“ESCRIBIR ES ESTAR VIVO”
Lo dijo el escritor y filósofo Santiago Kovadloff, en un extenso
diálogo con La Gaceta
en el que habló de proyectos personales, de cómo ve a la Argentina actual y de
cuánto lo marcaron las miradas de las hijas del fiscal Alberto Nisman, durante
su entierro. La entrevista original fue publicada en La Gaceta, de Tucumán, y este es el link.
La entrevista que sigue surgió
cuando el escritor y filósofo Santiago Kovadloff pidió que las palabras no se
conviertan en basura, horas después de que fuese enterrado el cuerpo del fiscal
Alberto Nisman en el cementerio bonaerense de La Tablada. Había
escuchado de él uno de los testimonios más concretos y realistas en esos
últimos días de un enero roto por la muerte del hombre que investigaba el
ataque a la AMIA. Entonces
Kovadloff recordó los ojos, la mirada, de Iara y Kala, las pequeñas que se
quedaban sin padre. “Su orfandad era también la nuestra”, dijo horas después.
Quise saber, entonces, cuál es el
valor de la palabra según alguien que vive y se expresa a través de ella. Que
la utiliza no sólo para escribir libros y contar historias sino para construir
puentes. Así que nos juntamos en su casa de Recoleta partiendo de esa pregunta,
que se transformó en un diálogo de largo aliento poblado de reflexiones, a
veces de silencios que dicen y siempre con una amabilidad insoslayable.
-¿Cuál es el significado que tiene hoy la palabra?
-La palabra está a merced de
interpretaciones contradictorias, antagónicas. El autoritarismo siempre concibe
la palabra como un espacio de certeza. El gobierno tiende a hablar de “ellos” y
“nosotros”: los golpistas y los presuntamente democráticos. Allí la palabra
está envenenada por la certeza, porque no le crea espacio a la diferencia, a la
posibilidad de concebir al pensamiento ajeno como legítimo. La palabra es
basura donde la ideología es incapaz de ejercer autocrítica sobre sí misma,
donde opera como censura y donde resulta intimidatoria. En cambio, preserva su
riqueza en la medida en que opera recordando que en la palabra no se agota nunca
el significado último de lo real. La palabra democrática es siempre
hospitalaria con el pensamiento del prójimo, y sospechosa de la insuficiencia
del propio saber. En Argentina vivimos un
tiempo en el que la lucha por la preservación de la palabra como espacio
de libertad, por un lado, y la necesidad de cristalizarla en una significación
única, es muy evidente. Pero al mismo tiempo la incertidumbre social con
respecto al porvenir de la palabra como expresión de libertad es muy profunda.
Estamos en un país con un Estado ausente. Los veinte años transcurridos desde
el atentado de la AMIA
hasta hoy son años en los que el Estado, al no brindar respuestas, probó su
ausencia. Y la muerte de Nisman viene a ampliar el campo de la victoria del
delito sobre la ley, independientemente de si lo mataron o lo indujeron a
morir. Lo cierto es que su muerte es un signo más de un Estado a merced del
delito. En este sentido, recuperar la palabra es luchar por la posibilidad de
que la verdad no sea materia de tráfico negociable, sino una experiencia
radical de autoreconocimiento por parte de una sociedad que quiere saber dónde
está parada y en qué medida es ciudadanía de una república y no habitante de un
mero conglomerado.
-¿Qué impresión le generó el miedo de la sociedad por un lado y la
respuesta de la presidenta, Cristina Fernández?
-La presidenta no puede pensar.
Lo primero que dice es “aquí no sucede lo que pasa. La realidad es otra”. Y
todo lo que sucede al margen de la realidad, si no es irreal es perverso. El
miedo de la sociedad al enterarse de la muerte de Nisman, o luego en la marcha
del 18 de febrero, es el miedo del retorno de la violencia. Es un miedo ya
vivido por la sociedad argentina, en el que el delito y el crimen vuelven a
probar su supremacía por sobre la ley. Esta presencia del terrorismo en el
Estado demuestra que ese Estado está a merced del terrorismo. Eso es lo que
generó esta angustia profunda. La marcha del 18 no fue contra el gobierno. Fue
una demanda a quienes representaban la justicia y la política, allí presentes,
para que generaran una realidad alternativa a la de este Estado penetrado por
el terrorismo.
