“LA RISA ES EL FRACASO DE LA REPRESIÓN”
Lo dijo el escritor
español Enrique Vila-Matas, durante una extensa charla con La Gaceta, en Buenos Aires, en
la que habló de sus miedos, pasiones, escritura y hasta de los motochorros. Acá,
la nota publicada en La Gaceta.
Al español Enrique Vila-Matas, uno de los
escritores de habla hispana de mayor reconocimiento a nivel mundial, no termina
de gustarle la soledad. Aunque le saca provecho. Dice que gracias a ella puede
contar historias maravillosas que luego vuelca en libros. Sin embargo, hay
ocasiones en que no la pasa bien. Como aquella noche de fines de septiembre
último, en el Malba, en Buenos Aires, cuando tuvo que leer ante una multitud
que asistió a escucharlo con motivo de la apertura del FILBA. “Eso me genera
tensión”, le dijo horas después a La
Gaceta, ya más distendido y sin los nervios motivados en “esa
carga que cuando se va me deja muy cansado”.
Ahora, en el silencio de una habitación de
hotel, recibe a este diario con una clara muestra de buen humor. “Lo peor ha
pasado”, comenta antes de contar que a veces la gente cree que es malhumorado.
“Pero soy más bien tímido”, aclara mientras habla rápido y en un tono bajo.
Ante cada pregunta responde sin demoras y da un corte abrupto que es apenas una
pausa para seguir diciendo. Esa metodología uno la aprende en el transcurso de
la conversación.
-Las lecturas ante el público crean tensión. La
gente no me ve nervioso, pero la carga que significa hablar ante muchos a la
larga se acaba notando. En casa, hablando con otros, no pasa nada. Pero hablar ante
un estrado, ante tanta gente, me pone nervioso. Cuando terminas, baja todo el
cansancio junto. A veces se me viene la gente a hablarme, que me pide que le
firme libros o me hablan de cosas diferentes, y no es fácil. No puedes ser cortés
todo el rato. En la Feria
del libro de Madrid suelo estar entre
tres y cuatro horas firmando. Entonces, no se puede ser simpático con
todos. “¿Cómo te llamas?”, preguntas; le firmas, le saludas. Y a lo mejor esa
persona en su Twitter escribe que estuve seco. Y resulta que nada que ver. Simplemente
que no sé quién es, pero bueno… otros me encuentran encantador. A veces esas
cosas no se pueden controlar y quedan a interpretación del otro. Firmar libros
no tiene nada que ver con escribir. Hay que tener un don de gente
extraordinario que yo no tengo. Nunca tuve un comercio, pero imagino que no
debe ser sencillo para el vendedor que debe tener con cada cliente una atención
especial para caerle bien, para que vuelva a la tienda.
-¿Le gusta la soledad?
-Pues, no existe, porque está poblada de fantasmas.
Me acuerdo de una vez que me emborraché solo en mi casa y al despertarme, a la
mañana siguiente, había seis vasos. Yo tenía el recuerdo de haber hablado con
mucha gente. ¿Me entiendes? De modo que la soledad está poblada de fantasmas.
Pero al mismo tiempo, creo que en ella. Porque cuando salí hacia Argentina,
solo, dentro del avión, con 14 horas de vuelo por delante, me entró una
angustia repentina que apunté cómo soledad plena en el universo. No sirve para
escribir nada porque es una tontería. Pero sirve como sensación que tenemos
todos y que me volvió, como cuando uno se despierta a las 5 de la mañana y se
encuentra solo.
-¿La soledad,
entonces, es relativa?
-La soledad no es posible por el tema de los
fantasmas y a la vez existe como cuando viajaba en el avión. Esto quiere decir
que todo es paradójico. Las cosas tienen muchos ángulos: que la soledad existe
en determinado momento y en otras ocasiones tienes la sensación contraria. Por
ejemplo, esa madrugada en la que me desperté y estaban los seis vasos me sirvió
para escribir. Fue un momento en el que tenía ganas de conversar con alguien y
no había personas a mi alcance. Entonces, para eso sirve la escritura. De
alguna forma la escritura dialoga con el lector y yo dialogo con otros autores
que he leído. Me acuerdo de la visita que hice al castillo de Montaigne, en el
que escribió. Era un ático en una torre aislada de ese castillo, algo así como
el primer apartamento que existió en occidente. Quería ver su sitio, el lugar
en el que escribió el ensayo. Quería ver de la misma forma en que veía él. En
las paredes había distintas citas literarias, y dije “¡qué buena idea!”, podría
tener lo mismo, yo que escribo siempre apoyándome en citas falsas o reales de
otros autores. Las tenía en las vigas del techo. Trabajaba al mismo tiempo con
esos autores que lo acompañaban en su soledad.
