del padre.
Las redes sociales, su perra Rita, la felicidad
(“cuanto más te ocupes de los demás, más feliz sos”), el karate y un importante
e interesante puñado de escritores son mencionados en este libro que vuelve a
dejar en claro por qué Fabián Casas es, lejos, uno de los mejores escritores
argentinos.
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