-¿Qué lectura hace de un silencio que provoca tanto ruido, como el de
la marcha del 18 de febrero?
-¿Qué es el silencio? El silencio
es la prosecución del significado por otros medios. El silencio dice
“necesitamos escuchar otra cosa”, o “no podemos hablar como lo hicimos hasta
hoy porque la realidad, con su brutalidad, demanda otros pronunciamientos”, o
“no estamos dispuestos a tolerar la violencia”. De manera que lo que vivimos
fue un desamparo. Gente que habitaba el borde angustiante entre una ciudadanía
que no alcanza a reconocerse plenamente como tal y una muchedumbre que quiere
dejar de ser muchedumbre para ser ciudadanía. Muchas cosas fueron objeto de esa
marcha fúnebre. Estábamos dispuestos a sepultar a Nisman pero no lo que él
representa. Dispuestos a admitir que estamos vivos pero no sabemos qué
significa nuestra existencia en este país. Fue una marcha fúnebre. Muchas
esperanzas que creíamos viables probaron estar muertas. Cuando sepultamos a
Nisman tuve la impresión de haber estado muchas veces en esa situación,
sepultando gente con un tiro en la cabeza en esta Argentina que resuelve a
balazos lo que no puede resolver por medio de la Justicia. Para un
hombre de 72 años que tiene un escaso porvenir, es una experiencia muy fuerte
sentir esta preponderancia del pasado sobre el presente.
-¿Hay en la sociedad un eterno retorno a la desesperanza?
-La sociedad argentina hoy es más
cauta. Espera poco y sabrá reclamarle mucho a los que vengan. Se cansó de ver
frustrada la presunción de que con cada gobierno nuevo se empezará a
profundizar algo mejor. Y exige mucho porque conoce mejor sus propios límites y
los límites de quienes están llamados a gobernar. No deja de tener
expectativas, pero tiene exigencia. Ya no confía en los liderazgos absolutos.
-¿Cómo imagina los próximos diez meses?
-Tengo la convicción de que
debemos trabajar para lograr que sea cual fuere el candidato de la oposición
que pueda gobernar el país, entendamos que sólo un acuerdo profundo entre los
representantes de las distintas fuerzas opositoras podrá enfrentar con eficacia
al oficialismo en el Parlamento. Ese acuerdo debe producirse, gobierne quien
gobierne.
-¿Cree que un acuerdo así es posible?
-No si es posible ese cambio: es
imprescindible. Y hay que luchar para que lo imprescindible se convierta en
posible. No se trata de tener la certeza de que lo vamos a lograr, sino de
tener la certeza de que otra cosa no queremos. Hay dos calidades de fracaso: la
que nace de la desesperación y la impotencia porque uno no cree que pueda ni
que valga la pena intentar lo que desea; y la que consiste en no conseguir lo
que se aspira pero sin embargo habiendo combatido hasta el final para lograrlo.
Por ejemplo, la vocación de un escritor no responde nunca a la certeza de que
tiene talento sino a la convicción de que ama esa actividad y la quiere hacer.
Entonces uno se pone a escribir llevado por ese amor enorme que tiene a las
palabras y no por la convicción de que escribirá un gran libro. Así es como se
construye la obra. En una especie de esfuerzo indeclinable, de apego incesante
al llamado de esa vocación por las palabras.
-Usted refería sus 72 años. ¿Cuáles son sus incentivos a esta edad?
-Me gusta mucho enseñar. Soy
profesor de Filosofía y Literatura y disfruto preparando mis clases. Tengo un
taller literario en el que recibo escritores en forma individual. Son
actividades que me llenan de alegría. Me gusta mucho enseñar y aprender de quienes
vienen a estudiar. Por supuesto también escribir. Todo esto se despliega sobre
un fondo esencial, sustentador, que es mi vida de pareja. Tengo una alianza con
mi mujer muy sólida. Somos dos personas que aman el estudio y la creación,
compartimos esta casa, horas de lectura, a veces juntos, a veces trabajando en
la misma mesa cada uno en sus papeles. No nos aburrimos. Y en eso soy muy
afortunado. Sobre la base de ese encuentro primordial se despliega la alegría
del trabajo vocacional.