-¿Aprovecha los viajes
para escribir?
-No. Sí tomo notas de sensaciones, impresiones.
Sólo trabajo en mi casa, en mi estudio, en Barcelona.
-¿Qué le significa
Argentina?
-Es un país, desde el punto de vista literario,
perfecto. Como Irlanda. Uno de los países que más me apasionan desde lo
literario, por sus autores, por cómo está impregnada la literatura. Y aún hay
importante autores. Mi relación con Argentina es familiar, tiene una literatura
que he leído mucho, que es la más potente de la lengua castellana. Aunque no
soy partidario de las literaturas nacionales. Pero en su conjunto, los
escritores argentinos son muy importantes.
-En su último libro,
Kassel no invita a la lógica, escribió que “con el tiempo me he dado cuenta de
que en realidad todos los lugares me parecen extraños”. ¿Por qué?
-El mundo es raro, puede ser maravilloso en
determinado momentos pero también es complicado, difícil y el trayecto de la
vida puede ser bastante angustioso. En el fondo, con esa frase digo que
encuentro raro todo, en definitiva. Encuentro raro todo lo que pasa.
-Suele apelar al
humor. ¿Qué sería sin él?
-A medida que observo la seriedad del mundo y
la pérdida del humor, se asienta en mi más la necesidad de forzar la máquina
del humor en lo que hago. Es necesaria esa maquinaria. El humor no se puede
aplicar en todas las situaciones, pero si se hace una visión global de género
humano, de la estupidez, bueno, si es posible tememos las cosas con algo de
humor. Porque las figuras humanas inspiran en el fondo comprensión, compasión y
son ridículas. Acabo de leer la última novela de Kundera, La fiesta de la
insignificancia, que es breve, escrita a sus 85 años, y hay en ella una
explosión de humor muy inteligente. Él considera que el humor es la única
salida que tiene un mundo disparatado y trágico como el actual. Y el humor hace
saltar muchas cosas: la risa es el fracaso de la represión. Ojalá pudiera
intervenir más la risa diariamente entre la cantidad de tonterías que
escuchamos. Estamos rodeados de tonterías y estupideces. En mi país, los
políticos hablan de cómo han salido en la televisión, de sus cosas. Y uno acaba
espantado ante la estupidez de los que nos mandan.
-¿Imaginaba, hace 30 o
40 años, que el mundo iba a estar así?
-Nunca lo imaginé así de caótico. Pero creo que
ha estado peor. Como en la Segunda
guerra mundial. Supongo que habrá habido incluso momentos peores. Lo que pasa
es que hoy hay una información global que acaba convirtiendo todo. Si sigues
los informativos, dan miedo. Pero cuando sales fuera de los informativos, a la
vida, a la calle, ves cosas distintas. Ahora en Buenos Aires la televisión
habla del motochorro. Lo había visto en mi casa, en Barcelona. Y yo tenía que
venir y tenía la impresión de que este país era puro motochorro. Vine con
miedo. Sin embargo, el motochorro no es toda la realidad que vivo en estos
días. Es casi como que hubiese en los medios intención de asustarnos, de atemorizarnos
continuamente con todo. Si la televisión y los medios públicos fomentaran el
arte, de alguna forma se desplegaría un estado que permitiría que la realidad pueda
ir mejorando. Algo de esto propongo en mi último libro.
-En ese libro al
protagonista le ofrecen escribir delante de la gente. ¿Situación rara, no?
-Escribir ante la gente fue la propuesta de Kasell.
Pero naturalmente no me interesa que vean qué escribo. Más si están a mi
espalda. No lo haría. Esa propuesta fue real. Me sorprendió.
-Leyendo sus libros y
repasando su vida, uno se da cuenta de que ha vivido muchas cosas. ¿Qué piensa?
-Pasé por diferentes etapas y momentos que
recuerdan caminos de aventura siempre incierta, sin conocer bien qué pasará.
-¿La vida del escritor
es incierta?
-Como la de todos. Pero en la del escritor, uno
se plantea muchas cosas. Entre otras, por qué tiene que estar en su casa tanto
tiempo sentado, pasando tal vez una hora sólo para mejorar una frase. Una sola.
Está mal paga esa hora en que uno corre sólo una coma. ¿Qué hace un hombre
adulto ante su mesa varias horas por la mañana en su casa de Barcelona
trabajando en soledad? ¿Y para qué lo hace? Uno se pregunta muchas cosas.
