“RESPETO A LA MUJER QUE VE EN EL HOMBRE A UN PAR”

Se acaba de publicar Hacete Hombre – historia personal de la masculinidad (Marea), una mezcla de ensayo y road movie sobre la hombría y el feminismo. Su autor, Gonzalo Garcés, cuenta en esta entrevista por qué se le dio escribir sobre un tema que no pasará desapercibido. La nota original, acá.


En Hacete hombre (Marea), el último libro de Gonzalo Garcés, con la excusa de pagar una multa en Mendoza, un padre le pide a su hijo que lo acompañe desde Buenos Aires a bordo de un Corsa. Esos casi 1.000 kilómetros los harán con una prostituta chilena que viajará a cambio de una promesa. De entrada, lo que parece un viaje rutero se convertirá en un ensayo en el que no faltan Darth Vader, Simone de Beauvoir, Rick Blaine e Ilsa Lund de Casablanca y Walter White, de Breaking Bad. Finalmente, la recorrida por la historia del hombre y de la mujer se transformará en una invitación a pensar la cuestión. Para seguir dándole al tema, el autor mantuvo una extensa charla con La Voz.
-¿Hacete hombre es en algún punto una carta abierta a un hipotético padre?
-Tanto por motivos personales como literarios, me importa aclarar que esto es una historia. Insisto: el personaje del padre es un tiro al aire que nunca tuvo trabajo estable. Un romántico y al mismo tiempo un poco degenerado. Básicamente, un irresponsable. Poco que ver con mi padre real, alguien a quien por suerte le fue bien y cuya sensibilidad y biblioteca me educaron. Sin él no estaría acá. Pero necesitaba en este libro un padre calamitoso, representativo de esta generación de padres-niños que existe, y también para hablar de algunas taras mías y de ciertos defectos personales. Me gustan esas novelas en las que hay dos personajes que parecen ser como hemisferios de un mismo cerebro o dos lados de una misma personalidad.
-¿Por qué el tema de la masculinidad?
-La razón primera fue aclarar en mi cabeza qué es ser hombre y qué clase de hombre quiero ser. Para eso, volví a la mitología griega, al romanticismo de Cyrano de Bergerac y de Casablanca. La televisión actual también me influyó. Casi todas las series más destacadas tratan el tema de la hombría. En Breaking Bad, el protagonista, Walter White, es un tipo que perdió los pantalones. Literalmente. La primera imagen que se ve en la serie es la de unos pantalones que vuelan. Es la historia de cómo el tipo los recupera haciéndose dueño de su propio negocio, burlando las costumbres y la ley, y se convierte en un forajido. Y una parte importante de la hombría siempre ha sido mojarle un poquito la oreja a la ley y el orden.
-¿Cómo fue tu relación con la mujer en general?
-Crecí tomando a las mujeres como parámetro de la razón y de la ética y de lo que debe hacerse. Para mí, lo femenino no es algo oprimido; es un deber ser, algo que se me impuso, que en parte me educó, y de lo cual me fui emancipando con el tiempo. Para mi la figura no es la mujer víctima. No te voy a decir la madre castradora, pero sí la ordenadora. De ahí que el lugar desde el que hablo de hacerse hombre no es patriarcal. Es más bien un lugar del varón que descubre tardíamente y con mucha alegría que también se puede vivir sin la ley femenina. Que se puede vivir como varón y salir a la aventura como hombre, sin estar regido por la voz de las mujeres.
-¿Cómo creés que está posicionada la mujer?
-Al tener una libertad de acción bastante reciente, reacciona de maneras diversas. Sus temperamentos son tan diversos o más que los del varón. Conozco un tipo de mujer que me genera amor y respeto, que es la que aprovechó la posibilidad de trabajar de lo que quiera, de formarse, de convertirse en ciudadana con sus deberes, que paga sus impuestos, que se siente un sujeto responsable en el mundo y que ve al varón como un compañero o un competidor o ambas cosas. Pero en todo caso como un par. Me gusta ese tipo de mujer que es fuerte de verdad. Por otro lado hay mujeres más débiles, dependientes de otros emocionalmente, que han cultivado resentimientos, que a veces han sido lastimadas por la vida, por un hombre o por varios, y se amparan en la bandera del feminismo para escalar posiciones.
-¿Cuál creés que es hoy la figura del padre?
-Las revistas hablan de los que se quedan en la casa a criar a sus hijos. Pero un padre no cría a sus hijos sólo con su presencia, sino también con su ejemplo. Entonces la pérdida de poder y autonomía de los padres cambia la imagen de la masculinidad que tienen los hijos.
-¿Por qué decís que “escribir es ir contra el miedo a la soledad”?
-Porque la hombría es un horizonte para mi; no una realidad. Aquel que busca llegar a ser un hombre en el sentido cultural es alguien que me genera respeto. Y el que cree que alcanzó la hombría, en general es un idiota. En mi vida cotidiana suelo ser desordenado, muchas veces cobarde, indeciso, injusto, una bola de nervios y ansiedad que antepone comerse una hamburguesa y llenarse la panza antes que cumplir con su trabajo. Puedo ser olvidadizo. Fui, y trato de no serlo, un marido bastante desastroso, un padre defectuoso. Y en ciertas ocasiones recuerdo haberme portado como un hombre. Lo sigo intentando. Pero siempre será una tensión dialéctica entre lo que soy y lo que podría ser. Por eso hablo de ideales. Ahora, el hecho de que tienda idealmente a la hombría pero no sea un hombre no significa que sea un hipócrita o que el ideal de la hombría sea inútil. Porque sin ese ideal yo sería peor.
-¿Qué te enseñó Hacete hombre?
-De todo. Si no se hubiera publicado o no le gustara a nadie, para mí estaría amortizado porque me cambió la vida. Descubrí el valor cultural de la hombría, que no está ligado al hecho biológico de ser hombre. Que eso que se llama hombría en el sentido cultural se llamaría “ciudadanía” con más propiedad y es un código de valores y una ética que tiene que ver con la libertad del individuo dentro de la sociedad. Y que esto puede ser ejercido tanto por un hombre como por una mujer.

Alejandro Duchini

Comentarios

Entradas populares