-¿Por qué sigue viva la poesía?
-La poesía no morirá nunca
mientras la especie siga siendo la que es. ¡Pobre de nosotros si muere la
poesía! Y cuando hablamos de poesía no hablamos de un género literario sino de
cierta forma de discernimiento de lo real. La poesía es un modo de advertir la
presencia de algo súbitamente inédito. Hoy releía el capítulo primero de Qué
significa pensar, de Martin Heidegger, y él recuerda que lo real es
esencialmente lo que por un lado se nos sustrae a la percepción. Y por otro es
lo que nos convoca incesantemente, despertando en nosotros el asombro, la
perplejidad de vivir. Heidegger recuerda un verso de Holderling en el que dice
“un signo indescifrado somos y así permanecemos”. De manera que la poesía no
morirá nunca porque el hombre será siempre un signo indescifrado mientras sea
capaz de tolerar su propia humanidad.
-¿Cómo se tolera esa propia humanidad?
-Solo mediante esta reapertura
frecuente, pero nunca permanente, a lo que la existencia tiene de
indescifrable. Normalmente el hombre no resiste mucho tiempo este tipo de
abertura hacia su propia imponderabilidad y prefiere encerrarse en el
prejuicio, en el saber, en el olvido, en la negación ideológica. La ideología
tiene una función importante que es ofertar un repertorio de certezas que nos
ponen a salvo de la imponderabilidad de lo real. Y como vivimos en un tiempo de
dogmatismos muy acentuados y prolíficos, uno diría que estamos atravesando una
etapa en la que la imponderabilidad de lo real está sofocada como forma
primordial de autodiscernimiento.
-¿Dogmas prolíficos?
-Es una época en la que prosperan
las certezas. Por ejemplo, este ingreso de occidente a una nueva configuración
de la guerra a través de la confrontación entre el extremismo islámico y la
cultura occidental, pone de manifiesto un pensamiento que ha renunciado a su
autocrítica para afianzarse en el campo de lo inequívoco. También está el auge
de la tecnolatría, que la llamo así porque es más que aficción a lo
tecnológico. Es la ideolatría de lo mecánico. Nuestra relación con los objetos
virtuales o nuestra apertura a la tecnología de vanguardia es sumamente
idolátrica. Ya no sabríamos vivir si no lleváramos en la cintura eso a lo que
se llama móvil. El contacto ha ganado velocidad pero no necesariamente
profundidad. Los dogmas en general no distinguen entre lo literal y lo
metafórico. Si pueden, suprimen lo metafórico.
-Ya que ha escrito relatos para niños, ¿qué le escribiría a un chico de
la Argentina
actual?
-Ya lo escribí. Es un relato
largo titulado República de Evidencia. Trata sobre una república ubicada
temporalmente en el 2076, 100 años después del golpe, en la que el desarrollo
de la certeza y del dogma ha sido tan espléndido que los seres que habitan esa
nación no necesitan ojos porque, al haberlo entendido todo, no hay nada más que
ver. De manera que sus modos de percepción provienen del oído, del tacto. Son
ciegos superdotados y la ausencia de la vista no es una carencia sino un logro.
No hay televisores sino radios y palabras que transmiten el mismo mensaje porque
lo que hay para oír es siempre lo mismo. Pero un día una pareja tiene un hijo
con ojos y el pobrecito nace vidente. ¡Está enfermo! Es un horror. Los padres
no saben cómo informarle al Estado lo que pasó. Piensan en quemarle los ojos
para que sea normal. Pero el Estado resuelve no castrarlo. Creen que hay que
superar en él la propensión a mirar y devolverlo al desarrollo natural, que es
no tener ojos. Que se apaguen. El relato cuenta el esfuerzo que realiza la
sociedad y la familia para que ese chico sea normal y no vea. Ni entienda. No
le cuento el final.
-¿Por qué escribir para chicos?