-¿Qué se responde?
-Que me lo paso muy bien. Dependo de mi mismo,
de estar relacionado con la creatividad, o al menos pienso eso. A veces invento
cosas que no sabía que llevaba dentro. A veces es más complicado el trabajo. Y
a veces hay momentos de gran explosión alegre y feliz. Quizás me divierto
escribiendo más que antes. Mucho más. Es lo que me retiene todavía en este
trabajo.
-¿Hay alguna historia en
particular por escribir?
-Estoy seguro que sí, pero aún no la encontré. Está
en el inconsciente. Si aparece, no hay duda de que la abordaré. Es algo
relacionado con la memoria. Trabajar con la memoria es importante. Memoria e
imaginación son los materiales de los que dispongo.
-¿Le seduce la
melancolía?
-No soy melancólico. Me gusta la melancolía, y
me gusta escribir como si fuera melancólico. Entiendo por melancólico a alguien
herido, que realmente está herido y la pasa muy mal. No es mi caso. Al
contrario, me interesa más el futuro o el presente que mirar hacia atrás. El
pasado es algo que ya pasó, aunque está siempre presente. Pero no soy
melancólico, que yo sepa.
-Leí que dijo que ya
no persigue la felicidad.
-Felicidad es una palabra muy usada. Cuando
eres feliz el problema es que vas a dejar de serlo. Por lo tanto, ¿para qué
perseguirla? Es preferible algo más relativo. Más suave. Hay un poema de Gil de
Biedma que habla de los lunes. “Quizás tengan razón los días laborables”, dice.
Habla de que los días laborables son grises, pero que quizás son mejores que
los festivos, que son aburridos. Al menos los laborables tienen el mismo
sentido gris de la vida, que permite no sufrir por no haber conseguido que
estés en plena fiesta. Uno puede ser feliz y estar totalmente angustiado al ver
que se le acaba la felicidad. Prefiero la alegría. “No hago nada sin alegría”,
decía Montaigne. Es decir, todo lo que se construyó en el mundo de interesante,
que son muchas cosas, se han hecho con entusiasmo. Es una frase de Emerson, que
representa a ese Estados Unidos potente. “Nada grande se logra sin entusiasmo”,
decía. Tú no puedes construir nada sin la pasión, sin el entusiasmo. Y cuando
consigo transmitir el entusiasmo, trato de hacerlo. Es mi estilo natural. Nunca
salgo a buscar el entusiasmo cuando no lo tengo. Porque saldría mal. No hago
nada sin alegría, así que me despido con la misma alegría con la que empecé.
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RECUADRO
EL BARCELONA, SU OTRA PASIÓN
Enrique Vila-Matas escribió un excelente texto
sobre su otra pasión, el club de fútbol Barcelona. Se titula Partidarios de la
felicidad (Diario de las tres temporadas triunfales de Guardiola) y se
encuentra en la antología Cuando nunca perdíamos, publicada en 2011 por
Alfaguara. Ese libro reúne textos de, entre otros, Juan Gabriel Vásquez, Juan
Villoro y Juan Cruz Ruíz.
“El título, Cuando nunca perdíamos, es mío. Me
gustó mucho y les gustó a los demás”, dice al recordar ese trabajo recopilado
por Antoni Munné. “Estaba seguro de que ese ciclo pasaría, de que alguna vez
hablaríamos de aquella época en la que nunca perdíamos”, dice Vila-Matas.
“Escribo sobre fútbol a menudo en el periódico
El país. Sobre todo del Barcelona. Es complicado escribir sobre fútbol porque las
cosas cambian continuamente. Lo que dices en una semana varía a la siguiente
porque hubo un resultado distinto, o un jugador mejoró”.
¿Ese título encierra melancolía por un tiempo,
aunque futbolero, mejor?, le pregunto. “No es melancólico. En todo caso, ese título
se parece a una canción de Loquillo, que se llama Cuando fuimos los mejores. Me
gusta mucho: una idea de jóvenes que dominaban los bares de Barcelona. Es una
canción muy bonita. Una canción cargada de futuro”, responde.
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PERFIL
Nacido el 31 de marzo de 1948 en Barcelona,
Enrique Vila-Matas tiene una extensa obra que incluye novelas, relatos cortos y
ensayos. Algunos de sus títulos son Hijos sin hijos, Recuerdos inventados y
Aire de Dylan. Su última novela, Kassel no invita a la lógica, fue publicada
por Planeta. Entre otros, fue premiado con el Médicis, el Rómulo Gallegos y,
este año, el Formentos de las letras, por su trayectoria.
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