-Me surge. Empezó por un episodio
magnífico vivido con mi hija Valeria, cuando tenía 6 o 7 años. Se me acercó un
poco decepcionada y me dijo “vos a mí no me escribiste nada”. Entonces le
propuse hacer un cuento entre los dos. “Vos dibujá y yo cuento lo que dibujes”,
le dije. Lo primero que dibujó fue un muñeco extraño con miembros superiores e
inferiores pero que no eran exactamente piernas y brazos. Yo lo llamé Serafín, el
Raro, y empecé a contar la historia de un muñeco que quería ser contado pero
que como era raro nadie quería contarlo. Hasta que apareció una nena que lo
incorporó a su vida y lo transformó en alguien querido. Así me puse a escribir
para chicos.
-¿Qué es para usted escribir?
-Es estar vivo. Es el momento más
alto en términos de mi intimidad personal, cuando estoy a solas conmigo. Ahí
siento la alegría de vivir.
-¿Y leer?
-Forma parte de la misma
experiencia. Leer y escribir son dos experiencias de extraordinaria convivencia
en términos de intensidad, ya sea con la palabra de otros o con mis propias
ideas. Escribir, leer y enseñar. Tres configuraciones de una misma alegría.
-Si ahora viene un nene de, pongamos, 10 años, junto con su padre, ¿por
qué le diría a ambos que es bueno leer?
-Al niño no le diría nunca que
lea. Al padre le preguntaría si tiene interés en que su hijo lea y si él lee.
Porque los chicos que se crían en un ambiente en el que la lectura está
privilegiada, se ponen a leer. Ni yo ni mi señora incitamos a mis hijos a que
leyeran. Ellos vivían entre libros, nos veían acá leyendo diarios, libros. Y se
nos acercaban con sus libritos y se sentaban en el piso a leer. Hoy los tres
son artistas.
-Antes de terminar, una última pregunta: usted hizo una referencia a
cómo lo miraban las hijas de Nisman al hablar en el entierro. ¿Cómo lo
acompañarán en su vida esas miradas?
-De muchos modos. Primero, como
revelación de una verdad atroz: la orfandad, el desconsuelo sin remedio. Un
padre asesinado. Y cuando digo asesinado no quiero decir que tengo las pruebas
de que lo fue, pero tengo todos los indicios de que también él fue asesinado,
como los que se encontraban en la AMIA. Luego, la sensación de que ellas
difícilmente podrán tener el sentimiento de una argentinidad plena mientras no
se sepa claramente, probadamente y justicieramente quién mató al padre. Son las
desechadas por el país. Y también la impresión de que me hubiera gustado a esta
altura de mi vida tener ante mí a dos pibas como ellas con más confianza en el
porvenir. Y no se los pude transmitir cuando hablé.
RECUADRO
PROYECTOS
“Fue un año en el que escribí y
me pronuncié mucho sobre política. A principios de febrero pude paralelamente
retornar a la poesía y al ensayo. Me hizo mucho bien, porque cuando la vocación
toma la palabra, asociada a la práctica literaria, que es lo que uno estima
más, entonces uno se repone. Acabo de terminar un libro de poemas y un ensayo
de política; ambos saldrán en abril”, explica Santiago Kovadloff al hablar de
sus proyectos para este 2015.
Entre tanto, continuará con su
trío junto a César Lerner y Marcelo Moguilevsky, basado en música y textos de
escritores como Pessoa, Borges y Cortázar. Y para mayo se presentará en La Usina del Arte, en Buenos
Aires, con otro espectáculo, denominado Inspiraciones, que constará de música y
lectura en un escenario en el que el movimiento será el protagonista. La
novedad es que el filófoso será dirigido por su hija Valeria, lo que él
considera “algo muy interesante y hasta un privilegio por el hecho de ser
dirigido por ella”.
“Trabajaremos sobre los efectos
de la inspiración”, resume Kovadloff. “Como ves, tengo varios proyectos, varias
vidas. Es grato. Esto es muy constructivo para mi espíritu”.
PERFIL
Santiago Kovadloff nació en Buenos
Aires el 14 de diciembre de 1942. Es ensayista, poeta, traductor, antólogo de
literatura de lengua portuguesa y autor de relatos para niños. Sus obras fueron
traducidas a distintos idiomas, como hebreo, portugués, alemán, italiano y
francés. Su último libro publicado es La extinción de la diáspora judía, en
2013.
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